«Os invito, queridos amigos, a descubrir vuestra vocación real para colaborar en la difusión de este Reino de la verdad y la vida, de la santidad y la gracia, de la justicia, el amor y la paz. Si de veras deseáis servir a vuestros hermanos, dejad que Cristo reine en vuestros corazones, que os ayude a discernir y crecer en el dominio de vosotros mismos, que os fortalezca en las virtudes, que os llene sobre todo de su caridad, que os lleve por el camino que conduce a la condición del hombre perfecto. ¡No tengáis miedo a ser santos! Esta es la libertad con la que Cristo nos ha liberado (cf. Gal 5,1). No como la prometen con ilusión y engaño los poderes de este mundo: una autonomía total, una ruptura de toda pertenencia en cuanto criaturas e hijos, una afirmación de autosuficiencia, que nos deja indefensos ante nuestros límites y debilidades, solos en la cárcel de nuestro egoísmo, esclavos del "espíritu de este mundo", condenados a la "servidumbre de la corrupción" (Rm 8,21).
Por esto pido al Señor que os ayude a crecer en esta "libertad real", como criterio básico e iluminador de juicio y de elección en la vida. Esa misma libertad orientará vuestro comportamiento moral en la verdad y en la caridad. Os ayudará a descubrir el amor auténtico, no deteriorado por un permisivismo alienante y deletéreo. Os hará personas abiertas a una eventual llamada a la donación total en el sacerdocio o en la vida consagrada. Os hará crecer en humanidad mediante el estudio y el trabajo. Animará vuestras obras de solidaridad y vuestro servicio a los necesitados en el cuerpo y en el alma. Os convertirá en señores, para servir mejor y no ser esclavos, víctimas y seguidores de los modelos dominantes en las actitudes y formas de comportamiento.»
(de la homilía de la Santa Misa, en el Monte del Gozo, el 20 de agosto de 1989)
«... Poniéndoos en camino hacia el sepulcro del Apóstol, junto con tantos otros jóvenes, de tantos grupos y de tantas Iglesias, y junto con el Papa y los demás obispos, habéis expresado ya que la fe en Jesucristo, Camino, Verdad y Vida, es el bien más indispensable para la sociedad. Sin duda que esa certeza se ha ido haciendo más honda a medida que andabais por el Camino de Santiago.
La peregrinación, toda peregrinación, pero particularmente ésta que acabáis de hacer, es siempre una escuela, y una escuela de las cosas esenciales. De cosas tan simples, tan bellas y tan grandes como la necesidad de una compañía que alienta, o de la paciencia consigo mismo y con los demás. De la experiencia del cansancio, la fatiga y las propias limitaciones, y del gozo de conocer la meta, y de sentirla acercarse. De la urgencia de la oración y de la necesidad de la misericordia. La peregrinación es una escuela de la vida iluminada por Cristo resucitado. Habéis vivido y experimentado mucho en estos días intensos. No dejéis ahora que una vivencia tan rica pase, como un episodio más de vuestra vida, y venga a ser en ella sólo un recuerdo bonito de vuestro pasado.
Para ello, nada mejor que volver, una y otra vez, al mensaje que Juan Pablo II os dio en el Monte del Gozo. Yo resumiría ese mensaje en aquella frase que tanto aplaudisteis: "¡No tengáis miedo a ser santos!". La santidad es la plenitud de la vida humana en Cristo (...). ¡No renunciéis a esta vocación vuestra! No renunciéis a ella y el mundo será distinto. De ello ha sido la IV Jornada Mundial de la Juventud un impresionante testimonio público, como una bocanada de aire puro, de esperanza. Por eso es tan importante que todo lo que habéis vivido en esa gran experiencia de Iglesia se haga, cada vez más, estilo de vida, modo habitual de ser. Porque de nada anda tan escaso y necesitado el mundo como de esperanza. Y sólo vosotros, que habéis conocido a Cristo y le amáis, podéis dársela. Aquí está la razón profunda de esa nueva evangelización a la que el Papa nos llama tan insistentemente.
Quiera el Apóstol Santiago, y Nuestra Señora de la Almudena, cuya fiesta celebramos hoy, ayudaros -ayudarnos a todos- a que el mensaje del Papa en Santiago y la experiencia de la peregrinación produzcan abundante fruto en nosotros, para vida del mundo.»
(de la «Presentación» de Mons. Javier Martínez, Obispo Auxiliar de Madrid-Alcalá, a la edición Juan Pablo ll - A los jóvenes del mundo, por «Delegación de Pastoral Universitaria», 9 de noviembre de 1989)
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