Un poeta alemán de este siglo, mirándose a sí mismo, distinguía dos fenómenos: la sociología y el vacío. Es cierto. La mentalidad dominante empuja al individuo de nuestro tiempo a concebirse como la mera evolución de determinadas relaciones fisiológicas y psicológicas. En definitiva, como el fruto de aquellos factores que las ciencias sociológicas pueden prever y explicar. Sin embargo, si el hombre se reduce a eso, su destino queda atado a relaciones contingentes, a fuerzas y oportunidades que se imponen entre los hombres. En última instancia, depende de la «Usura, la Lujuria y el Poder» - diría Eliot-, es decir, de la violencia.
Desde los periódicos, los intelectuales pretenden enseñar que en el fondo de nuestro ser sólo hay una serie de ilusiones que, simplemente, encubren el vacío.
Pero, a partir del Salmo 8 sigue elevándose la pregunta más noble: «¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él? Lo hiciste poco inferior a los ángeles. Lo coronaste de gloria y dignidad». ¿Qué es el hombre? ¿Por qué su ser es tan "único" que conmueve a Dios?
El poder, especialmente en nuestro siglo, ha intentado de forma astuta y refinada eliminar el sentido que hace de cada individuo algo original. Apariencia, sentimentalismo, ideología, homologación sutil y penetrante, son los instrumentos que el poder utiliza para arrebatar al hombre su rostro. De tal modo que no sólo tiende a considerar como suyos la tierra y el cielo, sino también el rostro de cada uno.
Una sociedad sin rostros: eso es lo que pretende alcanzar cualquier clase de poder que quiera dominar la historia. Un entramado social de "hombres huecos", una "tierra baldía" habitada por "hombres de paja" (T.S. Eliot).
En cambio, un padre cualquiera ve crecer a sus hijos, cada uno con sus rasgos originales, con una sorprendente y rica diversidad. A despecho de toda imagen construida por quien detenta el poder, el hombre manifiesta su verdadera naturaleza si se concibe como criatura: el yo tiene unas exigencias de belleza, justicia, bondad y verdad, que constituyen la energía para cualquier actividad y relación, incluso para la creación de una societas.
La sociedad puede ser el lugar de una diversidad y una democracia reales. Y esto no en virtud de una concesión de los poderosos ni de una utópica organización ideal. Lo que marca una sociedad con el sello de la libertad es la presencia de personas que llevan algo original en las exigencias que expresan o en el intento de darles respuesta.
La alternativa es una sociedad gris, donde no se colabora para afirmar la dignidad de la persona individual, sino que se reglamentan - aparentemente - los conflictos, delegando en el Estado todos los poderes.
La reciente batalla en favor del principio de subsidiariedad - en Italia se ha alcanzado casi el millón de firmas que pronto se entregarán al Parlamento - representa la posibilidad de un cambio en favor de todo el pueblo, bajo el signo de hombres libres.
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