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Huellas N.4, Abril 2001

EDUCACIÓN

¿Padres o expertos?

M. Carmen Carrón

Muchos padres pasan la mayoría de su tiempo ocupados en el trabajo y la escuela les resulta útil para tener “ocupados” de igual forma a sus hijos. Dejan a la escuela y a sus inquilinos en manos ajenas, asumiendo sólo implícitamente los riesgos que esto comporta. Sin embargo, el bien primordial de la educación les urge a todos aun dentro de su aparente renuncia a educar


H oy los niños crecen con la experiencia de que su educación y trabajo son tan sólo cosas suyas. No les queda más oportunidad que confrontarse con los iguales a su alrededor. Los adultos no tienen tiempo y tampoco, quizás, un ideal querido, en virtud del cual formular una propuesta a la que se puedan adherir los jóvenes con toda su creatividad. Valga un ejemplo. El curso pasado, cuando le pedí a un alumno de dieciséis años que sacase el cuaderno para trabajar en clase, contestó: «No te metas en mi vida». Esta fue su reacción debida a la inculcada costumbre de “hacer lo que les da la gana”.

El buen salvaje
Los poderes sociales, económicos y publicitarios, reforzando el mito de la autonomía-libertad, propugnan el “buen salvaje” con todas sus marcas, videojuegos, revistas para adolescentes y mitos del cine. Por otra parte, es obvio que la escuela es la institución creada para la difusión de la cultura, pero ¿qué tipo de cultura difunde? ¿Al servicio de quién está?
El constructivismo defiende que los niños son “protagonistas del proceso de aprendizaje” y así los profesores les enseñan que son ellos los que deben decidir qué y cómo quieren estudiar.
Sin embargo, se da una contradicción, pues por un lado se les obliga a decidir como adultos, y por otro, padres y profesores les tratan con infantilismo y falta de autoridad. El resultado es que los dejamos en la peor disposición para enfrentarse a la vida (cf. «En un sistema constructivista», en Huellas n. 3 - 2001, pp. 53-55).

De rebajas
Para el constructivismo, el aprendizaje debe ser un juego, eliminando de raíz todo lo que suponga esfuerzo. No se piensa en el daño que se les hace, pues como no siempre es así, esta mentira, tarde o temprano, produce sus consecuencias. El constructivismo parte de una concepción antropológica psicologista y es la cultura dominante la que define las normas de subjetivismo psicologista.
Trasladado a la escuela, el conocimiento de la materia es lo accesorio, lo que primero ha de tener en cuenta el profesor es la didáctica en función de la psicología. Así, no se trata de aprender quién era Cervantes sino de cómo llegar a saberlo. Se trata de “aprender a aprender”: el énfasis se pone en el proceso de aprendizaje.
Esto ha llevado a que los profesores necesiten saber poco más que los alumnos y que los colegios se hayan transformado en una especie de escuelas de formación profesional donde todo debe aprenderse por mera práctica. Lo cual está bien para aprender a conducir, pero no a pensar. Por ejemplo, una asignatura de nombre tan significativo como “Transición a la vida adulta y activa” no se refiere al aspecto educativo sino al campo laboral, esto es, a contratos, currículum y entrevistas de trabajo.

El mito de la igualdad
Al evaluar, la objetividad de los contenidos de la materia deja sitio a la subjetividad de las apreciaciones personales. Se sustituyen las notas ligadas a contenidos por la evaluación continua dependiente de la observación del profesor. Y ésta es tanto más arbitraria cuanto más se condiciona al porcentaje de aprobados requeridos por las administraciones educativas para eliminar el fracaso escolar.
Otro dogma de nuestro sistema, que más y mayores problemas escolares acarrea a nuestros alumnos, es el mito de la igualdad, por el cual no se puede distinguir entre alumnos dotados y no dotados, entre los que saben y los que ignoran. La mentalidad al uso se toma muy mal esta diferencia, y reduce cada vez más las exigencias culturales en la vida escolar.
Los alumnos que tienen un interés verdadero por el estudio sufren estoicamente la ambigüedad de las notas hasta que llegan a primero de la ESO, cuando se les califica el examen con un número. ¿De qué forma un juicio claro y verdadero puede dañar al alumno?

Aburridos
Algunas asociaciones de padres utilizan este mito no para escolarizar a todos con garantías de igualdad, sino como argumentación pedagógica para defender que debe existir un solo itinerario y un solo título a lo largo de toda la ESO. Parece razonablemente extraño que los políticos del sector y las APAS, las asociaciones de padres, debatan este tipo de cuestiones de alta repercusión sobre nuestros alumnos, con los mismos planteamientos y estrategias con que se negocia la subida salarial en el sector de la construcción.
Mientras, entre los alumnos ni educados ni enseñados crece exponencialmente el porcentaje de los que se aburren en los centros. ¿Qué puede hacer un chico que no trabaja durante seis horas al día durante cinco días a la semana? Tratar de librarse lo más posible de esta situación: metiéndose con los compañeros, los profesores o el conserje, haciendo grafitis o rompiendo material. También en este aspecto, muy a menudo el profesor se mantiene al margen y entra lo menos posible a juzgar las cuestiones entre los chavales.

Tener lo esencial
La cultura en la que se asienta el constructivismo parte del principio roussoniano de que “el hombre es bueno por naturaleza y la sociedad lo pervierte”. La experiencia contradice esta tesis. La sociedad empieza en la familia. La perversión se observa precisamente en cómo los niños, en nombre del principio roussoniano, son abandonados desde muy pequeños a su instintividad y a esa espontaneidad natural que se ha convertido en otro grave error educativo que termina pagando el niño, la familia y la escuela.
El psicologismo reinante - «hay que tener cuidado porque con cualquier norma les traumatizamos y les creamos complejos» - deja a los padres en una situación realmente difícil. En el mejor de los casos, se preguntan qué pueden hacer por sus hijos si no son profesionales y no se consideran capacitados. En otros casos, el afecto se manifiesta a través de la famosa frase: «Que mi hijo tenga lo que yo no he podido tener». Es curioso como esta afirmación ha cambiado de referente. Para muchos, se reduce al aspecto material. Para mis compañeros y para mí el esfuerzo que aprendimos a valorar en nuestros padres es que trabajaban para que nosotros tuviésemos una cultura a la que ellos no habían podido acceder. Esto iba parejo con un acompañamiento educativo que potenciaba nuestro interés cultural, que podía significar, según los casos, desde una corrección o un castigo oportuno hasta una felicitación. A través de estos gestos, uno tenía la experiencia de ser educado y amado verdaderamente.

Pánico y retirada
Es curioso observar como la palabra ‘trauma’ va ligada a someter a alguien a algo que está más allá de sus posibilidades. Esto es verdad. Pero hemos llegado a tal extremo que para no equivocarnos nos retiramos, nos produce tanto pánico equivocarnos que no educamos. Así dejamos de sufrir o juzgar si lo hacemos bien o mal. En los temas educativos es saludable preguntar si uno no sabe, porque nos jugamos mucho. Una psicóloga contaba en un artículo que había tratado a una chica de 19 años que tenía tal conciencia de fracaso que llevó a cabo un intento de suicidio. Sin hacer causa directa de ello, la pregunta que la chica se repite es: «¿Por qué no me exigían?».
La naturaleza se rebela si las exigencias constitutivas de la persona no se responden. Los niños, cuyas exigencias están a flor de piel, necesitan ser provocados continuamente con la pregunta más educativa: ¿Qué tienen que ver contigo los planetas, las tablas de multiplicar y los verbos?

Personas y significado
La educación y la enseñanza deben ir a la par y servir al mismo fin que es el niño, su crecimiento y su felicidad. De lo contrario sólo sirven para que se perpetúe cierta clase de poder. Dejar nuestro lugar al Estado para que eduque a nuestros hijos es abandonarles en manos ajenas y perdernos la grandeza que supone la experiencia de acompañar a otros a introducirse en lo real y proponerles el significado por el que se vive, lo único que permite que cada cosa se conozca en su esencia verdadera.
¿Quiénes pueden hacer esto? Los que tienen para sí y para su vida una hipótesis de significado capaz de abrazar toda la realidad. Buscar dicho significado o tenerlo se manifiesta en una tenaz alegría, signo irreductible de las personas que desean asumir su responsabilidad educativa sin diluirla en otros, sea sociedad o Estado. Hay muchos padres y educadores así, también en este tramo confuso de la historia de nuestro país.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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