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Huellas N.17, Junio 1989

EDITORIAL

Europa, la Crisis y los Movimien­tos.

Un periodista de origen polaco, Jas Gawronski, ha recogido en un libro (Primeros planos: encuentros con los protagonistas de nuestro tiempo) un determinado número de coloquios y entrevistas realizadas por él con personajes importantes de la escena religiosa, cultural y política de hoy. Una de estas entrevistas ha sido hecha a Juan Pablo II. En lugar de nuestro editorial queremos publicar parte de esta entrevista, donde el Papa habla de Europa, de su crisis y del papel de los movimientos, proponiéndola, junto al documento redactado por nuestro movimiento con motivo de las recientes Elecciones Europeas (cf. pp. 7-10 de este número), para la reflexión de nuestros lectores.

El discurso que Vd. pronunció el año pasa­do en Estrasburgo ha suscitado mucho interés en el Parlamento europeo. ¿Puede resumirnos las ideas que considera más importantes?
Sería mi deseo que Europa, proveyéndose de li­bres instituciones, pueda un día extenderse a las dimensiones que la geografía y, sobre todo, la his­toria le han asignado. Desde que en territorio eu­ropeo, a partir de la época moderna, se desarro­llaron las corrientes del pensamiento que paulati­namente han ido alejando a Dios de la compren­sión del mundo y del hombre, dos visiones opues­tas alimentan el punto de vista de los creyentes y el de los partidarios de un humanismo agnóstico y a menudo ateo también. Para la primera visión la obediencia a Dios es la fuente de la auténtica li­bertad; para la segunda, al suprimir toda subordi­nación de la criatura a Dios, el hombre se convier­te a sí mismo en principio y fin de todas las co­sas, y la sociedad, con sus leyes, llega a ser su obra absolutamente soberana.
Después de Cristo, ya no es posible idolatrar a una sociedad como grandeza colectiva devoradora de la persona y de su destino. Ningún proyecto de sociedad podrá jamás instaurar la perfección en la tierra. Los mesianismos políticos desembocan a menudo en las peores tiranías.
Es del humus del cristianismo de donde la Eu­ropa moderna ha sacado el principio que gobier­na fundamentalmente la vida pública: me refiero al principio, proclamado por Cristo por primera vez, de la distinción entre «lo que es del César» y «lo que es de Cristo, de Dios». Sin embargo, el cristianismo no puede ser relegado a la esfera de lo privado: tiene un papel de inspirador de la éti­ca y una eficacia social propia. Si este substrato re­ligioso o cristiano llegara a ser marginado, no sólo se negaría toda la herencia del pasado sino que hasta el mismo futuro del hombre europeo, cre­yente o no creyente, llegaría a ser gravemente amenazado.
Pero, ¿qué sentido ve V d. en una Europa unida?
El sentido principal está en el hecho de que Eu­ropa es un continente pequeño y las naciones eu­ropeas, aunque grandes como cultura, historia y lengua, son pequeñas desde el punto de vista del territorio.
Ningún país europeo, abandonado a sí mismo, podría defenderse contra una eventual hegemonía, mientras que todos unidos, de algún modo, logra­rían hacerlo.
Y la Iglesia, ¿qué papel puede tener en esta Europa unida? El marxismo, ya lo hemos dicho, ha perdido mucho de su atractivo. Se ha creado un vacío. ¿Cómo se puede llenar?
Existe un vacío, pero no es un vacío que sea del todo neutral, porque en él se mueven determi­nadas fuerzas, sobre todo occidentales, que están unidas entre ellas. Una de estas fuerzas es la eco­nomía del mercado libre, la economía capitalista; la otra es la ciencia, la capacidad intelectual, la cul­tura científica, la ciencia moderna dominada, a pe­sar de todo, por las ciencias naturales y marcada por el positivismo. Pues bien, si se toman en con­sideración todos estos elementos es fácil compren­der que este vacío no es tan apto, disponible, para dejarse llenar por contenidos cristianos.
Tal vez se empieza a notar una cierta tenden­cia a la revalorización de los contenidos cristianos, un cierto interés hacia ellos, sin embargo, Europa occidental conserva todavía muchos de esos valo­res, los valores materiales, sobre todo en el cam­po económico y científico que siguen desarrollán­dose y progresando. Y es por esto por lo que la vi­sión del progreso en esos sectores conserva toda­vía un gran atractivo. Aunque es verdad que esa visión del progreso indudablemente ha sido sacu­dida por el impacto de ciertos factores concretos; ese progreso, por ejemplo, se ha identificado de tal manera con la amenaza nuclear que ya se pone en tela de jucio, en cierto modo, su mismo valor de progreso. Todas éstas son cosas en las que hay que pensar, y yo pienso a menudo en ellas.
Naturalmente la Iglesia, la Cristiandad, debe considerar seriamente este vacío y adecuar a ello su misión y la necesidad de una nueva evangeliza­ción en Europa. Se habla mucho de esto y tal vez se habla más de lo que se actúa.
Actualmente estamos siendo testigos -cosa bastante sorprendente después del Concilio- de una cierta crisis en la Iglesia, de una crisis de las vocaciones. Sin embargo, es una crisis de tipo par­ticular y no general, porque en lugar de las voca­ciones tradicionales, aquellas que llevan al sacerdo­cio y a las órdenes monásticas, se ha sustituido por otro tipo de vocaciones, por ejemplo los movimien­tos laicos. Todo esto debe ser tomado en consi­deración y debe ser coordinado de algún modo nuevo.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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