nada mejor que leer esta novela extraordinaria para percibir el calado fascinante de palabras tan profundamente humanas: «Tutta la vita chiede l'eternità». Nada tan sugerente para comprenderlas, para sentir que la vida existe y se impone como algo que no está llamado a morir. A lo largo del libro vuelve el protagonista varias veces a la vida: vuelve de la muerte que es la falta de libertad y vuelve de la sentencia de muerte a causa de su enfermedad. «Le embargaba, envolviéndole, la sensación de haber retornado inesperadamente a la vida, a esa misma vida de la que se creyó excluido para siempre dos semanas antes. Ciertamente la existencia no le prometía nada de lo que se considera bueno y por lo cual se afanaban las gentes de aquella importante ciudad: ni vivienda, ni propiedades, ni éxitos sociales, ni dinero. Pero sí le ofrecía otras legítimas satisfacciones que no se había desacostumbrado a valorar, tales como el derecho a caminar sin tener que esperar la orden de mando, el derecho a la soledad, el derecho a contemplar las estrellas no cegadas por los reflectores del campo de concentración, el derecho a apagar la luz por la noche y a dormir en la oscuridad, el derecho a depositar una carta en el buzón de Correos, el derecho a descansar los domingos, el derecho a bañarse en un río. Sí, existían muchos, muchos derecho similares. Y, entre ellos, el derecho a conversar con mujeres. ¡Todos esos innumerables y maravillosos derechos le restituían la salud!» (pp. 151-152). ¡La primera noche de semi-libertad! (p.258). Sobre el sinfín de dolores de un pabellón de cáncer prevalece «Esa melodía en la que [quien] ha vuelto a la vida o ha recobrado la vista, parece palpar, deslizar su mano por objetos o por un rostro querido, y que, aun tocándolos, no se atreve a creer en su felicidad: que esos objetos existan realmente y que sus ojos vean de nuevo» (p. 152). Inolvidable el retorno a la vida descrito en el capítulo 35, "El primer día de la creación".
Pero el retorno a la vida más esplendoroso es el descubrimiento de lo eterno, discretamente mezclado con lo perecedero, a través de un encuentro: entra en escena en el capítulo 5 y madura hasta la cumbre de "El último día" que cierra la novela. In crescendo la segunda parte donde señalamos los capítulos 24 y 25.
«Esas células del corazón que la naturaleza ha creado en nosotros para la alegría, al no usarse, se atrofian» (p.157), mientras que al usarse se hacen agudas en reconocer lo que les corresponde de verad: «El sentimiento que albergaba en su pecho era la única esperanza que le quedaba. Po eso, Oleg lo guardaba con tanta solicitud, porque era el principal aliciente, el mejor ornato de su vida. Estaba asombrado de lo que le acontecía: la presencia de Vega era suficiente para prestar interés y color al pabellón de cáncel, el cual, gracias a la amistad que los unía, perdía por completo su índole desoladora» (p. 410).
La carta que el protagonista escribe al final tiene el perfume inconfundible de la gratuidad. Cuando somos objeto de un amor gratuito eso tiene el poder de engendrar en nosotros ese milagro del afecto humano. Aunque «se precisan muchos años de peregrinaje para calar en el sentido de "Dios me lo concede"» (p. 504)
Alexandr Solzhenitsyn
Pabellón de cáncer
Tusquets Editores, pp. 508
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