La encíclica de un coherente e irreductible Papa Wojtyla: reflexiones sobre veinte años de batallas.
La Repubblica, 24 de octubre de 1998: «La fe no es un sentimiento, sino el encuentro con una realidad humana»
En el XX aniversario de su pontificado, Juan Pablo II ha querido resumir en dos palabras la posibilidad de juzgar toda la génesis y la reproducción continua de la incomprensión que se da entre el cristiano y el no cristiano: razón y fe.
Cuando entré en el Liceo Berchet de Milán en 1954, ya en la primera hora de clase - y para responder a las preguntas de los jóvenes adecuadamente - se me planteó la necesidad de hacer comprender lo que era la razón, porque sin razón no hay tampoco fe, no hay humanidad que construya civilización; hay barbarie. Aquellos muchachos, aún los que eran vivos y personalmente comprometidos, utilizaban la razón de manera reducida. Porque el hombre parte siempre de la experiencia para conocerse a sí mismo y caminar por la realidad. Y cuando sondea con su razón la totalidad de lo real, llega a la existencia de algo que no se ve y que es la explicación plena del hombre y del cosmos, pero que el hombre no puede conocer: es Misterio. Este "punto de fuga" está en ese impulso original e insuprimible con el que la naturaleza nos empuja a conocer todos los factores de la experiencia con los que el hombre toma conciencia de sí mismo. Es sobre todo esto lo que falta en muchas definiciones de la razón, precisamente porque no buscan a ésta en la experiencia que atraviesa inevitablemente el hombre. La razón es impotente para agotar el conocimiento de la totalidad de lo real, y por eso se abre a esa categoría que representa el vértice máximo de su expresión: la posibilidad, lo posible. En el horizonte de la razón aparece impetuosamente la petición mendigante del yo creado de que el Misterio mismo se revele. Y es en esto en lo que el cristiano participa de la loa de la razón y utiliza ésta mejor que otros.
Sin esta apertura original el hombre cae presa de la postura que prevalece en cada momento, es decir, del poder, y se ve arrastrado por éste a perder el sentido de sí mismo. Así es como el hombre contemporáneo se rebela ante el hecho de que la medida de lo que hace sea algo distinto de él, y confunde con esclavitud lo que resultaría evidente por la experiencia: que la realidad es signo de algo diferente. Y el debilitamiento de la capacidad de influencia de la Iglesia se debe también al hecho de que muchos cristianos no reconocen ya como virtud obedecer a la dinámica con la que Dios se mueve en la historia.
En esto Wojtyla es un gran ejemplo: él reafirma que el remedio para esta disolución de lo humano consiste en que nuestra libertad se mueva adhiriéndose a los hechos. Wojtyla nos recuerda que la fe es racional, y nosotros comprendemos que es cierto, porque experimentamos que ella florece en el límite extremo de la dinámica racional como una flor de gracia a la que el hombre se adhiere con su libertad. En efecto, la libertad del hombre radica en alcanzar el sentido de lo que hace o rehusa hacer. Sin sentido no hay afirmaciones, ni rechazos; sólo la nada. Pero la realidad "es" y se impone.
Juan Pablo II es bien consciente de que una causa de la separación entre fe y razón es el hecho de que muchos cristianos han dejado de presentar a los hombres el valor existencial, vital, del cristianismo, que es la persona del hebreo Jesús de Nazaret, nacido de mujer, que resucitado permanece presente día tras día. Por eso el Papa insiste en decir que Dios «se acerca a nosotros en lo que nos es familiar y fácil de comprobar, porque constituye nuestro contexto cotidiano».
Esto significa que la fe no es un fenómeno cultural, no es un sentimiento, ni la adhesión a una corriente histórica («la fe como tal no es una filosofía»), sino que es el encuentro con una realidad humana que da a las exigencias originales del hombre una respuesta mucho más realista y llena de humanidad que cualquier otra propuesta alternativa. Y esta capacidad de responder no es solamente
teoría, como si fuera un poema acerca del texto de la realidad, porque hay un pedazo de humanidad que la ha vivido: es toda la historia del pueblo hebreo. Un cristiano de ahora, si tiene una fe viva y abierta, no puede dejar de redescubrir el designio de Dios que quiso entrar con el pueblo de Israel en el universo mundo, como medio de comunicarse a Su criatura. El cristianismo nace de esta cultura hebrea y cambia históricamente el contenido profético de su alma, definida por la necesidad de salvación que tiene el hombre: «El Redentor del hombre, Jesucristo, es el centro del cosmos y de la historia» (Redemptor hominis). ¡Cuánto me impresionó esta expresión del Papa al comienzo de su pontificado! Oírle repetir estas cosas durante veinte años cuando ningún otro las dice ya, resulta, para un hombre con un corazón real, entusiasmante.
Wojtyla es el Papa que ha dicho la verdad sobre el hombre con un ardor y una coherencia irreductibles. Esta es su fuerza: la identidad entre su experiencia humana y el hecho histórico de Cristo. Sus veinte años de pontificado han transcurrido como luces que cruzan por las tinieblas oscuras, bajo un cielo de batalla.
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