Va al contenido

Huellas N.06, Junio 2024

PRIMER PLANO

Ucrania. Cuando lo imposible se hace posible

Raquel Martín

Diario de un viaje a un país en guerra donde hay un “ejército” de sacerdotes, religiosos, laicos… que no están determinados por el mal de la violencia

«Estamos en continuo shock», «agotados psicológicamente», con «dolor invisible», «bloqueo existencial», «traumatizados», «horrorizados», «muertos de indiferencia», «abandonados», «desolados», «deprimidos»… Todos estos adjetivos salen de mi cuaderno de apuntes tras mi viaje a Ucrania de este invierno. Justo cuando se celebraba el segundo aniversario de la invasión rusa (febrero 2022), un pequeño grupo de compañeros de Ayuda a la Iglesia Necesitada viajamos a Leópolis y Kiev para visitar y acompañar a las iglesias locales en su dolor. Vamos donde los cristianos sufren para llevarles la compañía de la Iglesia universal y aprender de ellos su confianza y esperanza en el Señor en las duras circunstancias que les toca pasar.
La guerra encarnizada se ceba sin piedad en el este del país. Todos los días bombas, misiles, el “cuerpo a cuerpo” en el frente. Todos los días matar o morir y todos los días el mismo sinsentido. Así durante más de 48 meses ininterrumpidos, y lo peor: sin esperanza alguna de fin.
Según nos comentaban los capellanes militares que acompañan a los soldados ucranianos en la frontera con Rusia, aquello es el infierno. Los militares enloquecen psicológicamente porque no hay persona que aguante este horror durante tanto tiempo. Los soldados cristianos (ortodoxos, greco-católicos o latinos) cada día arriesgan su vida y rezan muy conscientes… y los ateos también. «En la primera línea de batalla es imposible no rezar, en el frente no hay ateos», nos decía el padre Oleh Salomon, capellán y también psicólogo. A muchos militares ucranianos del este, con mayor influencia soviética y atea, la guerra les ha abierto en canal sus preguntas más existenciales: la razón de vivir y la razón por la que morir. Cuando dejan el frente de batalla por un permiso y llegan a sus hogares, los que aún tienen a su familia en el país son como fantasmas y están tan traumatizados que no pueden ni hablar. Muchos vuelven mutilados por las heridas de la guerra, todos con estrés postraumático. El 80% de la población ucraniana está herida física o psicológicamente por esta guerra.

Las bombas están en el este: Donbás, Jarkov y Zaporizhazhya… pero la onda expansiva ha asolado todo el país. No hay persona que no haya perdido a su marido o a un hijo, a su padre o a un hermano, a un sobrino o a un íntimo amigo, en estos dos años de guerra. O que tenga a alguien cercano batallando en el frente y que lleve meses sin recibir señales de vida. Cuántos familiares y amigos se encuentran en paradero desconocido, según el ejército del país y las autoridades, y cuántos cuerpos sin vida no recuperados… El dolor de las viudas, de las madres, de los niños es indescriptible. Además de sufrir graves traumas por el ruido de los bombardeos y la violencia que han visto en sus ciudades natales, tienen que seguir sobreviviendo en un ambiente donde las preguntas por el sinsentido, el mal, la muerte, el odio al invasor, el horror, la venganza… gritan y jamás desaparecen. En nuestro viaje nos percatamos de que por las calles casi no había hombres, ya que están en el frente o en Europa, y que el rostro de Ucrania hoy es el de una mujer, una madre o una viuda rota de sufrimiento.
Natalia tiene 28 años y una hija de 3. Su marido lleva más de 18 meses luchando en el este, hablan por teléfono cuando pueden. Cuando suena el teléfono su cuerpo tiembla, nos decía. «No sé si será mi marido o algún cargo militar para darme la mala noticia». Gracias a la Iglesia greco-católica recibe apoyo y compañía de la Casa de la Misericordia, donde más de 600 personas son atendidas en su dolor. «Antes era un fantasma y ahora ya no me siento sola con mis miedos. Con mi fe y esta ayuda tengo un camino de estabilidad, soy otra».
Olga es viuda de guerra. Perdió a su marido por un misil ruso en el Donbás. Él quiso unirse al ejército de manera voluntaria para defender a su país y la libertad. Ella cuida a su hijo de cinco años y aún no ha conseguido un trabajo. Su hija mayor, de 16 años, ha decidido alistarse también voluntariamente, como su padre, para luchar por su nación. «Sin mi comunidad, sin mis sacerdotes no estaría de pie. Todos los días vienen a verme y siempre están para mí, de hecho, mi hijo dice que si puede tenerlos de papá», nos contaba. A Olga el sufrimiento no le ha paralizado gracias a la compañía de la Iglesia y muchas viudas se han organizado en una red entre ellas para compartir la vida, rezar y sostenerse unas a otras. Han transformado sus lágrimas en compasión.
Si en los comienzos de la contienda las parroquias y todas las instalaciones de las iglesias se abrieron para acoger a las familias desplazadas que huían de los misiles y los ataques, ahora las iglesias se han convertido en lugares donde llorar y sanar. La Iglesia católica en Ucrania es una minoría, aproximadamente el 11%, y su prioridad número uno es la sanación y ayudar a la gente a no perder la esperanza. Parecería desproporcionado: hacer frente al zarpazo de una guerra de estas dimensiones con la presencia de la Iglesia que, a contracorriente y de manera silenciosa, levanta a las personas y rompe la espiral de odio que se respira en toda Ucrania.

«Las heridas de esta guerra son muy profundas y dolorosas y solo el amor misericordioso del Señor será capaz de curarlas. Si el miedo y el odio se apoderan de nosotros seríamos esclavos de ellos. Aunque el odio es normal por la agresión que sufrimos, sucumbir a él significa que tiene una victoria sobre mi corazón. No debemos sucumbir a él, no debemos permitir que gane en nuestros corazones. Solo el amor auténtico del Señor hace que no nos agotemos y nos dejemos abrazar por Él», nos explicaba el arzobispo mayor de la Iglesia greco-católica, monseñor Sviatoslav Schevchuk.
Esta es la gran novedad, nos repetía monseñor Schevchuk, «hay una batalla en el frente, pero la verdadera batalla está en el corazón de cada ucraniano. Los momentos de más dolor son los de mayor conversión y ahora la palabra de esperanza de la Iglesia es más necesaria que nunca».
En nuestro viaje hemos visto cómo todo un “ejército” de sacerdotes, religiosos, laicos… no están determinados por el mal de la violencia, sino única y exclusivamente por la presencia del Señor en sus vidas, que esta guerra ha fortalecido al abrir sus vidas en canal. Esta es la razón que les está permitiendo mirar a la cara y vivir esta dramática circunstancia cuando a nuestros ojos parecería imposible.
Marina es una anciana de 87 que estuvo en el sótano de su casa durante más de dos semanas con unos veinte vecinos, todos acurrucados mientras escuchaban sin cesar del exterior tiroteos y bombardeos. Sin luz, agua ni comida. La localidad de Bucha, muy cerca de Kiev, pasará a la historia como uno de los lugares donde se produjo el mayor ataque contra la población civil de esta guerra. Hubo violaciones y ejecuciones de tal crueldad que hay quien ha calificado lo sucedido de actos de genocidio. Sobrevivieron, y ella nos contaba asombrada cómo los únicos voluntarios que se atrevían a salir del refugio y arriesgar su vida para buscar comida eran los jóvenes de la parroquia. «Luego lo compartíamos todo y rezábamos juntos. Mi fe ahora es más sólida y si sobreviví fue gracias a ella», nos decía.
También en Bucha conocimos al padre Tadeuz Volos, que decidió quedarse a pesar del brutal asedio a la ciudad para estar cerca de los que no pudieron huir: los mayores y los enfermos. Todos los días salía del sótano de la parroquia y los visitaba. Celebraba solo la Eucaristía entre el ruido atroz de los enfrentamientos y llevaba la comunión a todos los que podía. Su vocación era estar con sus parroquianos. «No pienso dejarlos y si estoy vivo es por intercesión de la Virgen María». Su iglesia se salvó de milagro de un misil ruso.
El padre Tadeuz, Marina, Olga, Natalia, monseñor Schevchuk... son nuestros cristianos que en este momento de la historia peregrinan en la «martirizada Ucrania», como dice el papa Francisco. Ellos son la esperanza de su país porque en medio de la contienda afirman con su vida lo imposible: que el mal no tiene la última palabra y que la paz del corazón es posible cuando la esperan en el Señor.
Lo imposible se hace posible en Ucrania, lo hemos visto. Y también son un testimonio para todos nosotros que vivimos en la acomodada Europa. Después de nuestro viaje podemos afirmar que, si ni una guerra puede matar la absoluta novedad de vida que trae la Iglesia, la esperanza de la gente entre bombas y muerte, no hay circunstancia que nos impida, como ellos, esperarlo todo y solo en el Señor. Por eso en Ayuda a la Iglesia Necesitada seguimos a los cristianos que sufren en el mundo, ya sea por pobreza, discriminación y persecución. Ellos nos preguntan hoy a todos nosotros, como san Pablo: «¿Quién nos separará del amor de Cristo?, ¿la tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?... En todo esto vencemos de sobra gracias a Aquel que nos ha amado».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

Vuelve al inicio de página