De la militancia en la izquierda a la conversión al islam, con la muerte de su hijo afiliado en el Isis. Ahora Valeria Collina visita colegios y cárceles para favorecer el diálogo. «Hay que mirar a las personas por su valor infinito como criaturas y no por el bando en el que militan»
«Los primeros días de esta enésima y terrible guerra en Oriente Medio me di cuenta de que me estaba metiendo en la jaula de los bandos contrapuestos. Pensaba que por mi pasado militante en la izquierda y después de veinte años viviendo en el mundo árabe, ¿cómo no iba a ponerme del lado de la resistencia palestina? Luego, con el paso de los días, escuchando los testimonios de violencia y las razones de ambas partes, vi que no podía sucumbir a un esquematismo y que la identificación total con un bando hacía parcial mi mirada, dejaba algo fuera, me impedía considerar todos los factores en juego. Y de nuevo volví a hacer cuentas con toda mi historia». La de Valeria Collina es una historia marcada por la búsqueda infatigable de respuestas a una sed de cumplimiento que aún sigue ardiendo en ella.
De padre partisano con ideas socialistas, educada en la fe cristiana «aunque en casa no éramos muy practicantes», de espíritu curioso y anticonformista por naturaleza, estudió en la Universidad de Bolonia durante los candentes años 70, participando en las luchas estudiantiles y militando en movimientos feministas, implicada también en el “teatro pobre” de Grotowski. Luego conoció a un joven emigrante de Marruecos con el que se casó y se fue a vivir a Fez, donde abrazó la religión musulmana adoptando el nombre de Jadiya, la primera mujer de Mahoma.
Su matrimonio duró veinte años. Tras la separación de su marido volvió a Italia con sus dos hijos, el menor de los cuales –Youssef, estudiante de ingeniería– manifestaba tendencias y comportamientos radicales. Un día la policía le detuvo en el aeropuerto de Bolonia cuando embarcaba hacia Siria con un billete solo de ida. «Soñaba con irse a vivir a las tierras del Isis, en lo que para él era la sociedad islámica ideal. Discutíamos mucho, le veía afirmarse en una posición cada vez más cerrada e intransigente, con una interpretación literal de los textos sagrados. En su mente, el islam se había “osificado”, ya no se medía con la razón, había transformado la fe religiosa en una ideología que justificaba el asesinato de otras personas. No podía imaginarme que llegaría tan lejos». Pero llegó. El 3 de junio de 2017 Youssef, con 22 años, participa en el comando yihadista que mata a ocho personas en el London Bridge y muere a manos de la policía inglesa. Es la primera persona de origen italiano que entra en la lista de terroristas que se inspiran en las proclamas del Isis.
Esos días la casa de Valeria Collina se ve asediada por la prensa que quiere hablar con ella. Después de una entrevista cuenta su historia en una exposición del Meeting de Rímini dedicada a las segundas generaciones de inmigrantes. «En esa ocasión pude ver de cerca el mundo de CL que solo conocía de oídas. Me impactó su libertad para encontrarse con cualquiera y esa fe que informaba la vida cotidiana, como yo intentaba hacer con el islam».
A la muerte de Youssef siguió un largo itinerario de purificación personal marcado por amistades tan significativas como los monjes de Monte Sole y especialmente con el padre Ignacio de Francesco, gran conocedor del mundo musulmán, con el que pasó muchas horas intentando buscar una razón que explicara el gesto tan extremo de su hijo. Es el dolor lacerante de una madre y una pregunta que pide respuesta sin encontrarla. ¿En qué se había equivocado, cómo pudo no darse cuenta de la vorágine en la que Youssef se estaba precipitando?
Pero también es el deseo de ponerse a disposición de lo que había aprendido de su historia, sobre todo «la necesidad de mirar a las personas por su valor infinito como criaturas y no por el bando en el que militan. El otro me pertenece, su vida tiene que ver conmigo, me interpela. Sin el reconocimiento del otro y de sus razones, no se va a ninguna parte. Y eso vale tanto para la guerra en Oriente Medio como para nuestra casa. El camino hacia la paz entre israelíes y palestinos es una pendiente fatigosa y llena de insidias, pero hace falta recorrerla poniendo cada uno de su parte si se quiere salir del abismo del mal en el que se ha sumido una historia que todos somos culpables de haber olvidado durante demasiado tiempo. No habrá paz duradera sin un camino de reconciliación entre los pueblos, y para eso no bastan las leyes. Hace falta una revolución de la mirada».
Estos años se ha puesto a disposición de esa “revolución”, llevando su testimonio por colegios y universidades y trabajando en proyectos de prevención de la radicalización en prisiones. «Hoy más que nunca, en los tiempos oscuros que estamos viviendo, hace falta un trabajo educativo para contener y prevenir la deriva nihilista de la que tantos jóvenes son víctimas. La deriva fundamentalista, que yo he conocido de manera dramática muy de cerca, es solo la cara de un malestar más extendido, que es hijo de una pérdida del sentido de la existencia y de la reducción del prójimo a algo de lo que puedo disponer. Esa deriva no se puede afrontar multiplicando reglas, prohibiciones y medidas punitivas. Hace falta algo que llegue hasta el corazón de esos jóvenes –y también al nuestro de adultos–, hace falta encontrarse con testigos creíbles que tengan un atractivo humano capaz de suscitar el deseo de bien que estoy convencida de que habita en cada persona».
Para cultivar esa “revolución de la mirada”, el primer paso es dejar a un lado los prejuicios, las etiquetas, las categorías en las que demasiado fácilmente tendemos a clasificar al prójimo. Y dejarse sorprender por la realidad. Como le pasó hace poco a Valeria, cuando aceptó la invitación de una amiga y empezó a ir a Escuela de comunidad. «Me impresionaba que ella y su marido hubieran acogido a una joven de origen marroquí. Instintivamente pensé: estos de CL harán todo lo posible por convertirla… Pero he visto que su disponibilidad de acogida es total con esta chica, llegando hasta el punto de acompañarla a la mezquita para la oración y darle comida halal. He aprendido que su identidad cristiana se nutre de la relación con la alteridad, y eso tiene mucho que decir a la época en que vivimos».
En este tiempo Valeria también se ha vuelto a acercar a un viejo amor, el teatro, recitando y escribiendo textos que sacan a la luz las voces del universo femenino musulmán, «poco escuchadas pero muy significativas, que testimonian una concepción del islam bastante alejada de las generalizaciones masivas que circulan por ahí». En 2019 actuó en el espectáculo Francisco y el Sultán donde, junto a la cantante siria cristiana Mirna Kassis, llevó a escena el encuentro entre dos mujeres «alimentado por el deseo de conocerse y escucharse, y por la conciencia de que la verdad es algo más grande que nosotros, que no podemos pensar que poseemos encerrándonos en la jaula de nuestros proyectos».
Hace unas semanas dio su testimonio en el simposio “De la justicia a la fraternidad”, organizado por la Fundación Fratelli Tutti en el marco de los caminos jubilares sinodales coordinados por el jesuita Francesco Occhetta. Allí se habló de justicia reparadora y de reconciliación con Marta Cartabia y Mario Picech, capellán de la cárcel milanesa de San Víctor. Y resonó una palabra que está buscando casa en el corazón inquieto de Valeria: perdón. «Es algo que considero necesario para no seguir siendo víctimas del rencor que se alimenta hacia quien nos ha hecho daño, pero me pregunto de quién, de dónde puede venir la energía necesaria para perdonar, para desear para el otro el mismo bien que deseo para mí. Lo estoy aprendiendo –es un camino, no puede ser una fórmula– del testamento espiritual de Christian De Chergé, el monje trapense secuestrado y asesinado con siete de sus hermanos de la abadía de Tibhirine en Argelia. En ese texto, dos años antes de morir, pide poder perdonar “de todo corazón” a quien lo iba a matar, y poder encontrarse con él en el Paraíso, para concluir con estas palabras: “Y a ti también, amigo del último instante, que no habrás sabido lo que hacías. Sí, para ti también quiero este ‘gracias’, y este ‘a-Dios’ en cuyo rostro te contemplo. Y que nos sea concedido reencontrarnos como ladrones felices en el paraíso, si así lo quiere Dios, Padre nuestro, tuyo y mío. ¡Amén! Inshallah”. A mí también me gustaría ser capaz de vivir esta revolución de la mirada».
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