En Lugano se ha celebrado una mesa redonda sobre emigración y multiculturalidad. Entre los ponentes, figuras de prestigio como el cardenal Ratzinger y Francesco Cossiga. En medio de la confusión y la incertidumbre cultural que afecta a Occidente, una posibilidad de diálogo y de tolerancia
“Por una convivencia entre los pueblos. Emigración y multiculturalidad”: del pasado 28 de febrero al 2 de marzo tuvo lugar un congreso sobre este tema en Lugano por iniciativa de la “Asociación Internacional de Amigos de Eugenio Corecco, obispo de Lugano”, nacida para continuar su obra conforme a su ideal. La casi contemporánea y solemne entrada en Venecia, en calidad de nuevo Patriarca, del presidente de la asociación, monseñor Angelo Scola, ha dado una mayor resonancia al simposio - organizado con la ayuda de la Unión de Juristas Católicos Italianos -. La presencia de personalidades políticas como Francesco Cossiga y Roberto Formigoni, de juristas como Cesare Mirabelli, de protagonistas del mundo de la economía como Cesare Romiti y de destacadas figuras de la Iglesia como el cardenal Joseph Ratzinger y el mismo monseñor Scola aseguraba el alto nivel del encuentro.
Toda la historia del hombre está marcada por grandes migraciones en masa que en el pasado tuvieron lugar de forma mucho más trágica que las que caracterizan el fenómeno de nuestro tiempo. Pensemos, por poner dos ejemplos, en las invasiones bárbaras al final del Imperio Romano o en la colonización europea de América. Una peculiaridad, del nuevo período de grandes migraciones es que, por lo menos en esta fase inicial, no tienen carácter militar: los que emigran en masa no son militarmente más fuertes, como los hunos, los godos o los vándalos; y ni siquiera pioneros conducidos a esos lugares y después abastecidos y sostenidos por las grandes potencias del momento, como lo fueron los europeos enviados a colonizar las Américas por los Reyes de España, Inglaterra y Portugal en los siglos XVI-XVIII. Son más bien pobres que emigran individualmente o en pequeños grupos y que no tienen otra fuerza que la presión demográfica de los países en vías de desarrollo de los que provienen combinada con una correlativa debilidad demográfica y fragilidad cultural de los países altamente desarrollados hacia los que se dirigen. La enorme disparidad en el grado de desarrollo que caracteriza al mundo contemporáneo (donde hay países paupérrimos cuya renta per cápita equivale a un sesentavo de la de los países más ricos), provoca un éxodo que, a largo plazo, es irrefrenable.
En la época de la última gran inmigración en masa de Europa, la Iglesia con Gregorio Magno supo salvarse con éxito a sí misma y a la civilización europea evangelizando a los bárbaros. Actualmente, en un contexto completamente nuevo y diferente respecto al de entonces, donde entre otras cosas los avatares de la Iglesia y los de Occidente están mucho menos estrechamente relacionados de lo que lo estaban en los tiempos de Gregorio Magno, ¿qué debe hacer la Iglesia y qué debe hacer Occidente? ¿Tiene sentido hablar de absoluta singularidad de Cristo en orden a la salvación y de la Iglesia como universal instrumento de salvación por Él fundado? Frente a una realidad geopolítica multiétnica ¿cuáles son en el ámbito jurídico y religioso las bases posibles para una convivencia pacífica? La confrontación entre los pueblos no se agota simplemente en el plano socioeconómico o jurídico-religioso. El diálogo es todavía más arduo cuando se juega en un plano ético-político. Fe y cultura son realidades estrechamente vinculadas: no hay religión sin cultura y no hay cultura sin religión. No es posible conservar y desarrollar la propia identidad de un pueblo si no se tienen en cuenta ambas; pero entonces ¿sobre qué bases se puede construir una tolerancia que no sea el fruto envenenado y frágil del escepticismo? Y con este espíritu ¿en qué criterios deben inspirarse las obras de solidaridad en las que los cristianos naturalmente se comprometen al servicio de los inmigrantes pobres que provienen del mundo musulmán y de otros contextos religiosos y culturales muy diferentes del nuestro? El congreso de Lugano ha ofrecido respuestas interesantes, en el plano teórico y en el de la experiencia, a la confusión y a la incertidumbre cultural que obviamente no se pueden resumir aquí adecuadamente. A través del página de Internet www.multiculturalita.congressolugano.ch se puede reservar el libro en el que se recogerán las actas del congreso, pero ya es posible solicitar el envío de la síntesis de algunas ponencias a la dirección de correo electrónico: multiculturalita@congressolugano.ch
Aquí nos limitaremos a realizar una breve introducción a la conferencia del cardenal Ratzinger así como a ofrecer algunos párrafos de la misma. El Cardenal rescata la necesidad de distinguir entre lo verdadero y lo falso, entre el bien y el mal, términos que en la conciencia de Occidente están empañados. Ésta es la causa de su actual fragilidad cultural: una debilidad mortal que, entre otras cosas, le hace incapaz de confrontarse positivamente con los flujos migratorios de masa de los que hablamos. Estas distinciones no son semillas de intolerancia, sino instrumentos de paz, en la medida en que se comprende que «Dios es amor» (1Jn 4,8). Por eso «verdad y amor son idénticos». «Esta afirmación - concluye Ratzinger - es la mayor garantía de tolerancia; de la relación con la verdad, cuya única arma es ella misma y por tanto el amor».
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