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Huellas N.10, Noviembre 1998

IGLESIA

Los rostros secretos de Pedro

Renato Farina

1978: El verano de los tres papas. La muerte de Pablo VI, el breve pontificado de Juan Pablo I y la llegada de Juan Pablo II. Proponemos el texto de la entrevista
de Renato Farina, publicada en
El Sabato, en agosto de 1988, diez años después de los históricos acontecimientos

He conocido de cerca a los tres papas. Aho­ra monseñor Luigi Giussani comenta algunos recuerdos y da algunos juicios históricos.
Respondió a las preguntas mientras esperaba en Zurich un vuelo para Milán a su vuelta de un viaje a Asunción, Paraguay, donde ha tenido un encuentro con la comunidad de CL de América Latina. Es, por tanto, una entrevista de "aeropuerto". A pesar de la improvisación de las res­puestas se percibe la fragancia de un hombre que, no so­lamente ha vivido la historia de la que habla, sino que la amó y la ama.

El mes de agosto de 1978 se recuerda como el mes de los papas. Murió Pablo VI y llegó Luciani. Treinta y tres días después se cerró el paréntesis radiante de Juan Pablo I y apareció el "Papa que llegaba de lejos" ¿Se acuerda del momento en que se dio la noticia del empeoramiento de Pablo VI y después el anuncio de su muerte aquel domingo por la tarde?
Si, me acuerdo. Fue una pena nueva e inesperada, aunque los últimos meses ya habían hecho presagiar la muerte del Papa. El dolor que sentí fue especialmente grave y dramático. Grave porque en los últimos años Pablo VI había manifestado una imprevista y lúcida apertura hacia nuestra expe­riencia. Dramático porque lo que había llevado a la Igle­sia a una inesperada aper­tura hacia nosotros quedaba suspendido en una tremenda incógnita.

Ha dicho "muerte inesperada" y "apertura inesperada". ¿Por qué ha usado estas palabras que expresan sorpresa?
Fue tan grave aquella muerte y esa apertura estaba tan llena de alegres presa­gios, que causaba casi estu­por. La Iglesia atravesaba momentos tan difíciles que la pérdida de aquella guía me pareció gravísima. Pablo VI había sido el que, con toda su buena voluntad, ha­bía apoyado una determi­nada evolución de la Iglesia. Pero su amor por la Iglesia era tan verdadero que, en un momento determinado, se dio cuenta del desastre al que llevaba una cierta diná­mica de las cosas, aunque estuviera aprobada. Enton­ces se abrió totalmente a la experiencia de Comunión y Liberación. Que, precisa­mente en ese momento, de­sapareciera el papa Montini, fue como sufrir la ausencia de un posible guía. Después de conocer la experiencia, la había avalado; conocía las conexiones íntimas de ese proceso de destrucción. Ahora pretendía ir contraco­rriente: y él era el más indi­cado y el mejor para ha­cerlo...

¿Desde cuándo esta nueva voluntad de Pablo VI? En el pasado usted ha hablado de los ''últimos diez años". ¿Cuáles fueron los momentos más destacados de esta conciencia?
Si hay que dar una fecha del cambio podemos apun­tar su famoso Credo del 30 de junio de 1968. La Humanae vitae y los inau­ditos ataques que sufrió le confirmaron en su juicio. La culminación de su desi­lusión fue el referendum sobre el divorcio en Italia, en 1974, cuando, precisa­mente los dirigentes de Acción Católica y de la FUCI (Federación de los Universitarios Católicos Italianos, organismo sectorial de Acción Católica, ndt), a los que él quería y había apoyado, le dieron la espalda. Probablemente, en medio de este clima, Pablo VI se dio cuenta de la fidelidad a la Tradición y, a la vez, de la capacidad de renovación del aconte­cimiento cristiano y de respuesta al hombre que implicaba Comunión y Li­beración. Desde 1975 se multiplicaron las manifes­taciones de esta nueva y fuerte simpatía. El Domingo de Ramos de aquel año convocó en Roma a los jóvenes de todos los grupos católicos para ha­cer una fiesta de la juven­tud y para que esta presen­cia le confortase a él, y así él, a su vez, pudiera con­fortarles a ellos. Llamó a todos. Se encontró sólo con los 17.000 de CL. En­tonces se nos concedió, por primera vez y de forma completamente inesperada, usar el aula Nervi.

¿Cómo fue la cosa?
Habíamos vuelto a pedir el aula Nervi los días ante­riores. Insistimos, pero pa­recía inútil. Sabemos que nos dieron el permiso gra­cias a la presión del carde­nal Guerri. Otros de la Cu­ria se negaban con el pretexto del lamentable es­tado en el que iban a dejar el aula los millares de jóve­nes "chielinos"(pertenecientes a CL, ndt). Los 17.000 no dejaron ni un sólo papel en el suelo, ni una mota de polvo. Creo, de todas formas, que el "si" ex­presaba el corazón de Pablo VI. Cuando acabó la Misa, hacía el mediodía, me llamó un prelado. "Don Giussani, le llama el Papa". Estaba en el atrio de la basílica de San Pedro, tenía el copón con las ostias consagradas en las manos y le oí llamarme. In­tenté darle, por la emoción, el copón a un soldado de la guardia suiza, que rehusó. Por fin pude ir hasta donde estaba el Papa, precisamente delante de la puerta de la iglesia. Me arrodillé, estaba muy confuso... Sólo re­cuerdo con precisión estas palabras: "Ánimo, este es el camino, siga adelante".

¿Fue, de nuevo, algo inesperado?
Totalmente inesperado. Pero no fueron unas sim­ples palabras de ánimo. Me confirmó esto de viva voz el cardenal Benelli. Éste me dijo - faltaban pocos meses para la prematura muerte del que fuera el más estrecho colaborador jerár­quico de Pablo VI - que, en los últimos años, el papa Montini le preguntaba por Comunión y Liberación cada vez que le visitaba. Y le decía: "Eminencia, ese es el camino". Benelli me comentó: "Si hubiese vi­vido un año más, le ase­guro que todos sus proble­mas eclesiásticos se habrían resuelto". Pablo VI habría tenido el valor de decirlo y de hacerlo. Pablo VI que, como italiano había elegido entre sus asistentes de la FUCI a gran parte del epis­copado y, por tanto, los co­nocía, habría tenido cierta­mente la posibilidad de dejar claro en quién reco­nocía la verdadera confor­midad con el Concilio y con su gobierno pastoral. Una confirmación muy clara del cambio de Pablo VI fue la destitución del gobierno de Acción Cató­lica de su íntimo amigo monseñor Franco Costa que había determinado el curso del asociacionismo católico de los últimos decenios.
"Todos sus problemas eclesiásticos se resolve­rían", le dijo Benelli. De esta manera, más que in­dicar las cuestiones ordi­narias (y las graves) del reconocimiento de un mo­vimiento, CL, el antiguo sustituto de Pablo VI es­taba expresando un juicio concreto sobre la Iglesia.
Significaba afirmar la bondad de la inspiración de CL, como válida para la Iglesia. Y esto frente a todo el asociacionismo católico ya que, en aquellos años, sus dirigentes votaron y propusieron votar no según los deseos del Papa. La lí­nea de la "elección reli­giosa" llevó al asociacio­nismo católico a refugiarse en cualquier clase de iz­quierda política: y así, entre otras cosas, se hizo propa­ganda tranquilamente del divorcio.

En los últimos años us­ted desea que se conoz­can y repitan las pala­bras que Pablo VI le dijo a su amigo Jean Guitton, el 8 de sep­tiembre de 1977, donde habla de un "pensa­miento no católico" y de la resistencia de un "pequeño rebaño". ¿Por qué?
Porque es lo que está pa­sando. Léame, por favor, esas palabras.

"Existe una gran agita­ción, en este momento, dentro de la Iglesia y lo que se cuestiona es la fe. Me repito ahora la frase oscura de Jesús en el Evangelio de San Lucas: 'Cuando vuelva el Hijo del Hombre ¿encontrará, todavía, fe en la tierra?'. Se pu­blican libros en los que la fe está en retirada sobre puntos impor­tantes, los episcopados callan, no resultan ex­traños estos libros. Creo que esto es raro. De vez en cuando leo en el Evangelio sobre el final de los tiempos y constato que en este momento emergen al­gunos signos de este fi­nal. ¿Estamos cerca del final de los tiempos? Esto no lo sabremos nunca. Hay que estar siempre preparados, pero puede que aún quede mucho. Lo que me impresiona cuando considero el mundo ca­tólico es que dentro del catolicismo parece pre­dominar a veces un pensamiento de tipo no católico y puede que este pensamiento no católico dentro del ca­tolicismo sea en el fu­turo el más fuerte.
Pero nunca llegará a representar el pensa­miento de la Iglesia. Es necesario que subsista un pequeño rebaño, por muy pequeño que sea".

Es una reflexión sintética del Papa sobre la situación y el destino de la Iglesia. Aquí enlaza su apertura a CL.

En el pasado ¿habían existido relaciones di­fíciles con el cardenal Montini?
No.

Le digo esto porque hace poco se ha escrito que el cardenal Co­lombo, sucesor de Montini en Milán, ha­bía recibido la indica­ción de Pablo VI de cortarle las alas a CL. Es justo lo contrario.
Monseñor Franco Costa ha­bía pedido la supresión de Gioventú Studentesca (así se llamaba entonces la ex­periencia de CL, ndr). El cardenal Montini, después de escuchar atentamente, respondió diciendo que, pre­cisamente ellos, la FUCI, que querían ser los paladi­nes de la libertad pedían la supresión de una realidad simplemente porque era "di­ferente". No es verdad que Montini, ni siendo cardenal, ni siendo Papa tuviera esa intención. Si le hubiese di­cho al cardenal Colombo que nos suprimiera, éste lo habría hecho enseguida. La grandeza de ánimo del car­denal Montini quedó de­mostrada cuando todos esta­ban en contra nuestra, especialmente el clero de Milán. Me mandó llamar y acabo diciéndome: "No en­tiendo sus métodos y sus ideas pero veo los resulta­dos. Siga adelante". Es lo que me dijo también en 1975 : adelante.

Le dijo esas palabras en el 56-57. Y se las dijo aun teniendo una sensibilidad eclesial di­ferente de la suya...
No sé dónde está esta di­ferente sensibilidad, si lee­mos el discurso que dio a 300 universitarios florenti­nos de CL. Permítame leerle este texto de Pablo VI: ¡Mis mejores deseos para voso­tros! Seguimos con aten­ción las afirmaciones del programa que estáis difun­diendo, vuestro estilo de vida, vuestra adhesión joven y nueva, renovada y renova­dora, a los ideales cristianos y sociales que os propor­ciona el ambiente católico de Italia. Os bendecimos y también bendecimos y salu­damos a vuestro fundador don Giussani. Os damos las gracias también por los tes­timonios valientes, fieles y firmes que habéis dado en este periodo un poco tur­bado por ciertas incompren­siones de las que os habéis visto rodeados. Estad con­tentos, sed fieles, sed fuer­tes y estad alegres, y llevad con vosotros el testimonio de que la vida cristiana es hermosa, es fuerte, es se­rena, es capaz realmente de transformar la sociedad en la que se inserta ».

Coménteme estas pa­labras: "El testimonio firme, valiente y fiel".
Era la época en la que ha­bíamos sufrido 120 atenta­dos con bombas contra no­sotros y muchos de nuestros jóvenes acabaron en el hos­pital, agredidos también por "hermanos" católicos ... Pero, volvamos a nuestro tema. No podemos olvidar que en la época de Pablo VI estaban todos, literalmente todos, en contra nuestra. El asociacionismo católico "religiosamente" se reple­gaba sobre la famosa deci­sión, mientras muchos de sus hijos, "activamente" es­taban con los de izquier­das ... incluso dando palos.

¿Hay algún punto de fuerza doctrinal de Pablo VI que cree que es central en su magis­terio?
La afirmación que estaba absolutamente en contra de la opinión general de que la Iglesia es una "entidad ét­nica sui generis". Fue el 23 de julio de 1975, era el co­razón de su predicación, du­rante una audiencia general del miércoles en la que ha­blaba sobre la identidad de la Iglesia. No por casualidad fuimos los únicos que la re­tomamos. Ya entonces, Pa­blo VI se daba cuenta de la destrucción de la presencia católica en la sociedad. La presencia se escondía. Es más, en vez de una presen­cia católica, se daba un en­cerramiento cada vez más aburrido y abstracto en las sedes de las asociaciones, mientras que la vida con­creta de los jóvenes seguía las ideas de la mentalidad dominante. O bien, en vez de la presencia católica, se daba la interpretación inte­lectual (a cualquier precio) a la manera de la Liga Demo­crática, de la FUCI y de los Licenciados Católicos. Éstos teorizaban una concepción de la fe completamente elitista y suicida desde el punto de vista misionero. En tercer lugar, la posición de la Igle­sia se identificaba con su ha­bilidad política y diplomá­tica. Creo que fueron determinantes las noticias que tuvo Pablo VI sobre la situación de las universida­des, los institutos católicos, y las escuelas de Teología para que se diera cuenta, claramente, del abismo ha­cia el que la Iglesia estaba conduciendo a su pueblo.

Partiendo de considera­ciones análogas a las suyas sobre el "abismo" hacia el que se precipi­taba la Iglesia y obser­vando las famosas "in­quietudes" de Pablo VI, algunos observadores lo juzgan como un fracaso de su pontificado, o bien, de forma más res­petuosa, extienden un velo de silencio.
El pontificado de Pablo VI es uno de los más gran­des. Montini demostró en la primera parte de su vida te­ner una sensibilidad exqui­sita - que nadie podrá negar - frente a toda la problemá­tica de la angustiosa situa­ción del hombre y de la so­ciedad de hoy. Y el papa Montini encontró una res­puesta. La dio en los últi­mos diez años. El pontifi­cado de Pablo VI es un fracaso sólo para quienes no lo siguieron hasta el fondo.

Es el Papa que clau­suró el Concilio.
Cierto. Habría que enume­rar todas sus intervenciones que de forma valerosa e im­popular condenaron la falsa democracia, la dogmática equivocada que muchos pa­dres conciliares intentaron hacer pasar bajo pretexto de democracia. Pero yo nunca me detuve en estas cosas...

Es interesante saber porqué nunca se de­tuvo en estas cosas.
Sobre todo porque la historia de la Iglesia está en manos de Dios. Además cuando uno está seguro de ser fiel a la Tradición que le han transmitido y ve que el magisterio de la Iglesia, a medida que se desarrolla, subraya las mismas cosas, y se es consciente de no ha­berlo contradicho nunca, para este hombre lo que im­porta es actuar, y basta. Ac­tuar con valentía e incluso juzgando y denunciando lo que no está de acuerdo con la tradición viviente de la Iglesia.

A propósito de Tradi­ción, explotó ya con Pablo VI la cuestión Lefevre que partió, en nombre de la Tradi­ción, de la observación de la destrucción.
Una cosa es afirmar la Tradición como "formas" y otra cosa es llevarla ade­lante como contenidos de valor. En cualquier caso, la gran regla es que la Tradi­ción sólo puede subsistir en una novedad expresiva que es entregada por el Padre Eterno a través de las cir­cunstancias en medio de las cuales se encuentra la Igle­sia. La Tradición no es ver­dadera Tradición si no se re­nueva: Nihil innovetur nisi quod traditum est (sólo se puede innovar lo que ha sido transmitido).
Lefevre fue una de las preocupaciones del Papa. Después vino la angustia por la secularización ...
Ocurrió el asesinato de Aldo Moro. Recuerdo con emoción su oración por el amigo asesinado. Fue la única palabra verdadera­mente sincera que oímos entonces. La única, y toda­vía hoy la muerte de Moro sigue siendo un enigma muy equívoco. Pablo VI pronunció la palabra cris­tiana. Diciendo eso uno no se equivoca nunca.

Decir "palabras cris­tianas". ¿Cuál fue, ante la disolución del pueblo católico y la desorientación de las multitudes, el método de Pablo VI?
El del Credo. El método de la proclamación autén­tica del dogma, sine glossa, con claridad, y de la presen­cia de la Iglesia en el mundo (lea el discurso so­bre el pueblo cristiano del 23 de julio de 197 5, aquel miércoles... ).

Y la Evangeli Nun­tiandi, con el impulso de la misión...
... Pero esto es una conse­cuencia de la presencia; si no, nos hacemos cómplices del "tercermundismo". Evangelización y misión no son un esfuerzo posterior: son la manifestación de la identidad.
Pablo VI empezó a usar la expresión "identidad" - si no me equivoco - precisa­mente en la homilía del Do­mingo de Ramos de 1975.
No fue la única vez. ¿Qué fue, si no, el elogio de la identidad, afirmada con ale­gría y fuerza en el discurso a los 300 estudiantes floren­tinos, un pequeño grupo de las veinte mil personas con­gregadas en San Pedro? Esas palabras, la exaltación del valor cristiano, son el síntoma de la juventud que la fe auténtica produce in­cluso en un anciano mori­bundo. Se percibe la luz que se hizo en su mente. ¿Qué es esto sino la demos­tración de que Dios no abandona nunca a su Igle­sia? El papel principal de la Iglesia no es nunca abando­nado por Dios. Él puede permitir cualquier error ex­cepto el error contra la Ver­dad, el de enseñar al mundo lo que va contra la Verdad.

Pablo VI fue acosado de forma innoble por su redescubrimiento de un actor ignorado en las vicisitudes hu­manas: el diablo. Le dejaron solo incluso los obispos ...
El papa Montini empezó a darse cuenta del desastre hacia el que se precipitaba la Iglesia cuando percibió el formalismo con el que lo sobrenatural se repetía. Por eso su discurso sobre la pre­sencia del diablo en el mundo fue un desafío tan valiente, que el mundo y toda la teología, incluida la católica que pactaba con él, debido al temperamento de Pablo VI, no pudo prever.

Aquel mes de agosto, una vez muerto el Papa y mientras se elegía otro ¿qué espe­raba usted para la Iglesia?
Un hombre que tuviera tam­bién la intuición de la trágica si­tuación en la que se encontraba la Iglesia. Y que propusiera el único remedio, que era el de volver a la fe en lo sobrenatural como factor determinante de la vida de la Iglesia: la autentici­dad de la Tradición. En definitiva, esperaba un Papa que si­guiera el camino que Pablo VI había indicado clamorosamente en los últimos años.

Fue elegido Juan Pa­blo l. ¿Lo conocía?
Le había visto una vez, cuando era Patriarca de Venecia y estaba completamente de acuerdo con el análisis y la terapia que yo propo­nía ante la situación.

¿Qué recuerdo tiene de esos treinta y tres días?
Me impresionó mucho cuando, recién elegido, le vi por televisión. Dijo algo así como: "No entraba en mis cálculos ser elegido y les he pedido consejo a mis ami­gos. Me han dicho que acepte y lo he hecho". Dios quiso - creo - el sacrificio de este hombre (¡porque fue un sacrificio real! Y tal vez sólo sabremos al final de los tiempos en qué medida fue un martirio); Dios permitió esto para preparar la entrada de Juan Pablo II en la Igle­sia. Un Papa extranjero que es la encarnación de lo que Pablo VI intuyó y expresó en los diez últimos años de su pontificado.

Y que es, en síntesis...
La certeza clara de lo que significa el contenido del mensaje cristiano también para la historia de este mundo. Es decir, la fe en Dios hecho hombre y el consiguiente entusiasmo por este Hombre en el que es posible poner toda la espe­ranza, tanto cada uno de los hombres como el mundo entero. Por tanto, la historia como el lugar en el que se juega la gloria de Cristo, como fórmula suprema de la historia misma. ¡Que por otra parte es el concepto de presencia! La Iglesia como presencia en el mundo, en todas partes y, en cualquier caso, presencia como Igle­sia: este es el instrumento de la gloria de Cristo en la historia.

Hay un enigma que acompaña al Papa en sus viajes. No se refiere tanto a su persona como a aquellos que se reúnen a su alrededor. Las multitudes acuden y se ve que reconocen a Pedro, sin embargo, este tesoro se disipa, es como si este movi­miento de las multitu­des no hiciera nacer, excepto en unos pocos, una historia cristiana. ¿Cómo se explica esto?
Como el mundo no ha conseguido impedir, o por lo menos disminuir, la in­fluencia que ejerce el Papa sobre el pueblo, entonces lo que ha hecho, de una ma­nera más o menos sutil, es exaltar al Papa para intentar aislarle del pueblo. O mejor, de las realidades que repre­sentan verdaderamente la voz, las necesidades más apremiantes del pueblo.

Son palabras duras. ¿También hay católi­cos cómplices de esta operación?
Seguramente el diablo puede hacerlo tan bien como para conseguir que cierta parte del mundo eclesiástico participe en esta maniobra. Pero no querría dejar de decir que, más allá de estas manio­bras, bajo el impulso de Juan Pablo II, y gracias a su ejemplo personal, existe una lenta pero inexorable vuelta a la verdad amante del cristianismo. Verdad y amor que encuentran en Te­resa de Calcuta su más alta encarnación. También en esto se ve la continuidad de los papas. La Madre Teresa empezó a crecer bajo el pontificado de Pablo VI y con su bendición.

Intente expresar sinté­ticamente la vida con­creta de CL con Juan Pablo II felizmente reinante.
Ante todo, la explosión de entusiasmo, la liberación del corazón, la alegría por la clara visión de la fe de Juan Pablo II. En segundo lugar, el ímpetu de comuni­car, a cualquiera y en cual­quier situación, esta liber­tad y esta alegría. La tercera constatación es la explosión de la caridad como capacidad de com­partir, en todos los ámbitos y en todos los sentidos. Desde dar una limosna por la calle, hasta el gesto del hermano más pobre de Ca­labria que envía su pequeña aportación para realizar una gran obra educativa, hasta Margarita que ha acogido en su casa durante ocho meses a una chica enferma de SIDA. A Margarita, una joven casada, se le murió el marido. Cuando tuvo noticias de esta veinteañera a la que habían abandonado todos, se la llevó con ella. Esa chica estaba desespe­rada, no era creyente. Mu­rió en paz.

¿No produce en usted angustia ver que el re­baño se reduce, que los católicos son una minoría?
Ciertamente me produce un gran dolor. Pero la cer­teza de que la respuesta a la totalidad de la vida hu­mana es Cristo da tranqui­lidad. Cristo, que vive en el presente, hace posible instaurar una relación con la gente en la que, sin juz­gar a nadie, te implicas en ella, les implicas a ellos en la propuesta que a ti te da la vida. Los hombres se vinculan entre sí. Se crea un clima diferente en un ámbito social. Las preocu­paciones pastorales de re­cuperación y cosas por el estilo acaban por conside­rar a la Iglesia como una organización, o como un partido. Pero la Iglesia es misterio. Entonces ¿para qué agotarse con progra­mas y estrategias pastora­les (políticas, en defini­tiva)? Tenemos que preocuparnos sólo de anun­ciar a Cristo con el fin de reunir a los hombres en el nombre de Cristo y con ellos afrontar la historia. La gran trama de relacio­nes que surge, el "éxito" o el fracaso humanos, son cosa del Padre. Se las arre­gla Él. No nos compete a nosotros juzgar si alguien responde o no responde a la llamada de Cristo. No­sotros tenemos que exaltar la Santa Iglesia.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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