Autor casi clandestino en Italia, católico lituano de madre judía, exiliado en París, ha ligado su nombre al Miguel Mañara, una auténtica obra maestra del siglo XX
E xtraño año el de 1912. Mientras Claudel escribía la Anunciación a María, un poeta de origen lituano e intrincada genealogía exiliado en París acometía el Miguel Mañara y Charles Péguy, también en París, publicaba Misterio de los Santos Inocentes.
Extraño año, extrañas coincidencias, extraños focos en aquel período que precedió a la Guerra Mundial y que contempló también la llegada a París del gran Ungaretti y el nacimiento de algunas de las obras maestras del amor herido, como Muerte en Venecia de Thomas Mann.
Extraña luminaria para un artista, o tal vez la única posible, la que le lleva a echar cuentas con el significado de la palabra “amor”. Siempre ha sido así: en el siglo XIV, cuando Dante escribió la Divina Comedia, en 1912, y ahora. Con la misma sinceridad necesaria, con idéntica urgencia.
También el Miguel Mañara y otras dos obras en verso para teatro se presentaban como “misterios” al estilo del teatro medieval. ¿Pero quién era este lituano singular, exiliado en París desde niño, que tomó la historia de don Miguel Mañara para crear un personaje tan fuerte y contarnos su historia con un acento tan apasionado?
Ignorado y desconocido
«En 1939 en el cementerio de Fontainebleu era sepultado un desconocido: uno de los poetas más auténticos, más insignes de nuestra lengua y de todas las lenguas. Uno de los más exigentes y uno de los fracasados más completos. Pero fracasado como Rimabaud y Verlaine, como Van Gogh. ¡Perdónanos Milosz! Vosotros estáis entre aquellos que Francia ignora hasta vuestro último aliento, para después adornarse con sus destinos tanto más conmovedores cuanto más trágicamente desconocidos; aquellos que Francia no oye cuando están vivos y que después no deja nunca de escuchar». Así escribía en 1958 el crítico André Blanchet en una revista parisina.
La cita es rescatada por el sobrino de aquel fracasado “tío de parís”, el poeta Czeslaw Milosz, premio Nobel en 1980, en un libro publicado recientemente en Italia por Adelphi, La terra de Ulro. El gran poeta dedica muchas páginas a su tío, autor también de poesías (una de las cuales aparece también en Quaderno di traduzioni de Montale), de novelas, de ensayos de temas variados, desde la alquimia a la filología, además de piezas teatrales, entre las que se encuentra Miguel Mañara.
El mismo Nobel de Literatura se pregunta en un momento determinado, al hilo de sus recuerdos: «Si, según el parecer de muchos, era un gran poeta católico, ¿por qué no aparece su nombre en las enciclopedias católicas, mientras que la Jewish Enciclopedia le dedica una voz tan larga? ¿Era un cabalista o un católico? En definitiva, ¿quién era?». Hijo de un loco y de una judía, señalada con el dedo en la tierra donde vivía, Lituania, descendiente de una abuela italiana, Natalia Tasistro, y exiliado siempre, O.V. Milosz fue un personaje extraño en la historia de la literatura.
Ya en vida tuvo un amplio círculo de admiradores, pero, como admite su sobrino, su fama no alcanzó jamás un impulso decisivo y aún hoy su obra sólo es conocida por un círculo de iniciados. Hoy día es objeto de estudios especializados en Europa y en América y algunos lo consideran uno de los mejores poetas franceses.
En París
Se estrenó como poeta a los veintidós años (Les poèmes de Dècadences), en 1899, diez años después de trasladarse con sus padres desde Czereia a París porque el padre, un explorador y alquimista, huésped asiduo de la cárcel, quería para él una educación francesa y laica. Estudió lenguas orientales, epigrafía y las traducciones de la Biblia. En 1910 salió a la luz su novela autobiográfica: L’amoreuse initiation. El título pone de manifiesto lo que será el hilo conductor de la obra y del pensamiento de Milosz, el acceso a la experiencia absoluta del amor, y la novela contiene temas y cuestiones que encontraremos en Miguel Mañara.
Son años de viajes y de estudios. Viaja a África, Inglaterra, Alemania, Rusia, España e Italia, donde en 1906 confiesa que hubiera querido establecerse («Tal vez mi verdadera patria»), en parte por el recuerdo de aquella abuela «música de talento excepcional a la que me parezco de manera sorprendente» y donde, en Venecia, vivió un gran amor del que sólo conocemos las iniciales.
En 1914 cuenta que ha tenido una «noche de iluminación» que marcará su vida. Alterna la actividad de escritor con la de diplomático a favor de su pequeña patria, Lituania, recientemente reconocida como nación. Aquella tierra, tan presente en su obra en esencia pura, como diría Valéry, es una referencia continua para Milosz, que volverá a pasar un largo período allí entre 1922 y 1924. Este exiliado cosmopolita, en palabras de su sobrino, «se diferenciaba de la masa cosmopolita actual en que no quería renegar de la herencia de los cruces de sangre». Siempre estuvo activa en él la búsqueda de una patria, como emblema de la situación espiritual del hombre moderno. Después, su obra literaria calló para reanudarse en los últimos quince años de su vida con la publicación de los que denominaba «poemas metafísicos».
La conversión
En 1924 publica Ars Magna, en el 26 Les Arcanes y algunos años después una recopilación de sus Poèmes. Es la época en que se convierte al catolicismo. En los últimos años antes de morir en su casa de Fointainebleu, en cuyo jardín criaba pájaros libres, igual que Flannery O’Connor, se dedicó a oscuros trabajos de exégesis bíblica. Entre ellos, La chiave dell’Apocalisse, que editará a su costa en 1939.
Oscar V. Milosz es un autor casi clandestino en Italia, si bien la envergadura y el vigor de su obra merecerían un mayor reconocimiento. No es casual que mereciera la atención, entre otros, de un poeta como Valéry y que Montale incluyera un texto suyo en el Quaderno di traduzioni, que compuso recogiendo sus “preferidos”. Aparte del reconocimiento en el ámbito estrictamente literario, recordemos que el entonces cardenal Pacelli escribía en 1938 refiriéndose al Miguel Mañara: «Es una evocación histórica y religiosa atravesada por un auténtico soplo de poesía y de fe».
El Miguel Mañara, publicado por primera vez en la Nouvelle Revue Francaise y por la editorial Grasset en 1912, es quizás el texto de Milosz más conocido en Italia, lo cual es lógico también teniendo en cuenta la actividad de difusión y comentario que ha desarrollado don Giussani en todos estos años.
Milosz tiene el mérito de introducirnos en este auto sacramental moderno con la concreción propia de la poesía, cuyos acentos hallamos similares a las mejores obras de Claudel y cercana a los momentos álgidos de su homónimo y descendiente, C. Milosz, premio Nobel de Literatura.
Esta obra maestra sobre el amor auténticamente humano, en una época en la que el dualismo hijo del humanismo produce formas de religiosidad vagas y abstractas, es de una valiente actualidad existencial.
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