Las palabras de Mons. Martínez en la toma de posesión de la Archidiócesis de Granada.
1 de junio del año 2003
Quiero que mis primeras palabras, al inaugurar mi ministerio en esta archidiócesis de Granada, querida y deseada desde el momento mismo en que me fue comunicada la voluntad siempre buena y amable del Señor, sean de gratitud. Quiero expresar mi gratitud al Santo Padre por una confianza que me conmueve una vez más, al confiarme el ministerio apostólico y el cuidado de una parcela de la Iglesia de Jesucristo, que es la realidad más bella que existe en el Universo. [...] Mi gratitud se dirige al Padre, origen y meta de esta historia de amor que sigue viva, viva y fresca como la mañana de Pascua, y que no terminará jamás. [...]
Regnat caro, grita con asombro un viejo himno para la liturgia de hoy. «¡La carne reina!». [...] la fragilidad participa de la inmortalidad divina. A la incapacidad de amar se le regala gratis Aquel que es el principio y la fuente de toda experiencia humana de amor, y el corazón de piedra se transforma en corazón de carne. Los siervos se hacen hijos. El temor es borrado del corazón humano, y sustituido por la libertad gloriosa de los hijos de Dios. «Donde hay amor, ya no reina el temor» (1 Jn). Y el contenido de la vida y de las relaciones humanas [...] en lugar de ser la esclavitud del temor a la muerte (cf. Hb), que llena la vida del temor al otro, es la charis, la charitas, la gratuidad libre y llena de afecto por el otro.
«¡ La carne reina!» ¡La victoria de Cristo es ya nuestra victoria! Nuestra humanidad ha sido hecha, por la inefable omnipotencia de la imaginación de Dios, por el poder de su amor, divinitatis consors, «consorte de la divinidad», partícipe de su vida y de su ser comunional. [...] La redención de Cristo es el mismo Cristo, no “unas cosas” que Él nos da. La redención [...] es vivir con la libertad de los hijos en un mundo de esclavos, y la experiencia de este vivir como hijos hace que el mundo sea percibido aún como un cosmos, como una casa, como un espacio para el asombro agradecido, y no simplemente como materia de explotación, y como un lugar de desazón y de violencia. La redención de Cristo no es algo añadido a la vida, sino lo que permite vivirla en la verdad. Y por eso, la redención de Cristo es el bien más grande para la vida humana, [...] también en este momento de la historia. [...]
La redención de Cristo y la pertenencia a la Iglesia no son un añadido a la vida, ni pertenecen a uno de esos ámbitos irreales y opcionales que tienden a ser en nuestro mundo las ideas o los valores [...], y para recuperar de nuevo en toda su verdad aquella vieja afirmación de un cristiano del siglo II, de que «la gloria de Dios es la vida del hombre» (S. Ireneo), nos es necesario superar algunas fracturas que han marcado muy profundamente la experiencia cristiana en estos siglos [...]. Me refiero, muy concretamente, a esa línea de pensamiento que atraviesa la cultura moderna desde sus orígenes, y que, en contra de lo que ha sido la tradición cristiana, sitúa a Dios, primero fuera del cosmos, y luego, fuera de la realidad, para terminar, con una lógica implacable, negando su realidad y convirtiéndolo en una fantasía humana. [...]
Cristo deja de ser la clave de comprensión de la vida humana, y la vida cristiana es concebida también como un ámbito particular - ideológico, “construido”, y por lo tanto, opcional - que, por supuesto, queda fuera de la vida real [...], lo que tiene dos tipos de consecuencias igualmente terribles: la primera, que cuando se quiere «volver a la dura tierra», según el grito de un pensador contemporáneo (Wittgenstein), el hombre piensa casi espontáneamente que el bagaje recibido de la tradición cristiana (aunque en realidad es sólo el bagaje de esa tradición maltrecha y deformada) le estorba, puesto que no tiene nada que ver con la vida real, y tiene que prescindir de él [...]; y a la vez, si Dios está fuera de la realidad y de la vida, en el sentido más fuerte del término, la realidad y la vida no pueden sino carecer de todo significado. El hombre está solo ante la existencia, que además ha sido vaciada de misterio, y eso significa, sencillamente, que el hombre está solo ante el vacío, ante el poder del Poder. [...]
Hoy conmemoramos que Cristo ha entrado victorioso «a lo más alto de los cielos», ha «retornado al Padre», no estamos diciendo que «se ha ido» de este mundo, sino que ha hecho retornar el mundo, nos ha introducido a nosotros, en el corazón del Misterio, en el corazón de la realidad. [...] La liturgia de la fiesta de hoy vincula estrechamente la ascensión del Señor y la realidad sacramental de su cuerpo, que es la Iglesia. Porque la Iglesia es el lugar de la presencia fiel de Cristo, el lugar donde Él se queda, por el don de su Espíritu «todos los días, hasta el fin del mundo» [...].
Hace siete años, al iniciar mi ministerio en la Diócesis de Córdoba, decía que no era yo quien tomaba posesión de la Diócesis, que era la Iglesia en Córdoba la que tomaba posesión de mí. Eso ha sido verdad estos siete años, como algunos de vosotros sabéis bien. Nada me he reservado, nada ha sido mío, sino vuestro amor. Y yo he sido vuestro con todo mi ser, tal como soy. Hoy, al iniciar mi ministerio en la Archidiócesis de Granada, repito exactamente las mismas palabras, y con la misma frescura, con el mismo anhelo de entregaros a Cristo, y con el mismo gozo que el día de mi ordenación sacerdotal: yo no tomo posesión de la Iglesia de Cristo en Granada. Es ella, sois vosotros, los que tomáis posesión de mí. [...]
Queridos hermanos de Granada nos ha confiado el Señor la tarea más apasionante que puede haber en la vida: construir y cuidar de un pueblo que es la esperanza del mundo, y defenderlo de la mentira o de todo aquello que dañe su libertad [...] «servidores de la alegría» de los hombres. [...]
Pedid al Señor, y a la Santísima Virgen - Virgen de las Angustias, a cuyos pies he podido postrarme esta tarde antes de venir a la Catedral - por mí. Que, mirándola a Ella, cada día renueve mi “sí” al Señor y a su designio bueno para con nosotros.
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