Franz Werfel
La canción de Bernadette
Palabra
pp. 584 - € 24
Para aventurarse en la lectura de La canción de Bernadette (parece un libro larguísimo pero se lee en pocos días), basta leer las dos paginitas de la fulminante introducción del autor. Ahí se entiende enseguida que esta novela es uno de los milagros de Lourdes. Milagro menor, sí, pero milagro. La razón la explica a la perfección Werfel («no siendo yo católico, sino judío») en esa nota introductoria. De hecho, narra las dramáticas circunstancias que lo llevaron a escribir esta obra como si estuviera cumpliendo una promesa que se remonta a junio de 1940. Con Dunkerque culminó el asalto nazi en la conquista de Francia. Werfel huye e intenta pasar de España a Portugal, y de ahí a Estados Unidos. Pero en los Pirineos se encuentra con muchos como él y la empresa se vuelve imposible. Alguien le aconseja esconderse en Lourdes, donde es más fácil encontrar refugio. Y eso es lo que hace, topándose con la historia de las apariciones marianas que tuvieron lugar ochenta años antes. Una historia que nuestro autor desconocía hasta entonces, apenas sabía algo de oídas.
Hablar de Bernadette Soubirous se convierte entonces en su pasión, un compromiso consigo mismo. En mayo de 1941 escribe desde Los Ángeles: «En mi gran desesperación, hice una promesa. Si lograba salir de esta situación y alcanzar las costas salvadoras de América, lo primero que escribiría sería La canción de Bernadette». Y esa canción de Werfel conserva hoy toda su potencia. Porque nadie mejor que un gran escritor que ni siquiera es católico, y por tanto no tiene prejuicios positivos ni creencias que ostentar, puede reconstruir así los hechos materiales y objetivos: los escenarios, los personajes, las investigaciones de la policía y del alcalde, las humillaciones del juez, del cura, de las monjas… La Señora se narra como si fuera una crónica, sin modificar nada, ni el dialecto de la niña ni los problemas familiares. Por lo demás, la Señora no tenía (ni tiene) necesidad de doctos intelectuales ni de élites para manifestarse y sanar a la humanidad sufriente. La ruta de Massabielle es un lugar olvidado incluso por los pastores y campesinos, pero allí es donde la Señora dirá «Yo soy la Inmaculada Concepción» a una, hasta entonces, ignorante Bernadette. Esas extrañas abluciones con agua que fluye del Gave se convertirán en un río de Gracia para multitud de enfermos durante años y años. Franz Werfel ya no está, pero su misión de contar el «misterio divino y la santidad humana» todavía llega hasta el corazón.
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