Desde la «tierra desolada» de Eliot, donde los católicos son el 10%, nos llega la historia de la comunidad británica de CL, que empezó con la experiencia en la Fisher House de Cambridge para llegar hoy al corazón económico de la capital
Londres. Las sanguinarias guerras entre los Tudor y los Stuart, el teatro de Shakespeare, los antojos de Enrique VIII, la revolución industrial, el hollín londinense, el príncipe Charles en kilt, los autobuses de dos pisos, los puestos callejeros de Notting Hill, la Cena en Emaús de Caravaggio en la National Gallery. Estas son las cosas que vienen a la cabeza cuando nuestro pensamiento cruza el Canal de La Mancha. Sin embargo, eso no es todo. Entre las calles de la City y sus ajetreados hombres de negocios o entre las filas de casitas que se extienden todas iguales en los suburbios de la ciudad, se puede descubrir algo completamente nuevo.
Aquí el movimiento ha nacido literalmente como “movimiento”, un ir y venir continuo de personas que, desde mediados de los años 80, ha empezado a dibujar el mapa de una historia nueva en Gran Bretaña.
Cambridge
Una bióloga brasileña y una bibliotecaria de Turín. Ana Lydia y Ellis. Se conocieron en Cambridge en 1985. Ana Lydia fue allí para hacer el doctorado en Ciencia de la alimentación, procedente de la casa de los Memores Domini de San Pablo. «Don Giussani - nos cuenta Ellis, actual directora de la biblioteca de la Universidad Católica de Milán - no quería dejar a Ana Lydia sola, y menos sabiendo que a su alrededor se había formado un grupito de personas interesadas en nuestra experiencia. Yo ya había estado en Cambridge unos años antes de licenciarme y me había impresionado mucho la eficiencia de las bibliotecas inglesas. Era sólo una idea, una intuición. Pero don Giussani enseguida la volvió operativa y me puso sobre la pista. “Entonces, ¿por qué no escribes a la University Library of Cambridge?”». La carta de respuesta no tardó en llegar en forma de contrato por un año. «Me marché a comienzos de enero de 1985. Junto a Ana Lydia empezamos a levantar esta mini casa del Grupo adulto». Casa que enseguida se convirtió en punto de referencia para todos los amigos que iban conociendo en la Fisher House, la capellanía católica de la universidad. «Tras las horas de estudio - explica Ellis -, algunos seguían a Ana Lydia hasta nuestra casa; después empezaron a quedarse a las Vísperas, y luego también a cenar. Entre ellos estaba John, un chico canadiense con sangre friulana en sus venas (tiene antepasados de Friuli, Italia, ndr.). No dejaba de hacernos preguntas; cada día daba un paso más en nuestra historia». En la Fisher House se celebraron las primeras escuelas de comunidad: «Era siempre una empresa ardua - sonríe Ellis -, porque entonces casi no había textos traducidos. Nos llegaba alguna cosa de Uganda, pero enseguida John se atrevió con las primeras traducciones, sentando las bases de una gran carrera ¡y de un servicio impagable para todo el movimiento de lengua inglesa!».
Doce meses más tarde les llegó a algunos la hora de hacer las maletas: a John, que iba a trabajar a la Universidad McGill deMontreal, a Ellis, a quien se le terminaba el año de excedencia en la biblioteca del Politécnico de Turín, y a Ana Lydia, que había terminado su doctorado. A los amigos ingleses que habían conocido, entre los que estaban Mandy, Chris, Triscia y Heraldo, les pareció el principio del fin. «En las vacaciones internacionales de Corvara - cuenta Ellis - flotaba en el ambiente de nuestro pequeño grupo un cierto desasosiego. Me acuerdo que Ana Lydia le confió al padre Tiboni: “es imposible que nazca el movimiento en Inglaterra”. Él contestó: “pues si es imposible, ¡entonces hay que hacerlo!”. Dos horas después don Giussani me detuvo por los pasillos y me dijo: “Acabo de conocer a una chica inglesa pelirroja. Es lista. Aunque sólo fuera por ella vale la pena ir allí todos los meses”. Dicho y hecho. Durante los años siguientes , un viernes al mes tomaba el avión y volaba a Londres». El movimiento continúa.
En York, pequeña ciudad de la campiña inglesa, la historia parece repetirse. En 1988 llega por razones de estudio Gianmaria, joven licenciado en Económicaas en Milán. Enseguida crea un grupo con algunos estudiantes ingleses: Amos, Dom, Roger, John y Jackie. Un lazo que no se rompe con los años; antes bien, se estrecha y robustece. Hoy, uno de ellos vive en la casa de los Memores; los demás se han casado y viven en Londres.
En el corazón de Londres
A unos años de distancia de aquellos primeros pasos, los escenarios han cambiado. Una cadena de amistades, encuentros y nuevas incorporaciones ha elevado el número a unas 100 personas, concentradas sobre todo en Londres. «Si en los tiempos de la universidad nos contábamos con los dedos de una mano - dice Amos - ahora necesitamos una libreta de direcciones». Una casa de chicos de los Memores Domini, una veintena de familias, algunos jóvenes trabajadores y un puñado de estudiantes universitarios esparcidos por varias universidades del reino. Poca cosa para quien está acostumbrado a juzgar por los números; y una abundancia de gracia, para quien recuerda que aquí los católicos son el diez por ciento, que hace sólo 150 años que son libres para profesar su fe, y que cuesta bastante encontrar una iglesia católica. «En la City, donde trabajamos la mayoría de nosotros, - cuenta Ettore, directivo de la filial londinense de la Banca Nazionale del Lavoro - hay sólo una iglesia católica, donde se celebra a la una la única misa de diario. La primera vez que fui no sabía bien lo que me esperaba, pero desde luego no creía que me encontraría con casi trescientos señores de corbata en la cola para recibir la comunión, distribuida por un sacerdote anglicano convertido al catolicismo». Cuando este sacerdote abrazó la fe católica, su “párroco anglicano”, con ochenta años, comprendió sus razones y le siguió. Ahora es su coadjutor en la capilla de la City. «Las iglesias católicas inglesas - explica Chris, de origen galés, abogado de la City - están llenas, porque aquí el que es católico es practicante y cuando entra en la iglesia sabe bien lo que tiene delante. La Iglesia anglicana, en cambio, ha perdido a su pueblo y permanece sólo como institución». Pero también los católicos tienen tarea. «Todo lo que era bueno debéis luchar por mantenerlo. (...) La Iglesia debe edificar de continuo». Así exhortaba Eliot a los obreros de la Iglesia en los Coros de La Piedra. «Será a causa de la influencia del protestantismo, agravada por siglos de clandestinidad - cuenta Mandy -, pero si hay una palabra que hace temblar a los ingleses, ésta es “pertenencia”. Se resisten a comprender por qué motivo es necesaria una compañía para vivir la relación con Dios. Quien se sienta a tu lado en misa difícilmente pensará que tú tienes algo que ver con él, con la experiencia de fe que vive». Y seguimos con Eliot: «Vivís dispersos en calles que serpentean como cintas, y nadie conoce a su vecino o se interesa por él. ¿Qué vida es la vuestra si no tenéis vida en común? No existe vida si no es en la comunidad, y no existe comunidad si no se vive alabando a Dios».
Las mieles del poder
Por estas tierras el desafío de la propuesta cristiana se vive principalmente en el ámbito del trabajo, que es la nota dominante en la vida de las familias, de los hombres de la casa del Grupo adulto, de los recién licenciados que llegan a la ciudad para afrontar su primer empleo. Abogados, consultores financieros, directivos de grandes multinacionales, cazadores de cerebros, todos ellos se ven arrastrados por el ritmo vertiginoso de la metrópoli: «Cada día tienes que decidir a quién perteneces - cuenta Ettore -, porque el poder te corteja y utiliza bien sus armas: el dinero, la carrera. Pero nuestra vida en la oficina, nuestro modo de afrontar los problemas lleva en sí la marca de que en último término no pertenecemos a la empresa. Hace unos días, mi jefe me llamó, estaba especialmente estresado por el trabajo y quería desfogarse. En vista de que yo no cedía ante su desencanto, me gritó con aire desafiante: “Ya sé que tú mantienes la calma y una cierta distancia porque confías en la providencia, pero si mañana tu providencia deja de ayudarte ¡¿qué harás?!”. “Bueno, en ese caso me quedaré con el trasero al aire”».
Dionino tiene cuarenta años, nació en Abruzzo, y hoy es directivo de American Express -. También él pone de manifiesto que es posible abrirse camino entre criterios y estrategias empresariales: «En una reunión, un alto directivo había tratado de encender los ánimos de nuestro equipo proponiendo una semejanza entre nuestro trabajo en American Express y los desvelos de los constructores de la catedral de Chartres. En pocas palabras, el trabajo debía convertirse en nuestra religión. Yo leía en las caras de todos cierto malestar: ¿una multinacional lo mismo que una catedral gótica? Por un instante sentí correr por mis venas cuanto don Giussani ha dicho siempre acerca del trabajo y, al término de la reunión, me acerqué al jefe y le dije: “Mira, por haber conocido el ideal cristiano puedo escuchar tu propuesta sin percibir un hiato, una desproporción. Si bien el trabajo no será nunca mi religión, puede vivirse con pasión y, aún en su aridez, verse transformado por un ideal grande”». Una presencia que descabala a jefes y subalternos, comenzando a tejer a su alrededor una trama de relaciones, de curiosidad, de preguntas. Tanto es así que se ha impuesto la necesidad de constituir un grupo de escuela de comunidad para que quienes trabajan en la City puedan invitar a sus colegas. Una propuesta que tiene el aroma de algo nuevo, dado que aquí, como cuenta Luciano, italiano, ingeniero de DHL, «el máximo de la confianza entre colegas es que te inviten al pub el jueves por la tarde. Te sientas codo con codo sin articular palabra esperando a que se acabe el doble gin&tonic y a casa». En el corazón del imperio se verifica la profecía de Eliot: «Donde las vigas están podridas, construiremos un nuevo entramado, donde las palabras no se pronuncian construiremos un nuevo lenguaje».
Marcarnos de cerca
Pero hay una cuna donde nace y se alimenta esta humanidad distinta: es la familia, perla rara por estos lugares. En el maremágnum de Londres, crisol de razas, lenguas y culturas, poblada por solteros consagrados a catorce horas de trabajo al día, la familia se ha convertido en algo opcional. En la asamblea de la escuela de comunidad, que reúne a todos una vez al mes en los aledaños de la Estación Victoria, se pueden observar todavía algunos ejemplares. Hay un poco de todo: parejas italianas, parejas inglesas, parejas mixtas de irlandeses, italianos e ingleses. «La comunidad es joven - cuenta Amos - y el “problema” de dónde “colocar” a los niños durante determinados momentos se nos empezó a plantear hace sólo un año». Vivir con las demás familias no es sencillo: Londres es una ciudad muy extensa y para reunirse, en el mejor de los casos, hacen falta cuarenta y cinco minutos de coche. El colegio de los niños, la catequesis, los deportes: aquí no hay nada preestablecido. Es preciso arremangarse y desplegar toda la capacidad de juicio para descubrir el lugar justo para cada cosa.
Imma y Daniele están aquí desde hace año y medio. Vienen de Milán. En realidad, su recorrido no es tan lineal, también ellos han tenido mucho movimiento. Dos meses antes de partir hacia Londres estuvieron en Rusia, donde un orfanato había respondido a su petición de adopción. Allí les esperaba Stefano, con un año de vida y la dificultad de haber nacido en un país en ruinas. La otra hija, Sara, llegó hace cuatro años, con sólo veinte meses de vida. Hoy es una señorita a la conquista de ese enorme ente que es Londres y con ese juego de niños que es para ella la lengua inglesa. «Llegamos a Londres trayéndonos con nosotros media casa de Milán», cuenta Imma. «No queríamos que los niños se sintieran demasiado desarraigados». Y, en efecto, los niños no deben haber tenido mucha dificultad para ambientarse: «Londres, continúa Imma, mientras señala desde la ventana de su cocina a los caballos que trotan por Hyde Park, te fascina, te ofrece miles de posibilidades, percibes un bienestar. Cuando llegamos nos entregamos sin reservas. Pero no hizo falta mucho tiempo para comprender que toda esta abundancia no nos podía bastar si no abrazábamos una realidad más grande, si no experimentábamos una compañía. Entonces volvimos a empezar de nuevo con la gente que ya estaba aquí, comenzamos a “marcarnos más de cerca”».
El fruto de esta convivencia nueva, de esta estabilidad de relaciones entre la Fraternidad y los Memores Domini, ha sido el primer gesto público de la comunidad. En Trafalgar Square, en la Canada House, se ha presentado El Sentido Religioso, con las intervenciones de Ian Ker, conocido estudioso del cardenal Newman, Michael Waldstein y el ya citado John Zucchi, hoy profesor de historia en la McGill University, quien un día fue joven estudiante en Cambridge, protagonista de las primeras traducciones de los textos de don Giussani al inglés.
Un sistema casi perfecto
Estamos ante un presente que empieza a acelerar, arrastrando consigo toda la riqueza de su pasado. En todos estos años, la experiencia de la universidad nunca se ha detenido. Hoy se ha creado una sólida red de relaciones entre los estudiantes de los diversos college de Gran Bretaña, red que Gianluca recorre semanalmente. «Cada quince días voy a ver a Giovanni, estudiante de ingeniería en Sheffield - cuenta Gianluca, que realiza un máster en la universidad de Londres -; además, hay cuatro chicos en la universidad de Southampton, y está Mariadonata en Edimburgo. Cada uno de ellos, en función de su temperamento y habida cuenta de sus circunstancias, ha llevado al interior de la universidad una migaja, una chispa de la experiencia del movimiento».
Recién llegado a Sheffield, Giovanni buscó compañeros de estudio en la capellanía católica, donde conoció a Mauricio, también del movimiento. Se organizaron para hacer escuela de comunidad en una salita de la capellanía y, por si acaso, colgaron un aviso en el tablón de anuncios. El resultado fue que en el primer encuentro había quince personas entre alemanes, franceses, polacos, ingleses y mexicanos. Desde el mes de noviembre los encuentros se sucedieron periódicamente hasta enero, momento en el que, dentro de la capellanía, planificaron los encuentros del semestre siguiente. «Giovanni, ¿por qué no hacemos un encuentro en el que nos contéis algo sobre tu movimiento?», preguntó Verónica en la reunión organizativa. Giovanni telefonea enseguida a los chicos de la casa de Londres: Gianluca se entusiasma y propone a Joe, profesor de música en una escuela de la capital, que prepare un testimonio. A su llegada a Sheffield se encuentran ante una treintena de personas, y de pie dos chicas mexicanas, guitarra en ristre, dispuestas a entonar Hoy arriesgaré.
Giovanni volverá a casa, a Padua, dentro de un mes, pero ya ha fijado la fecha de la próxima cita: este verano, todos al Meeting de Rímini.
Al sudoeste de la isla
Tony, Bizzo, Doni y Nicola viven en Southampton, al sudoeste de la isla. Nos cuentan: «La universidad aquí te ofrece muchas cosas, tutores, ordenadores, sociedades estudiantiles para desarrollar las más variopintas actividades deportivas y culturales. Hay, incluso, un cine dentro del college, y el viernes por la tarde toda la universidad se transforma en una gran discoteca. Nos lanzamos de cabeza, ¿Cómo podíamos resistir? Pero tras las primeras semanas comprendimos que, a pesar de la enorme disponibilidad de infraestructuras, a pesar del sistema aparentemente perfecto, había algo que no marchaba. Los chicos ingleses con los que íbamos no estaban contentos; para divertirse necesitaban beber regularmente y parecía que la única finalidad de sus fiestas era tener relaciones sexuales. Y, sobre todo, estudiaban poco: en los trabajos de grupo era difícil trabajar con ellos. Compartir los días con los amigos del movimiento de Londres nos hizo ver una pasión por el trabajo, por los compañeros y por los momentos de diversión mucho mayor que la nuestra. Y toda la atención que ellos volcaban en nosotros, la dirigimos nosotros hacia quienes íbamos conociendo. Era un modo de comunicar a todos algo nuevo».
El crecimiento de estas ricas experiencias universitarias ha llamado la atención también del cardenal electo Cormac Murphy O’Connor, arzobispo de Londres, que celebró una Accademic Mass para los universitarios católicos. Al término de la misa quiso saludar a todos y, cuando los diez de CL, agrupados en el fondo de la Abadía de Westminster, se presentaron, el cardenal se detuvo un momento con ellos saludándoles en italiano. Después, en inglés les dijo: «Rezad por mí el 12 de febrero, día de mi consagración en Roma».
Pequeños y grandes pasos sostenidos por la certeza de la tarea que, en esta «tierra desolada» - nadie tiene miedo de decirlo -, es edificar la Iglesia. «Es necesario que la Iglesia lleve a la sociedad no sólo la espiritualidad, sino también la humanidad». Fue lo que dijo el nuncio apostólico en Gran Bretaña, su excelencia monseñor Pablo Puente, a Chris y Daniele, a quienes recibió en una audiencia privada.
Qué impresión se experimenta al entrar en la Tate Modern Gallery, símbolo de la cultura contemporánea y orgullo de la ciudad. Aquí, en un museo construido en la otrora central eléctrica de Bankside, a orillas del Támesis, entre las obras de célebres (y menos célebres) artistas contemporáneos percibimos a lo que ha llegado la creatividad humana: hombres deformados, artes truncadas, mujeres agonizantes, rechazo de la hospitalidad, estiércol, líneas que corren sin meta. «Más lejos de Dios y más cerca del polvo», que diría Eliot.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón