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Huellas N.8, Septiembre 1999

LA THUILE

Un pueblo y la aventura de las apariencias

Testimonios de la Asamblea Internacional de Responsables de CL. 750 personas de 70 países. El saludo inicial de don Giussani «Ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para sí mismo, porque si vivimos, vivimos para el Señor; y si morimos, morimos para el Señor. Así que, ya vivamos, ya muramos, del Señor somos» (Rm 14,7-8).

Deseo que el Espíritu de Jesús os haga comprender lo que dice san Pablo; porque la cultura de un pueblo, es decir, la balanza de su historia, es la expresión viviente de lo que hace del pueblo, que pertenece a Cristo, el verdadero protagonista de la gran aventura de las apariencias. He esperado todo el año para poderos saludar y conocer uno a uno: lo que da origen al rostro y a la vida de una persona o de un pueblo es la filiación original que el Hijo del Padre concede a la vida del hombre, al que ama.
Creo que Jesús este año pide a nuestra amistad el sacrificio de poder conocernos. Se lo ofrezco por la vida.
Se lo ofrezco por vuestra vida personal y por la vida de esa parte del pueblo de Dios que os toca vivir. Pero el Señor al que pertenecemos es el Señor del tiempo y del espacio, el Señor de toda vida. Por tanto, ahora o “entonces” conoceremos lo que nos ha unido en la verdad y en el amor al mundo.
Vuestro amigo,
Luigi Giussani


«¿Para quién vives?»
El ejemplo de una investigadora italiana en Washington. El trabajo, expresión madura de un yo que pertenece

TERESA LANDI
Me dedico a investigar sobre el cáncer en una ciudad cercana a Washington. Hace poco empecé a trabajar en un proyecto de investigación que me interesaba muchísimo y luchaba con todas mis fuerzas para poderlo dirigir. Un día - era un viernes - uno de los subdirectores del departamento donde trabajo me dijo: «Si vas el lunes al director y le dices que estás dispuesta a llevar adelante este proyecto a toda costa y le prometes quedarte aquí durante varios años - ten en cuenta que tendrás que estar aquí noche y día, cosa que yo no aconsejaría a nadie -, unos cuantos te apoyaremos y al final el proyecto será tuyo».
Precisamente uno de esos días hablé con don Giussani, que me preguntó enseguida: «Si aceptas dirigir este proyecto ¿creas alguna enemistad, haces daño a alguien?». «Sí, evidentemente - le respondí -, estamos luchando por él desde hace meses, nos estamos dejando la piel y si lo consigo, una parte de mis compañeros estará contenta y la otra no». Y él me dijo: «No he entendido por qué tienes que dirigir ese proyecto precisamente tú». Respondí: «Por fuerza, el proyecto lo he escrito yo, he trabajado durante meses y por eso tengo que tratar de defenderlo». «Sí, sí, lo he entendido, pero ¿por qué tienes que dirigirlo tú?». Le repliqué: «Tal vez no me he explicado. Aquí las cosas funcionan así, lo he escrito yo y debo dirigirlo yo». Me interrumpió diciendo: «Pero, tú ¿para quién vives?». Después de un momento de silencio le dije: «Pues, por Cristo».
Ese lunes por la mañana fui a ver al director y le dije que estaba dispuesta a hacer todo lo posible para que el proyecto se realizara: «Si me confía este proyecto, trataré de hacerlo bien y me quedaré aquí más tiempo. Pero, en toda conciencia humana y cristiana, si el que yo dirija este proyecto crea problemas a alguien, hiere a alguien o es a costa de que nuestras relaciones sean menos amistosas, estoy dispuesta a dejar en las manos de quien vosotros decidáis la dirección del proyecto, y a colaborar para llevarlo a cabo, haciendo cualquier tipo de trabajo, incluso sacar fotocopias». Durante la conversación, don Giussani me había dicho también: «Si trabajamos es para que el lugar donde vivimos sea más humano y la gente que nos rodea esté más contenta. Si nuestra presencia en el lugar de trabajo no es para que la gente esté un poco más contenta, ¿qué hacemos allí?».

Inmersos en el mundo
De forma inmediata, reconocí que esto correspondía más con lo que estaba viviendo que la posición que yo había sostenido durante meses. Me preocupé un poco y pensé: «¿Cómo es posible que yo, que quiero de verdad vivir por Cristo, rodeada de amigos que viven por Cristo, siga razonando como el mundo?». «No te preocupes por eso, no es éste el problema: es normal lo que te sucede porque estamos inmersos en el mundo y en su mentalidad. La cuestión es que, cuando alguien te dice la verdad, tú te adhieras a ella inmediatamente; y en la vida siempre habrá alguien que te dirá lo bueno, lo verdadero... La cuestión es que te adhieras, que lo reconozcas y te adhieras».
Bien, el director del instituto me confió la responsabilidad del proyecto y yo me lancé sin reservas. Luego me surgió otro problema. ¿Cómo conciliar el trabajo con todos los demás compromisos a los que tengo que hacer frente? Pregunté enseguida y recibí un fax de respuesta desde Milán: «Tu tarea en el movimiento y el servicio que prestas a la sociedad con tu trabajo, se pueden definir así: el primero es el amor a Cristo, que se vuelve todo para la persona y genera la acción; el segundo es la caridad con el género humano, pero - como tú misma comprendes - también esto es amor a Cristo. Por tanto, pídele siempre al Espíritu Santo que te dé la sabiduría de hacer, en cada situación, lo que sea más justo hacer». El drama permanece, pero mi vida ha encontrado unidad: todo es amor a Cristo.
Leí en ¿Se puede vivir así? que si probamos a decir 100 veces al día Veni Sancte Spiritus. Veni per Mariam, la vida cambia. Empecé a repetirlo y las cosas cambiaron. En el trabajo conocí a una señora de unos sesenta años que trabajaba en la administración del instituto. Un día me la encontré por la calle y me dijo que había muerto su marido. Desde ese día, de vez en cuando, venía a mi oficina a hablar; después conoció a mis amigos, a las de mi casa y tuvimos ocasión de vernos muchas veces; me presentó a sus hijos y un día me dijo - tiene unos sesenta años -: «Al principio pensé que aceptabas la relación conmigo porque eras una italiana que estaba aquí sola, perdida... querías una madre adoptiva. En cambio - casi me impresiona decirlo - me parece que tú eres mi madre». Un día se tuvo que operar y al regreso del hospital me pidió que fuera a su casa a cocinar. Lo hice, pero no tuve en cuenta que es judía y tiene una normas estrictas para preparar la comida (como la mayor parte de mis compañeros) y metí la pata. Cuando llegó a casa, me regañó: «¡pero, que has hecho!». Me disculpé, pero ella me dijo: «No, soy yo la que tengo que pedir disculpas porque no te dije cómo lo tenías que hacer. Pero no se me ocurrió porque tú, cuando te mueves y por cómo vives, eres más judía que todos los judíos que conozco, por eso no me imaginaba que podías no serlo».

«Brochazos de cola»
En mi instituto hay un bar regentado por gente de Taiwán. Un día la dueña me pidió que hablara con su hijo porque tenía que ir a Italia. Quedé con él, hablamos y desde ese día cada vez que iba al bar, en la caja, la señora me hablaba de su hijo; estaba muy orgullosa de él. Hace pocos días el bar estaba lleno de flores: ese muchacho había muerto en un accidente de carretera. Un cartel invitaba a todo el instituto a los funerales. Fui con una de mi casa y me encontré con que allí sólo había un grupo de taiwaneses. El ambiente me resultaba muy extraño: había monjes budistas y música rara; me quedé en el fondo mirando a la gente, que pasaba ante los padres y hacía una inclinación. Mi compañera me dijo: «¡Vamos también nosotras!». Fuimos y cuando me incliné, los padres se levantaron y el padre me dijo: «Doctora, ¡ha venido!», la madre vino hacia mí, me abrazó y me dijo: «¿Puedo llorar contigo?».
Una última cosa. Una tarde vinieron algunos amigos a casa para programar mi nuevo ordenador. Uno de ellos me contó que había ido a una reunión del colegio de su hijo, a la presentación de los programas: no sólo cambiaban los profesores cada cierto número de meses, sino que también los niños tendrían que cambiar de clase para no favorecer ningún tipo de amistad, ningún vínculo, con el fin de que crezcan independientes. Porque éste es prácticamente el ideal educativo de América. Precisamente esos días me llegó el último libro de don Giussani y empezamos a leer la Introducción en el punto en el que dice que en el momento mismo del encuentro con Jesús, en ese mismo instante, se produce la adhesión, el apego a Él, es como si su presencia diera «brochazos de cola» que nos pegan a él. Era tan verdadero lo que leíamos que no nos dimos cuenta que era más de medianoche y el helado que habíamos comprado se había derretido. Además, ante el bien y la verdad lo único que se puede hacer es adherirse; no es posible dejar de adherirse.


Sentido religioso en Tv
Cuando la fe se reduce a moralidad produce el rechazo de la razón, de la tradición y de la historia. Este es el error de los Estados Unidos. Donde, a pesar de todo, ahora existe una apertura real

LORENZO ALBACETE
Provengo de Puerto Rico y soy uno de los casi dos millones de portorriqueños que viven en Nueva York. Hace poco, más de tres millones de personas hemos celebrado en Nueva York nuestro desfile anual de la “jornada portorriqueña” por la Fifth Avenue.
He tenido ocasión de asistir al desfile con el Cardenal John O’Connor desde la escalinata de la catedral de San Patricio.
Casi todos los que participaron en el desfile se pararon delante del Cardenal e hicieron un gesto de reverencia y de respeto – ¡incluidas las miles de bailarinas de salsa que trataron de cubrir un poco su evidente esplendor físico para encomendarse a las oraciones del Cardenal!
Después de cinco horas de esta constante manifestación de piedad popular uno de los presentes dijo: «Es una pena que la Iglesia haya perdido a toda esta gente. Porque, a pesar de toda esta piedad, no siguen nuestras enseñanzas morales».
Le respondí: «Se equivoca. No los hemos perdido, pero los perderemos seguramente si prevalece su forma de pensar».
Le expliqué que la fe católica no es, ante todo, una cuestión de moralidad. Este- le dije- es el error que ha impedido a la Iglesia Católica de Estados Unidos generar una alternativa cultural al error protestante que, al separar la fe y la razón, la fe y la cultura, ha separado la moralidad de las necesidades del corazón humano.
Cuando la cultura resultante se ha separado de sus raíces puritanas y protestantes (no ha sabido responder al desafío de la secularización), la única fuerza que parecía capaz de mantener unido a este país multicultural ha sido el rechazo de la fe, de la tradición y de la historia concebidas como fuente de división, la sustitución de la moralidad por el legalismo y esto ha llevado al miedo y al terror por comprometerse seriamente.
Dije: «No conseguiréis que acepten vuestras posiciones morales hasta que no demostréis que la propuesta católica corresponde a las necesidades más elementales del corazón. Otros apelan a estas necesidades, pero como no se basan en el encuentro con Cristo, ofrecen una unidad enraizada en el rechazo de lo humano, como sucede en el fundamentalismo o en la exclusión de lo que es diferente –incluso hasta llegar a su eliminación violenta (como hemos podido ver estos días)-.

Devorado por los monos
Es interesante, sobre todo, el caso de los afro-americanos a los que, durante mucho tiempo, sostuvo por el Protestantismo del Sur (la Iglesia Baptista) en sus esperanzas de libertad (conocemos sus cantos, los espirituales negros). Así los afro-americanos acabaron siendo legalmente liberados por los laicos. Sin embargo, cuando experimentaron la llamada “libertad” se encontraron con un vacío espiritual que empujó a muchos de ellos a desechar, por inhumana, la cultura occidental y a refugiarse propiamente en los brazos del Islam. La Iglesia Católica, que ya sufría la influencia de la reducción protestante de la fe a moralidad, no estaba presente para mostrarles que lo que debían rechazar no era la fe cristiana, sino una deformación de la misma operada por la separación entre la fe y la experiencia de la realidad.
Este último año he tenido la oportunidad de llevar nuestro testimonio - el carisma de don Giussani, su mensaje- a esta gente, secularizada, pero con buena voluntad, y he visto cómo sus ojos se iluminaban y empezaban a sospechar que tal vez, después de todo, existe una forma de ser libres y humanos sin necesidad de eliminar la sed de eternidad, de Misterio, de transcendencia, o sin abandonar la pasión por lo humano, escapando a través de un espiritualismo irracional.
Hace algunas semanas, tuve la oportunidad de hablar ante los críticos de espectáculos más importantes del país (de todos los medios: televisión, radio, prensa, etc.) - el público más cínico posible - ; se encontraban en Los Ángeles para escuchar a los representantes de las principales cadenas de televisión que estaban presentando sus programas para la próxima temporada. Me invitó por uno de ellos para un programa que se presentará el 28 de septiembre en la franja de máxima audiencia, un programa sobre la crítica de Juan Pablo II a la modernidad.
Me sentí como una banana en un congreso de monos, convencido de que me devorarían vivo! Durante un instante me vi solo y asustado, pero enseguida me acordé de don Giussani y me di cuenta de que no estaba solo. Lo único que tenía que hacer era trasmitir lo que he encontrado, proclamar «et Verbum caro factum est», la encarnación, el abrazo completo del Misterio bueno a lo humano, al corazón del hombre, a la inteligencia humana, a la razón del hombre y a su carne.

Programa vespertino
Después de los diez primeros minutos de preguntas sobre el programa de televisión, el resto del tiempo (una hora y cuarto), me dirigieron preguntas sobre el tema de las necesidades fundamentales del corazón y me preguntaron por qué yo creía que sólo Jesucristo era capaz de satisfacerlas. Al final del encuentro se pusieron de pie y me aplaudieron.
La cadena de televisión me ha invitado a preparar un nuevo programa sobre estos temas que se emitirá todas las semanas, durante una hora, el domingo por la noche; serán diálogos con líderes de todos los ámbitos de la cultura; por el momento hemos llamado a este nuevo proyecto “The religious sense project” (ya sabéis de donde viene el nombre).
Amigos míos: en Estados Unidos los líderes liberales secularizados no son hostiles a nuestro testimonio. Muchos están más abiertos a ella que en cualquier otro lugar de Europa. Lo constatamos continuamente: en la presentación de los libros de Giussani en la ONU, en las universidades, en las librerías. Discutí nuestra propuesta durante un almuerzo con los redactores del New York Times. Esta semana se habla de nuestro movimiento favorablemente en la revista de política y cultura más importante del país, The New Republic.
Vuestros hermanos y hermanas de Estados Unidos son todavía pocos y todos tenemos experiencia cotidiana de nuestra pobreza, de nuestra miseria y de nuestra incompetencia. La misión es el modo, el único modo de superar nuestra fragilidad. Una misión guiada por el amor a la realidad, a la existencia, a la humanidad. El movimiento no es una experiencia que nos invita a escapar de la lucha, no es una inspiración tranquilizadora. No miramos el mundo que nos rodea con miedo, ni hacemos condenas morales. Damos testimonio de una profunda y liberadora maravilla, una pasión por todas las expresiones auténticas del drama de la vida. El poder de este estupor y la sencillez del corazón que esa revela es lo que empieza a eliminar el miedo, el gran miedo, del corazón de la gente que nos rodea. l


¿Dónde estoy yo?
Un profesor californiano cuenta la experiencia de un año con estudiantes de la Gran Manzana. Una propuesta humana que reconstruye el yo sin consistencia de una generación

CHRIS BACICH
Enseño en una escuela de Brooklyn, Nueva York. Sobre todo al principio de este año escolar hemos percibido una fragilidad muy grande en los chicos, con ejemplos muy llamativos (como el de un chico que conocemos desde hace tiempo que le ha robado a su madre cientos de dólares).
Entonces, me pregunté: «¿Dónde estoy yo cuando los chicos deciden cómo actuar?». Esto me hizo pedirle a Cristo amarle a Él y a ellos. Al entrar en el colegio me decía a mí mismo: «Jesús, hazme estar frente a esta persona acordándome de ti; hazme estar ante él entregándome a ti, así que me entregue a ti a través de este chico».
A medida que iba transcurriendo el año fue cambiando nuestra forma de hacer escuela de comunidad: empecé a insistir a los chicos para que identificasen un ejemplo de su experiencia donde se viera el nexo entre lo que decía don Gius y su vida. Esto empezó a vencer su fragilidad y la división que había en ellos, porque algunos empezaron a entender que la escuela de comunidad les daba, es decir, daba a su experiencia, un horizonte más amplio, más interesante, más satisfactorio para su humanidad, hasta el punto de que tres o cuatro vinieron a decirme: «Hasta ahora, cuando tenía un problema, venía a ti o a algún otro adulto a contárselo, pero ahora entiendo que quiero compartir todo con vosotros, porque veo que mi vida entera puede ser más grande si la juzgamos juntos».
De esta forma, en un momento determinado del curso, esos tres o cuatro estudiantes empezaron a atreverse a decir a un compañero de clase o a un profesor, durante la lección o en una comida: «Sobre esta película que hemos visto no estoy de acuerdo contigo, no me ha gustado por este o por este otro motivo», o bien: «No estoy de acuerdo con usted, profesor, sobre la interpretación de este texto porque me parece que...». En una palabra, han arriesgado esta nueva mentalidad a partir de la certeza que respondía más a su corazón. Durante las vacaciones, una chica se levantó en la asamblea y dijo: «He estado pensando en esos chicos de Colorado que causaron la matanza porque en estos días he vivido un experiencia tan bella que me he dado cuenta de que hay algo que no funciona con los jóvenes aquí, en Estados Unidos. Por eso quiero decir y mostrar lo que hemos vivido estos días». Nosotros durante las vacaciones no habíamos hablado de aquel hecho trágico. l


Delante de todos
Un profesor de literatura italiana en Perth, aborda el Sentido religioso: un camino, no para ser más religiosos, sino simplemente hombres. El principio de la presencia pública de CL en Australia

JOHN KINDER
La misión es la única forma de superar nuestra fragilidad, no es algo que viene después, sino que es precisamente la forma de superarla. Esto es verdad porque a mí me ha sucedido.
Desde hace tiempo esperaba un milagro en Australia, esperaba que viniera algún italiano, alguien - ¡pero normalmente no se pasa por Australia! -. Y sin embargo, el milagro sucedió, el verdadero milagro que he vivido es que estamos en las manos de Dios en el mundo, es decir, que el Creador del universo realiza gestos imprevistos y extraordinarios a través de nuestras personas. Después de mucho tiempo, me decidí a realizar un pequeño gesto: invité por escrito a mis amigos proponiéndoles encontrarnos en mi casa para leer un libro. Lo hice porque me parecía que era responsabilidad mía actuar y no quedarme esperando; ponerme al servicio de Dios y de su Iglesia, no por iniciativa mía, sino porque se me ha dado algo que quiero proponer a los demás.
Una mentalidad nueva en la acción: tal vez sea esto, precisamente, lo que ha impresionado a los amigos que vinieron (algunos, después, no volvieron; otros sí, entre ellos un ateo, que es el más fiel a la Escuela de comunidad). Lo que ha sorprendido a mis amigos es la mirada nueva sobre la realidad, la relación nueva con la realidad que vivimos, es decir, el hecho de que CL - que es algo aún extraño para ellos - es católico, pero no beatería; es un movimiento, pero no una secta; no ofrece respuestas definidas de antemano, sino que indica cuáles son las preguntas que hay que hacerse y la escuela de comunidad no sirve para ser más religioso - como me decía el amigo que se declara ateo -, El sentido religioso no es un libro que nos enseña a ser más espirituales, sino simplemente hombres.


Como mi propia familia
La vida en la Universidad de Moscú. Cada encuentro una ocasión para profundizar el descubrimiento del principio

MARINA KUZNITZOVA
Me llamo Marina y soy de Moscú; he terminado tercero de Economía en la Universidad Estatal. Conocí el movimiento a través de don Edoardo en 1994, en Karagandá. Tenía 15 años. En esa época me preguntaba sólo una cosa: ¿Por qué existo? Una pregunta que surgía en un periodo difícil de mi vida, cuando se marcharon todos mis amigos y aparecieron los primeros nacionalistas en Kazajstán, que un día en el autobús me preguntaron: «Pero tú, ¿qué haces aquí?». Recuerdo ese momento como si estuviera en un desierto sin una gota de agua. Entonces no me interesaba la Iglesia.
El encuentro con don Edo fue casual: era un extranjero que supuso una incomprensión y un shock para mí, pero la compañía de las personas que estaban con él era nueva y diferente a las demás.
Mi vida empezó a cambiar poco a poco, a cambiar por completo, a partir de este encuentro. Tuve que trasladarme a Moscú y don Edo me dijo que tenía amigos allí y que podíamos hacer el viaje juntos. De esta forma conocí a los amigos de Moscú.
El Señor, que me ha dado la vida, me ha puesto en el camino al que pertenezco. No lo he elegido yo, el que me ha creado me ha asignado este lugar. Y aunque no sabía seguir los deseos de mi corazón hasta el fondo, con el tiempo, he encontrado las respuestas.
Tengo dos amigas en la universidad y en un momento dado nuestra amistad se interrumpió, especialmente con una de ellas, cuando abortó (en Rusia muchas chicas jóvenes abortan, un gran problema que el mundo no te ayuda a resolver). No me dijo nada, pero lo supe por otra amiga. Yo tenía miedo de hablar con ella; comenté el asunto con Roberto, que me dijo que la invitara a cenar para hablar y hacerle ver que la quería. Así lo hice, también ella sabía que no estaba bien, no era la primera vez que lo hacía. Le dije que estamos juntas para ayudarnos y que el Señor nos ha unido para acompañarnos hacía nuestro destino; no nos habíamos encontrado por casualidad, sino que nuestra amistad servía para hacer ver a todos que el Señor nos ama. La misericordia de Dios es infinita y Él nos daba también esa cena y la vida entera. Le dije esto no por cumplir unas reglas, sino porque deseo su bien. Se puso muy contenta y nuestra relación ha cambiado muchísimo.
Después de este hecho comprendí que el afecto supone un sacrificio, el sacrificio de los propios esquemas y de las propias ideas; de hecho, tenía miedo de perder una amiga hablándole claramente. La verdad es que sólo cuando afirmas el destino del otro nace una relación verdadera.
Antes de venir a Italia, un amigo me invitó a trabajar una semana en una empresa tipográfica. Había mucho trabajo. Un día vino un hombre muy quisquilloso, tenía que preparar muchos documentos para él y quería hacerlo bien. Cometí muchos errores porque no soy una experta y no conozco a fondo todas las leyes; ese señor no estaba contento y me corrigió. Le pregunté a mis amigos y a mi madre, que sabe de todo, y al final quedó contento de lo que recibió.
Al principio quería defender mi postura, después –hablando con mi hermano- dije que esa persona me gustaba. Mi hermano me preguntó: «¿Por qué te gusta un tipo nervioso como ése?»; le respondí que me lo había mandado el Señor, porque quiere que yo crezca y sea feliz. Ante la realidad no se puede uno aferrar a las propias ideas, porque se pierde la ocasión de crecer humanamente. Doy gracias a Dios por haber podido realizar esta experiencia: ahora ya no puedo separar los acontecimientos que me suceden de mi pertenencia al movimiento, que es como mi propia familia.


Encuentro y experiencia
La homilía del Primado de Holanda, que desde hace años participa con una fidelidad admirable en el trabajo de la Asamblea Internacional. La Thuile, 19 de agosto

ADRIANUS SIMONIS
Hermanos y hermanas, es una gran satisfacción poder estar aquí con vosotros en esta reunión. La amistad crece con el tiempo. Nos conocimos hace once años en Rímini. Dejadme que os lo diga: ahora estoy entre vosotros implicado personalmente.
Hace dos meses intervine en el Congreso de Roma, promovido por el Consejo Pontificio para los Laicos y por la Congregación de los Obispos, para reflexionar sobre los movimientos actuales de la Iglesia. Por propia experiencia he podido darme cuenta de la contribución decisiva de esta obra del Espíritu al renacimiento del pueblo cristiano. Evidentemente he expresado mi vinculación a vosotros, a Comunión y Liberación. He comprobado que la Iglesia que he amado siempre es una realidad viva entre vosotros, entre nosotros.
Celebremos ahora la Eucaristía, el único sacrificio del Señor cargado de valor eterno ante el Padre, sacrificio que se hace presente de nuevo entre nosotros y nos hace partícipes de su muerte y resurrección. Nos hacemos verdaderamente uno en el Espíritu del Señor, que es Espíritu de verdad, de amor y de paz.
Hermanos y hermanas, estamos ante un párrafo del Evangelio de san Mateo que nos confirma que Cristo no se presentó ante los hombres como un maestro de moral al que le gustaban los relatos edificantes o las exhortaciones espirituales.
Estamos ante una parábola, es decir, una alegoría, un ejemplo de su inimitable capacidad de expresar con imágenes muy sencillas los conceptos más difíciles, los argumentos más complejos. El principio del capítulo 22 de Mateo propone la alegoría de la vida entera de la humanidad, del significado de todo lo que sucede en el tiempo.
Estamos ante un ejemplo preciso del prejuicio del que se hablaba esta mañana. Reaccionando frente a la obstinación de los jefes del pueblo hebreo que les impide reconocer la novedad que tienen delante, Cristo viene a delinear una teología de la historia. Se presenta como el único significado de esa aventura tan compleja, personalísima y, a la vez, global, que llamamos historia.
Leemos: «El Rey, enviando sus tropas, prendió fuego a su ciudad».
Un signo bien claro de la verdad de Cristo en la vida de aquellos que en ese momento escuchaban, será la destrucción de Jerusalén y del templo.
Cristo llega hasta la provocación extrema, proponiéndose como el último profeta, y deja entrever a los que guían al pueblo de Israel las terribles consecuencias del rechazo a los profetas anteriores a Él y a él mismo, última posibilidad de cambio, de salvación en el sentido literal del término. Anuncia a los romanos que en pocos años vendrán a destruir Jerusalén.
Estamos ante la culminación de su escandalosa pretensión. También el enemigo sirve, en las manos del Omnipotente, para revelar y reclamar a Cristo como Señor del cosmos y de la historia. Leemos después: «Un rey celebró el banquete de bodas de su hijo».
Al comienzo, como Principio que está al principio, en el fondo de la realidad, se encuentra la intención del Padre respecto a su Hijo unigénito. Aquel que en su omnipotencia es el Creador de todas las cosas es un Padre amoroso que presenta a Su Hijo como el destino de nuestra existencia. Aun en su limitación mortal ligada a nuestra condición de criaturas, estamos hechos para participar de Él. Es una gracia que haya alguien - como ha sucedido de nuevo esta mañana - que nos recuerde nuestra fragilidad y nos indique el camino para superarla.
Y bien, la tradición de la Iglesia nos permite leer en la alegoría del banquete de bodas el acontecimiento de la encarnación. Hace dos mil años el cielo y la tierra se unieron de manera inseparable, en una alianza total y perenne, en el hijo de María.
Desde ese momento nace entre los hombres el Reino de Dios, inicialmente encontrable y experimentable ya en el tiempo: es la vida de la Iglesia, como apunta admirablemente el comienzo de la Lumen gentium. En efecto, en la comunidad cristiana, el hombre se encuentra a sí mismo, palpa finalmente el motivo por el que está en el mundo, encuentra una razón para vivir que corresponde con su corazón. Empieza aquí su victoria sobre la fragilidad.
Continúa el texto: «Pero ellos, sin hacer caso, se fueron el uno a su campo, el otro a su negocio; y los demás agarraron a los siervos y los mataron».
Hermanos y hermanas, Cristo nos revela que estamos hechos para Él; por tanto le pertenecemos. Por esto Cristo afirma que hay una lucha radical e inevitable entre Él y el poder de este mundo. Todos los días, de hecho, decidimos si queremos vivir para Él en el mundo o si vivimos de la aparente consistencia que nos ofrece este mundo. Pero el juego perverso del Poder que pretende salvar al hombre sin Cristo y contra Cristo, llega incluso a matar al hombre, mientras dice preocuparse por él. Hace pocos meses los poderosos del mundo inventaron la llamada “guerra humanitaria”, tratando de convencernos de su conveniencia. ¡Y lo han conseguido! La Iglesia, sin embargo, ha dado testimonio de lo contrario, la Iglesia, que ama al hombre de verdad porque está apegada a su Señor.
El Santo Padre ha logrado interrogar la conciencia de los hombres que tienen un corazón sencillo: «La sala de bodas se llenó de comensales».
Nosotros estamos entre los invitados al banquete de bodas del Hijo. En nuestros días la parábola se realiza de forma clamorosa. Los unos para los otros representamos la llamada de Cristo, que aquella vez, aquel día, hablaba también de nosotros.
“Muchos”, es decir, según la lengua hebrea, todos, pero en el sentido de uno por uno, de cada hombre - y tal vez debo añadir para los americanos que haya aquí, “de cada mujer”- están hechos para encontrar a Cristo. Por “gracia” nosotros estamos entre “los pocos” que le han reconocido. Pues bien, esta gracia es ahora nuestra responsabilidad.
El traje de boda - tal y como señala san Pablo cuando habla de «revestirse de Cristo» - significa la fe como principio nuevo del vivir. Se trata de ese conocimiento que el movimiento reclama como algo decisivo: es la certeza del Misterio acontecido, capaz de sorprender la inteligencia, a la que sigue el corazón.
El encuentro es un hecho capaz de abrazar nuestra sensibilidad humana y transfigurarla. Podemos reconocer, sin duda, no que somos mejores, sino diferentes, gracias al encuentro que ha marcado nuestra memoria y se ha situado como inicio de nuestro “yo” consciente. Se nos ha confiado el Reino, es decir, lo que don Giussani llama de forma admirable, como formulación y de forma persuasiva, como modalidad, «la gloria humana de Cristo».
Hermanos y hermanas, estamos llamados a hacer de las circunstancias, que de por sí indican que la vida se nos da, el lugar de la humanidad verdadera que Cristo realiza en el tiempo; incluso cuando nadie nos ve porque estamos trabajando solos en nuestro despacho o sentados al ordenador. La fe coincide así con la vida que se propone como pertenencia.
«De nuevo mandó a los siervos que reunieron a todos los que encontraron».
Se trata del último punto decisivo indicado por Cristo como factor necesario para asistir al banquete. Voy a ser brevísimo porque sobre esto el carisma es absolutamente genial. «¿Cuál es el método de Cristo? Dos veces el Evangelio habla de que la sala del banquete de bodas se llena a través de una llamada personal, hecha por quien ya ha encontrado a Cristo. Él permanece y se difunde a través de los suyos. También yo estoy de nuevo aquí con la intención de celebrar esta obra tan grande del Espíritu de Cristo entre nosotros y que desde hace poco también ha nacido en mi tierra.
Ahora, hermanos y hermanas, pasamos del banquete de la palabra a la mesa que el Señor ha preparado para nosotros. Somos sus comensales. Pidamos ser conscientes. Que así sea.
Amén.

Antes de la bendición final
Es un milagro ver a todos estos representantes de todo el mundo, de todas las partes del mundo. Hace treinta años era inimaginable. Don Giussani ha empezado con “algo” y no pretendía fundar un movimiento, pero ha sucedido, ha crecido y es una de las grandes esperanzas de la Iglesia para el futuro de la Iglesia y del mundo. Yo estoy muy agradecido por poder estar aquí.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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