Publicamos unos pasajes tomados de la asamblea del Equipe del CLU celebrada en La Thuile a comienzos de septiembre. Se trata de respuestas que guían el camino en la universidad
Me gustaría entender por qué dices que la realidad es positiva. Me parece excesivo hablar en estos términos. Por otro lado, no comprendo si esta positividad es innata en mí o si se obtiene a través de la compañía.
Giancarlo Cesana: No sé si habéis leído La Anunciación a María. En la parte final hay un comentario de Rondoni en el que cita una frase de Claudel: «Para el vuelo de una mariposa es necesario el universo». Esto significa que sin la realidad tú no existes, que sin el agua, el aire, sin relaciones, sin comida, es decir, sin lo que te rodea, no existes. Sin esta correspondencia entre tú y lo que te rodea, no existes. Es lo que significa «inexorable positividad de la realidad»; que la realidad corresponde contigo o, por lo menos,originalmente, corresponde. Don Giussani siempre lo explica con un ejemplo que he citado también en la Asamblea de los Responsables: si salieras del vientre de tu madre con la conciencia que tienes ahora mismo, al abrir los ojos te asombrarías de lo que normalmente no te asombras. Si no existiera todo lo que hay a nuestro alrededor, no existiríamos. Todo es para nosotros, para mí. Esto es la «inexorable positividad de la realidad».
Después vienen los aspectos en los que la realidad parece ir contra ti, o, al menos, en los que se nos presenta de un modo hostil. Tú mismo encuentras contradicciones en ti y en los demás. Todo esto implica el misterio del pecado original. Don Giussani suele decir que en nosotros hay un veneno del que somos cómplices. No sé si le habéis visto en el Meeting hablar de lo que nos oprime, de este sentimiento de culpa y de pecado. Hay un veneno en nosotros del que somos cómplices. Un veneno que trasmitimos a lo que tocamos hasta hacer que las cosas se vuelvan hostiles. Sin embargo, ante esta contradicción surge la opción decisiva de la razón: ¿qué es la realidad, qué es lo que la constituye? ¿Es la correspondencia original que yo siento y me hace vivir o es la contradicción que lleva dentro? Si fuera cierta la segunda respuesta no valdría la pena vivir, no habría ningún motivo para vivir, porque seríamos, en definitiva, muertos vivientes. Como decía Shakespeare, «Es larga la agonía de la vida». Así todo sería absurdo, no habría razón para nada. Pero, precisamente porque tenemos la experiencia de algo que corresponde, de que «para el vuelo de una mariposa es necesario el universo», la razón no puede dejar de afirmar la positividad que existe en la realidad. Vosotros sois una generación que no sabe qué es estructuralmente la razón. ¿Por qué? Porque la emoción prevalece sobre todo lo demás. Y si la emoción es negativa, la realidad deja de existir. Por ejemplo: si te deja tu novia, se acaba el mundo; si te suspenden un examen, estás una semana deprimido. De este modo la realidad nunca es positiva. Se trata de una fragilidad de la razón. La razón percibe la positividad como el único motivo para vivir, para reconocer las relaciones y el significado de la vida (porque la mujer a la que quiero no es una mosca, ¿entendéis?, y yo no soy un gusano). Precisamente porque el hombre afirma el carácter positivo de la realidad puede decir: «¿Quién ha hecho todo?». Y busca la respuesta del misterio que está en las cosas. Busca la respuesta sin la cual la vida está incompleta.
Tenemos tanta necesidad de una respuesta que si alguien no la encuentra, entonces se la inventa. Construye su dios o su ídolo, es decir, aquello que cree podrá solucionar su vida. Y obramos así porque la realidad es positiva. Si no, no viviríamos: hay una «inexorable positividad en la realidad».
Don Pino: Quisiera responder a la segunda parte de la pregunta. Tu corazón es parte original de la realidad, y esto es así para todos. De hecho, ¿qué ocurre cuando cedemos al sentimiento y a la emoción? Que se bloquea el dinamismo original de la correspondencia. Podemos decir que la realidad existe incluso ante la mayor contradicción, ante la muerte. Pero, ¿qué sucede? Que ante la contradicción surge un grito. ¿Por qué gritamos? Porque llevamos algo dentro que clama al infinito, que anhela la felicidad. Amar significa decir al otro «tú no morirás», y esto forma parte de la estructura de mi humanidad. Es lo que llamamos “el corazón”: razón y afecto. Ceder a la emoción, como decía antes Giancarlo, quiere decir dejar de usar el corazón. Pero, ¡atención! El corazón no existe porque participemos de la comunidad. El corazón es tu corazón. Es ese conjunto de exigencias y evidencias con el que te levantas por la mañana y afrontas el día. El deseo de felicidad es tu deseo. Esto hace del hombre algo absolutamente original y de la vida un descubrimiento, una aventura que comienza cada mañana.
El problema es que hoy se ataca precisamente esto. Es el famoso ‘efecto Chernobyl’. La fragilidad que llevamos dentro nos confunde, estamos en connivencia con ella, tergiversamos la potencia del deseo, lo reducimos a sentimiento. No obstante, la realidad existe y despierta continuamente tu corazón. Quiero haceros notar que la positividad inexorable de la que hablábamos ayer va unida al límite. Sin embargo, el límite, la culpa, el pecado, no cancelan, no destruyen lo que de original hay en nuestro deseo. Lo exacerba más. Impele a esperar a alguien que te salve y te libere. Llevamos cincuenta años luchando en este sentido. Giancarlo lo decía en su testimonio en las vacaciones de los sacerdotes del movimiento: si hay algo extraordinario en nuestra vida, en nuestra experiencia, es que don Giussani nunca ha tenido miedo del deseo del hombre, jamás ha tenido miedo del riesgo que implica, porque tener en cuenta el deseo, tener en cuenta el corazón, desde el punto de vista de la actitud humana, comporta un riesgo. Implica una apertura, un apuesta por la libertad, implica concebir el uso de la razón como conocimiento afectivo, como pasión, apego, capacidad de estar ante lo que existe. El corazón es tuyo y nadie te puede sustituir en el riesgo que conlleva, nadie. Se ve claramente en el encuentro con Cristo: hay quien secunda la correspondencia inicial y quien dice “no”. El corazón como capacidad de juicio, como capacidad de pregunta, como estructura originaria de deseo, es infalible. La comunidad y la amistad son un instrumento para ayudarte a comprender, para provocarte a entender, una ayuda para que utillices como criterio tu corazón.
Querría saber qué implicaciones tiene y qué significa para ti la frase de Giussani en su intervención del Meeting: «Tú me has mortificado para que yo pudiese decir con mayor verdad las palabras “Jesús mío”, “Señor mío”».
Cesana: Para mí quiere decir que asumo como mío el misterio de la vida, porque la vida es un misterio, gran confusión, es decir, algo que se ve y se toca, pero ante lo que no podemos quedarnos sentados, porque estamos intranquilos, vertiginosamente intranquilos.
A través de nuestra nada «Polvo eres y en polvo te convertirás» reconocemos a Dios, al sentido de todo el universo. Y la vida es este gran misterio. El deseo no es un mero sentimiento o una emoción, es «voluntad de poseer», es una capacidad, un poder. Ante dicha voluntad de poseer, ante la capacidad del hombre de percibir el infinito, resulta interesante lo que dijo el rabino Kopciowski en el Meeting: «Dios eligió a Abrahán porque Abrahán había elegido a Dios».
Pues bien, esta vertiginosa condición constata que el deseo no siempre se cumple e incluso se contradice. Se contradice a pesar de la positividad y la correspondencia que entraña la realidad. Querrías que se realizara lo que has soñado durante tanto tiempo y, sin embargo, no sucede. Querrías una vida que discurriera según lo que deseas y, de repente, se quiebra.
Pero el deseo debe tener una respuesta, como señalaba Dostoievski el Los hermanos Karamazov: «Yo no puedo morir hasta que la promesa se haya realizado, porque si la promesa se cumpliera sin mí deberíais resucitarme». El deseo no puede dejar de cumplirse. Entonces, ¿qué hacer? Es preciso abrazar el Misterio, porque el deseo se cumple en Él. Es, ciertamente, una actitud vertiginosa, a no ser que este misterio tenga un nombre, una historia, un cómo, un dónde, un quién, se llame Cristo. Entonces el misterio se vuelve mío a través de ese nombre y de su historia. Por ello hay que dar la vida por la comunidad, ya que es el único lugar que yo conozco donde mi deseo puede cumplirse. No puedo renunciar a mi deseo, éste debe cumplirse, a pesar de que lo haga de un modo que yo no preveo.
Decir «Cristo mío» quiere decir aspirar al cumplimiento. Estamos juntos para reavivar el deseo.
Si no existiera el deseo no se buscaría la respuesta y, paradójicamente, como escribe don Giussani, cuando el deseo se vuelve contra ti el problema de encontrar una respuesta se agudiza y se dirige al único lugar donde se puede hallar solución, a la única realidad que puede respondernos.
Nosotros percibimos el Misterio y reconocemos su nombre, por lo que podemos decir: «Cristo mío», «mi comunidad», «mi historia», «mis amigos»... Todo lo que vivo, todo lo que veo es mío. Porque, «si no fuera mío, no sería de nadie» o, lo que es lo mismo, «si no es mío, no me interesa».
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