La caritativa de un grupo de amigos que pasa el sábado por la mañana con varios presos mediante un taller que propone en la cárcel “La aventura de vivir"
Desde hace años un grupo de amigos participamos de manera semanal en la visita a tres cárceles de Madrid donde realizamos un encuentro matutino con presos que han sido seleccionados dentro de un programa de respeto y buen comportamiento por la Dirección General de Prisiones. El taller se llama “La aventura de vivir” y acoge a diferentes personas con múltiples modalidades de delitos; tráfico de drogas, delitos económicos, de sangre, abusos sexuales, etc. El cumplimiento de la pena puede variar en función del delito desde los seis meses hasta la prisión permanente revisable, que puede conllevar de 25 a 35 años de reclusión. El horizonte personal de los presos es humanamente desesperanzador, es cierto que se han equivocado y que deben cumplir una pena, pero la realidad es que su estancia se convierte en un lugar de abandono personal, incomprensión social y falta de horizonte individual. El hastío de unas relaciones basadas en el interés, la violencia, la enfermedad mental y la anulación como personas en un sistema penitenciario en muchas ocasiones deshumanizador no tiene en cuenta el valor eterno de la persona.
Esta caritativa comenzó como necesidad personal de entender qué significa el perdón, cómo se puede perdonar e introducir una novedad en las relaciones con las personas más cercanas. No es solo una cuestión de grandes delitos, es mirar la posibilidad de volver a hacer original una relación con los más próximos, donde la equivocación y el límite afloran cotidianamente. ¿Cómo es posible que la promesa de una relación, de una amistad, sea para siempre? El problema del perdón no es solo el daño que te han hecho, es el veneno amargo que se macera en el corazón del que soporta la ofensa y el de quien lo comete. Era necesario poner a prueba esta experiencia con los más olvidados, con los que es imposible mirar de una manera diferente porque están condenados.
La relación con los presos ha permitido hacer un recorrido de amistad con muchos de ellos que, de manera discreta y sencilla, semana tras semana, permite hablar y enjuiciar juntos las cosas que nos preocupan de la realidad, de la vida, de la familia, de las parejas, del mal cometido, del mal soportado, de la violencia humana, de la falta de libertad. Un ejemplo de este camino recorrido es el de nuestra amiga D., que de una manera fiel y discreta lleva haciendo el taller desde hace más de tres años. En los últimos meses ha comenzado a participar de la eucaristía en la cárcel y es la que invita a otras presas a que asistan a los encuentros. Ella comenta con frecuencia que “La aventura de vivir” es un lugar de libertad en el que puedes hablar de las cosas importantes de la vida. También E. ha participado en los dos últimos años de manera puntual en el taller, un día especialmente sonriente nos hablaba de lo feliz que estaba cada sábado compartiendo preguntas que nunca se habría hecho en la vida. En este caso es sorprendente cómo se aprende la verdadera caridad; después de esta amistad tan intensa y profunda, al salir de la cárcel después de dos años no ha vuelto a tener contacto con nosotros. Es muy común que esto se produzca, el corte total con las relaciones de la cárcel es una exigencia vital para superar estos años de dureza personal. Para nosotros es un reto saber que lo más querido de cada uno de ellos es la libertad, y que su necesidad personal está por encima de nuestra pretensión. Ojalá en algún momento podamos reencontrarnos con ella.
En todos los encuentros no hay un momento de banalidad, directamente somos interrogados para dar respuestas a las cosas que nos suceden de manera personal, sin teorías ni ideologización, porque es imposible acompañar tanta necesidad con una respuesta que no sea verdadera. En esta seriedad personal destacan algunos amigos de la cárcel de Soto del Real, en la zona norte de Madrid, con unas vistas de la sierra siempre impactantes por su belleza, ya sea en el invierno nevado o con el azul intenso del cielo en verano. Esa belleza queda resquebrajada por el acceso tedioso, entre altos muros de hormigón y con diferentes controles de acceso a una de las prisiones de más población carcelaria de nuestro país.
Tres, de entre los muchos amigos que hemos ido conociendo, son de una profundidad humana excepcional. G., con su español tan bien construido, reconoce que quiere hacer cambios en su vida y que si no nos hubiese conocido en este periodo de la cárcel se habría perdido este encuentro tan esencial para su vida. O nuestro querido A., un corazón abierto al conocimiento, que nos preguntaba: «¿Cómo es posible que Dios se sirva de nuestros límites para que no pierda su designio?». Siempre acompañando, intentando hacer un juicio que permita afrontar la vida con esperanza y misericordia. Como nos recordaba nuestro amigo U., que devora la revista Huellas con una seriedad y un interés que a veces te hace sonrojar. Este es un lugar de libertad, podemos hablar de lo más importante y querido para nosotros sin ser juzgados.
Es paradójico, pero no deja de ser verdadero, que oigamos frecuentemente que se puede ser libre en la cárcel; como nos decían en la prisión de Meco 2, la religión es un elemento que ayuda a ser libre en la cárcel.
Todo ese espectáculo de vida y de encuentros es posible únicamente porque los amigos que visitamos a los presos aprendemos cuál es la verdadera necesidad del otro, del ser. La ley última del ser y de la vida es la caridad. Es decir, la ley suprema de nuestro ser es compartir el ser con los demás. Por eso cuando vuelves a casa, en el trayecto de media hora en coche, vas conmocionado por lo que has visto, por lo que has experimentado, porque solo al contemplar esta necesidad que uno reconoce en el otro puedes caminar junto a él. Creo que es lo más parecido a lo que le podría ocurrir a Juan y Andrés cuando volvían de estar con el Señor por Galilea. Su vida al llegar a casa y ver a su mujer, a sus hijos, a sus amigos estaba llena de sentido y de sorpresa, como nos pasa a estos amigos cuando volvemos cada sábado de la cárcel.
Pero esta caritativa no tendría su sentido completo y verdadero si no participase de la realidad de las Hijas de la Caridad, así como de la Pastoral Penitenciara de la Conferencia Episcopal. A través de las Hijas de la Caridad formamos parte de una realidad mucho más grande que la nuestra, en cuanto al juicio y el recorrido que tienen en la asistencia y cuidado de los presos. Nuestro taller forma parte del programa que desarrollan en las diferentes cárceles y tampoco sería completo este trabajo de caridad si no nos concibiésemos dentro de la Iglesia, porque es donde sucede la reconciliación, el perdón de las personas, donde se les ofrece una nueva oportunidad, como le ocurrió al buen ladrón. Jesús le dio una dignidad que nunca había experimentado antes.
Por todo esto, nosotros volveremos cada sábado a la cárcel, para aprender a vivir como Cristo.
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