Reforma Berlinguer, historicismo, disimetrías, cultura católica y no católica, Juan Pablo II... En una sala abarrotada, Ernesto Galli Della Loggia y Antonio Socci debaten sobre el tema “¿Por qué estudiar la Historia?”
Antonio Socci, columnista de Il Giornale, y Ernesto Galli Della Loggia, profesor de Historia de los Partidos y Movimientos Políticos en la Universidad de Perugia, desbaratan la reforma Berlinguer: «Mirando a la enseñanza actual - dice el editorialista del Corriere della Sera - me parece que el pasado interesa hoy cada vez menos. En los recientes programas ministeriales la Historia ha sufrido una fortísima y drástica modificación. Se ha puesto el énfasis en el siglo XX, un siglo que parece decisivo tan sólo para los que contemplan la Historia de forma ideológica, para quien la considera un sucedáneo de una educación cívica “políticamente correcta”. Los eventos políticos han impedido a Berlinguer hacerlo peor de lo que lo ha hecho, con la contribución activa de una parte de los presentes, si no me equivoco...». Se produce un aluvión de aplausos.
Galli Della Loggia tiene ganas de discutir con el público del Meeting, que está, por un lado, conforme, y por otro, molesto; pero él, como historiador, da las “gracias” a la platea.
Y Socci lo ensalza, hablando de él como del interlocutor ideal, mucho más cualificado que muchos historiadores “católicos” que circulan con el freno de mano puesto: «En Galli Della Loggia veo una libertad radical de los prejuicios y una capacidad tal de estar “interesado lealmente por los hechos” - como decía Annah Arendt - que me lleva a considerarlo como el signo de un pensamiento liberal que no se expresa ya con las ideologías, con los prejuicios que hemos conocido en los decenios pasados». En este intercambio de cumplidos, el profesor subraya que el historicismo que invade todas nuestras disciplinas - humanísticas y científicas - «es un punto de vista que proviene esencialmente del cristianismo. El mundo clásico no conocía este tipo de relación tan estrecha y causal entre el pasado y el presente. Creo que todavía hoy esta es una de las principales diferencias entre el mundo occidental y las demás civilizaciones».
Manuales escolares
El tema era: “¿Por qué estudiar la Historia?”. Pero en seguida deriva hacia otro más actual: ¿Cómo estudiarla? Los manuales escolares - asegura Galli Della Loggia - no ayudan: «Pueden leerse repertorios de figuras, metáforas, alusiones e increíbles evasivas. Desde 1989 muchos editores, cuya conciencia no debía estar muy tranquila, se precipitaron a modificar los libros». Socci lanza de nuevo la pelota al otro campo: ¿Qué opina de la historiografía católica? «Como buena parte de los intelectuales católicos de los últimos 50 años, ha permanecido totalmente atemorizada». Ciertos libros, ciertos textos - dice Galli Della Loggia - no se escribieron nunca porque imperaba la amenaza de una excomunión intelectual: «Creo que la explicación tiene que ver con los mecanismos concretos de la hegemonía cultural: a nadie le gusta que sus colegas le destruyan; a todos les place hacer un poco de carrera académica, poderse expresar y, por tanto, se suele estar bien atento a lo que se escribe. El mundo católico no ha sido capaz de producir nada que pudiese oponerse a la cultura dominante: periódicos, editoriales importantes... Por lo demás, la hegemonía de las castas intelectuales es algo totalmente extraño a la historia del catolicismo».
En Italia, «este pequeño país entre otros países del mundo - dice Galli Della Loggia -, la historia de los años noventa se ha desarrollado de forma totalmente paradójica: los que tendrían que haber sido etiquetados como los perdedores han llegado al poder, y esto nunca se lo habrían podido imaginar cuando estaban en el bando de los perdedores». ¿Cómo ha sucedido?, le pregunta Socci. Existen razones políticas y judiciales, pero también hay un factor de fondo, una disimetría que se debe investigar sin prejuicios: «Nuestra casta intelectual tiene una fortísima dificultad a la hora de establecer una relación de equivalencia - que no quiere decir igualdad - entre nazismo y comunismo. Cualquiera que, por ejemplo, haya tenido que ver con el fascismo en 1944 - aunque se tratara de un joven republicano de dieciséis años - estaba obligado a dar una respuesta sobre Auschwitz. Sin embargo, a alguien que haya tenido un vínculo más estrecho y más duradero con el comunismo no se le piden cuentas de los millones de muertos que el comunismo ha causado en Rusia».
Dos razones
¿Por qué?, se pregunta Galli Della Loggia. «Por dos razones fundamentales: primero, porque para derrotar al nazismo necesitamos a la URSS; segundo, porque era necesario hacerse perdonar la política de cesiones hacia los países fascistas que desarrollaron muchos estados occidentales. Esencialmente, se produjo un intercambio, una especie de tácito lavado de conciencias». Un hombre como Norberto Bobbio comprendió en seguida el veto que pesaba sobre esa comparación, es decir, que equiparar nazismo y comunismo significaba convertirse en un tipo poco recomendable - y esto lo digo maliciosamente, porque él sabía bien que podía establecerse tal equiparación - y que muchísima gente se había pasado de un campo al otro por razones que en algunos casos no resultaban innobles».
Socci enarbola una cita venenosa, de las que hacen frotarse las manos al auditorio: «Hablando del historiador Renzo De Felice y de su editor Giulio Einaudi, usted dijo una vez: “En mi opinión no habrá leído más de seis o siete páginas en su vida”. Por tanto, existe, además, un problema de ignorancia. ¿Qué tipo de conocimiento del hecho cristiano tiene la casta intelectual?»
Galli Della Loggia recoge la lanza e invierte el juego: «No muy superior al que la otra parte tiene de la cultura laica. (...) La retórica al uso del personal religioso en muchas ocasiones no comunica nada. Es leñosa y rancia. Y eso significa que se han leído pocos libros». A pesar de los muchos debates entre teólogos, periodistas y ex alcaldes, arraiga una radical ignorancia: «La parte laica ha vencido la batalla política, lo que la ha confirmado como más apta culturalmente. Sí, desde luego, existe una ignorancia católica».
Juan Pablo II
El balance histórico no puede sino cerrarse con Juan Pablo II. ¿Qué piensa usted de sus mea culpa? - pregunta el periodista.
«Por una parte, tengo una cierta impresión negativa. Al pedir perdón, el Papa genera un fortísimo prejuicio histórico: la idea de que fuera posible que la Iglesia no hiciera las Cruzadas, no crease la Inquisición o no bautizara a la fuerza a los indios. Situar las cosas en el plano del perdón cancela todas las razones históricas: es el triunfo de un punto de vista moral sobre la Historia, cosa que para alguien que desarrolla mi profesión es inaceptable. Sin embargo, en realidad, quien se humilla se exalta, quien pide perdón es más fuerte que quien no lo hace. Nadie en el siglo XX ha pedido perdón: ni Hirohito, ni los nazis, ni los miembros del Politburó. La Iglesia es candidata a ser la única y verdadera autoridad moral del siglo XX».
El último cambio de ritmo es de Socci, que cierra el debate con una pregunta: «¿Cuál es la fuerza que no necesita tener razón sobre los hechos de la Historia para ser fuerte? Mantengamos ahí esta gran pregunta, pues merece ser pensada. Porque si, por una parte, el pensamiento católico tiene interés en difundir y en hacer comprensible la propia visión de la Historia, por otra impresiona que la autoridad máxima de la Iglesia mire al pasado no con una preocupación hegemónica, sino haciendo memoria de un hecho que salva todas las miserias y las infamias eventuales que los seres humanos han cometido». En el fondo, esta es la verdadera raíz de un diálogo libre, como lo es este que se ha producido en el Meeting de Rímini, entre personas de distintas opiniones.
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