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Huellas N.11, Diciembre 1998

TRADICIÓN

Aquí, en Belén

Giancarlo Giojelli y Giuseppe Frangi

Tras las huellas de la Natividad con el padre Michele Jarnoux.
Los últimos y sorprendentes hallazgos de las investigaciones arqueológicas. La vida de la comunidad cristiana cada vez más exigua, signo de la primera manifestación de la compañía de Dios para el hombre en el judío Jesús de Nazaret


A la Basílica se accede por una pequeña y bellísima puerta que desde el nártex oscuro introduce en la nave central; en efecto, en el siglo VIII fue reducida para evitar que la soldadesca turca entrara a caballo. Es de madera y la esculpió un artista armenio en 1227.
En el exterior se pueden ver todavía los aljibes para recoger el agua para las abluciones. Las cuatro filas de columnas remontan a la iglesia de Constantino. Las columnas son todas de piedra del lugar y conservan alguna huella de decoración. Hoy la Basílica mide 53,90 m. de largo, y 20,20 m. de ancho, dividido en 5 naves. Después del statu quo de 1852 comparten la Basílica franciscanos, armenios y grecos-ortodoxos.
Los tres ábsides fueron añadidos por el emperador Justiniano, cuando en el año 540 decidió ampliar la Basílica.
La parte bizantina, que actualmente ocupan los griegos-ortodoxos, está decorada con espléndidos mosaicos que representan los antepasados de Jesús: hoy se conservan siete, con los nombres escritos en latín.
Desde los laterales del coro, a través de dos puertas de bronce de la época de las cruzadas, se desciende a la Gruta de la Natividad, propiedad de los griegos-ortodoxos. Aquí, bajo el altar, una estrella de plata fijada sobre una losa de mármol, indica el lugar donde nació Jesús. Una sección de la Basílica de la Natividad. El emperador Constantino ordenó, su construcción en el año 323, por voluntad de su madre Elena, que en el 326 vino aquí para supervisar personalmente las obras.
En este lugar, el emperador Adriano el Apóstata había mandado construir un templo a Adón, para contrarrestar el culto cristiano del nacimiento de Jesús.
Este plano indica el lugar de la Gruta de la Natividad. Las familias pobres de Belén solían ampararse en grutas rocosas.
La Gruta mide 12 metros de largo, 3 de ancho y 3 de alto. Durante las últimas obras de restauración salió a la luz un fresco
con una Natividad de 1160. Este lugar forma parte de un conjunto de grutas que conducen a la Basílica de Santa Catalina.


Tierra Santa
«Había en aquella región algunos pastores que velaban de noche haciendo guardia junto a sus rebaños», relata san Lucas. Y ese lugar existe de verdad. Durante mucho tiempo se miró el campo de los pastores, a algunos cientos de metros de la gruta de la Natividad, en la parte más alta de Belén, como un lugar poético, inspirado por una leyenda gentil. Legiones de ángeles que aparecen fulgurantes en la noche, y un grupo de hombres, a los que la emoción levanta del sueño, presurosos por el camino de la montaña, con los corderos en brazos y el rostro atento al esplendor de la estrella. En los nacimientos napolitanos hay dos figuras que representan el estado de ánimo de aquellos pastores: una es la de "Benino", que duerme, indiferente al Acontecimiento que pone en movimiento a la humanidad en torno suyo, y otra es la "Maravilla", que alarga los brazos ante el Niño.
La investigación arqueológica está demos­trando ahora que en el lugar que la tradición indica como el campo de los pastores hay ver­daderamente algo. «Aquí - explica el padre Michele Jarnoux, un franciscano de origen francés que dirige las obras - hemos encontrado, excavando, una gran cisterna y grutas para las abluciones y los ritos judíos, y recintos en donde guardar los animales. En la cisterna hay monedas de la época romana, y candiles e incensarios: todo hace pensar en el lugar en el que los pastores se reunían en camino que une Galilea con el mar, atravesando Judea. Pastores religiosos, en espera del Profeta anunciado al pueblo. Gente que esperaba y a los que les fue llevado el Anuncio».

El pesebre bajo la basílica
Es el mismo camino que debió haber recorrido una joven pareja que esperaba un niño y que, en el año del censo de Augusto debía trasladarse de Nazaret a Jerusalén.
La investigación arqueológica de los últimos decenios en Tierra Santa se ha desarrollado tomando como hipótesis de trabajo los datos que nos han llegado por tradición a través de los siglos. Todo lo que la piedad de la primera comunidad cristiana nos había transmitido se ha comprobado con los instrumentos de la ciencia hasta el detalle. Los resultados han sido sorprendentes en casi todos los lugares que el Evangelio o la tradición oral indican, desde Nazaret a Cafar­naúm, desde Belén a Jerusalén: el campo de los pastores es tan sólo el último ejemplo. Un poco más lejos, recorriendo el mismo camino, se llega a la basílica de la Natividad. Aquí, bajo los muros de las basílicas construidas y modificadas muchas veces a lo largo de los siglos, una estrella de plata con la inscripción hic de Virgine Maria Jesus Christus natus est indica el punto exacto en donde Jesús nació, y unos metros más allá se encuentra el pese­bre en el que fue colocado. Nada queda de la roca, todo está envuelto en el mármol y en las recargadas decoraciones bizantinas. Ya san Jerónimo, que vivió aquí en el siglo IV des­pués de Cristo, se lamentaba de no poder con­templar en su verdad desnuda el lugar del na­cimiento. «Si pudiese ver el pesebre en el que yació el Señor... Ahora nosotros, occidentales, para hacerle honor a Cristo, hemos quitado aquel de fango y hemos puesto uno de plata. Pero para mí es más precioso el que se ha quitado. El oro y la plata son para los paga­nos; para la fe cristiana conviene el pesebre de fango». Una opinión que comparte instinti­vamente el peregrino moderno, un poco des­concertado por la abundancia de simbología y por las pinturas que los siglos y los diversos estilos artísticos han depositado, acumulán­dose en el tiempo.

El camino hacia la gruta
La antigua basílica de Constantino, cons­truida por voluntad de santa Elena, y que tanto turbaba el sueño de Jerónimo, fue a su vez reconstruida por Justiniano, decorada por los cruzados, retocada en el siglo XVIII por los franciscanos, que tuvieron que rebajar la altura de su puerta para impedir a la solda­desca turca que usara la iglesia como letrina y establo para los caballos. Ahora es propie­dad de los ortodoxos griegos. A su lado se encuentra la iglesia católica de Santa Cata­lina. Debajo, una estrecha escalera conduce a la gruta. Ésta era venerada ya en el siglo I, un lugar que san Justino define en el año 160 d.C. como «bien conocido por todos». Para­dójicamente, al igual que sucede en Jerusalén con el Sepulcro, la memoria exacta del punto en el que nació el Niño fue preservada de la devastación ordenada en el año 135 por el emperador Adriano, que hizo erigir sobre los lugares santos tabernáculos paganos. Fue sen­cillo, para los cristianos animados por Cons­tantino, volver a encontrarlos: bajo los muros paganos abundaban inscripciones hechas so­bre la roca con invocaciones, oraciones, sig­nos religiosos y símbolos cristianos.
Aquí se trasladó a vivir san Jerónimo. Descendiente de una familia romana - entre sus antepasados están los Gracos - llevó una vida retirada en las grutas de Belén. Tenía un objetivo, una tarea: traducir al latín la Bi­blia. Nació así la Vulgata, con el paciente trabajo nocturno de este eremita que copiaba de noche del hebreo los rollos que un rabino le llevaba a escondidas desde la sinagoga.

Alarma
Un trabajo largo, extenuante, paciente y hu­milde. El resultado sería el texto que todavía hoy sirve de base para la liturgia cristiana oc­cidental. Pero aquí el Evangelio se lee y se proclama en cientos de lenguas, y en la gruta de la Natividad resuena en arameo, la lengua usada por Jesús. Es difícil no pensar en las pa­labras que resonaban hace dos mil años bajo las estrechas bóvedas de la gruta. Por esto es triste escuchar las palabras de los cristianos de Tierra Santa, que temen desaparecer. La voz de alarma fue lanzada hace cuatro años, preci­samente aquí, en Belén, por su alcalde, el an­ciano Elias Frej, palestino y cristiano: «Corre­mos el riesgo de que dentro de veinte años no haya más cristianos árabes en Tierra Santa - nos decía -; no hay seguridad social, no hay trabajo, no hay casas: los cristianos son gente instruida, la mayor parte de ellos ha estudiado en las escuelas salesianas, pero para ellos no hay ayudas internacionales, y la tierra está dividida entre el Estado judío y las familias mu­sulmanas. Las relaciones entre la gente son buenas, pero toda la política tiende a marginar a los cristianos: las parejas jóvenes no pueden casarse, las familias ganan demasiado poco. Sencillamente es así: mucho paro y ninguna política social para los cristianos. Dentro de poco quedarán tan sólo piedras objeto de un sacro recuerdo, de una devoción conmove­dora»: éste es el peligro verdadero y el sutil engaño en el que las peregrinaciones moder­nas corren el riesgo de caer. Sobrecogidos por la conmoción del recuerdo, es raro que se busque el signo viviente de aquella compaña que tomó carne en esta tierra; sin embargo, el testimonio ofrecido por los cristianos que vi­ven en Tierra Santa abraza a la humanidad en­tera: como los brazos de María que rodean al Niño, como la mirada de Jesús sobre sus ami­gos y sobre la ciudad en la que murió. Como el abrazo de José a su esposa.

Las palabras de Lucas
No lejos de aquí se encuentran las escuelas salesianas, en las que cristianos y musulmanes estudian juntos de forma gratuita. Está tam­bién la Universidad Católica, donde la mayor parte de los estudiantes son musulmanes. Hay un grupo de jóvenes que una vez por semana se reúne por la tarde en la Escuela de comuni­dad, y a menudo para reunirse tienen que su­perar los severísimos controles israelíes que segmentan el territorio, y las zonas de la auto­nomía palestina, cuyos confines desiguales se cruzan con los nuevos asentamientos de los colonos judíos.
Son muchos los testimonios que se reco­gen; en estos pequeños espacios donde todos se conocen, basta con buscarlos o con tener los ojos mínimamente abiertos. Y entonces alcanza espesor lo que describen las guías turísticas y religiosas. Y toman carne los pro­tagonistas del Evangelio, que tienen el rostro de la gente que se encuentra en las calles. «Subió también José desde Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por ser él de la casa y familia de David, para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta. Y sucedió que, mientras ellos estaban allí, se le cumplieron los días del alumbramiento, y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre».

Al iniciar la huida
No hay nada que añadir a la esencial pero escrupulosa crónica de Lucas: el evangelista relata hechos, y éstos se pueden confirmar si­guiendo con atención las indicaciones. El alo­jamiento, el hospedaje, era en aquellos tiem­pos un cuadrilátero abierto en el centro, donde dormían los animales, y un pórtico a los lados que servía de refugio a las personas. Recorriendo el antiguo camino, el camino de las caravanas que desde Egipto llega a Da­masco, se pasa precisamente por aquí. Antes de irse, los peregrinos son invitados a visitar la gruta donde se dice que María se detuvo para amamantar al niño antes de iniciar la huida a Egipto. Ésta parece ser una de las más tiernas pero menos creíble de las leyendas de la infancia de Jesús. Sin embargo, los arqueó­logos han descubierto que la gruta de piedra se encuentra precisamente sobre un antiguo camino secundario que se une más adelante al camino, por Hebrón, hacia Egipto. El atajo más seguro para uno que quiera salir a escon­didas de la ciudad. Pero los sabios no se ocu­pan de estos detalles, como no se ocuparon entonces de aquel niño, algo insignificante frente a los formidables problemas de la polí­tica del Imperio, de la cultura e incluso de la religión. Pero unos cuantos pastores atentos, que estaban a la espera, se dieron cuenta de ello, y también tres hombres venidos de Oriente que seguían una luz aparecida en el cielo. Preparados para inclinarse y alargar los brazos, como el pastor de la "Maravilla".


La semilla en la tierra
Giussani. «¿Cómo puede ser que Dios se haga hombre y los hombres no le reconozcan? En primer lugar, una semilla en la tierra no se reconoce, no se distingue de todos los demás fragmentos de tierra, porque una semilla en la tierra es igual que un grano de tierra. Y el Señor entró como una semilla en la tierra. El asombro y el estremecimiento que hemos experimentado en Nazaret ante la gruta de la Anunciación o en la pequeña casa de san José, o aquí en la gruta de Belén, nace de que todo sucedió sin ningún clamor humano. Todo el pueblo judío y el profeta Juan el Bautista (que expresa de alguna forma toda la espera del pueblo judío), esperaban al Mesías como algo clamoroso. Algo excepcional que llevaría a cabo la justicia en el mundo. La mentalidad de entonces estaba dominada por la imagen de un acontecimiento milagroso. Una imagen siempre vinculada a un alivio definitivo de las propias angustias, pero que también conllevaba una esperanza de liberación social. En efecto, todos pensaban en el Mesías como en alguien que por fin restituiría la libertad al pueblo, y la libertad de un pueblo elegido como el judío - llevaría un beneficio también para toda la humanidad. ¿En "esta edad soberbia" - como escribe Manzoni -, quién podía imaginar lo que iba a suceder a una chiquilla? El Magníficat es un testimonio impresionante, ya que después de 1900 años aún seguimos realizando su profecía: "Me felicitarán todas las generaciones".(...)
Otra vez la sabiduría suprema es la de hacerse niños como nos ha encomendado Él. El primer testimonio fue el de los niños que fueron matados por su causa sin que llegaran ni siquiera a saberlo. Que los Santos Inocentes nos ayuden a esta sencillez grandiosa, y desde la nada que somos nos impulsen a aspirar, por amor al mundo, a ser algo significativo en él. Debemos ser testigos, simplemente ser una ofrenda sin límites a aquel que es padre y madre de nuestra vida, que es sin compara­ción padre y madre ya que somos completa­mente suyos, totalmente suyos».
(Luigi Amicone, Sulle tracce di Cristo. Viaggio in Terrasanta, Bur Rizzoli, junio 1994)



La cuna del Niño
También en Italia se conserva un pedazo de Belén. Se trata de una reliquia del pesebre donde se puso el Niño recién nacido y que se custodia en Santa María la mayor, una de las siete basílicas romanas.
Es una reliquia que tiene una historia antiquísima. La basílica fue construida por el Papa Liberio (352-356) y se llamaba entonces Sancta María ad Praesepe.
Estos restos que durante el año se custodian en la pequeña cripta debajo del presbiterio y en los días de Navidad se exponen en el altar mayor de la basílica son objeto desde siempre de una gran devoción. Se trata de cinco asas, una larga 80 centímetros y las otras de 70, de madera de arce duro, un árbol muy común en Palestina.
La madera, que según han confirmado las investigaciones data de la época de Cristo, pertenecía probablemente a la base de un pesebre, como demuestran las señales de los clavos que corresponden a un rudimentario caballete. Muchos santos rezaron delante de estas reliquias, ante las que arde una lámpara perpetua, ofrenda del patriarca ortodoxo de Constantinopla, que en 1967 vino a Roma para venerarla.



La casa del pan
Hoy Belén queda casi englobada en la gran Jerusalén. Bet Lehem -que significa "la casa del pan" - pertenece a los territorios que controlan los palestinos. Es una de las metas más importantes de las peregrinaciones a Tierra Santa: además de la Basílica de la Natividad, que Constantino mandó construir en el año 326 y Justiniano amplió en el 526, se encuentran allí la iglesia de Santa Catalina que custodia la Gruta de San José, donde la tradición ambienta el sueño de José, y la Gruta de la Leche donde Maria se detuvo para amamantar al Niño.
Sobre Belén domina la fortaleza de Herodion, que Herodes el Grande levantó en los años 24-25 a. C., una de las más suntuosas residencias de la arquitectura helenístico-romana.



El guardían de Tierra Santa
Nació en Spello (Italia) en 1933. Entró en la Orden Franciscana en 1952. Vivió en Egipto durante muchos años. Fray Giovanni Battistelli es el nuevo guardián de Tierra Santa que sustituye al padre Giuseppe Nazaro, el cual a su vez había sustituido a Michele Piccirillo, que durante largos años se había entregado a esta tarea. «Desde el inicio de mi formación me puse al servicio de la Custodia de Tierra Santa», dice fray Battistelli. «Esto se ha convertido en mi vida, mi manera de ser franciscano y sacerdote». Los padres franciscanos responsables de los Santos Lugares cuentan actualmente con 330 padres, más de 200 monjas y el apoyo de la Asociación internacional Amigos de Tierra Santa, con 60.000 socios en todo en mundo. Entre las tareas de la Custodia se incluyen las obras de restauración del Santuario de la Natividad de Belén.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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