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Huellas N.7, Julio/Agosto 1999

POLONIA

Wojtyla el indomable

Aura Miguel*

Una periodista portuguesa que siguió el viaje papal en Polonia relata estos trece días de encuentros que ni siquiera los imprevistos pudieron detener. Acompañando de cerca al hombre que desde hace veinte años no se cansa de anunciar a Cristo mendigo del corazón del hombre

Cuando bajaba lentamente por las escaleras del avión, Juan Pablo II era un hombre contento. Después de trece días con una agenda apretadísima y a pesar de todos los acontecimientos inesperados, podía volver a Roma con la certeza de la labor cumplida. Entre los periodistas que le acompañaban, yo formaba parte del pequeño grupo de los siete que iban con él en helicóptero en todas las etapas de su peregrinación: una experiencia inolvidable que nos ha revelado una vez más quién es el hombre Wojtyla, el sucesor de Pedro, elegido por Cristo para nuestros días.
Era la séptima vez que el Papa "volvía a casa". Millones de polacos le siguieron y escucharon sus palabras con una adhesión sin precedentes. Veinte años después de su primer viaje a Polonia, Karol Wojtyla quiso comenzar en la ciudad de Gdansk, donde nació el movimiento de Solidarnosc, un acontecimiento «que ha abierto las puertas a la libertad en los países que eran esclavos de un sistema totalitario, ha derrumbado el muro de Berlín y ha contribuido a la unidad de la Europa dividida desde los tiempos de la Segunda Guerra Mundial». El Papa dijo que desde aquí «el grito de las conciencias despiertas del sueño ha resonado con mucha fuerza para abrir el espacio a la deseada libertad, que ha llegado a ser y sigue siendo para nosotros una gran tarea y un gran desafío para el presente y para el futuro».

Ningún triunfalismo
En la primera visita que un sumo pontífice realiza a un Parlamento nacional, el Papa habló también a los políticos acera de la libertad como tarea en la que está todo por hacer. Recordando las palabras de la encíclica Veritatis Splendor, observó que, después de la caída del Marxismo, hoy vivimos «el riesgo no menos grave de la negación de los derechos fundamentales de la persona humana y la reabsorción por parte de la política de la pregunta religiosa misma que habita en el corazón de todo ser humano: es el riesgo de la alianza entre democracia y relativismo ético, que hace desaparecer de la convivencia civil cualquier punto seguro de referencia moral y priva más radicalmente del reconocimiento de la verdad». Toda la asamblea parlamentaria aplaudió de pie las palabras de este Papa que ha hecho y hace la historia. Al final de la ceremonia, justo después del himno nacional, este hombre de blanco dejó escapar su estupor, diciendo a sus conciudadanos: «¡Mirad lo que nos ha sucedido!».
Durante esta peregrinación, Juan Pablo II deseó presidir una canonización y diversas beatificaciones. Llevó a los altares a santos, a cristianos, es decir, gente "normal", hombres y mujeres de diversas épocas y estamentos sociales, que «son el testimonio de la victoria de Cristo, el don que restituye la esperanza», reavivando en nosotros «la certeza de que, independientemente de las circunstancias, podemos vencer en cada cosa, gracias a Aquél que nos ha amado».

«¡No tengáis miedo!»
Este Papa sabe que en nuestros días «hace falta coraje para no ocultar la propia fe» y, por eso, insiste en repetir: «¡No tengáis miedo a ser santos! Del siglo que llega a su término y del nuevo milenio, ¡haced una era de hombres santos!».
Todos sabemos cuánto desea Juan Pablo II introducir a la Iglesia en el dos mil, pero lo que sorprende es que él no "ahorra energías" por cumplir su deseo; muy al contrario, se da totalmente cada día, como si fuese el último de la historia. Una prueba de ello fue el modo en el que vivió los inesperados incidentes que le sucedieron: el sábado en el que se resbaló golpeándose en la cabeza, respetó todo el programa, viajando cientos de kilómetros para llegar a las dos ciudades previstas para aquella jornada; y tres días más tarde, a pesar de que la fiebre le obligó a cancelar los compromisos de aquel martes (ni siquiera pudo celebrar la misa para más de un millón de fieles reunidos bajo la lluvia en "su" ciudad, Cracovia), al día siguiente se levantó para llevar a cabo el programa previsto, con viajes en coche y helicóptero, la misa de canonización de Start Sacz y un encuentro con la gente de su tierra natal, Wadowice. Para comprender el "fenómeno Wojtyla" es necesario haberlo visto en acción, especialmente en Wadowice. El Papa llegó al final de la tarde a la plaza principal; se sentía verdaderamente en casa: «Con gran conmoción miro esta ciudad de mis años de infancia, testigo de mis primeros pasos, de mis primeras palabras y aquellas "primeras genuflexiones", gestos que - como dice Norwid - son "como la eterna profesión a Cristo: ¡sé alabado!».

En el altar de San Esteban
Sentado cerca del lugar donde nació y al lado de la iglesia donde fue bautizado, hablaba de la casa paterna y de la casa de Dios: «Es una extraordinaria y al mismo tiempo la más natural conjunción de lugares, que dejan, como ninguna otra cosa, una profunda huella en el corazón del hombre». Pero el momento más conmovedor fue cuando, dejando de lado los folios con el discurso preparado, comenzó a recordar el nombre de las calles, del amigo que vivía en aquella misma plaza, de aquella imprenta, de aquella otra pastelería donde fue a comer dulces con crema después del examen de selectividad. Sonriente, recordó los años del teatro e incluso recitó un breve pasaje de Antígona de Sófocles. Lleno de curiosidad, preguntó a los jóvenes si la sala de cine se llamaba todavía "Wysoglad" y, ante la respuesta negativa de éstos comentó: «Todo cambia». Después dejó escapar un «nos sentimos bien en todas partes... pero, verdaderamente, ¡uno se siente mejor en su casa!».
Al día siguiente, antes de regresar a Roma, el papa Wojtyla quiso celebrar una misa privada en la histórica catedral de Wawel. Mientras el coro cantaba Tu es Petrus, el hombre, inclinado por el peso de los años sobre el altar del mártir S. Esteban donde celebró misa tantas veces como obispo de Cracovia, dio gracias a Dios «porque de esta riqueza puedo sacar fuerza e inspiración como obispo de Roma».
Y con la misma certeza fue a Czestochova, para «mirar de cerca el rostro de la Madre de Dios». Estaba contento de encontrarse una vez más en aquel santo lugar y a la Iglesia a la protección maternal de la Virgen negra de Jasna Gora, «guía de nuestro gris trabajo cotidiano».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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