Que dos personas se batan en duelo, hoy en día puede escandalizarnos. Pero el mayor escándalo tendrá lugar si el motivo del duelo es una disputa respecto al catolicismo. Una disputa respecto a si el mundo (la esfera) puede o no sustentarse, permanecer cuerdo, sin Cristo (la cruz). Este es el tema que nos presenta Chesterton en La esfera y la cruz.
Es la pasión por la verdad, y no el tolerantismo que les circunda (ver, por ejemplo, el juez Vane en el capítulo 2), lo que puede hacer nacer una relación entre dos enemigos como Evan y Tumbull, nuestros duelistas.
Y esta relación, que se va haciendo amistad, es un hecho nuevo en el mundo. Tan nuevo que, como veremos en los últimos capítulos (13 al 20), es el nuevo criterio del bien. Más que los valores y las ideas de cada personaje, lo que distingue al poder que va a favor de la persona del poder que va en contra de la persona es este hecho. Cómo reacciona uno ante este hecho. Que se testimonie o no este hecho. O, al menos, que sea favorecido o no.
Chesterton, con su fina ironía inglesa, muestra también algunos aspectos de la reacción de la modernidad frente al hecho cristiano: el racionalismo, cientificista y prometeico, incapaz de la sorpresa agradecida (cap. 1); el pacifismo moralista, que se obsesiona en las formas olvidando lo esencial (cap. 5); el intelectualismo morboso y el culto a la fuerza, que aparecen paradójicamente unidos (cap. 6).
Al principio de la novela aparecen san Miguel Arcángel y Lucifer. A través de ellos se pone en evidencia la necesidad de la gracia para que el mal pueda ser vencido. Pero también al final aparecen, y allí se nos muestra que, para que el fiel de la balanza se incline en un sentido o en otro, está en juego la libertad que cada uno arriesga.
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