Una joven familia que reside en San Diego. A vueltas con el colegio de sus hijos y extrañas llamadas de teléfono de sus vecinos. No es esta la América que quisiéramos. Aunque dicen que éste será el futuro
San Diego es una bellísima ciudad de los Estados Unidos, la quinta en cuanto a población, situada en la Southern California, pegada a la frontera mejicana. A pesar de su tamaño, es relativamente tranquila. Las palabras que la definen son soft and easy versión californiana del carpe diem. California se considera a sí misma puntera en lo que se refiere al relanzamiento de la calidad de vida en los Estados Unidos. Se siente investida de una misión de arrastrar a los demás estados hacia un mundo de bienestar en el que ya nadie fume, todos estén en perfecta forma física y la enfermedad esté casi erradicada.
Mi mujer, Luisa, mis dos hijos, Lorenzo (5años) y Francesco (1 año), y yo, llegamos a San Diego en marzo de 1998. La universidad para la que trabajo (Universidad de Brescia, Facultad de Medicina, sección de Fisiología Humana) había organizado un proyecto de investigación internacional que implicaba a la University of California de San Diego.
Al final del verano se nos presentaba el problema del colegio para nuestro hijo mayor, Lorenzo. De hecho, aquí la etapa escolar comienza a los cinco años con el Kindergarden, equiparable, a grandes rasgos, al programa de nuestra Primaria. Tras las primeras semanas de colegio, los padres fuimos convocados para una reunión informativa. En ella se nos presentó el proyecto educativo del centro: entre otras cosas, nos dijeron que les parecía esencial, para una buena preparación de los chavales, el mezclar todos los años los alumnos de las distintas clases y cambiarles los profesores, para evitar que se establezcan vínculos estables de amistad entre los estudiantes y relaciones de preferencia entre los maestros y alguno de los niños. Esto tiene la finalidad de preparar a los niños para el mundo adulto, el mundo del trabajo, donde cada cual debe salir adelante con sus propias fuerzas y la amistad se considera un signo de debilidad.
Como en el escenario
Uno de los puntos fundamentales de la enseñanza es el denominado sharing (compartir): todas las semanas se propone un tema, puede ser una letra del alfabeto, un color y o un acontecimiento, y los alumnos, por turno, deben entretener a sus compañeros de clase durante 5-10 minutos hablando sobre ese tema. Lo tienen que hacer como en un escenario, ante todos. Esto se hacer para habituarles desde pequeños a una ficción en las relaciones que les permita estar siempre a la altura de la situación.
En Estados Unidos existe un grave problema respecto al mundo de la infancia, que es el del child abuse, el abuso de menores, hasta el punto de que en California dar un azote está considerado delito. Si se demuestra que has dado un azote en el culete a tu hijo, puedes acabar en la cárcel. La delación puede tener valor de prueba.
Un día mi mujer estaba paseando por la acera con una amiga y con los niños. En un momento determinado la amiga gritó enérgicamente a su hija. Inmediatamente, un coche aparcó junto a la acera, un señor bajó la ventanilla y amenazó a la mujer con referir todo a la policía si no dejaba de gritar a la niña enseguida.
Un segundo ejemplo nos atañe directamente. Nuestro hijo Francesco, cuando tenía año y medio, no quería irse a la cama por la noche. A pesar de nuestras precauciones, en cuanto salíamos de la habitación rompía a llorar. Después de unos días, mi mujer y yo decidimos dejarlo llorar para ver si así se dormía. Y, de hecho, tras cinco minutos de lloro se puso a roncar como un lirón. Al día siguiente, a las nueve u media de la noche, llamaron a la puerta. Abro y me encuentro frente a dos agentes de policía que me dicen que una persona del edificio de enfrente les había llamado por un episodio de child abuse y habían venido a comprobar si era cierto. Les respondí que los niños estaban durmiendo y que todo estaba bajo control y ellos reconocieron que probablemente se trataba de un error.
La noche siguiente, la misma escena; Francesco llora antes de dormirse y a los diez minutos la policía llama a la puerta. Entonces nos dios cuenta de que el motivo por el que venían eran los cinco minutos de llanto. Se lo explicamos a los policías que entraron a la habitación para controlar que todo estaba en orden. Durante una semana tratamos de evitar que Francesco llorase antes de dormirse y no hubo más problemas, pero un día, mientras le bañábamos, Francesco no quería lavarse la cabeza y se puso a llorar. Al asomarnos a la ventana habíamos visto que tres coches de la policía se encontraban aparcados en las proximidades de nuestra casa.
Una hora más tarde, sin falta, la policía llama a la puerta. Me dicen que han recibido una nueva denuncia de child abuse. Bastante escamado les mostré a mis niños en ese momento estaban jugando tranquilamente. Les pedí que me explicaran por qué nos importunaban continuamente y per respondieron que una persona, siempre la misma, les llamaba por miedo a que les pasara algo peligroso a los niños y que ellos tenían el deber de acudir a comprobarlo.
A different behaviour
Al día siguiente, fui a hablar con el jefe de la policía, explicándole que no estábamos dispuestos a ser importunados continuamente por visitas de la policía y pidiéndole que nos sugiriese qué hacer, dado que no podemos parar el llanto de mi hijo una vez que empieza. Era una persona inteligente y me respondió que iría a hablar con quien les había llamado. Un par de días más tarde me dijo que había comprendido que se trataba de un different parental behaviour, es decir, de una diferencia cultural en el trato con los niños debida a que éramos extranjeros. La persona que nos denunciaba había aceptado ceder en sus escrúpulos. Desde entonces, afortunadamente, no hemos tenido más problemas.
Los profesores comienza a imbuir en los niños sentimientos de desconfianza y duda en la relación con sus padres. Les dicen que no vacilen en llamar a la policía en caso de cualquier peligro, y que no escuchen lo que les digan sus padres para justificar la severidad en el trato con ellos.
Recientemente el Union Tribune, el periódico local, ha dado la noticia de un nuevo "hallazgo" en el ámbito de la educación- Puesto que en esta sociedad todo está pensado para evitar situaciones que puedan dañar tu sensibilidad (sería poco conveniente y politically not correct, alteraría el equilibrio del soft and easy), se está pensando en introducir en los colegios una serie de iniciativas para hacer que la muerte, tal vez uno de los últimos sucesos que quedan que te obligan a preguntarte por el significado de la vida, resulte algo "normal" e indoloro desde pequeños. Están pensando recrear en clase situaciones en las que los niños asistan a escenas ficticias con personas que mueren. Se les explicará que se trata de un evento natural que no debe chocarnos demasiado. Al final, tras unos meses de escenificaciones, cuando una persona querida se muera el resultado será un encoger los hombros y un «total, antes o después debía suceder».
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