Va al contenido

Huellas N.1, Enero 2005

CL Como / Obras

La hermosura que mueve la vida

Paola Bergamini

Un estilista arrastrado por la pasión por la belleza en el trabajo y en la mujer, pero con un sentimientoconstante de insatisfacción. Hasta el encuentroque lo cambia todo y le abre el camino de una creatividad nueva, imprevista

En los últimos peldaños de la escalera, Erasmo estrecha bajo el brazo unos rollos de telas y los dibujos de la nueva línea de tejidos para la decoración que acaba de ultimar. Es feliz. Sus sueños van realizándose. A despecho de su familia, que quería que fuera contable tras un escritorio en la empresa familiar. El título tuvo que sacarlo porque estaba obligado, pero siempre que podía se sentaba a la mesa bosquejando dibujos para la decoración de interiores o para reformas. Nadie le entendía. Se encontraba perdido. Luego, lo imprevisto: aquella entrevista –la enésima como contable– en la industria Ratti, en su ciudad, Como. El dueño le había preguntado por sus hobbies y él, no pudiendo resistirlo, le habló de todas sus ideas sobre decoración. «Vale. De momento sólo tengo un puesto para contable, pero me gustas. Escucha: yo tengo pensado abrir un departamento de decoración. Como salga, te llamo. Entre tanto estudia esto». Y le puso entre manos una enciclopedia de decoración. El señor Ratti fue fiel a su promesa y Erasmo trabajó en lo que siempre había soñado: la belleza. Sus pensamientos se paran de repente cuando su mirada se topa con una chica que se acerca. Pequeña, grácil, morena, de líneas firmes y colores tostados, mediterráneos. Es cosa de un momento, un abrir y cerrar de ojos que, como el objetivo de una cámara fotográfica, detiene el tiempo en un instante que ha llenado la realidad. Erasmo tiene un sólo pensamiento: con ella, para siempre. Parece imposible. Él que siempre se había reído del llamado flechazo, que había decidido no casarse nunca porque ningún vínculo podía durar, y en cambio… Unos pocos escalones y luego: «Me llamo Erasmo». «Yo Serena, encantada». Se conocen y se enamoran.

El juramento en góndola
Ella llega de Cagliari y nunca ha viajado. En un año Erasmo la lleva a ver toda Italia, le enseña a esquiar, a nadar. Cada minuto lo pasan juntos. Luego la decisión de casarse, en la Iglesia para contentar a las familias. Para él, ateo, la religión sólo es un conjunto de reglas fatigosas que hace tiempo dejó de lado. La boda se celebra en Venecia porque esa ciudad los había fascinado. Todo –los trajes, la Iglesia, la ceremonia– es estéticamente perfecto, precioso. Poco antes de llegar a la iglesia Erasmo había detenido la góndola. «Oye, Serena, júrame que nunca vamos a tener hijos. No te comparto con nadie. Sólo tú y yo, para siempre. Si no, lo dejamos». Ella a lo mejor tiene un momento de perplejidad, pero en el fondo quieren lo mismo. Así que contesta: «Vale». Luego, siete años estupendos. Por lo que respecta al trabajo, Erasmo realiza su sueño: además de ser asesor para la empresa Ratti, abre otro centro de decoración en Como, algo como una sala de exposición de artículos para la casa donde cada mueble, cada objeto, ha sido proyectado y dibujado por él. Recibe muchos encargos de reformas y decoraciones. Y viaja por el mundo. Cada vez más lejos, siempre a lugares más hermosos, casi queriendo apagar el deseo de algo distinto a lo que no se quiere dar voz. Una mañana Serena se descubre un pequeño bulto en el seno. Los análisis, los resultados: no pasa nada, pero para Erasmo es un golpe. Un solo pensamiento: si todo esto se acabara, yo no tengo nada más. Si Serena se fuera, necesitaría alguien para amar y para ser amado. El “para siempre” debe continuar. Nace el deseo de un hijo. Llega una niña, Dafne. Y al poco una circunstancia dolorosa irrumpe en su vida perfecta y suscita preguntas sobre el sentido de la vida. Ya no basta lo bello tan buscado y amado. No basta el amor entre los dos, entre los tres. Sólo queda el sufrimiento. ¿Por qué?

«Vivid en comunión»
Sin saber por qué Erasmo acepta la invitación de un amigo para ir a Mejugorie, Yugoslavia. Allí alcanza una certeza: el Paraíso existe; vislumbra una pertenencia a algo más grande que abraza incluso el dolor. Es la sencillez del cristianismo. Muchos años antes había experimentado lo mismo. Tenía catorce años y se fue con sus padres y hermanos a Asís. Rezando en la Porziuncola había pensado: yo me quedo aquí. No se lo dijo a nadie. Pocos años después le pasó lo mismo durante un encuentro en la parroquia con una misionera. Cuando fue a buscarla para hablar, ella ya se había ido. Los tiempos no eran maduros. El tiempo es del Señor.
Al regresar a su casa, Erasmo habla con Serena: «Hay un camino. Yo lo intuyo. Sólo nos queda saber cómo llegar a él». Es una novedad que empieza a desvelarse. Que los une. Al cabo de unos días, el padre de Erasmo sufre un infarto. Llama a sus tres hijos: «Os dejo mi fe, que intenté trasmitiros. Una sola recomendación: vivid en comunión». Una frase que arraiga en el corazón de Erasmo. Por la noche Serena y él empiezan a rezar; es un gesto que los une de manera nueva, más que todos los años transcurridos juntos en la más cumplida confianza. Es el comienzo de una vida nueva, de nuevos gestos. Es aquella frase: vivid en comunión… el domingo lo pasan en casa de la madre de Erasmo, con su hermano Inocente y su mujer Marina. Pero no basta. Comprenden que hace falta un lugar, una compañía de personas. Empieza una búsqueda espasmódica: la parroquia, unos grupos, pero nada parece corresponder. La hermana, Maria Grazia, los invita a conocer la experiencia de CL. No, eso no, todos están homologados. El prejuicio.

Familias “ampliadas”
Un día unos amigos les invitan a escuchar don Giussani. ¡He aquí el camino! Como en el encuentro con Serena en la escalera de Ratti, se produce una correspondencia inmediata. Es la respuesta a aquella búsqueda espasmódica: una religión llena de amor y de libertad que se da a través de una presencia tangible y concreta. No se puede dejar de comunicar. ¿Y a quién sino a Inocente y a Marina, que junto a ellos habían empezado a compartir esta vida nueva, tanto que habían decidido casarse por la Iglesia? El cristianismo se comunica de persona a persona… en esos años nace el segundo hijo, Giovanni. Otro don del Señor. Inocente y Marina, ambos médicos, a raíz de la invitación de un amigo misionero, pasan unos meses en India trabajando en un hospital, cosa que repiten desde hace unos años. Y todas las veces dejan los niños a Erasmo y Serena. Que se “amplían”. Las familias siguen uniéndose cada día más. Van definiéndose gestos comunes que hablan de una nueva pertenencia: la misa dominical, el rezo del Rosario, y luego las vacaciones juntos. Las palabras del padre parecen concretarse. Pero entonces ¿por qué no buscar una solución para que las dos familias vivan cerca? Casualmente, Erasmo localiza un chalet medio derruido con un gran jardín que la dueña tiene prisa de vender. Lo van a ver. Es la solución ideal. Empiezan las obras de reforma.

La búsqueda de lo bello
Las piezas del puzzle parecen encajar. Solo una no encuentra su colocación: el trabajo. Erasmo ama su trabajo. Pero el ambiente parece contradecir la necesidad de un sentido para cada instante de la jornada. La búsqueda de lo bello se queda en mero esteticismo. Su misma creatividad le parece sólo un elemento de distracción. Pero él ama ese trabajo, sabe que tiene unas dotes innatas. Todavía no sabe que es un talento que tiene que dar sus frutos. Un día unos amigos le hablan de Susy, de los Memores Domini, que hace su mismo trabajo. La busca durante un año entero. Y la conoce casualmente en su misma tienda, a donde fue para hacer un reportaje fotográfico. Sin medias tintas le pregunta: «¿Cómo puedes hacer memoria de Cristo en este ambiente? No es coherente». «Ven a mi casa y lo hablamos. De todas formas le coherencia no es lo que más me interesa». Se pasa las tardes en el bar de enfrente de la casa del Grupo Adulto para discutir con estos nuevos amigos. Hasta que una noche le invitan a cenar… y don Giussani está sentado a la mesa. La misma pregunta: ¿cómo puedo hacer? Y la respuesta, sencilla y desarmante: «Tú tienes un don fantástico, ponlo a disposición. Cualquier trabajo se puede hacer viviendo la memoria de Cristo, lo cual centuplica su verdadero significado». «Vale. Entonces déjame hacer una sociedad con Susy para que podamos ayudarnos». Al poco tiempo llega la respuesta: empezad juntos esta aventura. Erasmo arriesga todo intuyendo que por medio está el céntuplo. Vende la tienda y junto a Susy abre un nuevo estudio. Es un éxito rotundo. Entre tanto la casa ya está ultimada. Otro encuentro con don Giussani; está Inocente también. Otra pregunta: ¿cómo vivir juntos? «Haced una obra de comunión». Las mismas palabras del padre de muchos años antes. «Haced unos gestos, la misa cotidiana, los Laudes, el Angelus, la Escuela de comunidad. Mejor, esta os la hago yo. Venid aquí». Y así fue.

Una cometa en el camino
Un año después las monjas de Vía Martinengo piden a los Figini si pueden hospedar a dos hermanos que habían sido alejados de su familia. Erasmo y Serena, unos años antes, ya habían hospedado a un niño con problemas familiares. Para Inocente es una experiencia nueva. Por aquella comunión, aceptan los dos. Desde ese momento sus casas se abren. Hay muchos que llaman a sus puertas. Acogimiento temporal, chicos con dificultades que necesitan una ayuda cotidiana, pero también parejas en crisis, madres solteras… he aquí la obra de comunión». Bastaba decir “sí”, entregarse y el Señor les habría un nuevo camino.
Hoy a las familias de Erasmo e Inocente se han unido dos parejas más, que querían compartir esa misma comunión. La Cometa –este es el nombre elegido para la asociación que gestiona la estructura– hospeda a 15 chicos en régimen de acogimiento residencial y 50 en forma de acogimiento durante el día. Además, como en una constelación que indica el camino, han abierto una guardería y un colegio para la enseñanza obligatoria. Los proyectos son muchos… todos los que la Providencia siembre en su camino.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

Vuelve al inicio de página