Fuegos de guerra y terror en Tierra Santa, sucesión de tensiones y de ataques después del derrumbamiento de las Torres Gemelas, otros focos graves de violencia en África y en Extremo Oriente. Y en Italia, tensión política alimentada sin motivo e, incluso, actos de terrorismo. Los conflictos, la división y la violencia parecen reinar en una época que se jacta de ser moderna, ilustrada y nueva.
En este contexto, la tentación de la decepción es fuerte. ¿De dónde se puede volver a partir para crear unidad entre los hombres? Se creyó falsamente que para anular las tensiones bastaba anular las diferencias, que bastaba enseñar a todos que no hay nada por lo que verdaderamente merezca la pena existir, que no hay ninguna verdad que perseguir en la vida y, por tanto, ningún motivo para luchar. Los que han bebido este pensamiento en las cátedras (universitarias y mediáticas) se encuentran siendo ellos mismos autores de violencia y, por tanto, incapaces de plantear una alternativa que no sea un discurso vacío. En la época del pensamiento “débil” reina la violencia como norma de las relaciones, igual que reinó en la del pensamiento “fuerte”.
Las tres mil personas que el Viernes Santo en Nueva York siguieron la cruz atravesando el puente de Brooklyn hasta la Zona Cero, tenían claro que no es un pensamiento lo que salva al hombre, sino el gesto sorprendente del amor de Dios: la muerte de Cristo para resurgir en la carne. Para los hombres de hoy y de siempre lo que conduce a una renovación y posibilita la caridad recíproca, incluso en medio de las contradicciones de la historia, no es un discurso, sino el reconocimiento de una Presencia excepcional y más grande que cualquier teoría o ideología. El nuevo alcalde de Nueva York quiso inesperadamente estar presente en ese gesto que Comunión y Liberación propuso a la ciudad. Un judío no practicante en una iniciativa católica. Además, el Papa envió un mensaje personal.
La historia, contra cualquier reducción a escenario de batalla, vuelve a empezar siempre desde la caridad que Dios enseña a los hombres desde la Cruz. El Vía Crucis en la Zona Cero - como todos los demás Vía Crucis del pueblo cristiano - ha manifestado a todos que no se puede comprender nada del Ser, ni de las Torres Gemelas, ni de cualquier otra cosa, sin caridad, la única palabra que salva enteramente la historia humana, si la gente la asume con sinceridad inteligente. Caridad y, por tanto, posibilidad de unidad y de paz. Un ecumenismo real que la propuesta cristiana realiza con quienes se acercan a ella como les sucedió a los centenares de personas que se sumaron espontáneamente al camino detrás de la cruz en Nueva York.
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