«Y yo, ¿qué soy? Enigma y drama».
Testimonios de un autor enamorado de Cristo, Gregorio Nacianceno
Intuiciones inteligentes y emociones dramáticas. El hombre es frágil. Cualquiera que considere seriamente la existencia humana no puede dejar de llegar a esta conclusión. Escritores de todos los tiempos han expresado en páginas admirables sus sentimientos al respecto. En particular, entre los griegos que vivieron antes de Cristo, destacan las reflexiones de Homero (Ilíada 6,146 ss.: «Como la de las hojas en el bosque, es la generación de los hombres sobre la tierra. Son adorno del árbol un día y otro son abatidas por el viento y desparramadas por la tierra; pero reverdece el bosque al venir la primavera y produce otras hojas; así es como perece una generación de hombres y nace otra») o de Simónidas (fragmento 521, Ed. Page: «Tú que eres hombre no digas nunca lo que será mañana, ni, si ves a otro feliz, por cuánto tiempo lo será, ni siquiera cuán veloz es el vuelo de la mosca de alas tensas») o de Píndaro (Píticas 8,138: «Sueño de una sombra es el hombre») o de Sófocles (Ayax 125 s. :«... todos nosotros que vivimos no somos sino larvas de sueño, sombras vacías»).
Con igual inteligencia y sensibilidad describió Gregorio Nacianceno la condición humana. Él conocía bien la literatura pagana y es probable que, meditando sobre la naturaleza del hombre, recordara textos de la antigüedad clásica, aunque su reflexión fue siempre genuina y nunca abstracta o fruto de una imitación formal, pues nacía de la experiencia. Así por ejemplo, cuando murió su hermano Cesáreo, Gregorio experimentó en primera persona la precariedad de la vida y escribió las siguientes consideraciones (Oratio 7,19): «Tal es nuestra vida, hermanos, la nuestra que vivimos sólo breve momentos. tal es el juego que se cumple sobre la tierra: nacer cuando no existimos y cuando uno ha nacido, disolverse; somos un sueño inconstante, un fantasma inaferrable, vuelo de un pájaro que pasa, nave que no deja huella sobre el mar, ceniza, vapor, rocío matutino, flor que nace y muere... He considerado todas las cosas humanas, la riqueza, el lujo, el poder, la gloria, la sabiduría... los placeres del vientre, los jardines, los sirvientes, los soldados... ¿Qué queda de todo ello? "Todo es vanidad"... Por esto: tened temor de Dios; con Él cesa la turbación, es el único provecho de tu vida; es decir, ser conducido, a través del desorden de la realidad terrena llena de desconcierto, a la realidad celestial, estable e inmóvil». Como los autores paganos, también Gregorio expresa una infinita tristeza frente a la vanidad de la vida, pero, a diferencia de ellos, él sabe que pertenece a un Dios que hace cesar la "turbación" humana e indica el camino de la felicidad.
¿Es negativa la realidad?
Gregorio sabe que pertenece a Dios y debe escoger en toda circunstancia entre el juicio bueno (es decir, pertenezco a Dios) y el juicio malo (me pertenezco a mí mismo y Dios me amenaza) sugerido por el demonio, el tentador por excelencia (el hombre siente en su carne un mal que se presenta como bien). Gregorio parte de aquí para describir, en los dos poemas Sobre la virtud (I,2,9 A-B), las contradicciones de la naturaleza humana: «A menudo... el Enemigo nos priva de la elección del bien y del mal, como una fiera astuta que cubre las pisadas con otras pisadas para despistar con engaños al cazador de la virtud. la carne me aconseja algo agradable, otra cosa distinta a la ley, otra, la envidia; una cosa el tiempo, otra la eternidad; hago aquello que odio y me deleito con mis males...; unas veces humilde, otras soberbio; hoy aborrezco la violencia, pero mañana soy violento; distinto siempre en cada ocasión, como un pólipo que reproduce el color de las piedras. Lloro a lágrima viva, pero el pecado no se va. Y cuando las he derramado todas, aún recojo otras tantas dentro de mí por otros pecados, derrochando remedios y fármacos... [Dios] me hizo capaz del bien y me dio la fuerza para ello y yo voy al estadio como un corredor no demasiado ágil, que no obstante espera un premio, extendiendo los miembros en la carrera, teniendo a Cristo como aliento, a Cristo como fuerza, como espléndida riqueza que hace aguda mi vista y veloz mi carrera. Sin él todos los mortales son juegos vanos y muertos vivientes, pestilentes a causa de sus pecados. En efecto, no puede volar el pájaro fuera del aire; así tampoco puede el hombre dar un paso sin Cristo...». Si Cristo es el "aliento" de la vida, sentido de la realidad, que se revela positiva y no negativa, entonces es necesario confiarse a Él y a Su misericordia, como bien subraya Gregorio en su poema Sobre la caducidad de la naturaleza humana (I,2,13): «El tiempo y yo, como pájaros o naves en el mar, nos rebasamos recíprocamente, sin tener estabilidad alguna. Mi pecado, sin embargo, no está destinado a pasar más allá, sino que permanece: se trata del aspecto más infeliz de la existencia. No sé qué desearme: si vivir aún o disolverme. Ambas posibilidades me atemorizan... Mi vida está miserablemente llena de errores y, si muero, ¡ay de mí!, no habrá remedio alguno para los pecados que cometí antes. Y si la vida, con su carga pesada, te hace presagiar que ni siquiera el disolverse conducirá a la liberación de los afanes... existe un abismo por todas partes. ¿Qué hacer? Ciertamente, ésta es la alternativa mejor, contemplarte sólo a ti y tu misericordia».
Cristo redentor del hombre
Cristo se encarnó para asumir la humanidad herida, para rescatar la carne herida, liberando de este modo al hombre de la esclavitud del pecado. En la oración Para la Santa Pascua el capadocio recuerda que los hombres, oprimidos por pecados cada vez más graves, tenían necesidad de alguien que les liberase y que Dios mandó a Su Hijo que, aun siendo Dios, se hizo hombre en todo menos en el pecado.
Concebido en el seno de una Virgen, Él asumió el cuerpo, uniendo dos elementos contrarios entre sí: «¡Oh, qué unión tan nueva! ¡Qué admirable unidad!... Aquél que no había sido creado, se volvió criatura; aquél que no puede ser contenido por ningún lugar... fue contenido en una carne; aquél que enriquece a los demás, se hizo pobre; sufrió en efecto la pobreza de mi carne, para que yo pueda obtener la riqueza de su divinidad; aquél que es plenitud, se vacía, se priva de su gloria para que yo pueda participar de su plenitud. Pero, ¿qué es la riqueza de la bondad?, ¿qué es este misterio que me concierne? He recibido la imagen y no he sabido conservarla. Él ha tomado mi carne para salvar la imagen y hacer inmortal la carne...» (Oratio 45,9).
Para Gregorio, Jesús es todo, es el "Único", como emerge de la breve poesía A Cristo (II,1,74): «¿Qué tiranía es ésta? Nazco. Bien. Pero, ¿por qué soy arrollado por el mar de la vida? Pronunciaré un discurso, temerario, es verdad, y no obstante lo pronunciaré. Si no fuese tuyo, habría sufrido una injusticia, Cristo mío.
Somos engendrados, perdemos las fuerzas, nos saciamos; duermo, camino; enfermamos, sanamos; placeres, aflicciones; participar de las estaciones, del sol, de todo lo que nace de la tierra, morir, marchitarse en la carne; esto sucede también a los animales que no tienen honor y no obstante están libres de culpa. ¿Qué tengo yo más que ellos? Nada, sino Dios. Si no fuese tuyo, habría sufrido una injusticia, Cristo mío». La vida humana está oprimida por la tiranía de las necesidades, las mismas de los animales: Gregorio, con una audacia que llega casi a la temeridad, grita a Cristo que si la vida humana fuese igual que la de las bestias, habría sufrido una injusticia. Pero existe una diferencia entre el hombre y el animal: Dios, significado último de las cosas y que el hombre anhela, incapaz de aceptar servilmente las necesidades que reclaman sin tregua a otras necesidades (tengo hambre, como; tengo de nuevo hambre); pero si las cosas están así la injusticia no subsiste porque Dios se ha encarnado y a Cristo, Dios encarnado, pertenece el hombre.
(Otro artículo sobr el mismo autor se publicó en Huellas n.2-99)
Gregorio Nacianceno poeta
Gregorio Nacianceno fue uno de los poquísimos Padres de la Iglesia que escribió poesía. Se había apasionado con el género poético en sus largos años de estudio y había leído a los más grandes poetas de la época clásica, a los que después imitó en muchos de sus poemas. No tenía en efecto una actitud moralista cerrada frente a la cultura pagana, que aceptó filtrándola a través de su educación cristiana. Escribió millares de versos sobre los argumentos más dispares, usando las formas métricas más diversas y dirigiéndose a destinatarios igualmente diversos (escuelas, monasterios, parientes y amigos, enemigos, funcionarios imperiales); tiene meditaciones sobre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, sobre los milagros de Cristo, la castidad, la virtud, la naturaleza humana; son numerosísimas las poesías autobiográficas; algunas obras están escritas para circunstancias particulares, como la petición a un funcionario de disminuir los impuestos de los eclesiásticos, los enfrentamientos entre un padre y su hijo, un matrimonio o la invitación dirigida a un amigo pagano para que se convierta al cristianismo. Muchos de estos argumentos no se adecuan evidentemente a nuestro concepto de poesía. Los poemas del padre capadocio que más cercanos sentimos a la sensibilidad moderna son seguramente aquéllos que meditan sobre la condición humana y los autobiográficos, expresados bajo forma de relato, de meditación o de oración. En éstos Gregorio habla de todos los acontecimientos de su vida, pero de forma especial de aquéllos, por así decir, negativos, de la hostilidad de los adversarios, de la incomprensión de los amigos, del ensañamiento contra él de los herejes, de la indignidad de sus colegas pastores, del desorden y la decadencia de la Iglesia, de sus enfermedades. La descripción de estas realidades dramáticas, no exenta a veces de una cierta complacencia debida a una sensibilidad muy melancólica, no es nunca un fin en sí misma, sino que forma parte de la constatación de que también Cristo es una realidad, de que Cristo es parte de la realidad, de que es la única respuesta al enigma de la existencia e indica el camino para la felicidad, un camino salpicado de duelos, dolores, incomprensiones, divisiones, pero que asegura de cualquier modo el ciento por uno en la tierra y la vida eterna. Finalmente hay que recordar que Gregorio escribió poesías también para enseñar, para transmitir su experiencia de vida, su cultura, de modo que otros pudiesen confrontarse y ensimismarse con ellas.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón