Como si de un anuncio se tratara, 2008 comenzó con la extraña movilización de una minoría laicista radical que consiguió frustrar la presencia de Benedicto XVI en la Universidad romana de La Sapienza, aunque a la postre daría lugar a uno de los discursos-clave del pontificado.
Durísima y sectaria, pero también programada al milímetro, fue la batalla que el Gobierno Zapatero quiso dar a una Iglesia que no se resigna al silencio, tras la gran concentración a favor de la familia en la plaza de Colón y la Nota de la CEE previa a elecciones generales.
Ha sido también el año de tres grandes viajes del Papa: EEUU, la Jornada Mundial de la Juventud en Sydney, y Francia. Tres viajes para mostrar la belleza persuasiva de una fe que ensancha la razón y que es capaz de construir comunidad y de dialogar con todos.
Y en esta apretada síntesis no podemos olvidar a los cristianos perseguidos, especialmente en la India, en Iraq y en China. Ellos nos recuerdan que es posible vivir la fe cualquiera que sea la circunstancia
En su discurso no pronunciado en La Sapienza, Benedicto XVI insistió en su valoración de la modernidad, que ha abierto nuevos espacios al conocimiento, tanto a través de las ciencias naturales como de las ciencias históricas y humanísticas. Pero también advirtió de que la posibilidad de caer en la inhumanidad acompaña siempre al desarrollo de la historia, como hemos comprobado trágicamente en el siglo XX. A juicio del Papa, el peligro actual del mundo occidental consiste en que el hombre, basado en la grandeza de su saber y su poder, se rinda ante la cuestión de la verdad, plegando su razón a la presión de los intereses y al utilitarismo. Por eso invitó a los universitarios a mantener despierta la sensibilidad por la verdad y les pidió que su razón no se vuelva sorda al gran mensaje de la fe cristiana y de su sabiduría, porque eso supondría secar sus propias raíces.
Laico porque cristiano. En abril Benedicto XVI llegó a EEUU, donde le esperaba una comunidad católica orgullosa del tejido de parroquias, escuelas y obras sociales que ha podido generar no sin dificultades y sufrimientos; pero es también una comunidad afectada por los vientos del secularismo y profundamente herida por los casos de abusos sexuales atribuidos a sacerdotes. El Papa mostró su vergüenza y su dolor por estos casos, se acercó cálidamente a las víctimas y apostó por una regeneración del tejido eclesial. A los obispos les planteó el reto de articular una nueva cultura católica que responda a los problemas de este momento histórico, y les instó a no retirarse del debate público. Y a los responsables de las escuelas y universidades católicas les advirtió frente a la tentación de diluir su identidad en nombre de una supuesta tolerancia.
En el discurso ante la Asamblea General de Naciones Unidas recordó que los derechos humanos «están basados en la ley natural inscrita en el corazón del hombre», y advirtió que arrancarlos de ese contexto implica negar su universalidad y vaciarlos de contenido ideal y práctico. Vibrante fue su defensa de la libertad religiosa y de la aportación de la visión religiosa a la vida pública, y denunció la pretensión del laicismo: «es inconcebible que los creyentes tengan que suprimir una parte de sí mismos, la fe, para ser ciudadanos activos».
El secreto de la renovación. En Sydney, ante medio millón de jóvenes llegados de todo el mundo, Benedicto XVI quiso proseguir el diálogo iniciado hace dos mil años por Jesús con el corazón de los hombres. «¿Quién puede satisfacer este deseo humano de ser uno, de estar inmerso en la comunión, de ser edificado y guiado a la verdad?»: ése es el desafío radical que Benedicto XVI ha vuelto a proponer en nombre de toda la Iglesia: ¿quién pude saciar vuestra sed del Infinito? El Papa se ha dirigido también a los que caminan en el filo del alambre, a los que están tentados de abandonar, a los que han recorrido el laberinto de los placeres que sólo dejan rabia y hastío. ¡Alejarnos de Cristo es sólo un vano intento de huir de nosotros mismos! ha gritado Benedicto XVI a los jóvenes. A los jóvenes que ya preparaban la vuelta a sus lejanos hogares, el Papa les ha trazado esta apasionante ruta: «que el amor unificador sea vuestra medida, el amor duradero vuestro desafío y el amor que se entrega vuestra misión». Pero ¿cómo podrán llevar a cabo semejante empeño en las horas amargas de la propia casa, en las ásperas controversias de la vida pública o en el interior de la propia comunidad cristiana, tantas veces lastrada por inercias y recelos? De nuevo responde el Papa: «lo que constituye nuestra fe no es principalmente lo que nosotros hacemos sino lo que recibimos». Ése es el secreto de la renovación de la Iglesia y esa es también la razón de tantos fallidos experimentos pastorales, protagonizados por los mismos que precisamente discuten la utilidad de estos encuentros y ya empiezan a sembrar las dudas sobre la Jornada de 2011 que se celebrará en Madrid.
Una dimensión esencial en el espacio público. La laica Francia, antaño conocida como “hija mayor de la Iglesia”, ha sido el tercer destino de Benedicto XVI fuera de Italia. Empeño especial del Papa en subrayar que la verdadera laicidad pertenece al patrimonio de la tradición cristiana, y convergencia con Sarkozy a la hora de reconocer que la dimensión religiosa es esencial en el espacio público. También estuvo muy presente en todo el viaje la amistad connatural entre la fe y la razón. Por eso escogió para dirigirse al variopinto mundo de la cultura francesa la gesta del monacato occidental, la aventura de aquellos hombres y mujeres que detrás de lo provisional buscaban lo definitivo, aquellas gentes que buscando a Dios generaron toda una civilización. A las autoridades políticas les ha pedido tan sólo libertad para que la Iglesia pueda realizar su misión, en recíproco respeto y colaboración. A los intelectuales les ha recordado que la búsqueda de Dios es la base de toda auténtica cultura. A los jóvenes les ha invitado al coraje de la fe, para comunicar este tesoro con libertad y sin complejos. A los obispos les ha fortalecido en su tarea de promover la unidad del pueblo de Dios y de ensancharlo. A los que sufren les ha asegurado la compañía de la Iglesia que es el abrazo carnal de Cristo en su peregrinación. Los tiempos, dijo al despedirse de Francia, «son propicios para un retorno a Dios».
El sufrimiento de los cristianos en Iraq. Al constante hostigamiento que sufren las comunidades cristianas en Iraq se unió este verano la cruel persecución de los fundamentalistas hindúes contra los cristianos en Orissa y otras regiones de la India. Por lo que se refiere a Iraq, la situación de los cristianos de Mosul, cuna de una antiquísima iglesia, se ha vuelto prácticamente insostenible. La coacción y el chantaje son moneda corriente en las calles de esa ciudad y fuerzan a los cristianos a abandonar sus negocios, condenan a los jóvenes al desempleo y a las familias al exilio, mientras sacerdotes y obispos se encuentran en el punto de mira de los terroristas. La tragedia es enorme, y discurre sin que las autoridades de Bagdad aseguren la protección de las minorías prevista por la nueva Constitución iraquí. Tras demasiado tiempo de silencio, algunos líderes musulmanes han levantado la voz para pedir que pare esta sangría. Es poco lo que se puede esperar a corto plazo de estos llamamientos, pero al menos indican un cambio de rumbo. Porque ciertamente los cristianos están sufriendo lo indecible, pero será todo el Medio Oriente el que pague esta suerte de “limpieza religiosa”, porque perderá una semilla de reconciliación, un punto de equilibrio y un puente hacia el resto del mundo.
Mártires del siglo XXI. Y si vergonzosa es la apatía de los medios de comunicación occidentales respecto a los cristianos de Iraq, todavía resulta si cabe más escandalosos el silencio que ha encubierto los asesinatos de centenares de cristianos en la India desde el pasado mes de agosto. La libertad religiosa está algo más que amenazada, mientras los grandes medios de comunicación ignoran el problema. Tanto hablar de los riesgos del radicalismo religioso, y cuando éste despliega toda su malicia precisamente contra los cristianos, el silencio es total. Debería preocuparles que la India emergente de las industrias supertecnológicas, puede caer en manos del fanatismo étnico-religioso, frustrando el sueño de Mahatma Gandhi de un país laico abierto a todas las religiones, en el que desparecieran las castas y se reconociera la dignidad de todos sus habitantes. Pero los mismos que asesinaron a Gandhi son los que ahora abrasan iglesias y matan cristianos, como ha denunciado el cardenal Telesphore Toppo, arzobispo de Ranchi. Retomando unas palabras del padre de la India moderna, el cardenal Toppo ha resumido la actitud de sus hermanos cristianos ante esta marea de destrucción: «ellos pueden torturar mi cuerpo, romperme los huesos e incluso asesinarme, entonces tendrán mi cuerpo muerto pero no conseguirán mi obediencia». Esto es lo que sucede hoy en la India, y de esta forma tantos cristianos están dando testimonio de la Luz de Cristo.
El panorama de la persecución de los cristianos tiene otra estación obligada, aunque no sangrienta, en la inmensa China. Superado el trance de las olimpiadas, no se advierte ningún avance en materia de libertad religiosa en el celeste imperio. Un año después de publicada la carta de Benedicto XVI a los católicos chinos el régimen sigue sin mover ficha, pero las comunidades han experimentado la cercanía y predilección del Papa y eso ha supuesto una inyección de fortaleza y un estímulo para caminar hacia la unidad y para intensificar la misión. Quizás ha llegado la hora de no preocuparse tanto por los espacios que el poder comunista pueda conceder, sino de lanzarse a la evangelización paciente de una sociedad en la que mientras crece el desierto espiritual y moral, se abre paso una nueva sed de sentido.
En España, ¿ahora qué? Los dos primeros meses del año vieron una durísima campaña del Gobierno socialista y su entorno mediático contra la Iglesia. Los pretextos fueron la gran concentración por la familia cristiana (y las críticas dirigidas por algunos obispos a la política de Zapatero en esta materia) y la Nota publicada por la CEE ante las elecciones generales. En el fondo se trataba de una acometida perfectamente programada contra la institución social que había coagulado la resistencia cívica frente al radicalismo cultural del Ejecutivo. Los resultados electorales demostraron que las grandes manifestaciones a favor de la familia y la libertad de educación, y contra la inmoralidad del diálogo político con los terroristas, no pueden encubrir la realidad de una sociedad que ha soltado amarras de su antigua tradición cristiana. Para el mundo católico español esta cura de realismo no debe implicar el abandono del ágora para refugiarse en los cuarteles de invierno, sino la necesidad de encontrar un nuevo modo de hacerse presente.
Construir comunidades. El cardenal Cañizares (llamado por el Papa hace pocos días para presidir la Congregación del Culto divino y la disciplina de los sacramentos) afirmó entonces que «el futuro de nuestra sociedad se juega en una gran batalla cultural, de la que ningún católico puede desertar… la Iglesia debe evangelizar España». Es preciso que esta conciencia arraigue en todos los rincones del cuerpo eclesial, porque evangelizar no consiste sólo en decir más alto y más fuerte la verdad, sino en lograr que esta verdad sea reconocida y amada por quienes hoy se encuentran a enorme distancia. La respuesta al desafío del momento no puede ser la agitación permanente, ni la dialéctica acerada, ni el derrotismo que culpabiliza a todo el mundo de las miserias de esta época. Como hizo San Benito con sus monjes, es preciso construir comunidades en las que sea posible encontrar hoy el cristianismo como realidad presente, histórica, que hace cuentas con todos los aspectos de la realidad. Lugares capaces de generar cultura, de cuidar y acoger la vida con todos sus dolores, lugares que no estén amurallados sino que irradien el potente atractivo de la vida cristiana a través del testimonio de sus gentes, en un diálogo a campo abierto que no dé nada por supuesto. También nosotros, los católicos españoles, debemos contribuir a la configuración de una sana laicidad.
Unidad, realismo y palabras claras. Entretanto, la Conferencia Episcopal Española ha renovado este año sus órganos de Presidencia. En marzo el cardenal Rouco fue elegido para la presidencia de la CEE. Su perfil es el de un intelectual conocedor del pensamiento moderno, un gobernante comprensivo y paciente, y un pastor cercano a su pueblo. El arzobispo de Madrid tiene una aguda percepción de la crisis cultural y moral que vive occidente, y piensa que algunas decisiones de la pasada legislatura de Zapatero son auténticos hitos en ese proceso, entre ellas, la nueva configuración del matrimonio y la asignatura de Educación para la ciudadanía. Es partidario de palabras y presencias claras, pero eso no se opone de ningún modo al realismo y al diálogo.
Mucho se ha discutido sobre la interpretación correcta del retorno del cardenal Rouco, por tercera vez, a la Presidencia de la CEE. Muchos abundaron en el peso de la situación socio-política, marcada por un laicismo que mantiene su tono amenazador. No se puede negar que ésta sea una clave, pero también ha influido la clave interna. En los últimos años ha crecido la inquietud por la secularización interna reflejada en numerosas publicaciones, en la situación de algunos institutos religiosos y de ciertos foros teológicos y pastorales. La necesidad de afrontar con decisión este peligro, aún más corrosivo para la comunión eclesial que el hostigamiento externo, es otro elemento que ha podido pesar a la hora de decantar el voto en la dirección del cardenal de Madrid. La reelección en otoño de mons. Martínez Camino como Secretario General refuerza esa impresión y dota a la cúpula de la CEE de la necesaria coherencia interna.
La tarea. El año 2009 será un año importante para la renovación del episcopado español. Toledo, la archidiócesis primada, espera ya un nuevo pastor tras la marcha del cardenal Cañizares a la Curia romana, y lo mismo sucede con Valencia (la segunda diócesis de España por población y densidad institucional) donde el cardenal García Gasco espera su inminente relevo. Estos nombramientos abrirán nuevos huecos en el mapa episcopal, lo que hace prever un importante cambio de fisonomía. En todo caso la cuestión de fondo de 2009, con la nueva ley del aborto y la reforma de la ley de libertad religiosa en el horizonte, es la de cómo hacer presente hoy la fe, cómo llegar a tantos hombres y mujeres que se han distanciado terriblemente de la tradición cristiana. Nos introducimos cada vez más en una época similar a la de aquel Imperio romano en el que la fe abría la razón y generaba una novedad humana que sólo con mucho tiempo y una paciente educación logró empezar a cambiar las cosas. Hará falta tiempo, pero sobre todo una razón iluminada por la fe, un testimonio sostenido por la comunidad, una experiencia que recupere cada día el sentido de la vida en medio de un mundo desorientado y violento. Ésa es la tarea.
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