Ratzinger en el Seminario de los obispos sobre los movimientos: dos horas de preguntas. El acontecimiento cristiano ante los desafíos del mundo contemporáneo. Apuntes de las respuestas del Prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe
El cardenal Ratzinger durante los trabajos del congreso de los movimientos. A la izquierda, el cardenal Stafford que preside el Pontificio Consejo para los laicos, el dicasterio vaticano que organizó el encuentro.
El prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe fue protagonista durante dos horas de un vivo debate, en la tarde del 16 de mayo, en el Seminario organizado por el Consejo Pontificio para los laicos sobre el tema: "Movimientos eclesiales y nuevas comunidades en la solicitud pastoral de los obispos", a un año de distancia del encuentro del Papa con los movimientos que congregó medio millón de personas. El cardenal Ratzinger respondió a las preguntas que le formuló una asamblea de más de cien obispos y cardenales de todo el mundo. He aquí una síntesis.
Interpelado por S.E. monseñor Stanislaw Rylko - Secretario del Consejo para los laicos - acerca de su experiencia personal con los movimientos, Ratzinger recordó que sus primeros contactos se remontan a mediados de los años 60. Habló del encuentro con los Neocatecumenales, quienes ponían de nuevo en el centro el "Bautismo, un sacramento tan olvidado en la Iglesia cuando es el fundamento de nuestra fe, en un tiempo en que la familia y la escuela son cada vez menos una iniciación a la fe"; o cómo a final de los años 60 conoció Comunión y Liberación: "Conocimos a don Giussani y a los suyos en las universidades; en la época de la revolución marxista no respondían de un modo reactivo o con una actitud conservadora, sino con una revolución más fresca y más radical, la de la fe cristiana"; y también del encuentro con la Renovación del Espíritu: "Tuve de esta manera la alegría y la gracia de ver jóvenes cristianos tocados por la fuerza del Espíritu Santo". "En un momento de fatiga en que se hablaba de "invierno de la Iglesia", el Espíritu Santo creaba una nueva primavera. Era una respuesta también a dos experiencias negativas vividas en Alemania: la del mundo académico, donde la teología se alejaba cada vez más de una fe entusiasta para hacerse exactamente igual a las otras disciplinas, volviéndose así "fríamente científica", reducida a fenómeno de opresión de la fe por parte de una razón unilateral; y la creciente burocratización de la Iglesia".
El diálogo continuó con las preguntas de los obispos.
¿Se camina hacia una instituzionalización de los movimientos?
Esto es algo que ha sucedido también en el pasado. Pensemos en el monacato o en el franciscanismo. Una cierta estructura es esencial para lograr un mayor orden y una integración en la vida de la Iglesia. Pero es preciso estar atentos para que la institucionalización no se convierta en una coraza de la vida; es preciso que el elemento institucional no apague el Espíritu.
¿Qué relación hay entre la dimensión institucional y la carismática?
Los obispos no son sólo institución. Sin la dimensión carismática no es posible ser buen obispo. Son ellos quienes tienen la gracia para discernir los carismas auténticos. El juicio último es el del obispo, en comunión con el cuerpo episcopal y con el Santo Padre. Pero se supone que el obispo debe sentir la responsabilidad de no apagar el Espíritu, ejerciendo el discernimiento. Su tarea es discernir y ayudar a los movimientos a purificar cuanto sea necesario. Porque, si bien la fuente es el Espíritu Santo, después los aspectos concretos son humanos, comportan el elemento humano. Los obispos tienen, por tanto, la tarea de discernir para ayudar a los movimientos a encontrar el camino justo hacia una unidad pacífica y de ayudar a los párrocos a abrirse, a dejarse sorprender por estas formas suscitadas por el Espíritu.
¿Y qué relación hay entre parroquias y movimientos, entre parroquias y comunidades de personas?
Es preciso salvaguardar la unidad de los fieles, que forman una sola Iglesia y no muchas Iglesias. Es muy importante tener viva la conciencia de ser parte de una única Iglesia, de modo que los fenómenos que surjan estén al servicio de la única Iglesia en la que encuentran espacio todos. El cristianismo no es un grupo de amigos que se separan, sino hombres encontrados por el Señor: es decir, hermanos. Aceptar a los hermanos porque se está unido por una única fe, incluso si no te agradan, es algo elemental.
Hace cuarenta años existía una cultura católica que sostenía la fe, pero ahora ha sido destruida. ¿Qué se puede hacer?
Después del 68 se ha producido una explosión de secularismo que ha radicalizado un proceso que estaba en marcha desde hacía doscientos años: el sustrato cristiano ha disminuido. Pensemos que hasta hace cuarenta años era impensable una legislación que tratase una unión homosexual casi como un matrimonio. Ahora debemos reformular nuestras razones para llegar de nuevo a la conciencia del hombre de hoy y hemos de aceptar un conflicto de valores, por lo que debemos defender al hombre, no sólo a la Iglesia, como ha escrito el Papa en muchas de sus encíclicas. Frente a la secularización, para ser contemporáneos del hombre de hoy no hace falta, sin embargo, perder la contemporaneidad con la Iglesia de todos los tiempos. Por eso es preciso tener una identidad de fe muy clara, inspirada por una gozosa experiencia de la verdad de Dios. Y así volvemos a los movimientos, que ofrecen esta gozosa experiencia. Los movimientos tienen esta característica: en nuestra sociedad de masas ayudan a encontrar, en medio de una Iglesia que puede parecer una gran organización internacional, una casa donde encontrar la familiaridad de la familia de Dios y al mismo tiempo permanecer en la gran familia universal de los santos de todos los tiempos. En nuestro tiempo - prosigue Ratzinger - observamos una cierta prevalencia de espíritu protestante en sentido cultural, porque la protesta contra el pasado parece ser moderna y responder mejor al presente. Por eso, por nuestra parte, hace falta hacer ver que el catolicismo trasmite la heredad del pasado al futuro, incluso cuando lo hace a contracorriente como en estos tiempos.
¿Y cuando, como ha sucedido en América Latina, la teología era más importante que la fe y la militancia política era más fuerte que la experiencia de la contemporaneidad de Cristo?
Si Dios, y por tanto la fe, no se consideran ya como una realidad, se reduce la vida humana creando odio y contraposición. Cuando se descarta a Dios, se amputa al hombre. Si reencontramos una fe verdadera, que es encuentro con Dios, todo está inspirado por este centro vivo y provoca también el compromiso social, se hace obra social.
¿Qué presencia del Espíritu hay fuera de la Iglesia?
De ello habla el Concilio y también los Padres de la Iglesia. Vemos que fuera de la Iglesia Dios no está ausente. Dios no olvida ningún lugar, ninguna cultura. Vemos que renace el sentido de Dios, de la responsabilidad sobre el otro, del amor al otro. Estos elementos están presentes en las religiones. En el cristianismo encontramos la plenitud de los elementos de la fe, pero esto no excluye que elementos importantes se hallen presentes en otros lugares. Hay una apertura del corazón humano. Como obispos debemos esforzarnos en no mostrar sólo el lado jurídico institucional, sino también el lado del misterio que continúa la humildad del Señor que se digna a estar presente como voz viva, presencia viva. En el mundo existe el deseo de una voz que no hable por sí misma, sino en nombre de la fe en Dios, que obedezca a la presencia de Dios en el mundo: el Papa es esto, continúa la humildad del Señor que habla con instrumentos, como somos nosotros, que podemos ser inadecuados.
¿Y el anuncio cristiano en los países donde puede provocar guerras de religión o violencias?
Debemos testimoniar al Señor Redentor que vence sólo por la fuerza de la convicción provocada por un testimonio.
El 30 de mayo de 1998 se ha concluido la primera fase de la historia de los movimientos, en la que se trataba de que la realidad institucional de la Iglesia les hiciera un lugar. Ahora estamos en la segunda fase, la del reconocimiento de la unidad sustancial de las realidades carismáticas y de la institución; cuando el Papa dice que "la Iglesia misma es movimiento", ¿qué quiere decir para nosotros obispos?
El obispo se vuelve menos monarca y más pastor de una grey; está cara a cara con el pueblo y es peregrino con los peregrinos, como decía San Agustín: somos todos discípulos en la escuela de Cristo. Sin dejar de ser representante del sacramento, el obispo se convierte más en hermano en una escuela en la que hay un solo padre y un solo maestro. Garantiza que la Iglesia no sea un mercado, sino una familia. Identifica la Iglesia particular y la Iglesia universal. No es la fuente del derecho y de la ley, sino que actúa como guía y como testimonio de unidad en el contexto de la familiaridad de la Iglesia con un solo maestro. Por eso hay que evitar el peligro de una superinstitucionalización: todos los "Consejos", aunque sean útiles, no pueden ser como un grupo de gobierno que complica la vida de los fieles y hace perder el contacto directo de los pastores con ellos. Como me contó un día una persona: "¡Querría hablar con mi párroco, pero me dicen que está siempre reunido!". Hay que lograr una colaboración con todos los componentes del pueblo de Dios, para que exista una unidad más rica.
¿La Iglesia será cada vez más minoritaria? ¿Y cuál es la importancia de los movimientos?
El proceso de los últimos cincuenta años muestra que la religiosidad no desaparece, porque es un deseo ineliminable del corazón del hombre. Sin embargo, hace falta que no sea mal guiado, porque entonces se produciría una patología religiosa. Por eso, tenemos la responsabilidad de ofrecer la respuesta verdadera, y ésta es una responsabilidad histórica de la Iglesia en este momento en el que la religión puede volverse una enfermedad que, en lugar de mostrar el rostro de Dios, lo sustituye por elementos incapaces de sanar. Aunque sea en minoría, la prioridad para nosotros es la del anuncio. En Occidente las estadísticas hablan de una reducción del número de los creyentes; vivimos una apostasía de la fe, casi se ha disuelto la identidad entre la cultura europeo-americana y la cultura cristiana. Hoy el reto es que la fe no se retraiga en grupos cerrados, sino que ilumine a todos y hable a todos. Pensemos en la Iglesia de los primeros tiempos: los cristianos eran pocos, pero suscitaron atención, porque no eran un grupo cerrado, sino que llevaban consigo un desafío que afectaba a todos. También hoy tenemos una misión universal: hacer presente la verdadera respuesta a la exigencia de una vida correspondiente al Creador. El Evangelio es para todos y los movimientos pueden ser de gran ayuda porque tienen el ímpetu misionero de los inicios, aun en la pequeñez de los números, y pueden alentar la vida del Evangelio en el mundo.
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