Un bar que es «una avanzadilla misionera», mujeres que descubren en un gesto de caridad «un mundo más real», hombres que querían irse y hoy están de fiesta en el barrio. Escenas de un rincón de Nápoles donde la “crisis” es permanente, pero algo hay que la está venciendo
Callejones, soportales, franjas de azul entre las hileras de ropa tendida. Das la vuelta a la esquina esquivando una última moto, subes algunos metros más y llegas a un portón de hierro en el centro de una gran pared. Visto desde fuera no lo parece, y en cambio el corazón de Nápoles late allí dentro, en Vico Castrucci número 4, un edificio de cinco plantas que se abre inesperadamente en torno a un patio lleno de palmeras y limoneros. Era la casa de formación de los padres Vicencianos que se preparaban para la misión. Ahora hay pocos seminaristas. Pero las salas y los pasillos rebosan de vida: una residencia de universitarios, un albergue para turistas, los locales del Centro de Solidaridad, recién pintados e inaugurados, las aulas para la ayuda al estudio. Gente que entra y sale de una amplia vivienda con cocina, terraza y un par de habitaciones equipadas con ordenadores. Es la sede de CL y del Centro de Solidaridad que toma el nombre del barrio en donde se ubica: Rione Sanità, ciento diez mil habitantes, dos parroquias y una maraña de callejuelas y de historias.
Llegamos aquí con una hipótesis que enseguida podemos comprobar: en estos callejones se juega una apuesta que nos afecta a todos. Todo el mundo habla de crisis, de falta de dinero y pérdida del puesto de trabajo, de certezas que se han puesto en tela de juicio y que afectan a cómo nos concebimos. Pues bien, aquí la crisis es permanente. Es lo único “estable” en un ambiente social donde las palabras más comunes son “paro” y “precariedad”. Y también “soledad”, cosa que parece absurda en un lugar tan masificado y, sin embargo, es muy real, debido a las numerosas familias deshechas y a los vínculos rotos. Si a esto añadimos los problemas que las crónicas siempre relacionan con el nombre de esta ciudad –la camorra, la droga, las investigaciones judiciales...–, el resultado es una mezcla explosiva para sentirse precisamente en crisis.
Infierno y paraíso. Y en cambio, no es así. Aquí no sólo hay gente que vive, sino que da vida a un lugar cada vez más atractivo. Un lugar donde «todo está floreciendo» incluso en estos tiempos sombríos, como apunta Tonino Romano, responsable del CL en la Región de Campania, antes de mencionarme nombres y relatarme «hechos que comprobarás tú mismo, dando una vuelta». En esto consiste la apuesta: ver si existe una humanidad que, con crisis o sin ella, arraiga en cualquier circunstancia y averiguar qué la hace posible, qué es lo que ha cambiado la vida de Tonino, Felice, Mario y de los recién licenciados que, hace veinte años, optaron por este lugar en vez de marcharse a otro sitio a hacer carrera. Y también por qué muchos otros, nacidos y crecidos aquí, tampoco se han marchado ya que entre estas callejas hay algo que lo está cambiando todo. Ha entrado un sol «ca a pittato tutt’e mure», que ha pintado las paredes, que les ha devuelto color, como canta Alfredo Minucci, voz del barrio, en una canción que habla de su casa y a la vez de la vida de muchas personas.
Por ejemplo la de Nando, el dueño del bar que da a la vía dei Vergini. Tonino dice que este bar es «una avanzadilla misionera, está ahí para que todos puedan conocer lo que Nando ha encontrado». Una avanzadilla que se anuncia en las mesas al aire libre, junto a los puestos, y desde un escaparate con solera (“Antigua Heladería dei Vergini, desde 1928”). En el cierre metálico del local podía verse hasta hace poco un agujero de bala, prueba de que este barrio –Nando lo expresa con una frase lapidaria– es «un cruce entre infierno y paraíso». Parecerá extraño, pero el sabor del paraíso está allí, en las caras contentas que ves en el mostrador donde Pasquale sirve café y buen humor. Bastaría su historia para demostrar que aquí pasa algo. Hace años trabajaba como solador. Pero el trabajo escaseaba, la familia tenía serios problemas económicos y, a raíz de ciertas dificultades, se vino abajo. Después, el encuentro con Tonino y esa frase que se le quedó grabada: «Nun te preoccupa’, Pasqua’: algo sucederá». «Durante días me pregunté: “¿qué es lo que sucederá?». Pero ya había sucedido. Fue el comienzo de una amistad muy concreta, que trajo consigo también un trabajo, justamente en el bar de Nando. Mientras, aquí mismo había comenzado otro asunto, que el dueño de la casa nos cuenta en la trastienda, delante de los recuerdos del equipo de fútbol de Nápoles. «A Tonino le conocíamos de vista, pues vive aquí arriba. Buenos días, buenas tardes, y poco más. Un día, entró su mujer y me dio una invitación para una reunión en la Feria de Ultramar. Le dije a mi mujer: me parecen buena gente. Jamm’a vedé (vayamos a ver)».
«Entra a tomar café». Y allí fueron. Y la persona a la que vieron y escucharon, sentada en el escenario junto a Tonino, era Julián Carrón, responsable de CL. Aquella tarde de hace dos años fue un momento decisivo, lo dicen todos en el barrio. Nando fue uno de los más impactados. Se lo cuenta a todo el mundo, también a Alfredo, amigo de toda la vida y cantautor famoso por la belleza y la verdad de sus canciones. Amistad a primera vista, nada sentimental. La primera vez que tocó ante toda esa gente, Alfredo se quedó sorprendido: «Todos escuchaban con atención las letras de mis canciones. Nunca me había sucedido algo así». Otra cosa le conmueve a Nando, a medida que va conociendo “la gente de los Vicencianos”. «Todos son licenciados, profesionales... Comprender qué les ha movido a vivir aquí, en lugar de irse a una zona mejor de Nápoles, nos ha servido para poner en marcha nuestro motor. Nos han abierto una perspectiva nueva. Los problemas no desaparecen, pero podemos afrontarlos juntos, de un modo distinto». Distinto. El comienzo del día es casi un rito para Nando: levanta el cierre metálico a las seis de la mañana y se encuentra cada día con la cara de un chaval de la zona, siempre el mismo, uno de los muchos que tiene los mismos problemas que todos. «Antes, le hubiera dicho: por favor, vete, que tengo que trabajar. Ahora no puedo. Le digo: entra, que nos tomamos un café».
Comenzamos a dar una vuelta por callejas cargadas de historia, cuyos nombres se hace eco de una caridad que nunca se ha perdido (Santa María Succurre Miseris, Monte dei Poveri Vergognosi, ‘a Misericordiella...).
Hasta los ladrillos hablan de pueblo y de nobleza. «Aquel edificio de allí, con las escaleras que se cruzan, es el Palazzo Sanfelice: vienen a estudiarlo de todo el mundo», cuenta Massimo Rippa, arquitecto y responsable de una guía del barrio que se acaba de publicar (ver apartado). «Allí detrás está la casa en donde nació Totò. Por encima pasa el puente diseñado por los franceses, que ahorró a los reyes el paso por este barrio, lo que dio comienzo a su decadencia». Un poco más allá vino a vivir el padre Alex Zanotelli, el antiguo director de la revista misionera Nigrizia: trasladó aquí la batalla contra la pobreza que llevaba a cabo en África. Nápoles es como Nairobi: tierra de frontera. La Basílica está dedicada a Santa María. Entras en la sacristía y en la pequeña vitrina-museo, entre los relicarios, los objetos sagrados y el busto de San Genaro, está el balón del Nápoles. ¡Se trata de un auténtico pueblo!
A casa del santo. También ese otro edificio, casi enfrente de los Vicencianos, tiene una larga historia: es la casa de Alfonso María de Liguori, el santo del siglo XVIII autor de Tu scendi dalle stelle. Todavía vive aquí una descendiente suya, doña Paola de Liguori. Volvió hace poco, después de una vida entera en Roma, para ocuparse del edificio: «Para mí este edificio representa a Nápoles a pequeña escala. Si consigo restaurarlo, de alguna forma estoy ayudando a mantener viva a la ciudad». Le preguntas en dónde apoya su esperanza. Respuesta: «No lo sé. Yo soy optimista por naturaleza, pero para esperar hacen falta trabajo y cultura. Y aquí resultan palabras difíciles». Trabajo y cultura, es decir educación. Hablamos el mismo idioma. Como consecuencia, se produce otro encuentro. Ubaldo invita a doña Paola a la fiesta del barrio esa misma tarde: «Venga a ver». Y allí estará.
«Es mi familia». Nuestro itinerario prosigue. Un cruce continuo de personas y saludos. Una señora intercambia algunas frases en voz baja con Mario. Él sonríe: «No se preocupe, señora». Andamos un poco y nos explica: «Preguntaba cuándo podíamos llevar el paquete». El “paquete” que le lleva el Banco de Solidaridad: víveres para las familias más necesitadas, que los voluntarios entregan junto a una amistad. En el barrio hay casi 200 familias asistidas. La necesidad crece tan rápido que fue necesario parar durante algunas semanas para reorganizarse. Durante esos días, algunas personas llamaban enfadadas a la puerta de Vico Castrucci. «¿Por qué no traéis ya los paquetes? Esto es un engaño, os los quedáis vosotros». «¿Sabes lo que pasó?», cuenta Felice Siciliano, responsable de la CdO local: «Anna, una de las mujeres que hemos conocido y que vive aquí enfrente, se asomó desde el bajo de su casa y se puso a defendernos ante las personas que llamaban a la puerta: “No os consiento que digáis eso, esta gente es mi familia”». Tal vez por este motivo, a los primeros voluntarios de CL, se han sumado poco a poco otras personas. Mujeres que recibían el paquete, y que ahora se suman a los voluntarios para llevarlo a otras personas. «Hace algunos días celebramos una asamblea», dice Tonino: «A modo de provocación, les dije: en vista de que hay problemas, tal vez sea mejor dejarlo». Entonces se levantó otra Anna, una madre del barrio a la que hemos conocido hace poco, y respondió: «Pero, ¿estás loco? Para mí la caritativa es demasiado importante. Me ha permitido descubrir una vida nueva. Ha salvado la relación con mi marido y me ha salvado a mí. No podemos dejarla».
Más tarde conocemos a Anna en el Centro, y utiliza justamente estas palabras: «caritativa» y «vida nueva». Y a éstas añade otras que te estremecen por su profundidad: «Aquí no existe ni una sola persona que no tenga un valor. Me han ayudado a conocer un mundo más real, y yo no puedo hacer menos que esto. Debo estar aquí. Es algo mío». Es impresionante ver las frases de don Giussani hechas carne en la gente. «Aquí la Escuela de comunidad se hace vida comunitaria», explica Tonino. «No caben los discursos, al cabo de un minuto no te sigue nadie. Es estupendo. Saltan los esquemas y puedes aprender de lo que dicen». Aprender de la otra Anna, la de la pelea en la puerta, que un día va al médico y ante ciertos comentarios escépticos en la sala de espera, dice más o menos: «Señores míos, también yo tengo una vida difícil y un montón de problemas. Pero he encontrado algo hermoso que me ayuda a vivirla». «Y, ¿de qué se trata? ¿Quién eres?». «Soy Anna-de-Comunión-y-Liberación». Así, todo seguido, porque ese añadido forma ahora parte de sí misma y por tanto de su nombre. Y se comprende que es así sólo con mirarla a la cara, con escucharla hablar del dolor, de los hijos, del encuentro imprevisto que le ha llevado a casarse por la iglesia con su marido, después de veinte años de convivencia (el celebrante, Eugenio Nembrini, rector bergamasco del Sacro Cuore de Milán, que es tan popular aquí como en Kazajistán, en donde fue misionero), y que hoy la anima a llevárselo al centro, «porque siempre puede suceder algo. Mi abuela decía: in un’ora, Dio lavora (en una hora, Dios trabaja)».
Punto firme. Y de qué manera, aunque es necesario mirar hasta el fondo lo que hace, para no atascarse en los lugares comunes sobre Nápoles, “pizza, mandolina y corazón”. Los problemas permanecen, y son serios. La droga circula por todas partes. La usura aumenta («sólo en estos últimos días han venido cuatro personas a pedirnos ayuda», explican los del Centro). Hasta el juego tiene su papel, y no es raro ver a madres de familia que pasan noches enteras jugando –y perdiendo– a tombulella (el equivalente del bingo). «Pero aquellos que han encontrado esta positividad se pegan a ella y no la dejan, porque tienen en donde apoyarse», dice Ubaldo, uno de los primeros en llegar aquí, cuando era universitario.
Eran los años ochenta. Los pilluelos del barrio Rione Sanitá veían a aquellos jóvenes entrar y salir del portón de Vico Castrucci y empezaron a preguntar: «Pero, ¿qué hay ahí dentro?». Así empezó la ayuda al estudio, casi por azar. Y echó raíces en una frase que Tonino escuchó decir a don Giussani: «En Nápoles todo cambia continuamente. Hace falta un punto firme en medio del caos». Y aquella sede, gracias también a la paternidad de los Vicencianos, se convirtió en ese punto firme. «Al terminar los estudios, Tonino, algunos otros y yo decidimos quedarnos en el barrio», cuenta Mario. «Tal vez había un poco de inconsciencia en aquella decisión. Ahora ya no es así: la conciencia es plena. Y no cambiaríamos esta elección por nada del mundo».
«Un pueblo que necesita ser educado». Tiene razón. Hay que meterse en su pellejo, en el pellejo de gente acostumbrada desde su nacimiento a la letanía del nun ce sta nient’a fa’, no hay nada que hacer. Gente que en cambio, poco a poco, ve florecer en su experiencia una posibilidad real de salvación. Una posibilidad que funciona incluso allí. Que vence incluso allí. Pensad en lo que debe suponer vincularse cada vez más a ese Algo, a ese Hecho conocido hace años y que a medida que avanza, genera más humanidad. En ti mismo, en torno a ti. ¿Cómo podrías pensar en marcharte? Tonino recuerda a menudo otra frase de don Giussani. «Íbamos en coche por la tangencial. Me hizo pararme en un punto desde el que se veía todo, miró la ciudad desde lo alto y me dijo: “Tonino, aquí existe todavía un pueblo. Pero necesita ser educado”. Ahora estamos comprendiendo qué quería decir».
Educación. Otra palabra clave que no se juega sólo en la obra del Centro, en las dos escuelas gestionadas por ellos (unos mil trescientos estudiantes), en el polideportivo que dirige Mario y en el que se mezclan chavales del barrio Sanità con los del Nápoles “bien” (hecho bien difícil en esta zona) o en la ayuda aportada por Pippo Angelico, el empresario milanés que está echando una mano considerable en esta zona (v. Huellas, diciembre 2006). Se juega también en momentos como el acto público de hace un año sobre el tema de las basuras, en medio de esa situación de emergencia que vista por el resto del mundo era un escándalo, pero que vivida desde aquí era mucho peor. «Por la noche volvías a casa y no podías entrar», cuenta Felice. «Y te parecía que no se podía hacer nada». De ahí brotó la pregunta insistente, casi como un grito: «¿Qué tiene que ver todo esto con la experiencia cristiana? Porque si no tiene nada que ver, quiere decir que nos estamos equivocando completamente». En aquella reunión en el Teatro Mediterráneo, entre testimonios, cantos y relatos de los que estaban en las barricadas, muchos descubrieron que sí tenía que ver, y de qué manera. «Habría allí unas trescientas personas», cuenta Tonino. «Después, todas decían: “Estábamos deprimidos, buscábamos una distracción. Y en cambio nos hemos encontrado con una propuesta para vivir”. Ya no se han separado de aquí». Tendrían que pasar todavía varios meses antes de que llegaran los camiones para despejar de basura los callejones, pero fueron meses vividos de forma distinta. «Existía un punto sobre el que construir que no partía únicamente de la reacción instintiva ante los hechos», explica Felice. Todo depende del terreno sobre el que apoyes los pies. Y del hecho de no estar solo. Como sucede ante la crisis actual.
Proyectos y realidad. Piensas en todo esto mientras vuelves a la sede. Allí se celebra una fiesta. Música y sfogliatelle (dulces típicos napolitanos). Lotería de beneficencia y tortilla de macarrones. Una tómbola como Dios manda, en la que los números se recitan acompañados de rimas. No falta el testimonio del padre Paolo, que está en Paraguay de misión junto al padre Aldo Trento. Y familias, niños, estudiantes, madres de familia… Es el pueblo del Rione, que festeja la Navidad ya próxima bajo una pancarta preparada para la ocasión, que constituye el resumen de los últimos meses: «Un acontecimiento que corresponde más allá de cualquier expectativa». «Lo han hecho todo ellos, no nosotros», dice Mario.
“Ellos” son Anna y Pina, Ciro y Antonietta, y muchos otros. Madres y padres de la ayuda al estudio, al que acuden en la actualidad cincuenta chavales, más los que están en lista de espera para poder entrar. «Les ayudamos a estudiar, algo que en su situación es fundamental. Pero también hacen con nosotros deporte o talleres», explica Annarita, una de las responsables. «El criterio es seguir a la persona individual: si uno tiene aptitudes y quiere aprender a tocar la guitarra, por ejemplo, le facilitamos que pueda hacerlo». Poco a poco se van haciendo hombres esos rostros de niños que te miran desde el álbum de fotos, mientras María Assunta pasa páginas e historias. «Éste es Cármine, uno de los primeros. Cuando llegó aquí tenía siempre la cara apagada. Ahora ha conseguido diplomarse. En esta otra sale Pietro: era semiautista, y no sólo tímido como nos habían dicho al principio. Un artesano le está enseñando a trabajar la cerámica. Ahora incluso canta con el tutor que le acompaña». También vemos a la señora que, tras la muerte de su marido, viene aquí todos los días a cocinar; o a las otras mujeres que –siempre como caritativa– limpian la sede. Ésa de ahí es una madre de tres hijos que había tomado la decisión de abortar el cuarto. «Hablamos con ella y nos dimos cuenta de que era una cuestión de pobreza», cuenta María Assunta. «Le echamos una mano, y ahora esta niña existe. Pero lo más bonito ha sido su cambio. Aquí no se trata de hacer proyectos, sino de hacer las cuentas con lo que la realidad te pone delante. Las necesidades son tan grandes que si tuviésemos la pretensión de responder a todo, nos perderíamos». ¿Y entonces? «El problema del alcohol sigue existiendo, y el del dinero también», dice Annarita. «Sin embargo los miras y están contentos. Y te preguntas: ¿cómo es posible? Entonces descubres que la caridad te la estás haciendo a ti mismo».
La voz de Dios. Son las mismas palabras de Patrizia, que acaba de dejar su trabajo para dedicarse al Centro a jornada completa: «Lo que hacemos con los chicos nos ayuda a descubrirnos a nosotros mismos. Aquí existe una riqueza mucho mayor que el límite». La impresión clara es la de una resurrección, la de un tejido humano ya rico de por sí que florece completamente en el encuentro con el cristianismo. «Pero no se trata sólo de un florecimiento», precisa Mario: «Se trata de descubrir su origen. Nos hemos preguntado muchas veces si merecía la pena estar aquí. Ahora ya no nos hacemos esta pregunta. Somos libres de los resultados. Podríamos cambiarlo todo mañana mismo, si fuese necesario. En cierto sentido, esto es el cristianismo: poder empezar de nuevo en cada instante, siguiendo lo que la realidad te sugiere».
Fin de la tarde. El portón se cierra, no así el corazón de Nápoles. Sigue latiendo mmiezo ‘a Sanità, como dice una de las canciones más bonitas de Alfredo. Habla de Rione, de su Rione. Del misterio que lo atraviesa («Nun se po’ capì / là se sente pure ‘a voce ‘e Dio», no se puede entender / pero ahí se oye incluso la voz de Dios). De cómo puede uno mirarlo a la cara, y reconocerlo, ensanchando l’uocchie che so’ astritte, los ojos que son pequeños. Y llega hasta el fondo del deseo que, con crisis o sin ella, nos acompaña a todos: «Pure dint’o male / ‘o bbene vuo’ truvà», incluso dentro de los malo quiere encontrar el bien. ¿Dónde queda la crisis?
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón