El nuevo libro de Vittorio Messori trata del gran milagro de Calanda.
Con el autor hemos viajado al santuario de la Virgen del Pilar en Zaragoza,
y a la casa de Miguel Juan donde el 29 de marzo de 1640...
«Afirmamos y declaramos que a Miguel Juan Pellicer, campesino de Calanda, se le devolvió la pierna que le habían cortado dos años y cinco meses antes; y que esto no fue hecho de naturaleza, sino obra admirable y milagrosa, realizada por intercesión de la virgen del Pilar».
Era el 27 de abril de 1641 cuando, al término de un riguroso proceso canónigo donde se escuchó a decenas de testigos, el arzobispo de Zaragoza, don Pedro Apaolaza Ramírez, sellaba de su puño y letra estas palabras decretando que «se debe juzgar y tener por milagro, conforme a todas las normas del Derecho».
Dicha historia es el objeto del último libro de Vittorio Messori. El periodista ha investigado y reconstruido paso a paso todo el proceso con rigor histórico y agudeza de cronista. En la sala capitular de la basílica del Pilar, con el decano del capitulo, Antero Hombría, y el archivista, don Tomás Domingo Pérez (al que se deben las más rigurosas investigaciones de carácter histórico sobre el milagro), nos enseña las actas del proceso y el original de la sentencia del arzobispo. Aquí ha sucedido realmente "el milagro de los milagros", un evento que va mucho más allá de las curaciones inexplicables constatadas, por ejemplo, en Lourdes. ¿Se demuestra la intervención de la omnipotencia de Dios invocada por intercesión de la Virgen del Pilar?
El hecho
Messori no alberga dudas: «Cuando, a lo largo de mis investigaciones marianas, por primera vez tuve vagas noticias acerca del "milagro de Calanda", era muy escéptico. También el insigne marianista René Laurentin apenas había oído hablar de ello. Un motivo más para considerarlo una leyenda. Pues, como soy periodista me he venido hasta aquí, una y otra vez, y he descubierto que el hecho está documentado de tal forma que puede satisfacer al historiador más escéptico y riguroso. La documentación tan exhaustiva hace todavía más extraño aunque, como explico en el libro, comprensible, el silencio mantenido durante siglos fuera de España». Miguel Juan Pellicier, el protagonista de nuestra historia, fue bautizado el 25 de marzo de 1617 en la parroquia de Calanda, una aldea del soleado Aragón. Entre los diecinueve y veinte años dejó a la familia para irse cerca de Valencia a trabajar el campo con un tío suyo. Un día, a finales de julio de 1637, el joven se cayó al suelo de espaldas desde uno de los dos burros que arrastraban el carro. Una de las ruedas le pasó por encima de la pierna fracturándola. El libro de Messori documenta y reconstruye con precisión el calvario de Miguel Juan, su ingreso en el hospital de Zaragoza y las curas de los médicos. También relata el testimonio de Juan de Estanga, el médico responsable del hospital que durante el proceso describió minuciosamente la intervención quirúrgica y cómo se le amputó la pierna «cuatro dedos por debajo de la rodilla». El joven no volvió a su pueblo en seguida, porque esto supondría ciertamente un peso grave para su familia que era muy pobre. Le entregaron un "carnet" que le autorizaba a pedir limosna en la entrada del santuario del Pilar. Andaba por la calle gracias a una pierna de palo que le habían entregado en el hospital, igual que el mendigo que vi, tres siglos después, el otro día y que me pidió dinero.
El lector encontrará todo tipo de detalle sobre la devoción de Miguel Juan y de todo el pueblo español a la Virgen del Pilar, la descripción del joven, de su familia, los nombres, las fechas, los sucesos. Todo, hasta ese día de marzo (entre el 4 y el 11) de 1640, día en que volvió por fin a su casa en Calanda.
29 de marzo de 1640
Al atardecer, en casa de los Pellicer, alrededor de la lumbre se reúnen seis personas: los padres, una pareja de vecinos, un joven peón y un soldado miembro de un destacamento que se dirige hacia los Pirineos y que el ayuntamiento ha distribuido entre las casas del pueblo para pasar la noche.
Para hospedar al soldado hace falta dejarle un lecho e improvisar un apaño a los pies de la cama de sus padres para que Miguel pueda acostarse. Poco después de las nueve el chico se tumba allí agotado por el trabajo del día: «nueve veces» había bajado de un burro, de propiedad de su padre, una carga de estiércol.
Relata Messori: «Entre diez y media y once, la madre (...) entra en el cuarto (...) levanta la lámpara y se acerca al lecho ( ... ). Se cerciora de que está durmiendo profundamente. Pero, bajo la luz floja cree equivocarse al ver despuntar por debajo de la capa, utilizada como una manta demasiado corta, no sólo un pie, sino dos... La mujer piensa que seguramente el soldado se haya echado allí en lugar del hijo. Llama al marido que se entretenía en la cocina, para que aclare la situación. Se acerca el hombre y al quitar la capa descubre lo imposible: quien duerme allí es realmente su hijo, Miguel Juan». Han pasado dos años y cinco meses desde que se le amputó la pierna. A los dos días inmediatamente un notario (no un eclesiástico) llega corriendo desde Mazaleón, y redacta un acta con todas las de la ley, interrogando a las pocas horas a los testigos oculares que por la noche habían visto a Miguel Juan con una sola pierna y que al rato lo tuvieron en frente, de pie sobre sus dos piernas. En el palacio del ayuntamiento de Zaragoza Huellas ha podido ver la copia original del acta del notario. Transcribirnos aquí un pasaje del documento: «Y el notario Marco Seguer constató que el susodicho joven tenía dos piernas y que conservaba huellas de lo que había ocurrido, de tal forma que sobre la tibia guardaba el signo de donde había pasado la rueda (...) y en el gemelo donde le mordió un perro, cuando el joven era todavía un chico, se reconocían las marcas que le dejó con los dientes. Por encima del tobillo, en la parte interior, también se reconocía la cicatriz que le habían dejado al quitarle un quiste cuando era pequeño».
Miguel Ángel Pellicer se vio restituida no sólo "una pierna" sino "su pierna" derecha que hace dos años y cinco meses se había enterrado en el cementerio de Zaragoza. Es «el gran milagro de Calanda».
Los lugares
Pero si el hecho es verdadero y está documentado, ¿por qué la minúscula Calanda (que cuenta con tan sólo 3600 habitantes y una única pensión), conocida hasta hoy únicamente como el pueblo donde nació Luis Buñuel, no se ha transformado en algo como Lourdes, Fátima o San Giovanni Rotondo? El alcalde, Antonio Borrás, y don Gonzalo Gonzalvo, de 44 años, que lleva aquí cinco de párroco, explican: Calanda y su milagro existen porque existe el Pilar. Ese es el lugar sagrado, ese es el centro de todo.
La tradición del Pilar, a la que mira toda la hispanidad, afirma que el apóstol Santiago el mayor, desanimado por los intentos fallidos de evangelizar a Cesarea Augusta - la actual Zaragoza -, estaba a punto de abandonar la península y volver desconsolado a Palestina, cuando el 2 de enero del año 40, el cielo nocturno se iluminó, apareció un tropel de ángeles llevando un pilar sobre el que estaba la Virgen María, y clavaron la columna de granito en el suelo. No fue, por tanto, una aparición, sino una "venida" de María (que tiene lugar mucho antes de la Asunción de la Virgen al cielo), única en la historia de la cristiandad. De la misma forma que única es esta columna, el Pilar, que sostiene la pequeña estatua de la Virgen con el Niño, en la espléndida capilla en el inmenso santuario. Cada año pasan por aquí ocho millones de peregrinos. Aquí Miguel Juan dirigía sus oraciones de humilde campesino aragonés, pobre y lisiado. Soñó con la Virgen - como dirá en el proceso - esa noche del 29 de marzo, y delante de ella se congregó corriendo todo el pueblo de Calanda en la mañana del 30 de marzo de 1640, alrededor de Miguel que llega a agradecer a la Virgen andando con sus dos piernas en la ermita que todavía existe,.
La ermita se encuentra a un centenar de metros de la iglesia, también dedicada a la Virgen, que surgió en lugar de la casa de los Pellicer. El responsable del archivo capitular de Zaragoza, don Tomás Domingo, y el párroco, don Gonzalo, explican: «La ferviente devoción a la Virgen, viva hoy como entonces, encuentra una poderosa confirmación en el milagro de Calanda, pero... el milagro más grande es la devoción a María del pueblo entero. Por esto el milagro de Calanda no ha acaparado la atención a lo largo de los siglos».
Sin duda
Vittorio Messori, mientras estamos en la capilla lateral, en el lugar exacto que ocupaba el cuarto donde dormían los Pellicer, añade: «La documentación precisa y amplia sobre este milagro puede pasar por la criba de cualquier examen crítico. Pocos hechos como éste presentan una documentación tan exhaustiva. Siempre he pensado que Dios cuando obra un milagro deja bastante luz para quien quiere ver, y bastante sombra para quien quiere seguir dudando. ¿Cómo distinguir entre una mejora temporal y una curación instantánea y definitiva? Pero una pierna cortada y sepultada es otra cosa. Emile Zola, en Lourdes, observaba irónico: "Veo muchas muletas pero ninguna pierna de madera". Aquí, en el milagro de Calanda tenemos más: tenemos una pierna que vuelve a su sitio, delante de un notario ... No he encontrado lo más mínimo para poder dudar del hecho, el menor pretexto para poderlo negar». «En el fondo el cristiano es el verdadero "libre pensador"», continúa Messori, mientras mira al fresco de la iglesia que representa a los ángeles a la Virgen junto a Miguel Juan. «El creyente funda su fe en la Revelación de Cristo y la Iglesia no le obliga a "creer en los milagros". Su razón permanece abierta al misterio y a la búsqueda de las huellas que él deja entre nosotros. Por el contrario, el incrédulo está obligado a negar siempre y a toda costa, so pena de perder su "fe irreligiosa"». Don Tomás Domingo Pérez añade: «Es cierto. Incluso tras realizar una meticulosa comprobación de lo hechos, cuando la autoridad eclesiástica declara autentico un hecho prodigioso no pretende forzar le fe de sus hijos».
El que semejante caso extraordinario haya quedado escondido, constituye para Messori una prueba más de su autenticidad. En primer lugar, por su vinculación con la devoción del Pilar; en segundo lugar, porque el gran milagro nunca fue instrumentalizado ni por el poder político (podía disponer de una arma de propaganda en la lucha con Francia, la "hermana católica") ni por el eclesiástico. Fue mas bien todo lo contrario: el arzobispo de Apaolaza al reconocer el milagro, le hacía un gran "favor" al capitulo del Pilar, enemigo histórico de la sede arzobispal. Anochece. Unos paisanos improvisan para nosotros algunas estrofas del romance de Miguel Pellicer que a través de los ciegos dio la vuelta a las plazas de toda España y ha llegado hasta hoy: «Los milagros de esta Virgen no se pueden numerar porque son muchos y grandes, sólo uno voy a contar. Miguel Pellicer, vecino de Calanda, tenía una pierna muerta y enterrada. Dos años y cinco meses, cosa cierta y aprobada, por médicos y cirujanos que la tenían cortada. A esta Reyna Madre con todo fervor rezadle una Salve y un Credo al Señor».
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