El 28 de febrero fue la matanza. Cristianos armenios y musulmanes de la región de Azerbaiyán se enfrentaron en las calles de la ciudad azerbaiyana de Sungai. Un odio ancestral con un saldo de 350 muertos. Los musulmanes vengaron así las reivindicaciones armenias sobre la región azerbaiyana de Nagorno-Karabaj. Ahora, el partido soviético ha cerrado definitivamente todas las puertas a las peticiones armenias. Un silencio denso para proteger a la perestroika que dice muy poco de tal perestroika.
Fue más que una lucha. Aunque las agencias oficiales redujeran la cifra de muertos a 32, en la clandestinidad se situó en torno a los 350. Las manifestaciones previas en Erevan, la capital de Armenia, pidiendo la devolución de la región de Nagorno-Karabaj, habían irritado a los azerbaiyanos. Y los musulmanes no perdonaron ni a ancianos ni a niños. En la maternidad de un hospital armenio llegaron a asesinar a las embarazadas y a extraerles los niños por nacer. La matanza tiene todas las características de los odios genocidas y del fundamentalismo. Rencores ancestrales, acumulados por décadas, tuvieron un saldo inhumano.
Entre ambos pueblos, el armenio y el azerbaiyano, existe desde siempre una profunda separación que reina entre una cultura cristiana, de corte occidental y tendencia europea, y otra turca, musulmana, que en el pasado tuvo fuertes lazos con Irán.
EL GENOCIDIO
Actualmente, Armenia -que con Georgia y Azerbaiyán constituye el trío de repúblicas caucásicas de la URSS- es apenas un reducto del gran imperio que fue en la antigüedad. Limítrofe con Asia, situada en la zona más oriental de Occidente, tenía sus tradicionales enemigos en los turcos. El último episodio de este enfrentamiento se desarrolló en 1915-16, cuando éstos asesinaron a la mayor parte de los armenios que vivían en su territorio. Los que pudieron escapar huyeron por todo el mundo hasta formar una amplia diáspora armenia, todavía existente.
El fin de la segunda Guerra Mundial significaría el regreso de muchos de estos armenios. Trajeron numerosas experiencias occidentales, que contribuyeron a diferenciar aún más a Armenia de su vecino musulmán. Desde entonces, la matanza de 1915-16 y la vecindad con Azerbaiyán son una misma cosa. Que el pasado no se olvida lo recuerdan periódicamente los atentados armenios en las embajadas turcas de todo el mundo.
Tras la primera Guerra Mundial y la revolución soviética, Lenin se reordenó la configuración de los territorios que integrarían la Unión Soviética. Los turcos supieron plantear sus demandas sobre una extensa parte de Armenia, el Nagorno-Karabaj, como la garantía necesaria para evitar una posible revancha armenia por los sucesos de 1915-16. A la ideología internacionalista del partido soviético no le repugnaba esta concesión si significaba la «paz» y, por otra parte, a Stalin le convenía demostrar buena voluntad con respecto a Turquía que, caído el Imperio Otomano, mostraba afanes expansionistas. Así pues, en 1923, Nagorno-Karabaj, con sus 160.000 habitantes y su próspera economía agrícola, pasó a depender de Azerbaiyán. Inmediatamente se inició el intento turco de hacerse con las riquezas de la región, acompañado por una intensa represión cultural, que incluyó el entorpecimiento de la lengua y enseñanza armenias o de la conexión televisiva o radiofónica con Armenia. Se obstaculizó el desarrollo económico, con el propósito de provocar la emigración de los habitantes. A pesar de todo ello, Nagorno-Karabaj conserva hoy un 80 por 100 de población armenia.
Si la férrea política estalinista impidió toda protesta en Armenia y, posteriormente, los años de Breznev sumieron a la URSS en un letargo donde corruptelas y componendas «apañaban» el fluir «pacífico» de los años, la palabra perestroika ha hecho renacer las esperanzas armenias en la actualidad. Con Gorbachov, pensaban, hasta la espina de Nagorno-karabaj podría extraerse.
Es difícil definir el tipo de reivindicación que mueve a los armenios. En los casos de Lituania o Ucrania, Moscú se enfrenta a una identidad cultural que no pone sólo en cuestión la relación política de estos territorios con la URSS, sino los principios soviéticos mismos. En ambos casos, siglos de tradición cristiana han configurado pueblos cuyos conceptos de libertad o dignidad humana son incompatibles con el materialismo soviético. Y de ahí la relación causa-efecto entre la reavivación de la fe y la protesta política. Pero en el caso armenio, curiosamente, no existe un enfrentamiento cultural directo con el partido.
«NACIONALISMO BURGUÉS»
Armenia sólo desea Nagorno-Karabaj. Como lo desea un pueblo vejado y dolido, consciente de que sus vecinos, enemigos seculares, tienen en su poder una parte de la historia y la identidad armenias, pero no ha presentado signo alguno de duda con respecto a su propio vínculo con Moscú.
Aunque la Iglesia ha sido el pilar de la identidad armenia y el fanatismo fundamentalista musulmán ha dejado su tremenda marca de identidad en los recientes enfrentamientos, no se da un conflicto con el partido mismo. La protesta nacionalista parece ser pura cuestión de fronteras. Una vez Nagorno volviese a ser armenia, el que tuviese que seguir siendo soviética, como el resto de la república, no plantea problemas. Partiendo de todo este substrato, sorprende la dura respuesta de Moscú, que se ha cerrado en banda a toda concesión. Al anunciar un Pleno del Comité Central que tratará de las protestas nacionalistas, Gorbachov se ha encargado de dispensar toda esperanza, al precisar que, en el mismo, habría que combatir las muestras de «chovinismo» y «nacionalismo burgués» emergentes. Los líderes del partido, tanta en Armenia como en Azerbaiyán, han sido sustituidos, y dos pesos pesados de la política soviética, Yakolev y el ortodoxo Igor Ligachov, acérrimo enemigo de la perestroika y segundo en el Kremlin, han viajado a Armenia y Azerbaiyán, respectivamente, para intentar tomar el control de la situación.
NADA DE «PERESTROIKA»
Sin duda, el patrón que guía los movimientos de Gorbachov en la cuestión armenia viene determinado por dos factores clave. En primer lugar, la conciencia de la delicadeza de su propia situación, en un momento en que sus enemigos esperan cualquier fallo para descalificar su política. Gorbachov recuerda el «caso Kruchov» y no desea seguir el mismo derrotero. En segundo lugar, el saber que cualquier concesión nacionalista, sería el detonante para un recrudecimiento de las reivindicaciones nacionalistas en la URSS que, como fusión artificial y contra-natura de tantas identidades, amenaza con estallar por infinidad de flancos. Por sólo enunciar algunos: Kazajstán, Moldavia, Crimea y los Países Bálticos son regiones cuya continua conflictividad configura la actualidad internacional. Desgraciadamente, todo indica que el interés de Gorbachov no reside tanto en canalizar los deseos del inmenso pueblo que dirige, con todas sus matices, en un régimen de libertad, sino en establecer su propio proyecto político ayudándose de modo astuto precisamente de las corrientes opositoras. Desproveyéndolas de su peligro potencial, en la medida en que las reduce a aliados. Un juego arriesgado en el que el marketing y la imagen, en un interesantísimo paralelismo con Occidente, son fundamentales. La estrategia se deja ver claramente, por ejemplo, en su acercamiento a la Iglesia, que tan vergonzosamente convive, en el caso de la jerarquía ortodoxa, con el régimen: no permite que la Iglesia se afirme como alternativa cultural, lo que la convertiría en competidor directo del materialismo pragmático propiciado por el partido, pero amplía los espacios en los que ésta, realizando tareas laterales, como la ayuda a los marginados o la difusión de valores éticos, puede ser útil a los intereses del PCUS. Ilya Glazunov, pintor soviético cristiano, lo expresaba de este modo en una visita en septiembre a España: «El milenario ha supuesto un acercamiento entre el Estado y la Iglesia. Ya hubo un acercamiento durante la segunda Guerra Mundial: los alemanes invadían Rusia y la gente no quería morir por Marx o por Lenin. Stalin se dio cuenta, sacó de la cárcel a los arzobispos, renació la idea de la patria rusa. Pero al acabar la guerra todo volvió a ser como era. Hoy asistimos a un segundo acercamiento que ha llegado hasta el punto de permitir la transmisión de los oficios religiosos de Pascua por la televisión soviética. No podía creerlo cuando lo supe».
Nada hay del caso armenio que aconseje un acercamiento del PCUS a la Armenia que reclama Nagorno-Karabaj. Cualquier concesión sería el comienzo de un polvorín nacional y, lo que es definitivo, nada pueden ofrecer a cambio los armenios al proyecto de Gorbachov. Que en este proyecto, al menos en las declaraciones del líder en Europa, desempeñen en teoría un importante papel los derechos humanos, no es sino una ironía más. Allí donde los derechos humanos son molestos, el partido soviético desenmascara, una vez más, un rostro duro y terrible. Demasiado conocido.
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