Va al contenido

Huellas N.7, Julio/Agosto 1999

MOVIMIENTO

Muerte, ¿dónde está tu victoria?

Riccardo Azzoni

Querido don Gius: Como ya sabes, el día 2 de junio murió de forma imprevista mi hermano Andrea con 27 años. Estábamos en las vacaciones del CLU en los Estados Unidos y mientras jugaba un partido de fútbol americano cayó golpeándose fuertemente la cabeza. Permaneció consciente pocos minutos, los últimos en los que pude hablarle, luego entró en coma y no se despertó más.
Había venido a verme a Chicago para festejar mi licenciatura americana (Máster) y había aceptado con gusto la invitación a las vacaciones de los universitarios del movimiento que se celebraban en aquel periodo. Yo estaba muy contento porque siempre había deseado para él el encuentro con gente del movimiento con quien pudiese congeniar y superar las numerosas objeciones que todavía tenía sobre CL. Entreveía la posibilidad porque en aquellos días se estaba divirtiendo mucho y seguramente habría vuelto a ver a las personas de las vacaciones porque tenía en proyecto ir a estudiar a los Estados Unidos.
No fue así, pero en el hecho de que su trágica muerte se haya dado en estas circunstancias (rodeado de los amigos del movimiento) intuyo un cumplimiento de mi deseo, si es posible, todavía mayor. Ha muerto rodeado de personas que saben amar a un hombre por su destino, los amigos más verdaderos que uno pueda desear.
No dudo en definir como un calvario los cuatro días que han transcurrido entre el incidente y la muerte, por las esperas, las esperanzas, y las noticias cada vez más desalentadoras. El Señor ha querido que pasara por el dolor, ha querido que lo tocara con mis manos y lo experimentara intensamente. Pero fueron días de gracia, por su Presencia tan evidente en los amigos que me han acompañado. Todavía no puedo pensar en nada de lo que ha sucedido sin Su compañía. Una presencia tan excepcional, que también las enfermeras estaban impresionadas. Una, creyendo que éramos todos parientes, me dijo: «Nunca hemos visto a una familia como la tuya». Otra le preguntó a María Teresa: «Pero, vosotros, ¿quiénes sois?». La respuesta (friends) era evidentemente inadecuada y la enfermera volvió a preguntar: «No. Dime, ¿Quiénes sois?».
Fueron también días de gracia por la profunda relación nacida con mis padres. Me impresionaron especialmente por cómo hablan de mi hermano. Mi padre decía que un hijo es un don grandísimo. Cuando te lo encuentras entre los brazos, recién nacido, es un acontecimiento. Es algo que ha sucedido a través de ti, pero que tú no has hecho. Luego, con los años, con la educación que le das, puede tentarte la idea de que sea tuyo y perder aquella evidencia original. Cuando sucede algo algo así, está claro que se trata de un don y queda sólo el dar las gracias por los años que has pasado junto a él. Es una capacidad de amor inimaginable: el amor que llega al desapego del objeto amado. Me acordé del Noli me tangere del que a menudo te he oído hablar y la idea del amor encarnado en Jéronima, en el Miguel Mañara (que, por otro lado, acabábamos de leer en las vacaciones). Comprendo que me quieren a mí de la misma manera: ¿qué más puedo desear?
Además Andrea, por tener un carácter tendencialmente esquivo y exigente con los amigos, ha dedicado muchos años a la familia. Ha sido un don particular para nosotros. Su generosidad y docilidad han sido un claro signo del amor que el Señor nos tiene.
Pensamos que su muerte debe ser signo de lo mismo. Como su vida, también su muerte, el sacrificio de su vida inocente, será (y de algún modo ya lo es) signo del amor del Señor por nosotros. «Cruz y resurrección», habías escrito a propósito de la muerte de Enzo, sucedida hace pocos días; frente al cuerpo inmóvil y sereno de mi hermano he comenzado a intuir este gran misterio. La cruz, el sacrificio, nuestro dolor y el ofrecimiento de la vida de mi hermano inocente son el misterioso pero necesario instrumento de la gracia.
Lo dice también Manzoni, como me ha recordado Don Pino: El Señor no turba nunca el gozo de sus hijos si no es para prepararles uno más cierto y más grande. Mi madre me hizo caer en la cuenta de que esta frase se encuentra al inicio de todas las tribulaciones, cuando Lucía deja su país natal atravesando el lago. Se trata entonces de una certeza que alcanzamos de pronto, no de una especie de desenlace final, un balance entre alegrías y tristezas que hacemos de viejos.
Mi madre hablando con Father Michael (sacerdote de la casa de Fall River), siempre decía que le parecía haber sufrido bastante en la vida, sobre todo en estos últimos años, por la fatiga de atender a mis abuelos enfermos. Le parecía que este sacrificio era compensado por el hecho de tener dos buenos hijos. Pero lo que estaba sucediendo con mi hermano, demostraba de un modo terriblemente evidente que Dios no hace nunca estos cálculos. El Señor da todo, quiere nuestra felicidad completa, pero también pide todo, y no titubea en poner a prueba a sus hijos. Actúa así con los que más ama, como con la Virgen, que fue la primera en vivir un dolor parecido.
Ahora, lo que podemos hacer es ofrecer nuestro dolor. Si Dios existe, como es evidente en estos días, sabrá acogerlo y transformarlo en un bien, en los lugares y en el modo que Él decida. Pidamos, mientras tanto, que continúe manifestándose como en estos días. Muchas relaciones ya han cambiado: con los míos, con mi novia y con mis amigos más cercanos.
Espero poder verte pronto con mis padres, como me has prometido por teléfono.
Lleno de gratitud.
Ricardo

PD: mi madre se llama Dolores Bianchetti y fue alumna tuya en el Berchet a comienzos de los años 60. Mi padre se llama Dino Azzoni. Me gustaría que les conocieses en persona.

Milán, 16 de junio de 1999

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

Vuelve al inicio de página