El diálogo de don Giussani con los responsables de Comunión y Liberación, especialmente en las dos últimas ocasiones, ha supuesto una sorpresa llena de sugerencias, Enero de 2001
En estos últimos tiempos, lo que más me impresiona es que un hombre, cualquiera que sea el momento que esté atravesando, incluso el más dramático, cuando no se reciben de la vida nada más que golpes, puede tranquilamente ofrecer todo a Dios. De repente, me acuerdo de haber dicho a miles de personas que hay que hacer la voluntad de Dios y que Su voluntad se manifiesta en la existencia concreta. Por tanto, si no ofrecieras a Dios lo que haces, tu vida no llegaría a imitar al Salvador, no tomarías parte en Su vida, en la tarea redentora de Cristo. Sin embargo, Dios no se detiene ante tu mal, ante tu pecado (y esto es lo más interesante). Los Salmos dedican páginas enteras a contarlo: Dios no se detiene jamás, aunque no te hallara consciente de la gracia que recibes. La Iglesia, el cuerpo de Jesucristo, sigue avanzando en medio de la confusión, se abre camino en medio de cualquier tempestad y de la destrucción que tiene lugar en la vida terrenal. Y, precisamente ahí, mana una fuerza amorosa que no brota del hombre, que existe en él tan sólo como inclinación, y que manifiesta la fuerza de un Amor que de manera misteriosa e inexplicable es capaz de perdonar el mal: la misericordia. Por ello, nuestra actitud hacia Él y hacia todos los que nos rodean, debería arraigar, en última instancia, en el dolor por el propio mal. Y después, en el perdón. Luego llegan la paz y el consuelo.
Puesto que Dios consiente que carguemos con nuestra debilidad hasta el final, la misericordia es el corazón secreto, la palabra más secreta de Dios. Su palabra más secreta como origen, pero la más extensa como aplicación.
El Acontecimiento es misterio
No se puede comprender a Dios. Dios es Misterio y si el Misterio se manifestó asumiendo forma humana, a ese Hombre lo comprende sólo quien reconoce que Él mismo es Misterio, quien lo mira como Misterio. De hecho, los primeros apóstoles y los que le siguieron “murmuraban” - dice el Evangelio -, pero al final quedaban mudos ante el Misterio, ante lo incomprensible.
La mayor paradoja reside aquí. ¿Cómo podemos explicarnos que Giancarlo, a pesar de la tragedia que ha sufrido, pudiera encontrar la ayuda y la fuerza necesarias, pudiera hallar lo que le ha sostenido aún en medio del dolor y la falta de esperanza que podía suscitar esta prueba? El acontecimiento es un misterio, pero un misterio al que podemos referirnos para explicar el origen existencial de todo.
El lugar de este Misterio, donde se le puede percibir - ¡percibir! -, es la presencia de Cristo en la historia, es la Iglesia. Por tanto, sólo el hombre que aborda el conocimiento de las cosas tal y como nos enseña la tradición asume la actitud adecuada ante su Señor. Una recta actitud ante el Señor no es la de quien no se ha equivocado o no se equivoca nunca, sino la de quien no pretende nada (pre-tende); de quien no aspira a algo, antes que a Su venida. Por ello, hay que ensalzar lo más posible, conscientemente, la palabra ‘misericordia’ ante de los ojos del pueblo cristiano. Porque es la única que se puede pronunciar sin la amenaza de que sea algo difícil: es algo que llega a nosotros de una forma fácil, aunque es lo más arduo de aceptar.
El antecedente
El yo consiste en el conocimiento y la libertad. Pero, no podemos llegar a identificar con claridad los pasos del conocimiento y los movimientos de la libertad, si no hacemos nuestro el factor que antecede: la conciencia del yo. ¿Qué es el yo? ¿Qué es ese factor presente en el mundo y cuya autoconciencia y libertad son los instrumentos para su educación?
Antes de hablar de la dinámica del conocimiento y de la libertad, hay que tomar conciencia de un antecedente: el yo. No se trata de tomar conciencia del yo en sentido psicológico, sino tomar conciencia de ello como un “hecho histórico”: es un acontecimiento, aquí existe un acontecimiento.
¿Qué es éste fragmento de diamante que vive en la tierra y que llamamos “yo”? Antes de hacer un análisis químico de la pepita que te encuentras a orillas del mar, te encuentras la pepita. Por tanto, el yo es algo que te encuentras, la persona es algo dado; después de encontrártela, la miras por un lado y por otro, la observas, la estudias. Pero antes, la tienes que encontrar.
Lo primero que tenemos que entender para madurar nuestra conciencia, es la relación que esta pepita que me encuentro a orillas del mar tiene con las olas de la historia: el origen y la explicación de dicha relación es el pueblo judío, con sus vicisitudes históricas.
Acontecimiento e historia
El acontecimiento nos alcanza a través de la historia. Al tener que desarrollar el capítulo más importante de nuestro discurso - la educación del yo en el conocimiento y en la libertad -, preguntémonos primero: ¿cómo entra el acontecimiento en la realidad?
Leyendo el breviario en estos meses, me ha sorprendido todo el conjunto de los Salmos y cómo los lee la Iglesia. La liturgia es un comentario a los Salmos o, antes aún, la forma de mirar las cosas y descubrirlas en función de una unidad que los Salmos manifiestan en cuanto factores dinámicos de la historia.
A través de los Salmos, uno ve el acontecimiento, se ve afectado por él, conmovido ante el acontecimiento que le toca, llega a saber qué es este acontecimiento, para poder hablar luego de la relación que el yo tiene con él.
Abraham
Sin Abraham, si no hubiera existido Abraham, nosotros no estaríamos aquí ahora. El salterio judío o el profetismo judío, su compromiso o su manera de vivir en el mundo, no son como los ropajes de una figura, sino el origen de la figura misma. Por eso, no se puede entender qué es el yo - el yo que ríe, llora, se compromete, vive o muere -, un hombre no puede entenderse a sí mismo, ni puede amar a otro como a sí mismo, si no es por Dios, de quien nace. De lo contrario, se desvirtúa el acontecimiento, alteramos su fisonomía precisa. La mayoría de los cristianos - especialmente los que han estudiado teología - no se han dado todavía cuenta del valor que tiene para ellos la historia del pueblo judío. Porque todas las iniciativas de Dios hacia el hombre pasan a través de esa historia, de esos nombres: Moisés, David, Isaías, Jeremías: es la historia de una preferencia que manifiesta a Dios.
Esto es la clave del pensamiento judío, y lo que está en nuestro inicio. No se entiende el yo si no se parte de Abraham. Dios llamó a Abraham. ¿Qué nos enseña su historia? Que el yo es vocación, consiste en una elección que ejerce una preferencia. Desde el día de esa llamada, el yo se comprende mediante los acontecimientos de la historia. Acontecimientos que establecen la dependencia y la pertenencia a Dios. La historia es la manifestación del yo a raíz de la vocación, que se convierte en pertenencia y dependencia. El yo se comprende con el tiempo, dentro de su relación con Dios, esto es, dentro de una historia de Alianza.
Jesús se comprende a raíz una sucesión de hombres: Abraham, Moisés, David…; y sólo dentro de esta historia se desarrolla la concepción cristiana del yo y de la realidad: esto plantea una revolución a la hora de mirar el mundo.
¿De dónde nace el yo?
Sobre este yo que formalmente domina la escena, ¿podemos dar algún paso para llegar a una aclaración que simplifique nuestro discurso? En este sentido, preguntémonos: ¿de dónde nace? ¿Y de dónde procede la seguridad de este yo? ¿De qué seguridad se trata y cómo surge en nosotros? Esta seguridad tiene que implicar necesariamente el abrazo que nos da la historia, la relación con el Misterio insondable.
Ese Hombre, esa Humanidad debe ser estudiada en el sentido más elemental de la palabra, porque este elemento histórico, el Acontecimiento, produce, salva y asegura - hasta convertirse en un factor decisivo para la vida del yo - nuestra compañía. Una compañía, donde el Misterio se convierte en el centro u origen último y total de cada yo, y explicación completa de su seguridad. De este Acontecimiento se deriva siempre una gran obligación, un deber del que depende el que se manifieste la grandeza que un hombre puede llegar a tener.
Al adentrarnos en algo nuevo (nuevo en cuanto a origen y hechura), describimos cómo ha crecido este Yo de Jesús; cómo ha querido demostrarse y testimoniar su grandeza; qué novedad supone para nuestra vida; lo que quiere y ha querido de nosotros: una obra grande e histórica, una grandeza de pensamientos y obras, a la hora de realizar el bien, de obrar el bien.
¡Hay algo más!
Es algo nuevo y nosotros no somos capaces de llevarlo a cabo. La conciencia del acontecimiento se identifica para mí con rezar. Para decir “ha acontecido”, me pongo de rodillas a rezar: «Salve Regina, Ave Regina Coelorum, Ave Domina Angoelorum, Jesu Dulcis Memoria». ¡No es algo sentimental! La esencia de la criatura ante su Creador es la oración. ¡La oración abate todos los obstáculos, ve más allá de las apariencias! Hay algo más en lo que hacemos, Otra cosa que lo ilumina todo y lo ordena todo; todo encuentra el Él su lugar.
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