strong>SIERRA LEONA. Padre incansable
Queridos amigos: Os escribo desde Winnipeg (Canadá). No os extrañéis de que esté tan lejos de mis chicos, los chicos con los que trabajo para insertarlos en la sociedad después de los horrores de la guerra. No les he abandonado. Estoy aquí justamente por ellos, para solucionar sus problemas. He venido para que estos problemas, que son suyos pero que se deben a los adultos, los tomen en consideración los que cuentan en este mundo tan enfermo, los políticos. En Winnipeg se convocó un congreso mundial, patrocinado por el Gobierno de Canadá y por UNICEF, sobre los chicos afectados por la guerra. Están conmigo tres chicos de Sierra Leona, cuya estancia ha subvencionado el gobierno canadiense y que se encontraran con jóvenes de Guinea, de Bosnia y de otros países donde el 80/90% de la víctima son civiles. En estos países la juventud representa el 60% de la población y es la franja más afectada. A causa de la guerra, el hambre, el desorden, las acciones de los rebeldes que no respetan a nadie y se escapan al control de cualquier ejército extranjero, enfermedades como el SIDA se han convertido verdaderamente en un flagelo irreversible. En un futuro inmediato la sociedad se tendrá que enfrentar con problemas enormes que no se conocían en el pasado. Los huérfanos serán muchísimos y muchas familias estarán regidas por menores al verse huérfanas de todos los adultos. Se trata de problemas tan ingentes que no pueden encontrar solución en ninguna acción aislada, afectarán al mundo entero convertido ya en una gran aldea. Nos han invitado para que contemos nuestra experiencia, que constituye una aportación concreta. Es una pequeña ayuda, una gota, pero que unida a las otras puede impulsar a los poderosos a prevenir una catástrofe que nos implicará a todos. Nadie puede sentirse a salvo a priori. Sólo juntos la podemos evitar.
Padre Giuseppe Bertón
ITALIA. En la cima
27 de julio de 1984. Estoy en el refugio de la Fourche, frente a mí, la Brenva: una pared de un kilómetro de altura y dos de ancho; mi intención es escalarla en solitario hasta la cima del Mont Blanc. El tiempo es estupendo, estoy entrenado; hace mucho que espero este momento pero, ahora que estoy tan cerca de este gigante, me asalta un miedo velado. Son las 17.00, y junto a mí otros alpinistas se están preparando para la salida del día siguiente. Entre ellos hay dos hermanos de Legnano con los que trabo amistad. Me acuesto pronto sin conseguir dormirme. Las 3.00: última revisión a las correas de los crampones, alzo la cabeza, el cielo está estrellado y sin luna. El cono de luz de la linterna del casco se pierde en la oscuridad de la pendiente que me dispongo a escalar; empieza las dificultades, soy cauto, no debo equivocarme de camino bajo ningún concepto. Subo velozmente y alcanzo rápido la cota, pero de improviso se apaga la linterna del casco dejándome a oscuras, los crampones arañan el granito en la búsqueda afanosa de un plano donde apoyarse. Entregado como estoy, no me doy cuenta del creciente viento , que va aumentando poco a poco; miro instintivamente hacia la derecha, incrédulo, de donde proviene, bloqueándome la vista, el frente de una tempestad que cubre rápidamente el cielo y me alcanza con una violencia inaudita sin darme apenas cuenta. Planto los crampones y los piolet con fuerza en el hielo para no dejarme arrancar de la pared; estoy solo en medio de una tormenta en el Mont Blanc y me asalta el miedo: «¿Qué hago? No puedo volver, me caería». La única solución es subir aprovechando los intervalos que la furia del viento concede. Mi ansia de salir crece, pero la nieve blanda no sostiene mi peso y aumenta el riesgo de precipitarme al vacío. La visibilidad es nula y el viento me tira a tierra no sé cuántas veces, después ya no me levanto, estoy sin fuerzas y me he perdido, ya no sé cuál es la dirección adecuada.
Son las 14.00: hace once horas que lucho y la fatiga ha transformado el cansancio en secreta tristeza. La idea de volver a levantarme y caminar sin rumbo fijo es insoportable; recuerdo a los míos, ignorantes de la situación en que me hallo, y por primera vez pienso en que podría ser el fin. Por un instante todo se para, el viento, el rumor, consigo ver a lo largo de un radio de 70 metro y distingo tres siluetas humanas a pocas distancia de mí. Me levanto del suelo y me dirijo gritando hacia ellos; ¡gracias, Jesús, me han visto! La tempestad ha cobrado más fuerza que al principio, pero ahora estoy acompañado: son franceses y leo en sus rostros mi mismo cansancio. Tras algunos minutos uno de los tres reanuda con fatiga la marcha en una dirección; los otros le siguen y hasta yo doy algunos pasos tras ellos. Después me pregunto: «¿Cómo saber que este es el camino correcto? ¿Y si la cima estuviese al otro lado?». Pero el encuentro que acaba de suceder, tan imprevisto e inesperado pocos minutos antes, ha devuelto un objetivo y vigor a mi acción; unir mi destino al de esos tres es el gesto más razonable que pueda hacer; no es un razonamiento: es una evidencia. Ahora somos cuatro para salir de la pendiente flagelada por la tormenta, pero soy más lento que los franceses, que van 7 u 8 metros por encima de mí; me agacho extenuado con la cabeza baja para evitar los pedacitos de hielo que el viento arroja. Levanto la mirada un instante y veo que los tres franceses están a punto de desaparecer en ese infierno blanco. Luego, sin embargo, se paran; el primero tiene la cabeza vuelta hacia mí y me invita a levantarme con la mano, no se marcha, se queda allí esperándome. Después de varios minutos, reuniendo mis últimas energías, me levanto y los alcanzo; el primero me agarra por la espalda sacudiéndome, grita algo que no entiendo pero que suena como si me diese ánimos, me da de beber y después reanudamos el ascenso. Un paso tras otro durante un tiempo interminable, hasta que siento gritar allí delante: «¡Vingt metres! ¡Vingt metres!» (veinte metros). ¿He entendido bien? Al fin, consigo creerlo. De repente, la superficie bajo los piolet se allana: es la cumbre del Mont Blanc y el final de nuestras tribulaciones. El primero de los franceses me dirige una sonrisa y yo lloro. Una hora después estamos definitivamente a salvo en el refugio Vallot, situado sobre la vertiente francesa de la montaña. 28 de julio: es una mañana espléndida y silenciosa, irreal si se piensa en el día anterior. Me siento lleno de gratitud por los tres amigos que allí al lado se están preparando para el largo descenso hacia Chamonix y agradecido a Dios por haberme vuelto a dar la vida cuando ya parecía perdida. Llegado a Courmayeur, me entero de que arriba, sobre el Blanc, en aquellas horas dramáticas soplaba el viento a a 130 km/h y que además cuatro alpinistas han perdido la vida. Han pasado dieciséis años desde aquello; de vez en cuando me vuelve a la mente, algunas veces se lo cuento a algún amigo, pero lo que me ha quedado verdaderamente grabado es cómo lo que es verdad para mi vida, «el seguir a otro como riesgo hacia al destino», incomprensible para un esforzado razonamiento o un cálculo, se hace evidente y sencillo en la experiencia cuando estoy sinceramente abierto a lo real con la petición de que el bien para mi vida se cumpla.
Luca, Triuggio
HOLANDA. De vacaciones
Acabo de volver de una salida de estudios con nuestros universitarios de Holanda. Estuvimos tres días en un bosque cerca del Mar del Norte, en dos chalets alquilados para la ocasión. Éramos catorce. Esta experiencia me ha puesto las pilas de una manera que nunca hubiera sospechado. El tema de las vacaciones era "la vocación". Me ha llamado mucho la atención escuchar en tantos idiomas distintos debatir las cuestiones que tanto nos apremian. Confirmé mis primeras impresiones sobre la situación de Holanda. Allí el cristianismo no coincide con la experiencia de una Presencia, no se vive como un encuentro que cambia la vida, sino como un moderado sentido común poco distante del modo de vivir laicista. Esta gente más que palabras necesita ejemplos, al igual que los que yo he tenido delante en estos cinco años de universidad en la Politécnica de Milán. Tener delante un ejemplo, poder seguir a un maestro es fundamental para aprender cómo el cristianismo cambia el punto del que se parte a la hora de afrontar la vida. El responsable de la comunidad holandesa se llama Michiel, un chico con una sensibilidad extraordinaria hacia las personas, que habla todas las lenguas europeas, incluidos los dialectos eslavos. Fue muy llamativo su espectáculo de cantos rusos, con traducción simultánea al inglés. Luego está Rob, que tiene don de gentes, toca una decena de instrumentos y tiene a sus espaldas un pasado en grupos metal. Laurence es el showman y habla seis idiomas, con sólo diecinueve años. Dignos de mención son también los italianos. Claudio, el cocinero (¡gracias a Dios, italiano!), es un directivo de la General Electric de Amsterdam, y es el clásico y seráfico amante del buen vino y el deporte... ¡por televisión!; Paolo, de Modena y de armas tomar (¡no le tiene miedo a nada!), y Chiara, de la Universidad Estatal de Milán, muy simpática y que se las apaña con todo. Los había visto sólo un par de veces en la escuela de comunidad; en Delft, de hecho, no hay nadie del movimiento, pero de pronto me he sentido en familiar. Yo esto lo tomo con un milagro, porque no logro explicármelo racionalmente. Basta, de hecho, con pensar en la dificultad del idioma: es muy difícil hablar de ti y de tus intereses en inglés o en francés y sobre todo es dificilísimo entender qué te quieren decir los otros: ¡en la Politécnica a veces no nos entendíamos ni en italiano!
Tosco, Delft
Mattia y el Papa
Querido don Giussani: Después de haber trabajado casi todo un año en las ilustraciones de un volumen acerca del Jubileo destinado a los niños y a las familias, recibimos con alegría la noticia de que yo participaría en la audiencia de finales de junio para presentar el libro al Santo Padre. Se me permitió llevar conmigo a Mattia, el más pequeño de la familia, que tiene cinco años. La víspera, habló de este encuentro con sus amigos y las maestras del parvulario, quienes le pidieron una bendición del Papa para todos ellos. Fue Mattia el que puso en las manos del Santo Padre el volumen, abierto pro dos páginas particulares: Jesús hablando en la sinagoga y el Papa que se entrevista con Alí Arca en la cárcel y le concede su perdón. Lo primero que dijo fue: «¡Qué hermoso!». Pudimos ver una mirada llena de estupor y de gratitud y dos ojos profundos, densos de humanidad y leticia. Mattia, después de haberle besado la mano, le preguntó al Santo Padre si podía darle un beso en la mejilla y él lo abrazó dos veces apretándolo con fuerza contra sí. Mattia le dijo después: «¡Bendice mi parvulario!». Me quedé maravillada y asombrada de esas palabras porque ni me imaginaba que Mattia se acordase de esa petición que no había recordado o sugerido ni de lejos. El Papa, como si un ángel le hubiese dicho esas palabras, obedeció como a un orden: bendijo a Mattia y a su guardería. Me pareció haber asistido a un diálogo entre dos niños.
Maria Letizia, Urbino
Fiesta en la cocina
El chiringuito que montamos todos los años en las fiestas de Vallecas este año ha sido una fuente continua de gracia para mí. Comencé con muchas ganas; quería meterme de lleno, aunque también aparecían dificultades, como la de tener que ir al trabajo por las noches; pero esto ha sido lo que más me ha ayudado, ya que así he tenido más presente a Cristo. Han sido todo cosas sencillas, pero de un valor inmenso. Cuando empezábamos el turno en cocina lo hacíamos pidiendo, y era en ese momento cuando siempre tenía presente a Cristo para decir algo en su nombre. Desde ahí, desde la cocina, Cristo me ha dado luz para ver quien estaba atento a todo o quién estaba un poco más distraído y así estar más pendiente de él. Al decir "distraído" no me refiero a haciendo chorizos, pelando patatas o partiendo cebollas, sino a perder de vista algo más grande que es la razón por la cual lo hacemos. Es muy grande volver a rezar al finalizar el turno, y oír de algunas personas: «Vamos a pedir por una persona que ha sufrido un atentado y también por los terroristas» (¿por qué no podemos pensar que gracias a nuestra petición esa persona no ha muerto? [ndr, la víctima estuvo a las puertas de la muerte, pero se salvó]), o «Pidamos por los jóvenes que se incorporan al seminario»; y, al saludar a alguna persona, decirle yo «Pide por el chiringuito, lo necesitamos». El sábado tuve que superar otra prueba: no poder estar en el concurso de baile - que luego se pospuso -; tuve que dejar todo (mujer e hijos y la terraza llena de amigos) para ir a trabajar. Cuando llegué al trabajo mi corazón saltaba de alegría, una alegría que no puedo explicar, y fue entonces cuando me vinieron a la cabeza esas preguntas, «¿Quién soy yo? ¿Qué soy yo para que te acuerdes de mí?». Quise hacer una invitación a todos: hagamos memoria en los momentos difíciles y durante todo el año de lo que ha sucedido en el chiringuito; nos tiene que servir todo, tanto lo bueno como lo malo, porque Alguien más grande que nosotros nos lo ha puesto ahí para nuestro bien.
Antonio, Vallecas
Quien gana la batalla
Publicamos la carta que un amigo de Chile ha dirigido a un amigo suyo sacerdote
Llegué a Phoenix el jueves en la noche desde San José, y parto mañana hacia Filadelfia. De ahí a Princeton y, finalmente, de vuelta a Chile. Me doy cuenta de que es en estos momentos un poco complicados uno se juego de verdad el fundamento en que se basa su vida. Estuve leyendo anoche la escuela de comunidad que habla de prejuicio. Me parece que nos dejamos determinar demasiado a menudo por una imagen que tenemos sobre nosotros mismos, y no le restamos espacio al Misterio. No es que no tomemos en cuenta estos aspectos de nuestra persona que hemos ido percibiendo en el choque con la realidad y que forman un juicio previo, sino que no llegamos al fondo de ellos para descubrir allí a este Otro que nos sostiene. Así, a fin de cuentas, decidimos nosotros de qué somos capaces antes de lanzarnos a la aventura, reducimos nuestra propia vida, en lugar de dar paso al dramatismo propio de la vida que implica la verdad. Casi voluntariamente reducimos nuestra naturaleza, como si quisiéramos eliminar este dramatismo y, como hay algo que grita que no se trata de eso, no nos queda nada más que el desaliento y la soledad. No se trata de eliminar nuestra reacción o la imagen que tenemos, sino de ir al fondo y reconocer la tensión dramática que surge de ellos. Todo lo que vivo y lo que soy, todo viene de Cristo, y me lleva a Él. Él es quien me hace, quien me sostiene y quien usará todo para revelarme la verdad de mi vida. por eso creo que hay que librar una batalla contra el prejuicio como factor que determina la mirada hacia la realidad. Es una batalla en que defendemos como podemos la verdad, esto es, la realidad tal como es. El Rey del Universo puedo vencer en la realidad, en mi persona primero, y valerse de ella para vencer al mundo, que grita su nombre y que no quiere recibirlo. Estamos juntos por esto. Él nos ha escogido por esto y está con nosotros; nuestra fuerza es la conciencia de su Presencia. Podemos discutir, podemos no estar de acuerdo en algo, pero todo esto tenemos que hacerlo por Él, porque es el sentido de mi vida. Sin Él mi vida no tiene sentido. Es una batalla contra la ideología para que Cristo venza en mi vida, una batalla que Él gana si le dejamos. Su dulce presencia puede vencer a mi orgullo. Me impresiona cómo este prejuicio determina el ambiente del trabajo, y cómo el hombre se resiste en última instancia a él, como la naturaleza grita que hay algo más allá. Hoy, uno de los compañeros más jóvenes, con el cual he estado trabajando acá en Phoenix, me preguntó qué pensaba yo, si debía o no seguir en esto del "software", porque no se sentía útil y no quería ir de lunes a viernes a un lugar sólo para recibir a fin de mes un sueldo; eso no le bastaba, quería hacer algo útil. Me conmovió primero porque me lo preguntó a mí - y todavía no entiendo por qué - y, segundo, porque se me hizo más evidente que Cristo es el único fundamento que necesito cualquier hombre para que todo tenga un sentido, una utilidad. La naturaleza del trabajo es bastante más que recibir un sueldo a fin de mes, infinitamente más. ¡Qué aventura y qué drama!
Gerardo, Santiago de Chile
Origen y fuerza
Querido don Giussani: Conocí CL hace ocho meses leyendo el texto Origen y fuerza del yo. Transcurría el tiempo e iba percibiendo una correspondencia entre lo que dice la escuela de comunidad y muchos problemas que yo me planteaba. En el mes de junio asistí a los ejercicios de la Fraternidad. Regresé totalmente impresionado, tal vez por la forma en que se relacionaba a Dios con todo lo que existe. me propuse estar muy atento a todo lo que se suscitaba en mi vida y pude descubrir la importancia y lo bello de todo lo que nos rodea. Empecé realmente, al igual que cuando iba de niño al catecismo, a creer en Dios. Un viernes, cuando regresaba al trabajo, después de comer empecé a leer el texto En camino. Mientras leía, repasaba muchos momentos que había vivido a los 20 años. De inmediato, me vino a la memoria el recuerdo de la muerte de un amigo que trajo como consecuencia una gran tristeza y a la vez una serie de crisis nerviosas y depresivas. En mi casa estaban muy preocupados, y lo único que deseaba era que esa pesadilla terminara lo antes posible. Así como llegaban los instantes de tranquilidad, volvían los difíciles en los que recriminaba a Dios por mi situación. Con el tiempo, las cosas empezaron a cambiar y volvió la normalidad. Una vez recuperado, valoré la maravillosa oportunidad que tenemos al estar en este mundo; la vida no la tenemos comprada y es tan fina y delicada, que al más ligero choque se puede romper. No obstante, seguía preguntándome por qué Dios me había hecho pasar por una prueba tan dura. Al terminar de leer En Camino estaba muy conmovido, honestamente estaba llorando; no podía creer que alguien describiera lo que me había sucedido. No podía creer que alguien me dijera tan claramente que lo que me pasó cuando tenía 20 años fuera el despertar de mi yo a través de un acontecimiento doloroso. En ese despertar descubrí las convicciones que hoy rigen mi vida y mis ideales. ¡Gracias Señor! ¡Gracias don Gius por haber iniciado esta experiencia que es Comunión y Liberación! Gracias por haberme hecho posible vivir y no únicamente existir. Ahora entiendo: «¡Qué bello es el mundo y qué grande es Dios!».
Martín, Oaxaca
Una auténtica unidad
Todo comenzó con un curso sobre el amor en el matrimonio. A pesar de mi reticencia inicial y el esfuerzo que nos suponía asistir, supuso una ayuda muy concreta para nuestro matrimonio y las relaciones con los demás. Al mismo tiempo, comenzaron los problemas en mi trabajo. Ante mi reacción de angustia e incapacidad para atravesar esa difícil circunstancia, siempre tuvimos a quienes nos alentaron en la esperanza recordándonos que todo es para un bien mayor y que tenemos seguridad en Quien da la victoria. Así comprobamos que el Señor nos cuida mediante esta compañía a la que pertenecemos. Poco después, sucedió "un milagro": encontré un nuevo puesto de trabajo, profesionalmente mejor. Queríamos transmitir lo que habíamos recibido gratuitamente y un sacerdote nos ofreció participar en unos cursillos prematrimoniales. Al principio no tenía muchas expectativas: ¿Por qué nosotros? ¿Qué vamos a contarles? En cambio, se nos brindó la oportunidad de vivir una auténtica unidad con los novios y todos los que participaron en el cursillo. A nosotros nos llenaron sus testimonios y el ver en los rostros de esos jóvenes el reconocimiento de la verdad cuando compartíamos nuestras vivencias.
Carta firmada, Madrid
Siguiendo las "huellas"
No podía tener nombre más atractivo la revista de CL. Pertenezco desde hace poco más de un año al movimiento y, como a muchos, se me hacía difícil entender la escuela de comunidad. Compré dos o tres revistas y apenas leí algunos de sus artículos, me parecían muy densos. Me suscribí para el año 2000 por solidaridad y deseo de pertenencia. Tardé tres meses en leer todo el primer número, el segundo un mes y así sucesivamente, hasta que le empecé a tomar "sabor". Ahora espero gustosa la revista y en cuanto sale me la leo en dos o tres días. Sus artículos me parecen interesantes y los testimonios me motivan a seguir en la búsqueda de mi crecimiento y sentido religioso.
No ha sido un logro mío, pues reconozco que Otro obró en mí. Ahora entiendo mejor el movimiento y su misión. Gracias don Giussani por ser nuestro guía.
Cristina, Guadalajara (México)
Salvador
Hace un año, me enteré de que para el curso siguiente iba a tener en mi clase un niño de dos años que nació prematuro y que, como consecuencia, tenía algunos trastornos. La recomendación de la psicóloga y otros profesionales fue que «tuviera cuidado con las ventanas», compadeciéndose de lo que se e venía encima. Al comentarlo con otra maestra, me dijo que el método era preferirlo, porque es el mismo método que el Señor ha usado con nosotros. Pasé varios meses corriendo detrás de él, bajándole de encima de los lavabos, sentándole una y otra vez en la mesa para conseguir que, al menos, masticara un poco la comida... y haciendo que me mirara a los ojos cuando le hablaba. Paulatinamente, fue creciendo en mí la conciencia de que era el Señor el que se manifestaba a través de ese niño y, al mismo tiempo, empezaba a suceder un milagro: comenzaba a mirarme a los ojos si le hablaba, me tendía la mano o se volvía si le llamaba. La profesora de apoyo se asombraba de tantos progresos y decía siempre que se debía a mi optimismo y entusiasmo. Yo, tímidamente, sólo acertaba a decir que no había sido por mí. Hasta que un día comenzó a hablar y a llamarme pro mi nombre y para mí, que pasaba por un momento difícil, fue como si el Señor me llamara y me dijera: «Yo te quiero». Cristo en mi vida tiene el mismo nombre que este niño: Salvador.
Chus, Móstoles
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón