Tras la muerte de sus padres, se encuentra solo y con cuatro hermanos pequeños a los que cuidar. Sus amigos del movimiento le ayudan a proseguir sus estudios y lleva una vida feliz hasta el 27 de diciembre pasado
Fidelis. Su nombre lo dice todo. Fidelis: fiel.
Fidelis vivía con su familia en el barrio de Maroko, en Lagos. En 1988, cuando estudiaba bachillerato, conoció casualmente a un grupo de personas que le propusieron quedar para hablar de la vida y para compartir una experiencia nueva y poco conocida: la del movimiento de CL, que a través de las chicas de la casa de los Memores Domini estaba naciendo también en Nigeria. Se adhirió enseguida al grupo de Gioventù studentesca, empezando así a frecuentar la escuela de comunidad, la caritativa, las tardes de estudio juntos, las veladas en compañía. En 1990 el barrio de Maroko fue demolido y no mucho tiempo después sus padres murieron. Se encontró solo, sin muchos medios para sobrevivir y, sobre todo, con cuatro hermanos pequeños a su cargo. Él seguía teniendo un sueño: continuar sus estudios. Pero, ¿cómo podría hacerlo? Unos tíos de un pueblo cercano a Makurdi (a unas diez horas en coche de Lagos) decidieron acoger al hermano y las hermanas de Fidelis. Sus amigos quisieron ayudarle económicamente para que continuara sus estudios, y así se matriculó en la facultad de Comunicaciones en la universidad de Makurdi. Si no hubiera sido por esos amigos...
A pesar de su lejanía, no estaba solo: implicaba a otras personas - incluyendo a una profesora de idiomas, Josephine - que empezaron a reunirse en una nueva escuela de comunidad. Un par de veces al año conseguían verse todos juntos: la comunidad de Lagos y la de Makurdi.
Tambores y guitarra
En 1997 termina sus estudios en la universidad. Vuelve a Lagos y se aloja en un apartamento que comparten algunas personas que trabajan en la Clínica St. Kizito. Entre un trabajo y otro, decide continuar sus estudios y se matricula en la facultad de Derecho de la universidad de Lagos. Pero no es el típico que se pasa todo el día metido entre libros: es uno de los miembros destacados del coro, y reparte su tiempo libre entre la parroquia y los compañeros de la universidad. Y toca espléndidamente los tambores y la guitarra. Un amigo que te implica, que te hace reír con sus bromas, un amigo con el que te gusta estar.
Permanece en él la preocupación por sus hermanos que, aunque ya han crecido, no son todavía autosuficientes. Viven aún con sus tíos, pero Fidelis no puede contribuir mucho a su manutención (casi no consigue mantenerse a sí mismo). Antes de las Navidades del 2000 decide ir a visitarles. «No se puede ir al pueblo con las manos vacías», repite con insistencia, mientras se ocupa de comprar regalos para sus hermanos. Sólo queda organizar el viaje, incómodo y largo. Joy, una nueva amiga que viene de Makurdi para trabajar y continuar sus estudios - en vez de ser entregada como tercera mujer, para aliviar gastos a la familia - quiere volver a su casa por Navidad. Al final deciden, sin embargo, viajar en fechas distintas. Fidelis parte el 27 de diciembre. Su vuelta está fijada para el 3 de enero, fecha en que se reanudan las Clases en la universidad.
Vuelta a Makurdi
Pero el 3 de enero Fidelis no llega. Y no llega tampoco una semana más tarde, con Joy. Nadie tiene noticias suyas. En la estación de autobuses averiguan que el 27 de diciembre el autobús que iba a Makurdi sufrió un accidente. Durante otros tres días no se sabe nada. Las noticias son vagas: es necesario por lo menos saber el lugar exacto del accidente, el estado de los pasajeros. Tres días de oración. Después llega la noticia: seis personas murieron en el accidente. En la pequeña comunidad de Lagos se suspende todo: el estudio, el trabajo, los preparativos para la fiesta de los 50 años de Gabriella, una de las Memores de la casa de Lagos. Finalmente la dolorosa confirmación: Fidelis murió en el accidente. «¿Qué es lo que nos pides con esto que ha sucedido? ¿En qué quieres que cambiemos?». Esto es lo que se preguntan sus amigos, que no pueden dar respuesta a este gran dolor. «¿Qué nos pides?» es como decir «¿Qué sentido tiene?», porque tiene que existir un sentido para este dolor.
Junto a sus padres
Fidelis, muerto en el acto, había sido sepultado en el lugar del accidente porque nadie había “reclamado el cadáver”. Un drama sobre otro. Sus parientes y Josephine, una vez obtenido el permiso para transportar el cuerpo de Fidelis al pueblo cercano a Makurdi para una digna sepultura, lo entierran en un pequeño bosque junto a sus padres. Muchos han rezado por él en Lagos, en Makurdi, en el pueblo: los amigos de la comunidad, los compañeros de universidad, o los que simplemente le conocían. Hasta el Nuncio apostólico puso la capilla de la nunciatura a nuestra disposición y el coro cantó para él.
De todos los lugares del mundo han llegado a los amigos nigerianos mensajes de las comunidades del movimiento. Es distinto vivir los hechos trágicos de esta forma.
Joy escribía así a Clara, de la casa de las Memores de Lagos: «Al igual que sucedió con Enzo, Emilia o Francis en Uganda, si el Señor permite este sacrificio es para hacernos más conscientes de que Él es el Señor».
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