Este año, en la solemnidad de la Epifanía, el Papa Juan Pablo II hizo pública la carta apostólica Novo millennio ineunte, en la que expresaba su valoración del significado del año jubilar recién concluido y sus esperanzas para la misión de la Iglesia en el nuevo siglo. Proyectando la mirada hacia el futuro, el Papa repite las palabras de Cristo a Pedro: «Remad mar adentro y echad las redes para pescar» (Lc 5,4). Aunque los apóstoles no habían pescado nada, siguieron el mandato de Jesús y recogieron una enorme cantidad de peces. Lo imposible había sucedido por su obediencia, no en virtud de sus esfuerzos.
Aunque esta carta, como muchos documentos del mismo estilo, cubre una vasta gama de temas (¡cada uno quiere que se hable de lo que le interesa!), su intento fundamental es el de animarnos a no tener miedo frente a nuestra miseria e incapacidad, y a afrontar el futuro con la conciencia confiada de que todo lo que necesitamos para que nuestra misión sea fructífera es ser obedientes al mandato del Señor: «Rema mar adentro».
La carta recalca repetidamente que el punto de partida para una misión provechosa es el encuentro con Cristo. Esto es siempre lo primero. Sin el acontecimiento del encuentro todos nuestros esfuerzos y proyectos resultarán vanos. El encuentro con la belleza del rostro de Cristo nos sitúa en una posición interior de estupor y maravilla, y esta maravilla se expresa en la alabanza. Este deseo de alabar al Señor es lo que anima la misión de la Iglesia. La alabanza caracteriza la auténtica respuesta de fe a la revelación de Dios en Cristo. «El cristianismo es gracia», subraya el Papa. Es la “sorpresa” por un Dios que entra personalmente en la historia humana a través de un acontecimiento. Este acontecimiento permanece como un factor presente en la toda la historia, como un “hoy” siempre nuevo en el que nuestros límites son superados y nuestros pecados vencidos por esta gracia.
Juan Pablo II vuelve a las experiencias y a los eventos más importantes de este año, como ocasiones de encuentro con Cristo que darán forma a la misión de la Iglesia en el nuevo “hoy”. La permanencia del encuentro como “generador de energía”, por llamarlo así, de la misión, es vista como la incesante contemplación del “rostro de Cristo”. O lo que es lo mismo, la experiencia de la presencia real de Cristo en la historia, que se hace accesible a nuestra conciencia, es el factor absolutamente esencial en el proyecto de los planes pastorales que deberán guiar la misión de la Iglesia. Sin esto los planes pastorales degeneran en proyectos inútiles, animados sólo por un activismo vacío. Escribe el Papa: el nuevo dinamismo que debería caracterizar la misión de la Iglesia está basado sobre la «contemplación del rostro de Cristo: considerado en sus rasgos históricos y en su misterio, acogido en su múltiple presencia en la Iglesia y en el mundo, confesado como sentido de la historia y luz de nuestro camino». El mundo de hoy no tiene necesidad de muchas palabras. Tiene necesidad de ver a Cristo, y nosotros debemos presentarnos como los que le han visto, los que han visto su rostro, su presencia concreta y real en momentos y acontecimientos específicos (sus “coordenadas históricas”). Contemplar el rostro de Cristo significa volver al acontecimiento del encuentro, con el método que don Giussani denomina “memoria”, que no es una evocación intelectual, sino la experiencia de su presencia en las circunstancias concretas del momento. El Papa cita uno de los himnos predilectos de don Giussani: «Después de dos mil años de estos acontecimientos, la Iglesia los vive como si hubieran sucedido hoy. En el rostro de Cristo ella, su Esposa, contempla su tesoro y su alegría. «Dulcis Iesu memoria, dans vera cordis gaudia»: ¡Jesús, cuya memoria es dulce, fuente de verdadera alegría del corazón!»
El objetivo de todos los planes pastorales - auténticamente basados en el encuentro con Cristo y la experiencia de maravilla y de alabanza en la contemplación de la belleza de su rostro - es la santidad. El Papa ve «la santidad como una participación en la realidad del misterio de la Iglesia misma en todas sus dimensiones», y por esta razón el camino de la santidad no puede estar separado de la realidad de la comunión sorprendida sobre todo a través de la oración. La santidad se aprende a través de una «pedagogía de oración» o a través de la «vida como oración» y «nuestras comunidades cristianas tienen que llegar a ser auténticas escuelas de oración» en donde el encuentro con Cristo se exprese en la comunión y sea sostenido por la Eucaristía y los sacramentos. En la escuela de oración aprendemos el «primado de la gracia», es decir, a vivir la verdad de que sin Cristo no podemos hacer absolutamente nada. Sólo porque Cristo lo dice, nosotros «remamos mar adentro». El camino hacia el futuro, señala el Papa, reclama a una «espiritualidad de comunión».
Nosotros, que pertenecemos a Comunión y Liberación, encontramos en las palabras del Papa una extraordinaria confirmación de la profunda correspondencia entre el carisma de don Giussani - nuestra modalidad de vivir la misión de la Iglesia a partir del acontecimiento del encuentro con Cristo en nuestra compañía - y las necesidades de la Iglesia tal como las percibe el Santo Padre. Comprendemos enteramente y nos alegramos cuando dice: «Hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión más profundas del mundo». Damos gracias a Dios por esta carta del Santo Padre y renovamos a él y a nuestros obispos nuestro ardiente deseo de ayudar a la Iglesia en esto, en la verdadera odisea del 2001.
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