La mayoría de la población israelí y palestina desea vivir en paz. Es indispensable volver aceptables sus condiciones de vida y reanudar una «difícil pero indispensable reconciliación». Una tarea que Benedicto XVI señala con realismo no se podrá llevar a cabo «sin adoptar un acercamiento global a los problemas de estos países, en el respeto de las aspiraciones y de los legítimos intereses de todas las poblaciones involucradas» ¿Existe algo que pueda ayudar a superar las divisiones? «Un camino juntos hacia la verdad», responde el escritor AHARON APPELFELD, y la ayuda de auténticos «hombres de fe»
Domingo 18 de enero, Israel declara el cese unilateral de la guerra contra Hamas. El gobierno ha repetido ante la opinión pública mundial que tiene derecho a defenderse de las agresiones de los terroristas de Hamas y proteger a sus ciudadanos. Ciertamente un Estado tiene el derecho a defenderse de las agresiones y buscar la seguridad de sus ciudadanos, pero nunca de modo desproporcionado y con el uso indiscriminado de las armas. Lo recordaba Benedicto XVI en su discurso ante el cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede: «Una vez más, quisiera señalar que la opción militar no es una solución y la violencia, venga de donde venga y bajo cualquier forma que adopte, ha de ser firmemente condenada. Deseo que, con el compromiso determinante de la comunidad internacional, la tregua en la franja de Gaza vuelva a estar vigente, ya que es indispensable para volver aceptables las condiciones de vida de la población, y que sean relanzadas las negociaciones de paz renunciando al odio, a la provocación y al uso de las armas». Si nos atenemos a los resultados de anteriores campañas, esta guerra no será ciertamente la solución de la violencia existente entre estos dos pueblos. En una entrevista publicada en la revista italiana Oasis, el Patriarca de Jerusalén, mons. Fowaud Twal, afirmaba que «la solución militar jamás es una buena solución; la violencia sólo genera otra violencia». Y recordaba un dato con frecuencia olvidado: el Estado de Israel ha vencido todas las guerras que ha emprendido para defenderse, pero hasta el momento no ha conseguido la paz y la seguridad para sus ciudadanos.
Identidad a la defensiva. El Estado de Israel, desde los comienzos de su existencia, ha estado siempre en guerra. Siempre defendiendo su existencia y conquistándose una tierra para vivir. Sus fronteras, como consecuencia de estas agresiones, nunca han sido las mismas. Todo ello favorece inevitablemente una posición vital a la defensiva. «Los israelíes –comenta David Grossman– no tienen una idea precisa de qué consiste una frontera. Vivir así significa vivir en una casa hecha de paredes móviles, inestables, que continuamente son violadas. Quien vive en una casa sin paredes estables le cuesta mucho entender dónde “acaba” él y dónde “comienza” el vecino. Y quien no tiene esta noción tiene una identidad siempre a la defensiva, siempre “en conflicto” respecto a aquéllos que le amenazan. Esta situación, por un lado, favorece siempre la tentación de la intrusión; por otro, una autodefensa que a menudo se trueca en agresividad. Las elecciones y decisiones tomadas por quien vive en esta situación, en estado de ansia o dilema, están condenadas a ser excesivas, apresuradas y violentas. Las enseñanzas que puede identificar en su propia historia están destinadas a ser extremistas y, por tanto, superficiales, carentes de matices; tendencias que no infrecuentemente comprometen la visión de la realidad presente». Una triste muestra de ello está ante nuestros ojos.
Ardua reconciliación. La guerra siempre es un mal que introduce más problemas en la vida cotidiana de las personas, y a menudo agrava los problemas políticos. Esta tierra de Israel-Palestina lo sufre como ninguna. En ella habitan dos pueblos llamados necesariamente a entenderse, pero enemistados desde el establecimiento del Estado de Israel y la inmediata guerra árabe-israelí. Y por lo que parece, sin deseo a afrontar juntos un problema que es fuente continúa de violencia y sufrimiento. La mayoría de la población israelí y palestina desea vivir en paz. ¿Por qué, pues, se continúa en esta espiral de violencia? A veces uno se pregunta si situaciones como las que vive esta tierra no provengan de posiciones ideológicas encarnadas en los que detentan el poder. Por eso es fundamental que surjan políticos que deseen verdaderamente la paz y el bienestar de las gentes que viven con todo derecho en esta tierra: israelíes, palestinos, y también las minorías de cristianos, drusos y samaritanos. «Es muy importante –señalaba Benedicto XVI en su discurso ante los diplomáticos– que, con ocasión de las cruciales citas electorales que implicarán a muchos habitantes de la región en los próximos meses, surjan dirigentes capaces de hacer progresar con determinación este proceso para guiar a sus pueblos hacia la ardua pero indispensable reconciliación».
Educación y mentalidad. Una reconciliación que pasa, en primer lugar, por un cambio de mentalidad; algo verdaderamente difícil, pero no imposible. Mientras se siga viendo al otro, a los miembros de los pueblos vecinos como reales enemigos, se mantendrá siempre una posición de agresión y defensa. Urge, pues, una educación diferente de la actual, basada sobre todo en el odio al vecino, en afirmar los propios derechos negando al contrario los propios. Ciertamente las injusticias se han cebado con los habitantes de esta tierra, de modo especial con el pueblo palestino. Es fundamental que la comunidad internacional afronte con decisión este problema pendiente y proponga soluciones definitivas. La existencia del Estado de Israel y del Palestino, con unas fronteras claras y permanentes, con gobiernos absolutamente independientes es una necesidad para que se emprendan caminos hacia una paz estable en esta tierra.
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