La historia del Dr. Matthew y de otros trabajadores del hospital St. Mary’s, que han dado la vida por los pacientes afectados por la fiebre de Ébola. Son los nuevos mártires ugandeses
A 10 de enero de 2001, en Uganda después de 426 casos y 172 muertos no se puede aún escribir la última palabra respecto a la cuestión del virus de Ébola. El último caso registrado lleva fecha del 23 de diciembre. El país espera el final de la cuarentena, marcado por la epidemia mortal y, sobre todo, por el testimonio de los trabajadores del hospital St. Mary’s de Lacor en Gulu, que han dado la vida por los pacientes afectados por la fiebre hemorrágica. Son los nuevos mártires ugandeses: trece enfermeras y un médico, Matthew Lukwiya, proclamado hombre del año en Uganda a espaldas del inextinguible presidente Museveni. Matthew, de 43 años, cristiano protestante, casado y con tres hijos, era el hombre sobre el que Piero y Lucille Corti - fundadores del hospital - habían apoyado toda la obra de cara al futuro, hasta el punto de hacerle director.
Roca tridentina
Datos: en pocos días tres estudiantes de la escuela de enfermería y dos enfermeras del hospital de Lacor murieron de una misteriosa enfermedad. Matthew, que se encontraba en la capital, Kampala, por motivos de estudio fue reclamado urgentemente desde Gulu. En una noche, revisando todas las historias clínicas descubrió 17 casos de muertes compatibles con el virus de Ébola. Las últimas epidemias habían tenido lugar en la República Democrática del Congo en 1995 y en Gabón en 1997 y habían provocado 244 y 45 muertos respectivamente. Las muestras de sangre enviadas a Sudáfrica confirmaron enseguida las sospechas. La perspectiva era terrible: el virus de Ébola se transmite por contacto directo en poco tiempo y afecta a casi todos los órganos; el dolor es lacerante y la mente permanece lúcida hasta final en la mayoría de los casos. El trabajo del personal sanitario consiste fundamentalmente en contener la enfermedad, reducir el sufrimiento y controlar el contagio.
El 9 de octubre en Lacor se habilitó una planta de aislamiento según las indicaciones de la Organización Mundial de la Salud, e inmediatamente se puso en funcionamiento. En medio de la tragedia ya se podía atisbar el primer indicio de positividad: el virus había afectado a la única estructura de Uganda capaz de hacerle frente.
De barba canosa y grandes manos siempre ocupadas, Elio Croce, misionero comboniano, originario de Moena de Fassa, que desde 1985 asistía en el hospital de Lacor en calidad de responsable de la logística y de la manutención, era la roca a la que todos se aferraban, por ser capaz de resistir hasta el enésimo temporal. El padre Pietro Tiboni, responsable de Comunión y Liberación en Uganda, lo ha visto en acción: «Sus trabajadores y amigos reconocían en él un punto de referencia no sólo para hacer frente al virus de Ébola, sino para su propia vida. Durante el período de máxima difusión de la enfermedad no era prudente reunirse para hacer escuela de comunidad, pero era una ayuda mirar a Elio mientras trabajaba y seguirle».
El padre Elio asumió enseguida la tarea de organizar las plantas de aislamiento y la muy peligrosa de recoger los casos sospechosos y enterrar a las víctimas del virus. La amistad entre Elio y Matthew y su compromiso en primera persona vencieron el miedo del personal. María Santo, responsable del personal de enfermería, que acababa de terminar su trabajo para la Cooperación Italiana, decidió quedarse para echarles una mano.
El 22 de octubre en la apertura de curso de CL en Kampala, el Nuncio Apostólico monseñor Christophe Pierre declaró: «En Lacor hay cristianos en primera línea, católicos y protestantes, que están dando su vida para curar a los enfermos de la fiebre de Ébola y salvar al país de una catástrofe mayor».
«Al principio fue duro por el miedo al virus y fue difícil convencer a las enfermeras de que cuidaran a los pacientes - cuenta el padre Elio -. Ha sido fundamental el ejemplo del Dr. Matthew y del joven Dr.Yoti para los médicos y el de María para las enfermeras. Yo empecé a llevar a los pacientes al hospital en la ambulancia; otros me siguieron y creamos un equipo que se encargaba del traslado. Hay que dar ejemplo y después los demás te siguen. Estamos aquí por Jesucristo y lo que hacemos lo hacemos por Él y damos testimonio con nuestro servicio para que todos lo conozcan y sepan que Él es la verdad de ellos mismos y de su destino». La misma actitud se veía en su equipo de choferes y trabajadores, entre los cuales se encuentra Kilama, siempre dispuesto a asumir la responsabilidad de la comunidad de CL cuando los muchos compromisos de Elio no le permitían asistir.
Cuarenta y dos
El Dr. Matthew pidió la colaboración voluntaria para trabajar en la planta del Ébola. A pesar de los compañeros enterrados y de los antecedentes poco alentadores - 60 de los 244 muertos en la República Democrática del Congo pertenecían al personal sanitario - cuarenta enfermeras y dos médicos respondieron afirmativamente. Sor Dorina Tadiello, religiosa comboniana y médico se unió después. «Matthew me explicó que el virus de Ëbola ataca de vez en cuando a algún rincón perdido de África, produce algunos centenares de víctimas y después desaparece. Es difícil que interese a la opinión pública y no es fácil atraer inversiones para su investigación y para la terapia, ya que nunca será un gran negocio». Sin embargo, él estaba decidido a investigar. Como conclusión de sus meticulosas observaciones pudo comprobar que la mortalidad de los enfermos de la fiebre de Ébola en Lacor era inferior al 40% frente al 70% en Masindi e Mbarara, los otros dos centros de contagio de Uganda y el 77% de la república Democrática del Congo en 1995.
«La vida dentro de la planta no es fácil - continúa sor Dorina -. El sistema protector a base de gorro, mascarilla, gafas, bata de tela y de plástico, botas y dos pares de guantes, el calor y la tensión por el error que acecha detrás de cada procedimiento acaban con todas las energías de la persona».
Tras una semana de funcionamiento, en la planta de la fiebre de Ébola habían ingresado 63 personas, de las cuales murieron 18. El número crecía, y el padre Elio pidió a las autoridades un terreno para construir un cementerio. Los muertos del hospital estatal eran enterrados junto a los de Lacor, envueltos en sacos de celofán y tirados en las fosas como si fueran bolsas de basura. «Los restos mortales provenientes de Lacor se envolvían primero en celofán, según las disposiciones sanitarias y, después, se colocaban en el ataúd. Éste se introducía en la fosa lentamente con cuerdas como se entierra a los cristianos, diciendo un réquiem con los familiares».
Un himno a la vida de Grace
A mitad de noviembre cayó enferma la enfermera Grace Akullo. El Dr. Matthew la siguió personalmente. Cuando se acercaba el final, le aseguró que cuidaría de sus dos gemelos de cuatro años y añadió: «Grace, has hecho todo lo que has podido para combatir la enfermedad, como nosotros; ahora sólo nos queda una cosa por hacer: poner nuestra vida en las manos del Señor y aceptar que se haga su voluntad aunque nos resulte incomprensible». Sor Dorina estaba a su lado. «Hacia la una del mediodía del sábado, de repente, abrió los ojos. Me acerqué y le pregunté si quería hablar y me respondió asintiendo con la cabeza. Le quité la mascarilla de oxígeno. Nos miró a todos y después, con un gran esfuerzo como recogiendo las pocas energías que le quedaban, entonó un canto: «Dios, nuestro Padre, tú eres el alfarero y nosotros la arcilla en tus manos. Modélanos y transfórmanos a imagen de tu Hijo». Durante las largas y dolorosas horas que precedieron a su muerte, Grace había preparado cuidadosamente su último mensaje para nosotros. Después se quedó sin voz, inclinó la cabeza y expiró. Su rostro adquirió una extraordinaria belleza y luminosidad».
Con ocasión de la muerte de sor Pierina, enfermera perteneciente a las Hermanitas de María Inmaculada, el Dr. Matthew había pronunciado unas palabras que sonaron como una profecía del final inminente de su vida: «En Lacor hemos conocido muchos momentos difíciles: guerra, guerrilla (él mismo había sido secuestrado por los rebeldes, ndr), saqueo, destrucción y enfermedad. Creíamos que no había nada peor que lo que ya habíamos vivido, pero no habíamos tenido en cuenta el virus de Ébola. Desde que empezó la epidemia estoy reflexionando sobre la profesión médica que nosotros elegimos tal vez por el prestigio que da o porque queremos salvar vidas humanas. Hoy me doy cuenta de una manera más profunda de que es una vocación, y de que el servicio a la vida no se puede separar de la disponibilidad para entregar la propia vida. Soy consciente del riesgo actual, pero he tomado una decisión y no me echaré atrás. Mi vida ha cambiado y ya no será como antes. Esta decisión la he tomado también a la luz del ejemplo de nuestro personal muerto por el virus de Ébola. Son todas personas jóvenes, a punto de terminar la carrera, con un futuro por delante cargado de sueños que por fin creen poder realizar y que después, de repente, se encuentran frente a la muerte. Ni una palabra de lamento, resentimiento o arrepentimiento por haber elegido una profesión tan arriesgada. Han aceptado con serenidad la trágica realidad. Daniel, a punto de morir, agradeció todo lo que había recibido durante su estancia en la escuela de enfermería y añadió: “Yo estoy a punto de morir, pero vosotros continuad con valentía: nuestro trabajo es importante”. Son todos mártires de la caridad ».
La última mirada
Cuando el Dr. Matthew empezó con los primeros síntomas de la enfermedad esperaban que fuese algo sin importancia: los análisis de sangre sugerían malaria. Pero al persistir la fiebre decidieron hacerle la prueba del virus de Ébola, que resultó positiva. Cuando le trasladaron a la planta de aislamiento por la noche exclamó: «Dios mío, Dios mío, moriré de la fiebre de Ébola en mi trabajo, pero quiero ser el último». Siguió con un canto: «Adelante con la cruz de Cristo. La Iglesia de Cristo se mueve, hermanos, recorremos el camino de los santos; no estamos divididos, somos un solo cuerpo, unidos en la esperanza, en la llamada y en la caridad».
Su cuadro clínico empeoró rápidamente. Pidió ver sus radiografías, quiso saber el resultado de los análisis e hizo sus comentarios y propuestas. Quería vivir intensamente cada uno de los momentos que se le concedían. A los pocos días estaba al límite de sus fuerzas. La única esperanza era intubarlo con anestesia general intentando mejorar la función respiratoria. Fue una decisión difícil pero inevitable. También él participó en evaluar todos los aspectos de la decisión y aceptó. Su mujer acudió e hizo una oración conmovedora: «Dios omnipotente, si tú quieres le puedes curar, pero que se haga tu voluntad». También en esta ocasión estaba presente sor Dorina: «Ayudaron a Matthew a subir a la cama donde le iban a dormir. Se sentó con dificultad y miró a su alrededor. Sabía bien que esa podía ser su última mirada a la realidad. Mientras los anestesistas acababan de prepararse, él se volvió para mirar por última vez a sus más estrechos colaboradores. Fue un momento de intenso dolor. Nos hubiera gustado abrazarlo pero no era posible. Nuestra vestimenta protectora parecía una barrera entre él y nosotros. Pero su mirada intensa y fuerte pareció abatir el muro. Cuando me crucé con sus ojos, con su mirada profunda y penetrante que quería expresar su último mensaje, me pareció que no podía soportar el dolor».
Un médico en primera línea
Kitgum, Hoima, Kampala: el virus de Ébola ha respetado los centros de actividad médica de AVSI. Pero además de prepararse para afrontar una eventual emergencia, se han implicado directamente. El 13 de diciembre el AVSI de Kampala recibió una petición de ayuda de Lacor. Hacía falta un médico experto en terapia de reanimación para realizar el último intento de salvar al doctor Matthew. Gaetano Azzimonti, del hospital de Hoima, partió la mañana del 4 de diciembre. Cuando llegó encontró la situación del paciente seriamente comprometida. Lo asistió directamente hasta su muerte, que se produjo por hemorragia pulmonar la mañana del 5 de diciembre. «Todo el personal en servicio - cuenta Azzimonti - se recogió en oración. El padre Elio seguía repitiendo: «Nos hemos quedado todos huérfanos». Su mujer rezaba: «En este momento de gran dolor, casi a punto de morir del dolor, te doy gracias Jesús por el don de mi marido, te pido que lo lleves contigo, a él que ha sabido ofrecerse completamente por sus enfermos y por tu gloria. De ahora en adelante tú, Señor, ocuparás en mi vida y en la de mis hijos el lugar de Matthew. Tú serás nuestro consuelo, nuestra guía, nuestra fuerza».
Después de haber asistido al funeral, Azzimonti volvió para Hoima. «Mientras me acercaba a casa, me daba cuenta de que en medio de la tragedia que había azotado Lacor había algo grande, un acontecimiento que estaba cambiando radicalmente la vida de todo el personal implicado». A los pocos días le subió la fiebre a 40. Habían transcurrido sólo cuatro días desde el contacto con el virus, pero todo era posible. Debía volver a Gulu donde se encuentra el único laboratorio para el análisis del virus de Ébola. Le vino a recoger el padre Elio. El viaje estuvo cargado de sufrimiento. «Recitamos la oración de Consagración a la Virgen y Elio me pedía que repitiera: “Totus Tuus, nos confiamos a ti, oh Dios”. El todoterreno volaba y en cada bache de la carretera la cabeza parecía que me iba a explotar y el estómago se retorcía. En un determinado momento dije: “Siento dentro de mí la enfermedad, tengo todos los síntomas”. Elio replicó: “En esta situación - también yo lo he experimentado -, te sientes verdaderamente desnudo, ya nada se interpone entre nosotros y su misericordia, entre nosotros y su amor”». Al día siguiente la fiebre había desaparecido y los análisis dieron negativo. El Dr. Matthew había mantenido su promesa: después de él no ha habido más muertos por la fiebre de Ébola entre el personal sanitario.
Dispuestos a todo
Algunas páginas del diario de Dorina Tadiello
EAhora estoy aquí... Parece que la tormenta ha pasado. En nuestra planta quedan pocos pacientes recuperándose. Miles de personas que han tenido contacto con los enfermos de la fiebre de Ébola son controladas diariamente, pero no parecen tener síntomas de la enfermedad. Tal vez estamos realmente llegando al final de esta tragedia... y con un suspiro de alivio empezamos a examinar el camino andado. Miramos hacia atrás para tratar de comprender la profundidad de lo que ha sucedido, para comprender el sentido verdadero de los acontecimientos; pero también para mirar nuestras heridas, dar salida al dolor, sentir la propia vulnerabilidad e impotencia frente al mal y esperar la curación.
Llegué a Gulu al poco de confirmarse la epidemia, hacia mediados de octubre, para visitar a las hermanas de dos comunidades que hay en Gulu. Ya se habían decretado las primeras medidas de seguridad pública: estaban prohibidas las agrupaciones de personas, se limitó el movimiento de las mismas, nada de saludar estrechando la mano, nada de funerales, había que denunciar los casos sospechosos, etcétera. A medida que se daba la información necesaria, crecía el pánico y el miedo. Sin embargo, en la misión de Gulu encontré a sor M. Grazia, sor Katheryn, sor Luisa, sor Angela, sor Innocenza y sor Ester, serenas y decididas a quedarse para compartir con la gente esta nueva prueba. [...]
Fue conmovedor también el encuentro con los laicos, que habían sido mis colaboradores durante los años que trabajé en Gulu en un programa contra el SIDA. En cuanto me vieron, me besaron y me abrazaron sin reparar en que estaba prohibido. No conseguían contener la sorpresa y el agradecimiento por mi llegada a Gulu precisamente en un momento tan dramático, cuando todas las organizaciones extranjeras presentes se estaban yendo, y todo el que podía trataba de escapar y ponerse a salvo. Decían: «Nunca dejará de sorprendernos la grandeza de la vocación misionera y, en el fondo, sabíamos que vendrías».
La decisión de atravesar el umbral de la planta de la fiebre de Ébola no se podía dar por sentada; fue una decisión cargada de sufrimiento. De todas las epidemias, la de la fiebre de Ébola parece la más peligrosa para el personal sanitario. Los sesenta trabajadores sanitarios que murieron en Zaire durante la última epidemia de Ébola son un grito alarmante y una amenaza terrible. [...]
El Dr. Matthew me contó que cuando se lanzó la llamada de auxilio por la fiebre de Ébola se presentó diciendo que estaba dispuesto a todo. Siempre disponible, día y noche, sabía comunicar serenidad y optimismo, especialmente en los momentos difíciles. Pasaba mucho tiempo hablando con las enfermeras, sobre todo en los momentos de desánimo. [...]
Desde que entré en la planta Ébola, la muerte se me hizo más familiar: se leía en el rostro de los pacientes, la veías en los ataúdes que salían de la planta. Cuando moría un enfermero la sentías cerca de ti, te parecía que caminaba contigo y no sabías nunca si estaba ya actuando en ti. Yo trataba de prepararme para atenuar el shock. Pero no era fácil. Prever cómo se desarrollarían las cosas y si tendría fuerza para reaccionar era adentrarse en un misterio insondable y, en cualquier caso, era entrar en una realidad que no era capaz de soportar. Entonces me dirigía a Grace y le decía: «Ayúdame tú, quédate cerca cuando te necesite». Elegí los salmos con los que me habría gustado acabar mi existencia, si el Señor me llamaba y me concedía la gracia de la lucidez mental y de su paz. Me habría gustado que alguien me los leyera si yo no podía hablar. Elegí el Salmo 129: «Desde lo hondo a ti grito, Señor; Señor, escucha mi voz. [...] Mi alma espera en el Señor más que los centinelas la aurora. Aguarde Israel al Señor, porque del Señor viene la misericordia, la redención copiosa». Después el Salmo 15: «Yo digo al Señor: “Tú eres mi bien”. [...] El Señor es el lote de mi heredad y mi copa: mi suerte está en tu mano. Me ha tocado un lote hermoso, me encanta mi heredad. [...] Me indicarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha»; después, el Magníficat y el Salmo 44: «Mi corazón rebosa de palabras graciosas; voy a recitar mi poema para un rey. [...] Eres hermoso, el más hermoso de los hijos de Adán, la gracia está derramada en tus labios. Por eso Dios te bendijo para siempre». Para mi funeral me habrían gustado las siguientes lecturas: Is 42,1-7; Co 2,1-10, Mc 14,3-9 con los cantos elegidos por Grace al final de su vida. Se convirtieron en las oraciones más significativas que acompañaron mi camino día a día y me dieron serenidad y paz. El pensamiento de la muerte me ayudaba a mirar la realidad de manera diferente. Los problemas y las preocupaciones que parecían tan importantes desaparecían. Lo que me rodeaba, desde las personas a las flores y al cielo, todo parecía revelar una belleza nueva, nunca vista antes. Recordaba con más nostalgia a las personas queridas e importantes para mí.
Una semana después, enfermó el Dr. Matthew casi confirmando los presentimientos del Dr. Yoti que lloró hasta agotar sus lágrimas ante el resultado del laboratorio. [...] Una tarde, el Dr. Matthew le aseguró que sería la última víctima. Pocos días después de la muerte del Dr. Matthew, Yoti empezó a tener fiebre, pero me dijo sonriendo: «Ahora no tengo miedo, el Dr. Matthew mantendrá su promesa». La prueba, de hecho, dio negativo. [...]
Con su marcha se siente el vacío irreparable que ha dejado, pero como decía el Nuncio Apostólico monseñor Pierre Christophe en el funeral celebrado en la catedral de Gulu: «Su vida truncada es ahora una semilla sembrada en esta tierra, que dará sus frutos, también a través de nosotros, llamados a continuar su ejemplo, a hacer presentes los valores por los que ha dado su vida».
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