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Huellas N.10, Noviembre 1998

ESCUELA DE COMUNIDAD

La tentación de la utopía

Laura Juárez

Publicamos el editorial del periódico universitario mejicano Ventana abierta del mes de octubre, como ejemplo de juicio a partir del trabajo sobre El Sentido Religioso

Sobre el movimiento estudiantil de 1968
Sabemos que hace treinta años surgió un movimiento estudiantil de escala mundial que buscaba cambiar al mundo y que terminó, en México, con la violenta represión del 2 de octubre de 1968. Para recordar este hecho, se han celebrado numerosos actos culturales. Pero, ¿qué nos dice realmente esta experiencia hoy a nosotros los jóvenes? Ante los grupos que todavía hoy continúan tratando de ligarse de algún modo con dicho movimiento o identificarse con sus objetivos para convocar la fuerza social suficiente que les permita realizar sus propios intereses, nos preguntamos: ¿qué hay detrás de la mitificación del 68 que hacen algunos intelectuales, medios de comunicación y agrupaciones diversas?

Empezar a jugar
Cabe aclarar que la necesidad de una crí­tica penetrante acerca de todo esto, más allá de cualquier entusiasmo puramente sentimental, no es algo reservado a los eru­ditos o especialistas en el tema, sino que tiene que ver con lo que cada uno de noso­tros es y espera como ser humano frente a la sociedad que vive, tiene que ver con nuestra manera de ser protagonistas en la Historia. Por lo anterior, no nos interesa detenernos en las consecuencias externas, ya sean referidas a la estructura política o social, sino profundizar en lo que creemos que supone y supuso un movimiento de esta índole para la conciencia de la persona y, sobre todo, de los jóvenes.
El movimiento estudiantil del 68 expre­saba una crítica en parte justa, una incon­formidad profunda con lo que el sistema ofrecía como posibilidad de vida a los jó­venes, con la injusticia y deshumanización presentes en la sociedad capitalista occi­dental. Fue una reacción a la falta de una propuesta viva, real y concreta de un sig­nificado y una identidad propia. Este es el aspecto verdaderamente humano del mo­vimiento al que nos referimos: que apela al deseo de justicia, belleza, verdad que hay en toda persona, sin importar su edad, y que se expresa de manera espontánea en la juventud. Es decir, el anhelo de una vida más humana, de una sociedad más justa, es una exigencia radical que está ya en el hombre, aún en el más viejo, taci­turno o aparentemente indiferente, y hace que éste tenga la necesidad original de dar la vida a algo grande y verdadero, a un ideal como respuesta total a su deseo de plenitud.
Del ideal a la utopía
Sin embargo, a pesar del mito que se ha construido alrededor del 68 y de los su­puestos cambios democráticos que trajo consigo en nuestro país, la pretensión ra­dical a la que pretendía responder quedó incumplida. El problema radica en la re­ducción del ideal a utopía, es decir, como indica la etimología de la palabra, a un «lugar que no existe», a un sueño que se vuelve un proyecto que el hombre con­cibe e intenta construir sólo con sus fuer­zas a partir de la nada. Este tipo de movi­mientos sociales a favor de un fin justo y bueno son una propuesta que promete algo que, sin embargo, no es capaz de re­alizar: construir en un esfuerzo titánico la respuesta a estas exigencias humanas. La tristeza última en la que termina este afán no tiene que ver con la ideología particu­lar en la cual se basa un movimiento so­cial, sino con la naturaleza radical e infi­nita del deseo del hombre, signo de una grandeza y una libertad que no pueden ser agotadas por lo que construye con su empeño, ya sea individual o colectivo, ni por un proyecto ideológico.

¿Cinismo o corrección?
El fracaso de esta pretensión, en vez de servir a una toma de conciencia acerca de lo anterior, ha terminado por establecer la decepción y el cinismo como actitudes dominantes ante la vida. La falta de una profundización crítica ha llevado a la ne­gación práctica e, incluso, teóricamente defendida, de que dicha respuesta pueda darse. Así, se cae en la negación violenta: «Si no puedo construir lo que más deseo, entonces no existe y todo es inútil». Así el hombre renuncia a toda tensión hu­mana, a la espera de que la respuesta y la posibilidad de un camino más humano para él y para la sociedad se revele como algo que ya está objetivamente en la pro­fundidad de lo real y de la misma persona aunque oscurecido, olvidado o maltra­tado. Esta negación no es razonable pues para sostenerse debe censurar tanto la positividad de las cosas, como el hecho evi­dente de que el hombre no ha hecho a la realidad ni a sí mismo y, por tanto, no puede definir arbitrariamente su signifi­cado.
Una ruptura violenta
La agitación estudiantil del 68 en rea­lidad ha terminado por ser Jo más fun­cional a la perpetuación del sistema que pretendía derrocar debido a la confusión deliberada entre el mismo, lo "estable­cido", y la verdadera tradición cultural en la cual había nacido. Por esto una de las consecuencias más trágicas del movi­miento fue la pérdida real de la tradi­ción, la ruptura del vínculo con aquellos valores humanos heredados del pasado y que constituyen la única resistencia ver­dadera, cuando se viven no de una ma­nera formal y abstracta, sino consciente. Vivir plenamente la tradición consiste en tomar parte en una experiencia que ayuda a entender y a vivir el presente, frente a todo poder doctrinario que pre­tende realizar su esquema particular. La ruptura violenta con el pasado ha favore­cido el que la persona quede a merced de los grandes intereses y del poder del momento sin un punto de referencia cul­tural y operante que le permita dar un juicio verdaderamente crítico acerca de todo lo que se le propone o impone desde fuera.

La alternativa
Todo hombre, cuyas exigencias de ver­dad, justicia y libertad lo hacen indomable ante las situaciones injustas o abiertamente contradictorias a esto, se encuentra frente a una alternativa: dar su vida a algo verda­dero que ya en el presente sea un anticipo y una posibilidad concreta de plenitud den­tro de lo que más le interesa (familia, tra­bajo, economía, política, etc.) o ceder a la tentación de la utopía y volverse siervo de un proyecto ideado por algunos "bieninten­cionados", cuyo cumplimiento requiere la conquista del poder para imponerse sobre la sociedad, y cuya realización plena se haya por definición en el futuro, es decir, nunca llega a completarse.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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