Publicamos el texto de una intervención en la jornada de Apertura de curso de la comunidad de Barcelona.
Una ayuda para percibir el vínculo entre libertad y sencillez en la experiencia
Quisiera contaros que antes de asistir a la Escuela de comunidad, antes de conocer a los amigos que ahora tengo la suerte de conocer, y que están aquí conmigo, yo era un chico, podemos decir, producto de una sociedad que hoy en día, nos empuja y empuja sin saber dónde. Mi vida era una apretada agenda llena de locos fine de semana, partidos de fútbol y fiestas, una agenda que al final guiaba mi vida. No tenía presente, sólo futuro siempre vivía pendiente de lo que debía de pasar al día siguiente, el sábado por la noche, la semana próxima. El fútbol, las discotecas eran lo más interesante que tenía en mi vida. Yo me hacía mayor como "humano", pero no como persona. Es muy duro decirlo pero, bueno, hoy lo veo como algo positivo. Iba creciendo, pero mi yo vivía encarcelado y en mi interior me iba quedando vacío.
Compañía
La amistad que pensaba tener con mis amigos no era tal. Quedábamos para jugar al fútbol, tomar algo, salir de noche. Hoy todavía no entiendo, como no entendía entonces, cómo nunca nos preguntamos, también me incluyo, lo que había detrás de cada una de las cosas que hacíamos, asistíamos diariamente como espectadores.
Es difícil entender que personas con las que compartes mucho tiempo, ni siquiera te dijeran un simple, «¿cómo estás?», pero un «¿cómo estás?» verdadero, pidiendo saber de ti, de tu vida, de tus sentimiento de todo aquello que no podemos ver cuando miramos a una persona y sólo observamos una mejor o peor fachada, un muro que nos impide ver el interior.
La única compañía verdadera y sincera era la de mis padres y hermanos. En ellos tenía un alivio, un rincón donde acudir cada vez que necesitaba. Era algo tan grande y pequeño a la vez, que parecía a veces insuficiente. Era una vida sin sentido, sin por qué, un levantarse pensando en la difícil rutina que te esperaba en el día.
Un nombre
Cuando hace casi dos años, conocí en la universidad a una persona como Luca, entendí que él, que todos los que estaban con él, eran distintos. Luca era una persona a la que veía cada día, sentado en primera fila, sin hablar con nadie, entraba y salía en clase solitario, me lo imaginaba en una terrible soledad. En la Universidad ante tanta gente, él parecía muy sólo. Lo más gracioso, lo paradójico y asombroso de esta situación es que cuando tan sólo llevaba una semana compartiendo algunas horas con aquella persona, con aquel pardillo, observé que el que estaba solo era yo.
Había tanta humanidad, tal sencillez en él, que cuando observé la experiencia que vivía, la grandeza de la realidad que lo envolvía, no pude resistir, no me pude negar: el que había ofrecido una compañía verdadera, absoluta y que realmente correspondía, era él a mí y no yo a él.
Decir: tú
Por primera vez, alguien me había preguntado que había en mi vida: la única vez que un amigo miraba detrás de mi fachada. Llamaba a la puerta y preguntaba: «Eoh, ¿hay alguien ahí?». Quería saber más, no le bastaba ir a tomar algo, porque me ofrecía una compañía, quería traspasar el muro de prejuicios que muchos tenemos. En una sola palabra, quería "implicarse" en mi vida, en el por qué de la misma. Fue una amistad, es una amistad, ahora sí, diferente. Por primera vez, alguien me preguntaba «¿cómo estás?», y no le bastaba un «bien, mal, jodido»? No. Quería saber, porque la vida no son sólo palabras, me decía.
Libre
Ante esto, creerme, no hay elección. Es como cuando una madre le dice a su hijo de cinco años si quiere ir al circo, al parque o al Tibidabo. La respuesta es clara. Es una libertad verdadera porque no hay opción, la libertad te abraza, te hace libre. Cuando tienes una experiencia así, la libertad deja de ser una elección. Era la respuesta a algo que yo buscaba y había encontrado en una persona, a la que ingenuamente yo, creía sola. Ya no soy el mismo.
Sería injusto hablar sólo de Luca: detrás están todo un sinfín de personas que hacen que hoy mi vida siga creciendo como antes, pero que mi yo lo haga aún con más fuerza. Ahora sé el por qué de mi vida, sé cuál es mi destino, y sé con quienes comparto y comparten la realidad que nos envuelve.
Para siempre
Es difícil de entender que haciendo las mismas cosas que antes (trabajar en el bar, estudiar, salir por las noches), ya no sea igual. Dicen que «No importa lo que tus ojos miran sino como lo miran», y es así como explico ahora mi vida. Hago lo mismo que antes pero no como antes. Es la misma agenda que al principio, la rutina de la que os hablaba, pero ahora es distinto, yo soy diferente. Cuando observas la gratitud y la bondad con las que las personas que están hoy aquí, se comportan con lo que la vida les presenta, tú te implicas. Quieres ser como ellos, quieres ser distinto, quieres hacer tuya la experiencia que ellos viven. Uno puede comprobar como terriblemente, hoy en día, puedes estar rodeado de gente y sentirte absolutamente sólo. Ante esto, sólo puedo decir que tengo la experiencia de que la soledad ha sido vencida por Cristo a través de vuestros rostros.
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