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Huellas N.9, Octubre 2002

SOCIEDAD

Educación. Octubre caliente

a cargo de Elena Alonso Serrano

... o templado según sople el viento de los sindicatos, pero siempre coincidiendo con algún que otro día de fiesta. Este año el pretexto es la Ley de Calidad de enseñanza que el ministerio pretende aprobar. El debate más interesante sobre en el ámbito de la Asociación para la Promoción Cultural y Pedagógica... ARCIP. Entrevista a Enrique Arroyo, profesor de filosofía en un colegio de Alcobendas, y uno de los responsables de ARCIP. A partir de la experiencia nos adentramos en el corazón vivo de la educación*


Profesor Arroyo, Empezamos por los objetivos de la polémica ley.
El principal objetivo de la ley es impulsar un sistema educativo de calidad y oportunidades para todos. Se pretende reducir el índice de fracaso escolar, elevar el nivel de formación de los alumnos y fomentar lo que se define como ‘cultura del esfuerzo’.

Y ¿cómo se pretende alcanzarlos?
Mediante medidas ya conocidas como la supresión de la promoción automática; la libre elección de itinerarios educativos - a partir de 3 de la ESO - en función de las capacidades, intereses y expectativas personales, que culminarían con un mismo título; la institución de una prueba general al final del bachillerato, con el fin de homologar los conocimientos.

La ley es muy amplia y recoge otras medidas interesantes y polémicas como la gratuidad de la educación infantil; o el hecho de que la Religión conserve su estatus actual y se refuerce la materia alternativa; ambas serán evaluables, pero sin consecuencias para la promoción de curso. Para el profesorado se intenta mejorar las condiciones para el desarrollo de la función docente.

Entre tantos factores, ¿qué es lo más importante?
A mi juicio, basta con leer las motivaciones de fondo de la ley para ver que su principal problema está en que el objetivo de la educación se reduce a una mera transmisión de conocimientos destinada a ‘adiestrar al ciudadano eficazmente para que pueda afrontar los retos de la sociedad del futuro, la sociedad del conocimiento’.

¿Adiestrar?
La ley de calidad parece concebir la educación principalmente como formación para las distintas funciones y preparación para asumir los roles que el joven estará llamado a desarrollar en la sociedad. La relación de la escuela con su entorno se aborda casi exclusivamente como una apertura debida a la urgencia de acompasar su ritmo y naturaleza a los cambios tecnológicos, las necesidades sociales y económicas y a la creación de ciudadanos democráticos y responsables. Es llamativo que en todo ello no hay diferencia con los objetivos educativos que promueve la oposición socialista.

Por lo menos mejorará la instrucción...
Creo que no hay verdadera ni eficaz trasmisión de conocimientos si estos se desligan de una visión más amplia de la realidad que aborde el problema de su significado. La educación, por ello, no puede exclusivamente adaptarse a las exigencias que dictan la sociedad y el mercado, no puede supeditar sus estructuras, fines y métodos, a un mejor uso de los recursos humanos en los distintos campos profesionales, técnicos y científicos. Aunque puede compartirse la exigencia de fondo que lleva a este planteamiento, reducir así la educación supone un grave empobrecimiento cultural que puede tener consecuencias relevantes. Incluso puede fallar en lograr los objetivos que pretende alcanzar porque una escuela así acaba formando buenos productores y consumidores, pero no personas libres y conscientes.

Es cierto que la sociedad actual rebosa información pero carece de personalidades, tanto que lo más cotizado en el mundo laboral es la calidad de la persona, ni siquiera sus títulos.
El predominio de la corriente analítica en el currículo deja al estudiante solo frente a una heterogeneidad de cosas y soluciones contradictorias que le producen, en la medida de su sensibilidad, desconcierto e incertidumbre. El estudiante carece a menudo de una guía que le acompañe a descubrir el sentido unitario de las cosas y así, al final, la única razón para medir el valor de un conocimiento, acaba en la pregunta: ¿para qué sirve? De este modo los mismos estudiantes se acostumbran a lo que padecen, se reducen a meros objetos de instrucción.

¡Vaya un fracaso!
...del que nadie habla, aunque el alumno sea brillante. Hasta el mismísimo Umberto Eco, adalid de la cultura laica, teoriza diciendo que el problema en la escuela no es ya ‘qué sentido tiene’ sino ‘cómo funciona’. El estudiante, por tanto, no debe plantearse la pregunta sobre el sentido que tiene una cosa, un conocimiento o la realidad misma, simplemente tendrá que preguntarse cómo funciona lo que está estudiando para poderlo utilizar.

¿Estar formado para la vida adulta coincidiría con saber utilizar las cosas?
En una encuesta que he realizado entre los alumnos de mi colegio a partir de 1 de la ESO es muy significativo que prácticamente en todas las respuestas se considera que la finalidad exclusiva de la escuela y del estudio es prepararte para el futuro, muchos incluso dicen que si no estudias ‘no eres nadie’. Todos asumen que hay que pasar por el aro, lo justifican, pero no tiene que ver con ellos. Muy pocos han respondido con razones que tengan que ver con su propia persona. Y sólo un chico de 4 de la ESO ha dicho algo distinto de la mayoría. Decía que era necesario aprender para poder ver adecuadamente el mundo, porque si no se conoce, se tiende a simplificar cosas que son complejas y somos inconscientes. Añadía que si desconocemos el sentido nos dejamos llevar por los demás y, entonces, dejamos de ser independientes.

Por fin una voz fuera del cerco...
Es cierto que es necesario adecuar los sistemas educativos a las necesidades de la sociedad. Pero no es menos cierto que ambas cosas no pueden desligarse de la pregunta radical sobre qué es la educación y el tipo de educación que debe llevarse a cabo.

¿Qué objetivo tiene que plantearse la escuela si quiere verdaderamente educar?
La escuela es lugar de formación de verdaderos hombres cuando es, ante todo, un lugar de cultura. Ahora bien, ¿qué es hacer cultura? Hacer cultura es captar el significado auténtico de lo que sucede. Si el hombre se contenta con reconocer la dinámica y el mecanismo de las cosas sin captar su significado, podrá llegar a construir una eficaz organización social pero nunca una civilización, un ambiente social donde se puedan abordar las dimensiones completas de la existencia humana. A esto no puede renunciar la escuela si pretende verdaderamente educar.

El mayor obstáculo con el que nos encontramos cada día dentro de nuestra labor educativa es precisamente el profundo descuido del propio yo que viven las generaciones actuales. Los chicos hoy descuidan con facilidad el contenido original de sus deseos y desconocen las verdaderas dimensiones de la existencia. Al final es como si no les quedaran otras evidencias más allá de la moda y las opiniones en uso.

Julio Anguita tras reincorporarse a las aulas señalaba: «No me vale el argumento de que a los alumnos hay que motivarlos porque se les incentiva constantemente, pero se muestran pasmosamente indiferentes. Viven anclados a los videojuegos, eso que yo llamo sucedáneos del hedonismo... Es un alumnado triste, no porque no se ría o alborote, sino porque pasa de puntillas por todo. Nunca se implica. Todos tenemos la culpa, estos jóvenes son producto nuestro». ¿Acaso no es esto un fracaso escolar?
Efectivamente, los jóvenes son un producto nuestro. La mentalidad dominante, con su poderosa fuerza homologadora, nos incita a evadirnos de la cuestión fundamental. Nunca como hoy oímos el reclamo a ser serios con los distintos aspectos de la vida: es serio el problema del estudio, es serio el problema del trabajo, el del dinero, etc. Y la educación pretende servir para preparar eficazmente al individuo ante tales retos. La ley de Calidad presenta como uno de sus puntales la cultura del esfuerzo y de la medida de sus logros, la evaluación. Nuestra experiencia en el campo educativo demuestra que se dedica mucho tiempo en clase a reclamar a los alumnos para un mayor esfuerzo, una mayor exigencia, pero la respuesta a esta acción es más bien pobre porque el esfuerzo es un medio y no se les propone una finalidad adecuada a lo que son. Hay un reclamo permanente a ser serio con todos los aspectos de la vida, pero no con “la vida”. ¿Y qué es la vida por encima de todos estos factores? Su significado. Sin un significado, sin una finalidad adecuada a las dimensiones de la existencia humana, la vida se anquilosa y se pierden las ganas de construir. Por eso encontramos jóvenes, quizá muchos serios y responsables, pero que viven a merced de las “tempestades” de sus reacciones instintivas o de las tendencias homologadoras.

Entramos en el corazón del problema...

* (la segunda parte de la entrevista se publicará en el próximo número de Huellas en noviembre)

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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