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Huellas N.06, Junio 2024

PRIMER PLANO

Sorprendidos por la esperanza

Anna Leonardi y Yolanda Menéndez

Iverson y Paula, Begoña, José María: tres historias que permiten mirar al futuro con confianza solo porque Cristo está presente

«Para esperar hace falta ser feliz de verdad. Hace falta haber recibido una gran gracia». Esta frase de Charles Péguy es de las cosas que ha escuchado en los Ejercicios de la Fraternidad que más le han hecho volver a toda su historia, desde que tenía 16 años. «La gran gracia que he recibido, no me cabe duda, es encontrar el movimiento», cuenta Iverson Machado, brasileño, 46 años, que conoció en el instituto a una profesora de Comunión y Liberación. «Estando con esos nuevos amigos mi vida empezaba por fin a descubrir su significado. Hoy puedo pronunciar la palabra esperanza sin sentirme un ingenuo porque esta experiencia de fe se ha llenado de hechos y de personas».
Hace ocho años, Iverson se trasladó de Sao Paulo a Santiago de Chile, buscó empleo y aprendió un idioma para poder estar con Paula. Se conocieron en una asamblea de responsables de América Latina en 2016. Ella cantó una noche La mente torna de Mina. Él se quedó impresionado. Al día siguiente, coincidieron en la misma mesa para comer. Ahí fue cuando Iverson se enteró de que ella tenía un tumor inoperable en la hipófisis que le provocaba unos dolores invalidantes. Paula se lo cuenta entre risas y lágrimas, pero no está determinada por su enfermedad, hay alegría en su forma de mirar la vida tal como es. «Me enamoré en seguida de ella por esa confianza que llevaba dentro. Me dije: “Quiero estar con ella, porque yo también quiero eso que ella tiene”». Después de varios meses de video-llamadas, Paula le invitó a ir a Chile.
«Nos casamos en 2020. El inicio del noviazgo fue una época en la que tuve que someterme a varias intervenciones quirúrgicas –recuerda ella–. Fue agotador para ambos, pero también fue la ocasión de conocer lo que nuestro corazón buscaba de verdad. La enfermedad puede cerrarte, hacerte perder la esperanza, o te puede ayudar a mirarte tal como estás hecha, con todo tu deseo de felicidad. Esto me hace recuperar mi relación con Dios porque solo cuando me descubro Suya, estoy verdaderamente en paz».
Al salir del quirófano, después de una de tantas operaciones durante ese tiempo, todavía un poco atontada por la sedación, Paula ve a Iverson con varios amigos esperándola en el pasillo de la planta. Se despierta e intenta saludarles con la mejor sonrisa de la que es capaz. Ya en la habitación, la enfermera que la acompaña le pregunta cuánto le duele, de uno a diez. «Ocho». La mujer sacude la cabeza: «Qué raro, nadie es capaz de sonreír con un ocho». Iverson dice que en ese momento pensó en unos versos de Vinícius de Moraes: «Una mujer debe tener algo más allá de la belleza. Un poco de tristeza. Una parte que llore. Una parte que siente nostalgia».
Ahora esta pareja está esperando una niña. Se llamará Isabelle y el parto está previsto para el 10 de junio. Según los médicos que la tratan, hasta los más escépticos, se trata de un milagrito, porque era algo bastante improbable. Iverson y Paula se sienten como si estuvieran delante de un gran misterio, a veces prevalece el miedo de no saber qué pasará, cómo irá todo. Pero luego siempre sucede algo que les hace recuperar «el ritmo del corazón –explica Iverson–. Hace unos días, un amigo nos regaló la cuna. Por mil razones, nosotros seguíamos posponiendo su compra. La hemos montado y ya está en la habitación de la niña. Ha sido un pequeño gesto que nos ha dado un respiro entre tantas preocupaciones. Nos ha sorprendido mucho porque el bien futuro siempre tiene el rostro de alguien que está presente».
* * *
Hace diez años comencé un largo camino de lucha contra tumores en el hígado y en los pulmones. Hoy me pregunto: ¿Es la enfermedad un camino para mi esperanza? ¿Qué me mantiene en pie a pesar del miedo al dolor y a las recaídas?
Me descubro muy frágil y débil en los momentos difíciles y a la vez no puedo dejar de asombrarme ante un evidente estado de felicidad. Busco razones para esta aparente locura, intento rebelarme y protestar, gritar que ya es suficiente, esconderme entre las sábanas, acallar esa voz … y debo rendirme.
¿Qué es ese algo que una y otra vez tira de mí hacía arriba, hace que alce la mirada y me rescata de mi rebeldía? Es Alguien que me habla bajito, que me acaricia las cicatrices y que no tiene prisa. Lleva conmigo tanto tiempo que mi problema es que ya me he acostumbrado y tiendo a olvidarlo, y es entonces cuando me pierdo y me muero de miedo. Y de nuevo, una y otra vez me susurra que está ahí, que le mire a los ojos y coja su mano. ¿Pero esto es real? ¿Dónde está? Y yo lo sé. Lo sé, pero estoy contaminada por el mundo y juego al escondite. El ruido de las cosas, la prisa del momento, las idas y venidas al hospital, el paso de los días… en fin, miles de excusas que me envuelven y me impiden reconocerlo. Y a pesar de todo, no dejo de pensar en Él. Tanto que a veces me agoto. Se mezcla una presencia con una ausencia. ¿Cómo es posible? Un encuentro de fuerzas pelea dentro de mí: una exigencia de que me deje tranquila y una necesidad de verdad. No siempre gana la misma, pero estoy más contenta cuando gana la última. Es «la serena certeza del alma», como me dijo un gran amigo. Nada es ya lo mismo cuando has probado y vives tan de cerca su presencia. En todos estos años ha ido anidando dentro de mí y la enfermedad se ha vuelto esperanza. ¡Qué bendita contradicción!
Hay algo más que aumenta mi asombro cada día y es cómo los que me rodean participan también de esta nueva esperanza y que es también para ellos contraria a la desesperación. Un excepcional e increíble marido, todo un milagro para mí. Mis hijos y sus familias, un regalo inagotable. Mi madre, ejemplo de fortaleza. Hermanos, grupo de Fraternidad, Escuela de comunidad, el colegio de los Sagrados Corazones, oblatas, amigos y tantos otros que no conozco y que con su oración conmueven al Señor y me sostienen. Es aquí donde le encuentro.
Desde este punto puedo volver a caer con toda tranquilidad en mi debilidad, que no es el miedo a la muerte porque sé quién me espera con los brazos abiertos y misericordia infinita, sino al dolor extremo. Si es cierto que me cuesta mucho decir sí al dolor, también lo es que he aprendido a ofrecerlo antes para soportarlo como pueda después. Ahora sé que el Señor hará con esta fragilidad cosas grandes y que a mí solo me queda entregarme con confianza y con la ayuda de todos los que me quieren.
Termino dando gracias por esta preferencia del Señor que hace que no ponga mi esperanza en mis fortalezas sino en mis debilidades y en los que me quieren, y pido especialmente a san José y al Espíritu Santo por las necesidades de todos.
Ven Espíritu Santo, ven por María.
Begoña Arespacochaga

* * *
En 2015 empecé a perder vista por una enfermedad genética que heredé de mi madre, que ya está totalmente ciega. Me dieron la incapacidad y tuve que dejar mi trabajo de delineante, que tanto me gustaba y tanto me construía. Ya no puedo disfrutar de mi trabajo pero me he dado cuenta de que soy capaz de hacer un plano en mi cabeza y saber dónde estoy, ya no puedo dibujar en un papel el lugar donde estoy, pero sí en la cabeza, hasta lo podría describir.
Dejar de conducir fue otro duelo, pero al final te das cuenta de que tú no eres aquello que puedes hacer, que la vida es un camino de dejarte hacer. Al vivir la vida de otra manera el Señor te da otras cosas, te construye de otra manera. Ahora mi madre ha sufrido una caída y tiene una vértebra aplastada, lo que la tiene inmovilizada. Y mi padre está desarrollando un deterioro cognitivo causado por su diabetes, así que otra vez he tenido que dejarlo todo: vacaciones, ejercicios, gimnasio, salir… y vuelves a preguntarte: pero Señor, ¿qué me estás pidiendo ahora? Él tiene sus tiempos y a veces tarda en responder, pero la memoria no engaña porque nunca me ha defraudado. Y me demuestra continuamente que no estoy solo ante las cosas que suceden. El Señor me pide cosas pero nunca me ha dejado solo.
He aprendido a no hacerme planes, y cada vez tengo que recortar más mis aspiraciones. De planificar a tres meses vista pasé a una semana pero hora ni siquiera de un día para otro puedo planificar demasiado. Eso te hace vivir más el instante que sucede. Es vivir de una relación con una petición continua. Y también he tenido que aprender a pedir. Al principio con mucho dolor porque no estamos acostumbrados a tener que mendigar, pues esa sería la palabra, ya que dependo de mis amigos para todo. Pero te das cuenta de que hacer estas cosas te salva. Esto me ha enseñado a dejarme hacer, pero también que los demás vean que necesitas ayuda es un bien porque te libera y luego uno nunca sabe las cosas grandes que pueden surgir, y han surgido. Hechos que te hacen tomar conciencia de que lo que te ha sucedido es una gran gracia porque me permiten confiar, vivir confiado delante de lo que sucede. Dejándote hacer, suceden cosas. Con todo el drama que supone, pues no deja de ser dramático y el punto de partida es siempre un dolor, pero ese dolor se acaba convirtiendo en petición y ofrecimiento.
Si puedo cuidar de mis padres es porque yo soy cuidado, pues está siendo un tiempo muy al límite y de límite. El pecado aflora, las limitaciones e incapacidades que uno tiene, no solo la diagnosticada. O reconozco que es Otro el que me sostiene o no soy capaz. Yo no me reconozco como cuidador, ese es el nombre administrativo que se le da a lo que yo me dedico ahora. Yo me reconozco como hijo. Solo puedo estar en pie porque me reconozco hijo de Uno que cuida de mí, que me sostiene a través de la compañía que me da. Por eso al final del día siempre me voy a la cama pidiendo perdón. Me acuesto diciendo: «que Dios me perdone». Porque todos los días veo que no soy capaz. O mi vida es esta relación continua con este Tú presente o la losa me aplasta.
Está siendo un tiempo de gracia y de misterio. De misterio porque es muy difícil y de gracia porque se dan cosas muy bonitas, como hablar con mi madre de cosas que nunca hemos hablando, o verte cuidando de un padre que no se deja cuidar. Un camino de dureza y de cruz, muchas veces llorando y ofreciendo esas lágrimas. Y acordándome mucho de la Virgen, de cómo lloraba viendo a su hijo en la cruz. A veces tiras para adelante porque es lo que toca, pero eso por sí solo no te sostiene. Sería como tirar de un autobús con tus fuerzas. Sin embargo, me levanto por la mañana pidiendo: «Ven Señor Jesús», y luego vas respondiendo a lo que toca, sin más alardes, sencillamente… ¡y suceden cosas!
José María Sayavera

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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