Se ha publicado una edición ilustrada de los Campos de Castilla de Machado, donde el poeta mira el paisaje que le rodea y todo aparece cargado de significado. «A distinguir me paro las voces de los ecos y escucho solamente entre las voces una»
Dijo Leopoldo de Luis a propósito de Miguel Hernández: «de un poeta como él se puede decir siempre la primera palabra pero nunca se puede decir la última». Pues esto es lo que pasa con Antonio Machado, aunque en este caso no ha sido con palabras sino con imágenes y de la mano del artista bilbaíno David de la Heras, que ha publicado en la editorial Lunwerg una serie de poemas ilustrados del universal Campos de Castilla del poeta sevillano.
Como dice la nota promocional de la editorial, «a través de una sensibilidad única y de una creatividad desbordante, David de las Heras ilustra este poemario para que cobre nueva vida frente a los ojos de los lectores actuales. Para ello, recurre a una gama cromática amplia, distintos géneros artísticos y referencias pictóricas que remiten al Siglo de Oro, pero que resultan sorprendentemente cercanas. La literatura y el arte se hermanan en una sucesión de versos e imágenes que arrojan una luz inédita sobre un clásico inmortal».
Machado es un clásico universal porque su poesía ahonda en la condición humana y eso hace que cualquier persona pueda identificarse con ella. Hay poetas, músicos, escultores, pintores, etc., en los que, cuando ha pasado una buena porción de años desde la aparición de su obra –más de cien de la publicación de Campos de Castilla–, se ve con más claridad y con mejor perspectiva la grandeza de su obra, lejos de los inevitables condicionamientos históricos y políticos. Hay que agradecer tanto la labor de los que lo sacaron del ostracismo y lo popularizaron –Paco Ibáñez, Serrat, Alberto Cortez– como la de los que han estudiado y continúan estudiando su vida y su obra: Oreste Macrí, Manuel Alvar, Geoffrey Ribbans, José Luis Cano, Ángel González, Ricardo Gullón, Sánchez Barbudo, González Sainz, por citar solo algunos.
Dice Guillermo Martínez en su artículo Cómo ilustrar los inmortales Campos de Castilla que «ilustrar un poemario es traducirlo al dibujo. Así lo entiende David de las Heras, el artista que ha llevado a la imagen Campos de Castilla y, de esta forma, pretende acercar el clásico de Antonio Machado a las generaciones más jóvenes. Una de las obras cumbre de la literatura española del siglo XX vuelve a reinterpretarse, aunque la fuerza que poseen los versos haya hecho que De las Heras prefiera atenerse a lo explicitado en el texto».
En el citado artículo el periodista reproduce unas palabras del ilustrador que nos ayudan a entrar en la forma en que ha planteado sus imágenes de los poemas machadianos: «con Machado las cosas son diferentes. En su caso era imposible hacer algo que estuviera al mismo nivel que sus poemas, así que por respeto al texto y la magnitud de la tarea lo que he hecho ha sido ser bastante literal con lo que relataba».
La mayoría de los críticos dice que Campos de Castilla es bastante diferente de Soledades, Galerías y otros poemas. Al Machado modernista y que ha pasado la mayor parte de su vida en Madrid, adonde llegó con su familia a los ocho años, educándose en el colegio de la Institución Libre de Enseñanza, y algún tiempo en París donde recibió la influencia de Rubén Darío, de los simbolistas franceses y, más adelante, de Henry Bergson, le sucede el Machado que se topa con la Castilla profunda desde su toma de posesión de la Cátedra de Francés en el Instituto de Soria en 1907.
Y es que Campos de Castilla supone un punto de inflexión en su poesía, por varias razones: el descubrimiento del paisaje castellano, su amor por Leonor y una mayor preocupación por España, propician un cambio de estilo y de temas que se reflejan inevitablemente en sus poemas. Este poemario fue publicado por primera vez en 1912, fecha muy poco anterior a la muerte de Leonor, con 54 poemas, y una segunda vez en 1917 con nuevas composiciones hasta sumar 123, entre ellas todas las que escribió tras la muerte de Leonor ya en Baeza.
Algunos de esos cambios los anuncia el propio poeta en el poema que abre el libro, Retrato: «Desdeño las romanzas de los tenores huecos / y el coro de los grillos que cantan a la luna / a distinguir me paro las voces de los ecos / y escucho solamente entre las voces una».
Este poema que fue escrito en 1906 y publicado en El liberal en 1908, no podía todavía contener mucha experiencia vivida en Castilla, ya que Machado llegó a Soria en el otoño de 1907. Sin embargo, algunos de sus versos han adquirido con el tiempo un significado dramático al presagiar el infortunio de su fallecimiento y el de su madre en el exilio de Colliure. «Y cuando llegue el día del último viaje, / y esté al partir la nave que nunca ha de tornar, / me encontraréis a bordo ligero de equipaje / casi desnudo como los hijos de la mar».
En el libro es posible distinguir algunos grupos de poemas como Campos de Soria, La tierra de Alvargonzález, Proverbios y Cantares y Elogios, pero además hay una larga serie de poemas independientes que no es posible agrupar de ningún modo pues son diversos en cuanto a temática y métrica.
Los principales temas que se pueden identificar en Campos de Castilla son, en primer lugar, el tema de España: que se encuentra a través de la visión de la tierra y el hombre castellanos. Los poemas no son una mera descripción sino una identificación del alma del poeta con el paisaje, es decir, al describirlo, el poeta está trasladando la impresión que produce éste en su alma. Es pues, una descripción subjetiva en la que encontramos por una parte lo pobre, lo adusto y lo austero que se puede identificar en términos como «yermos», «páramos» y también lo duro y recio como «alcores», «roquedas» o la fortaleza de Soria a la que llama «barbacana». Veremos también algunos poemas que no son descripciones propiamente sino evocaciones, como las que hace de los paisajes sorianos cuando ya vive en Baeza, que son en realidad la impresión y la huella que han dejado en su alma, traspasadas por la experiencia del amor y la pérdida de su amada esposa.
«…en torno a Soria oscuros encinares, / ariscos pedregales, calvas sierras, / caminos blancos y álamos del río, / tardes de Soria, mística y guerrera, / hoy siento por vosotros en el fondo del corazón, tristeza, / tristeza que es amor. / ¡Campos de Soria donde parece que las rocas sueñan, / conmigo vais! ¡Colinas plateadas, / grises alcores, cárdenas roquedas!...».
En Machado hay dos visiones de Castilla, ambas subjetivas: la visión lírica, en la que el poeta transmite la emoción que provoca en él la belleza del paisaje castellano, y una visión crítica de la tierra y de las gentes que la habitan, que aparece por la preocupación por España y por su deseo de regeneración que adquirió de sus maestros. En estos poemas habla de la miseria y la decadencia de Castilla, en otro tiempo mística y guerrera, en la que cunde ahora la dureza de la vida, la ruina de los pueblos, la apatía y la miseria moral de sus gentes. Valga como ejemplo un fragmento del poema A orillas del Duero:
«Castilla miserable, ayer dominadora,
envuelta en sus andrajos desprecia cuanto ignora.
¿Espera, duerme o sueña? ¿La sangre derramada
recuerda, cuando tuvo la fiebre de la espada? (…)
La madre en otro tiempo fecunda en capitanes,
madrastra es hoy apenas de humildes ganapanes».
Y otro del poema La nieve perteneciente al grupo Campos de Soria: «Un viejo acurrucado tiembla y tose / cerca del fuego; su mechón de lana / la vieja hila, y una niña cose / verde ribete de estameña grana. / Padres los viejos son de un arriero / que caminó sobre la blanca tierra, / y una noche perdió ruta y sendero / y se enterró en las nieves de la sierra. / En torno al fuego hay un lugar vacío, / y en la frente el viejo, de hosco ceño, / como un tachón sombrío / –tal golpe de un hacha sobre un leño–».
Enlazamos pues con el siguiente tema: la crítica social. Ya instalado en Baeza después de la muerte de Leonor, Machado pudo conocer la sociedad de los terratenientes y braceros, y la injusticia social que percibió en ella la reflejó en sus escritos de forma crítica pero con esperanza en el futuro porque él creía, como sus maestros institucionistas, en la regeneración de España. De ello son ejemplo los poemas Del pasado efímero y El mañana efímero.
Otro tema muy presente en Campos de Catilla, sobre todo en la segunda edición, es la enfermedad y muerte de Leonor. Ya en el poema A un olmo seco el poeta afirma que «mi corazón espera / también, hacia la luz y hacia la vida / otro milagro de la primavera». Estando ya muy enferma su esposa, el poeta anhela la curación aunque la percibe casi imposible y de ahí la necesidad del milagro.
Leonor fallecería en agosto de 1912, tres años después de su casamiento con el poeta. «¿No ves Leonor, los álamos del río / con sus ramajes yertos? / Mira el Moncayo azul y blanco; / dame tu mano y paseemos. / Por estos campos de olivares polvorientos, / voy caminando solo, / triste, cansado, pensativo y viejo».
Un poema bellísimo es el que dedica Machado a su gran amigo periodista José María Palacio, con quien fundó el periódico soriano El Porvenir Castellano. Tras preguntar a su amigo si la primavera tardía ha llegado al fin a Soria, le hace el encargo de ir a cuidar la tumba de Leonor en el cementerio de El Espino: «Con los primeros lirios / y las primeras rosas de las huertas, / en una tarde azul, sube al Espino, / al alto Espino donde está su tierra».
Y en Campos de Castilla también podemos encontrar una serie de poemas, con inquietud religiosa, filosófica y existencial. Ya en Soledades hay referencias a la búsqueda de Dios y de un sentido de la vida para que esta no sea un mero transcurrir del tiempo que nos conduce irremisiblemente hacia la muerte. «Pobre hombre en sueños, / siempre buscando a Dios entre la niebla». En el poema Retrato antes citado el poeta dice: «quien habla solo espera hablar a Dios un día».
En Proverbios y cantares, algunos de ellos muy breves, como si fueran proverbios orientales, es quizá donde más se condensan el pensamiento filosófico y religioso del autor. Es una poesía difícil y conceptual en la que se expresan la búsqueda de Dios, la crítica a las formas religiosas folclóricas y vacías, el amor hacia todos los hombres, la incertidumbre del destino humano, el paso del tiempo y la muerte, que se presenta de diversas formas como la brevedad e inconsistencia de la vida, la decadencia del hombre y de la naturaleza.
«Yo amo a Jesús, que nos dijo: / cielo y tierra pasarán. / Cuando cielo y tierra pasen / mi palabra quedará. / ¿Cuál fue, Jesús, tu palabra? / ¿Amor? ¿Perdón? ¿Caridad? / Todas tus palabras fueron / una palabra: velad». Cuánto recuerda el último verso a aquellos otros de Soledades en los que el poeta condensa el pensamiento más profundo:
«No, mi corazón no duerme. / Está despierto, despierto.
Ni duerme ni sueña; mira, / los claros ojos abiertos,
señas lejanas y escucha / a orillas del gran silencio».
Machado era plenamente consciente de la necesidad del hombre de hallar un camino, aunque afirmase en el famoso verso «caminante no hay camino», que lo conduzca a su destino, es decir, a la altura de su deseo y de la necesidad de hallar respuesta a las grandes preguntas y a la honda palpitación del espíritu.
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