Es el Natanael de los Evangelios. Arrollado por las palabras de Jesús, de quien había dicho "¿De Nazaret puede venir algo bueno?", lo siguió.
La evidencia de la verdad, más fuerte que cualquier prejuicio
Si hojeamos los Evangelios sinópticos en busca de noticias acerca del apóstol Bartolomé, encontraremos bien poco: en el elenco de los tres evangelistas, su nombre sigue siempre al de Felipe; los Hechos de los Apóstoles, sin embargo, lo ligan a Mateo. Bartolomé deriva del arameo "Bar Talmaj", es decir, "hijo de Talmaj", que en la traducción griega pasa a ser "Tomai". Leyendo a Mateo, Marcos y Lucas no encontramos más noticias.
Pero, según casi todos los estudiosos, Bartolomé es aquel Natanael de Caná que nos presenta el Evangelio de san Juan. Jesús ya ha comenzado su ministerio y vuelve a Galilea seguido por Andrés, Pedro y el mismo Juan, que eran ya discípulos del Bautista, a quienes Jesús había encontrado en Betania. Se dirigen a Cafarnaún, donde instalarán la base en casa de Pedro. Al grupo se había añadido Felipe, también procedente de Betania. Y es Felipe quien quiere enseguida comunicar su estupor a Natanael. Le cuenta que ha conocido "a Ése del que han escrito Moisés en la Ley, y también los profetas, Jesús, el hijo de José, el de Nazaret". Pero Natanael, que tiene un temperamento similar al de Tomás y no cree si antes no ha tocado con la mano, le suelta: "¿De Nazaret puede salir cosa buena?". Felipe no se rinde y le pide que vea con sus propios ojos.
El desconfiado Natanael se deja convencer. Jesús, nada más verle, le dirige unas palabras de simpatía: "Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño". En suma, elogia su franqueza. Pero cuando las miradas se encuentran la desconfianza se disipa y deja su lugar al estupor: "¿De qué me conoces?". La respuesta de Jesús: "Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi". En Palestina estaba muy difundida la costumbre de plantar una higuera junto a la casa, un lugar ideal para reposar protegidos por la sombra; en aquellos tiempos los rabinos encontraban allí el silencio que favorecía el estudio de la Ley. Estas palabras remueven por completo a Natanael.
Bajo la higuera
El abad Giuseppe Ricciotti, autor de la insustituible, Vida de Jesucristo, describe así aquellos instantes de maravilla: "La sorpresa debió ser extraordinaria espiritualmente, ya que los pensamientos que Natanael desarrollaba en su mente en aquel retiro suyo debían tener alguna relación con el inminente encuentro. ¿Pensaba tal vez en el verdadero Mesías, habiendo oído los extraños rumores que recorrían el país a propósito del recién llegado Jesús? ¿Pediría en el silencio de su corazón un "signo" a Dios, como lo había pedido Zacarías? No podemos responder con precisión; sin embargo, está claro que Natanael halló perfectamente verdaderas las palabras que le dirigió Jesús: de verdad le había visto en el interior de sus pensamientos, más que en la situación de su persona". Natanael es alcanzado por el cambio, constata que Felipe tenía razón, y exclama: "Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel". Jesús le contesta: "¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera crees? Has de ver cosas mayores". Y aún continúa: "En verdad, en verdad os digo: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre". (Jn 2, 46-51).
Tres días después de este coloquio, Jesús es uno de los invitados a las bodas que tenían lugar en Caná, con ocasión de las cuales hizo su primer milagro. Es muy probable que fuera el cananeo Natanael quien le pidiera que participase en aquel matrimonio.
Juan nombrará de nuevo a Natanael sólo al final de su Evangelio. Muerto y resucitado Jesús, los apóstoles vuelven a Galilea a la espera de que su Maestro se muestre. Natanael es uno de los siete que salieron una tarde a pescar. Al alba se apareció el Señor a este grupito, a la orilla del lago de Tiberiades, la tercera aparición tras la Resurrección.
Mártir en Armenia
Se puede suponer por todo esto que Natanael formaba parte del círculo de los apóstoles, aunque su nombre no se encuentra en los sinópticos. En su lugar, éstos hablan de Bartolomé, una figura no mejor identificada. La explicación puede ser ésta: Natanael, que en hebreo significa "don de Dios" y Bartolomé son nombres complementarios; el primero es el "nombre propio", el segundo es el patronímico con el que el apóstol era designado. Además, Natanael viene de Galilea, la tierra de proveniencia de los apóstoles, y su nombre, en los evangelios de Marcos, Mateo y Lucas, viene ligado al de Felipe, precisamente el amigo que le hizo conocer al Mesías.
Hasta aquí llega la narración de los evangelios. ¿Qué le sucede después a Bartolomé? Eusebio de Cesarea nos cuenta que Panteno, mientras estaba evangelizando "la India" (un término que se refería a un área muy vasta), había descubierto que Bartolomé había predicado antes que él en aquella tierra. Además, Panteno encontró el Evangelio de Mateo en arameo, que habría sido llevado por el propio Apóstol. Según otras tradiciones, habría evangelizado Mesopotamia, Persia, Egipto, Frigia, Arabia, Etiopía y Armenia. Precisamente en Armenia habría encontrado el martirio, pero también sobre este punto las noticias son vagas: según algunas tradiciones fue crucificado, según otras decapitado. Bartolomé convirtió y bautizó al rey Polimio, a su familia, al ejército y a su pueblo. Por esto, el rey Astiage, hermano de Polimio montó en cólera e hizo matar al apóstol. Algunas fuentes cuentan que fue desollado vivo, una versión recogida por la iconografía oficial, que lo representa a menudo mientras lleva los pedazos de su propia piel, como en el caso tan célebre del Juicio Final de Miguel Ángel. Por ello es considerado el protector de los carniceros y los curtidores, y es invocado por quienes sufren enfermedades de la piel. En el arte, su atributo es el cuchillo, es decir el instrumento de su martirio.
De Lipari a Roma
Sus reliquias habrían llegado en 580 a la isla de Lipari, donde permanecieron durante más de doscientos años; en 838 el príncipe de Benevento las llevó a su propia ciudad. Allí permanecieron hasta que Otón III las transfirió a Roma. Era el año 983 y el emperador alemán había construido una iglesia que había querido dedicar a san Adalberto y a san Bartolomé. Los de Benevento trataron de quedarse con las reliquias del Apóstol, dando a Otón las de san Paolino de Nola. Cuando el emperador se dio cuenta, volvió sobre sus pasos y reclamó que le dieran las reliquias verdaderas. En la fachada de la iglesia sobre la isla Tiberina, donde aún hoy se conservan, una inscripción testimonia este hecho: "In hac basilica requiescit corpus S. Bartholomaei apostoli". En el transepto, a la derecha, se conserva una palangana con forma de cáliz del año 1000, en la que habrían sido transportadas las reliquias del apóstol de Benevento a Roma para ser después colocadas en la preciosa pila de pórfido rojo que se encuentra bajo el altar mayor. Al término del siglo XVIII, con la ocupación francesa, las reliquias fueron puestas a recaudo en Santa María in Trastevere, como signo de una veneración por parte del pueblo romano que nunca ha venido a menos. Una veneración que contrapuso incluso a dos papas: Pío IX, que reordenó el altar, y Juan XXIII, que fue allí de visita. También Tolosa y Canterbury reivindican en sus catedrales la existencia de reliquias de Bartolomé.
SEÑAS DE IDENTIDAD
Nombre: Bartolomé o Natanael.
Procedencia: Caná de Galilea.
Profesión: pescador.
Rasgos particulares: barba, cabellos oscuros, casi 50 años.
Fiesta: 24 de agosto.
Lugar de culto: algunos restos de san Bartolomé son custodiados bajo el altar mayor de la iglesia de San Bartolomé en la Isla, en Roma. También Benevento, ciudad que tuvo dichos restos durante algo más de cien años, conserva reliquias en la iglesia de San Bartolomé. Finalmente, también se veneran reliquias del santo en la catedral de Tolosa y en la de Canterbury.
Hablan de él: los cuatro evangelios, los Hechos de los Apóstoles, Eusebio, Jacopo da Varagine.
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