¿Es posible vivir juntos siendo diferentes? Esta pregunta fue el marco de debate en Encuentro Castellón, donde las identidades pasan de ser perímetros cerrados a puertas que se abren para que entre el otro
¿Cómo convivir en una sociedad en la que ya no se comparten convicciones, o se comparten cada vez menos? Esta pregunta fue el punto de partida de uno de los actos centrales de la última edición de Encuentro Castellón, cuyo lema era precisamente “¿Es posible vivir juntos siendo diferentes?”. Javier Restán, profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad Francisco de Vitoria, y Nicolás Pou, profesor de historia dedicado a la consultoría política, protagonizaron un diálogo moderado por el economista Gonzalo Izquierdo, en el que intentaron hacer un diagnóstico de la sociedad española actual a la luz del libro Buenas razones para la vida en común, del cardenal Angelo Scola, volumen del que Restán apuntó la hipótesis de partida para plantear la posibilidad de una construcción común en una sociedad polarizada. «Lo que nos une es el valor mismo de estar juntos, la convivencia por sí misma. El hecho de estar juntos tiene más potencia que el hecho de que tú tengas unos valores o ideas y yo otros». Esta hipótesis sería la base para lo que Javier Restán llama «dialéctica de la amistad: que cuando yo te miro a ti, que no piensas igual que yo, puedo discutir, pero hay una tensión en mí a buscar la unidad contigo, a comprenderte, incluso en la discusión». Ese sería el “factor fraternidad” que el papa Francisco plantea en su encíclica Fratelli Tutti y que Restán define como propuesta «contracultural, porque es como un valor social oscurecido, que parece que no se desea, pero en el fondo se desea profundamente».
Por su parte, Nicolás Pou empezó con un recorrido histórico que ofrece tres formas de relacionarse entre diferentes a lo largo de los siglos: «la violencia, que genera guerras que seguimos viendo; la indiferencia, que erige torres y puertas como las de Babilonia o la gran muralla china, donde unos quedan dentro y otros fuera; y la acogida –que ilustraba la exposición central de Encuentro Castellón, “La Rosa Blanca”– que parte de la religión antropomórfica y presupone del otro quizá un origen divino, de modo que ese otro ya no solamente es enemigo». Una postura que invita a ponerse en camino, con el sacrificio que supone reconocer que quizá nuestro pensamiento pueda estar incompleto y el otro pueda enriquecerlo en algo, completarlo, y en este sentido Pou citaba grandes relatos de viajes que provocan la transformación de sus protagonistas, como El Señor de los anillos, La vuelta al mundo en 80 días o La Eneida. «¿Acaso compartimos esa esperanza de ser completados por algo exterior? Yo creo que sí. Ninguno de esos viajeros tenía asegurado llegar, corrieron un riesgo que implica sacrificio y apertura. Pero si no somos capaces de comprender la totalidad de la realidad, si no podemos alcanzar absolutos con nuestra razón, ¿por qué no estar abiertos a esa posibilidad de ser completados?».
«Pero, ¿cómo emprender ese camino de acercamiento al otro sin perder la propia identidad?», preguntó el moderador. Restán quiso partir de una premisa: «La identidad es buena y necesaria. La identidad es el yo, es la posibilidad de autoidentificarse y de ser, sin identidad no somos nada; culturas, personas, grupos sin identidad son plastilina para el poder». Pero «a veces lanzamos las identidades como si fuesen cajas perfectamente cerradas y me parece que es todo lo contrario. La identidad es algo en permanente cambio, a nivel personal y a nivel social. Las identidades se van haciendo, gracias a Dios, cada vez más ricas, más complejas en la medida en la que acumulamos experiencia y tenemos relaciones afectivas. No hay nada que cambie más la identidad de una persona que una relación afectiva».
Hay dos formas de vivir la identidad: «puede ser un perímetro duro, fuerte y bien armado que no permita entrar nada para que nadie lo cambie, o puede ser una puerta que yo abro y desde ella entro en comunicación con los de fuera». Esta última es la única opción de construir juntos e implica ese “viaje” del diálogo con el otro que no solo supone el esfuerzo de hacerse entender, creando incluso lenguajes nuevos, sino también «callarse positivamente, es decir, escuchar –apuntaba Restán, llegando a una imagen muy gráfica del cardenal Scola–. Él decía que la escucha es como dejarse fecundar. ¡Impresionante! De ahí nace una criatura nueva. Si yo me dejo fecundar, si escucho al otro con amor, con verdadero deseo de comprenderle, aunque el 80% de las cosas que diga me parezca inaceptable, la pizca de verdad que hay en él me fecunda y genera en mí una criatura nueva». Esta imagen representa uno de los ideales históricos más atractivos, como señalaba Pou, en contraposición con la polarización dominante en el contexto actual, donde «nadie parece estar dispuesto a dejar de ser lo que es porque quizá está cómodo en su perímetro, que en el fondo es un espacio seguro, como una habitación del pánico desde donde se mira al otro como causante de miedo y constante frustración». Esto genera un clima social dominado por lo que define como «una tristeza civil que se contagia, la sensación de que no podemos fiarnos mucho del que tenemos al lado, que las razones que hay para no fiarse son más potentes que las que tenemos para fiarnos».
Frente a tanta tristeza, la alternativa más realista pasa por abrir los ojos y mostrar ejemplos donde se comparte un camino común a pesar de diferencias abismales. «¿Puede haber algo más imposible que un palestino que ha sido combatiente y que ha perdido a su hija asesinada por un policía israelí colabore en una asociación con un israelí que ha combatido en el frente enemigo y que ha perdido a una hija de 14 años en un atentado de Hamás?», desafió Pou al auditorio refiriéndose a una asociación que une a padres israelíes y palestinos unidos por el dolor de la pérdida de sus hijos a causa de la guerra (ver página 6). «¿Cómo puede suceder que haya una colaboración así entre personas que deberían mirarse llenos de odio y que se dicen ahora hermanos?».
Preguntas imposibles que remiten a hechos imposibles, como es el perdón, que surgió en el turno final de preguntas y que abordó Restán. «Si hay conflicto, si hay lucha, si hay explotación, si hay muerte, asesinatos, extorsión… todo eso exige que aparezca un factor nuevo, y si no aparece, realmente es imposible. No hay posibilidad de construcción social estable, viva, abierta, democrática, pacífica si no se introduce el factor del perdón. Pero diría que eso pasa también en la vida personal. Si no emerge este factor no habrá construcción social, solo habrá equilibrios, cada uno desde su perímetro. El perdón introduce un factor inesperado, que de alguna manera no entraba dentro del paquete, que es tan profundo que nos hace tocar algo que no controlamos porque es divino, porque el perdón nos pone en contacto directo con Dios, necesariamente, se sepa o no se sepa. Tú lo ves y dices: ¿pero de dónde viene esto? Emerge y no estaba previsto, es como una emergencia de lo divino dentro del contexto histórico».
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