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Huellas N.05, Mayo 2024

RUTAS

«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»

Isabel Almería

¿Cómo se puede volver a construir lo que ha sido arrasado por tanto odio? Los bachilleres han celebrado el Triduo Pascual mirando a Tierra Santa

Viernes de Dolores. Inicio de la Semana Santa. 250 chavales, de entre 16 y 18 años, se dirigen a Guadarrama, en la sierra de Madrid, para participar en los ejercicios espirituales de los bachilleres de CL. Algunos de ellos están comenzando sus vacaciones de Semana Santa; otros han hecho un largo viaje (desde Barcelona, Castellón o Galicia) y en algún caso, tendrán que volver a clase el lunes. ¿Qué mueve a estos jóvenes a empezar así sus vacaciones o a hacer el sacrificio de realizar tantos kilómetros para pasar un par de días en un ambiente que, seguramente, no es el que la mayoría de sus coetáneos elegiría para un momento de ocio y expansión? Solo puede moverlos algo grande; una experiencia que les ofrezca una satisfacción mayor que las insuficientes satisfacciones de fin de semana a las que la sociedad nos tiene acostumbrados. Los mueve la esperanza del encuentro con Alguien que ha dado la vuelta a sus vidas y que ahora, este fin de semana, les desafía preguntándoles: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?».

Los días se suceden con un ritmo intenso; a veces, se hace difícil mantener la tensión, quizá porque nos hemos desacostumbrado a percibir que lo que es verdaderamente intenso es la vida. Pero, a pesar de la dificultad, nadie quiere perderse la promesa que asoma en el umbral de estos tres días y, de una u otra forma, todos los corazones se ponen en juego.
El padre Ángel López (Pancho, como todos le conocemos) nos introduce y acompaña en todo el recorrido de estos ejercicios, que parten, como no podía ser de otra forma, de la experiencia y el deseo del corazón. La realidad, nos decía Pancho, tiene la pretensión de tocarnos, de provocarnos, de no dejarnos indiferentes. Pero, tantas veces, la realidad no nos gusta y nosotros intentamos defendernos de ella, no mirarla, meternos Debaixo d’àgua (debajo del agua) como decía una de las canciones que acompañaron la introducción, para no pensar, para estar a gusto, para no oír el estruendo de nuestro corazón que grita What I’m made for? (¿para qué estoy hecho?). Pero, continuaba la canción, «¡tengo que respirar!», es necesario salir de nuestro escondite, escuchar el grito del corazón, no tenerle miedo y buscar, buscar otra cosa. Porque estamos hechos para la felicidad y la realidad y el corazón se alían para que nos demos cuenta de ello. Después de esta introducción, que acababa afirmando que el gran amor que buscamos se ha hecho carne, solo se podían esperar cosas grandes.
La lección del sábado por la mañana nos ayudó a profundizar en el camino de la Escuela de comunidad de Bachilleres de este año: el encuentro con la excepcionalidad de Cristo que, sin embargo, no será reconocido si no estamos atentos a nuestra necesidad (de nuevo esta llamada a no dejar pasar nada, a la atención al propio corazón). Porque «Dios se ha movido para responder a la necesidad de cada uno de nosotros; se ha movido por mí. Él ha tomado la iniciativa». Impresiona esta valoración de cada uno, este acercamiento específico de Cristo con cada uno de nosotros. Y así es como cada uno lo percibe, según el momento en el que esté, según la alegría o el dolor que esté viviendo, según el espacio que le deje para actuar, para reconocerlo. Se percibe este diálogo personal con Jesús durante los momentos de silencio, donde cada uno le pone delante su propio ser, su propio límite y su propia esperanza.
Por la tarde recibimos la visita de José Miguel García, que nos pone delante el conflicto israelí-palestino. Parece un cambio brusco, como comentaba alguno de los bachilleres, pasamos de mirarnos a nosotros mismos, de centrar nuestra atención en el corazón, en mi necesidad personal, a mirar a un lugar que nos es lejano, que parece que no tiene nada que ver con nosotros. ¿Por qué tenemos que hablar ahora, en estos ejercicios, de esta guerra? No puedo dejar de pensar que hay otra pregunta de don Giussani que responde a esta cuestión: «Lo que estáis haciendo, ¿qué tiene que ver con las estrellas?». Es decir, no serviría de nada mirarnos a nosotros mismos, buscar la respuesta a nuestro deseo, a nuestras ansias de felicidad, si no fuéramos capaces de percibir esa necesidad en relación con el mundo entero. Es más, creo que no seríamos realmente felices sin la esperanza de que todo el mundo lo sea, sin el deseo de la felicidad para todos nuestros hermanos. Desde esta perspectiva todos esos nombres de políticos, todas esas fechas y conflictos de los que casi no sabemos nada (o conocemos solo desde un punto de vista teórico-histórico) dejan de sernos ajenos y empiezan a interesarnos y surge en nosotros el deseo de que todo se reconstruya, se salve. Pero, ¿cómo se puede volver a construir lo que ha sido arrasado por tanto odio? José Miguel responde a esta pregunta: «Solo desde el perdón. Solo abrazando al otro. Y los únicos que pueden hacerlo en este momento son los cristianos que viven allí y algunos judíos y palestinos que han creado asociaciones –ninguna de ellas sostenidas por los gobiernos– para la reconciliación. Hay que ayudar a esta gente. Hay que apoyarla. Con la oración y con todos los medios posibles».

Es difícil, muy difícil, entender el sentido del dolor. El de los demás, el de aquellos que sufren estas situaciones de guerra, pero también el de cada uno de nosotros, adolescentes o adultos, que no vivimos en situaciones tan extremas. Se ve en las preguntas de los chavales, durante el encuentro con José Miguel y también al día siguiente, durante la asamblea. Hay unas palabras de García que se nos quedan grabadas: «Los cristianos en Tierra Santa están viviendo mucho dolor, pero eso no les lleva al odio. El odio es lo que destruye, no el dolor. El dolor, unido a la cruz de Cristo, genera vida». Cómo esto es posible no lo sabemos y me atrevo a pensar que esa es la pregunta que muchos se hacían siguiendo a la cruz en el momento del Via Crucis. Acompañados por la belleza del canto, de las lecturas y las meditaciones, seguimos al Señor en su camino al Calvario, poniendo ante él todas las cuestiones que se iban acumulando en el corazón. Muchas de ellas se explicitaron el domingo en la asamblea: el vacío y la soledad que sentimos aun estando rodeados de gente; el sentido del dolor y la posibilidad de ofrecerlo… y otras se quedarían en el silencio de un diálogo íntimo con Aquel que no rehusó vivir el mayor dolor para llevarnos, a través de él, a la esperanza de la plenitud.
El domingo concluye nuestro encuentro con la celebración de Ramos. Acuden familiares y amigos que se han acercado a Guadarrama para participar con nosotros en la Eucaristía. Y esa acción de gracias anticipa la fiesta que viviremos una semana después. Porque durante estos dos días hemos intuido que la felicidad es posible, que la paz es posible, que el dolor y la muerte no son la última palabra si estamos atentos a nosotros y a los demás, si estamos abiertos a aceptar una voluntad que no es la nuestra, una imagen que no es nuestra imagen, una medida sin medida, la de ese Amor que se ha hecho uno de nosotros, para sufrir y alegrarse con nosotros, para acompañarnos en el camino de la vida y llevarnos a la salvación. Siempre que no esquivemos la pregunta: «¿Quién decís que soy yo?».




¿Qué tendrá este hombre que yo no tengo?

A hora que ya ha pasado alguna semana y empiezo a digerir lo vivido en Semana Santa (que no fue poco), me reconozco con un punto de tristeza, una cierta sensación de que se me escapa de las manos, y no en el buen sentido. Se me escapa lo que vivo. Se me olvida. Se queda en una cosa bonita, pero las cosas bonitas, si no se les pone nombre, nunca se pueden llegar a querer y, por lo tanto, no se pueden quedar mucho tiempo en ti. Viví un fin de semana estupendo en los Ejercicios. Fue precioso. Iba con un dolor grande que tampoco entendía muy bien, pero se fue concretando a medida que entraba más en los diferentes gestos y me dejaba interpelar por las cosas que decía Pancho y por las conversaciones maravillosas que se iban dando de manera inesperada. Salí como nunca había salido de ningunos Ejercicios (y este es el tercer año). Me reconocía feliz, incluso un poco aturdida de todo lo que había vivido. Sin embargo, el primer día de colegio después de las vacaciones me veía sin ganas y no fue hasta que vi el rostro de una amiga, feliz por lo que había sucedido durante los Ejercicios, que no caí en la cuenta del dolor que me causaba. Casi había olvidado lo que habíamos vivido hacía apenas una semana. Me dolía por mí, pero también porque esa salida me hacía ser más amiga suya y vi claro que no tener presente ese fin de semana implicaba no tener presente nuestra amistad. Durante toda la semana estuve dándole vueltas a la cabeza a algo que dijo Pancho en una de las lecciones: si no se pone nombre a lo que vivimos suena a música celestial “y ya”. Ese viernes me vi obligada a compartir esta inquietud en Escuela. Se hablaba de un encuentro concreto del que se recuerda «el día y la hora», y yo me veía con el corazón desgarrado por ver que a mí no me pasa y que muchas veces lo justifico o incluso lo reduzco a un “tengo poca memoria” o “soy una persona que se olvida rápido de las cosas”, pero ya no me sirve. Necesito la ayuda de amigos, de rostros concretos como el de esta gran amiga para empezar a reconocer las cosas por su nombre y que así puedan permanecer. Porque vivo deseando que me pasen cosas grandes, como todos, pero reconozco que las que no me remiten al Señor son las que acabo olvidando. En cambio, las que sí, permanecen en mí y me van cambiando poco a poco. Me permiten un camino largo pero bello.
Mariona

Estos Ejercicios han sido muy fructíferos, y lo han sido entre otras cosas por la gran compañía entre nosotros y por Pancho, quien nos ha conducido con sus enseñanzas por un camino precioso hacia la comunión con Cristo. Comenzaban con una reflexión en la que hacía una comparación de los Ejercicios con un museo al que uno puede ir sin apreciar la belleza si no está atento; esto mismo nos podía pasar a nosotros si no estábamos a lo que teníamos que estar. Nos interpelaba a despertar el corazón, y así quise vivir esos días, con exigencia y sin conformarme, aunque hubo momentos en los que estuve despistado, igual que en las semanas anteriores. Estos días hemos escuchado que el Señor nunca nos deja iguales, y no solo lo aprendíamos con una serie de lecciones, sino con un hombre con muchos años de vida entregada a Dios y que aun así se emocionaba al escuchar en una canción cómo Él nos espera, nos piensa y nos quiere. Ante todo esto, yo veía en mi experiencia de adolescente que lo que decía Pancho era verdad, pero que muchas veces tiene poco que ver con lo que vivo. Entonces me preguntaba: ¿qué tendrá este hombre que yo no tengo? Estos Ejercicios en plena Semana Santa llamaban a encontrar en el Señor aquello que nos hace más sencillos, verdaderos y humanos. El lema era a modo de pregunta: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Pensando en esta pregunta, recordaba mis primeros pasos en el camino que he ido haciendo en el movimiento desde hace dos años, que fue cuando entré, y lo que podía tener claro es que mi deseo al venir por primera vez era encontrar una compañía verdadera, y así lo expresé en mi primera Escuela de comunidad: «Vengo aquí para encontrar algo diferente, unos amigos con los que no perder el tiempo como suelo hacer». Al acabar los Ejercicios puedo decir que mis intenciones eran respondidas por Uno que me ha ido trasformando y lo sigue haciendo. Hablando con los de mi comunidad, el sábado salían intervenciones que me llamaron mucho la atención acerca del silencio, que no ocurre normalmente entre nosotros, así como del sufrimiento, al que le intentamos dar un sentido. Eran síntomas visibles de que queremos tomarnos en serio nuestra vida, pero necesitamos la ayuda de otros. Es en estos momentos en los que caigo en la cuenta de lo afortunado que soy, de lo privilegiada que es esta compañía y lo poco que se ve esto en el día a día de tantas personas a las que quiero. Esto me hacía ver más clara una cuestión que me planteaba en algunas Escuelas durante este año acerca de por qué caminamos y por qué lo hacemos juntos. Uno de los adultos nos compartía su reflexión acerca de la Pasión de Cristo y del sentido que tenía que se llamara de esta manera a los días de su muerte y Resurrección. Puede ser que se llame Pasión porque Él quiso vivirla apasionado, sabiendo que ofrecía su vida por todos sus hijos dando sentido a nuestras vidas. Ojalá pueda vivir así mi camino en el movimiento y concretamente en mi comunidad que está formada por jóvenes que compartimos el deseo de conocer a Aquel que ha llegado a nuestras vidas.
Gonzalo

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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