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Huellas N.10, Noviembre 1998

WOJTYLA

La razón contra el poder

Luigi Giussani

La encíclica de un coherente e irreductible Papa Wojtyla: reflexiones sobre veinte años de batallas.
La Repubblica, 24 de octubre de 1998: «La fe no es un sentimiento, sino el encuentro con una realidad humana»

En el XX aniversario de su pontificado, Juan Pablo II ha querido resumir en dos palabras la posibilidad de juzgar toda la génesis y la reproducción continua de la incomprensión que se da entre el cristiano y el no cristiano: razón y fe.
Cuando entré en el Liceo Berchet de Milán en 1954, ya en la primera hora de clase - y para responder a las preguntas de los jóvenes ade­cuadamente - se me planteó la necesidad de hacer com­prender lo que era la razón, porque sin razón no hay tam­poco fe, no hay humanidad que construya civilización; hay barbarie. Aquellos mu­chachos, aún los que eran vi­vos y personalmente com­prometidos, utilizaban la razón de manera reducida. Porque el hombre parte siempre de la experiencia para conocerse a sí mismo y caminar por la realidad. Y cuando sondea con su razón la totalidad de lo real, llega a la existencia de algo que no se ve y que es la explicación plena del hombre y del cos­mos, pero que el hombre no puede conocer: es Misterio. Este "punto de fuga" está en ese impulso original e insu­primible con el que la natura­leza nos empuja a conocer todos los factores de la expe­riencia con los que el hombre toma conciencia de sí mismo. Es sobre todo esto lo que falta en muchas defini­ciones de la razón, precisa­mente porque no buscan a ésta en la experiencia que atraviesa inevitablemente el hombre. La razón es impo­tente para agotar el conoci­miento de la totalidad de lo real, y por eso se abre a esa categoría que representa el vértice máximo de su expre­sión: la posibilidad, lo posi­ble. En el horizonte de la ra­zón aparece impetuosamente la petición mendigante del yo creado de que el Misterio mismo se revele. Y es en esto en lo que el cristiano parti­cipa de la loa de la razón y utiliza ésta mejor que otros.
Sin esta apertura original el hombre cae presa de la postura que prevalece en cada momento, es decir, del poder, y se ve arrastrado por éste a perder el sentido de sí mismo. Así es como el hom­bre contemporáneo se rebela ante el hecho de que la me­dida de lo que hace sea algo distinto de él, y confunde con esclavitud lo que resulta­ría evidente por la experien­cia: que la realidad es signo de algo diferente. Y el debili­tamiento de la capacidad de influencia de la Iglesia se debe también al hecho de que muchos cristianos no re­conocen ya como virtud obe­decer a la dinámica con la que Dios se mueve en la his­toria.
En esto Wojtyla es un gran ejemplo: él reafirma que el remedio para esta disolución de lo humano consiste en que nuestra libertad se mueva adhiriéndose a los hechos. Wojtyla nos recuerda que la fe es racional, y noso­tros comprendemos que es cierto, porque experimentamos que ella florece en el lí­mite extremo de la dinámica racional como una flor de gracia a la que el hombre se adhiere con su libertad. En efecto, la libertad del hombre radica en alcanzar el sentido de lo que hace o rehusa ha­cer. Sin sentido no hay afir­maciones, ni rechazos; sólo la nada. Pero la realidad "es" y se impone.
Juan Pablo II es bien cons­ciente de que una causa de la separación entre fe y razón es el hecho de que muchos cristianos han dejado de pre­sentar a los hombres el valor existencial, vital, del cristia­nismo, que es la persona del hebreo Jesús de Nazaret, na­cido de mujer, que resucitado permanece presente día tras día. Por eso el Papa insiste en decir que Dios «se acerca a nosotros en lo que nos es familiar y fácil de compro­bar, porque constituye nues­tro contexto cotidiano».
Esto significa que la fe no es un fenómeno cultural, no es un sentimiento, ni la adhe­sión a una corriente histórica («la fe como tal no es una fi­losofía»), sino que es el en­cuentro con una realidad hu­mana que da a las exigencias originales del hombre una respuesta mucho más realista y llena de humanidad que cualquier otra propuesta al­ternativa. Y esta capacidad de responder no es solamente
teoría, como si fuera un po­ema acerca del texto de la re­alidad, porque hay un pedazo de humanidad que la ha vi­vido: es toda la historia del pueblo hebreo. Un cristiano de ahora, si tiene una fe viva y abierta, no puede dejar de redescubrir el designio de Dios que quiso entrar con el pueblo de Israel en el universo mundo, como medio de comunicarse a Su cria­tura. El cristianismo nace de esta cultura hebrea y cambia históricamente el contenido profético de su alma, defi­nida por la necesidad de sal­vación que tiene el hombre: «El Redentor del hombre, Jesucristo, es el centro del cosmos y de la historia» (Re­demptor hominis). ¡Cuánto me impresionó esta expre­sión del Papa al comienzo de su pontificado! Oírle repetir estas cosas durante veinte años cuando ningún otro las dice ya, resulta, para un hombre con un corazón real, entusiasmante.
Wojtyla es el Papa que ha dicho la verdad sobre el hombre con un ardor y una coherencia irreductibles. Esta es su fuerza: la identi­dad entre su experiencia hu­mana y el hecho histórico de Cristo. Sus veinte años de pontificado han transcurrido como luces que cruzan por las tinieblas oscuras, bajo un cielo de batalla.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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