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Huellas N.13, Octubre 1988

NUESTROS DÍAS

Armenia molesta a Gorbachov

Cristina López Schlichting

El 28 de febrero fue la matanza. Cristianos armenios y musulmanes de la región de Azerbaiyán se enfrentaron en las calles de la ciudad azerbaiyana de Sungai. Un odio ancestral con un saldo de 350 muertos. Los musulmanes vengaron así las reivindicaciones armenias sobre la región azerbaiyana de Nagorno-Karabaj. Ahora, el partido soviético ha cerrado definitivamente todas las puertas a las peticiones armenias. Un silencio denso para proteger a la perestroika que dice muy poco de tal perestroika.

Fue más que una lucha. Aun­que las agencias oficiales reduje­ran la cifra de muertos a 32, en la clandestinidad se situó en torno a los 350. Las manifestaciones pre­vias en Erevan, la capital de Ar­menia, pidiendo la devolución de la región de Nagorno-Karabaj, ha­bían irritado a los azerbaiyanos. Y los musulmanes no perdonaron ni a ancianos ni a niños. En la ma­ternidad de un hospital armenio llegaron a asesinar a las embara­zadas y a extraerles los niños por nacer. La matanza tiene todas las características de los odios genoci­das y del fundamentalismo. Ren­cores ancestrales, acumulados por décadas, tuvieron un saldo inhu­mano.
Entre ambos pueblos, el arme­nio y el azerbaiyano, existe desde siempre una profunda separación que reina entre una cultura cristia­na, de corte occidental y tendencia europea, y otra turca, musulmana, que en el pasado tuvo fuertes la­zos con Irán.

EL GENOCIDIO
Actualmente, Armenia -que con Georgia y Azerbaiyán consti­tuye el trío de repúblicas caucási­cas de la URSS- es apenas un re­ducto del gran imperio que fue en la antigüedad. Limítrofe con Asia, situada en la zona más oriental de Occidente, tenía sus tradicionales enemigos en los turcos. El último episodio de este enfrentamiento se desarrolló en 1915-16, cuando éstos asesinaron a la mayor parte de los armenios que vivían en su territorio. Los que pudieron esca­par huyeron por todo el mundo hasta formar una amplia diáspora armenia, todavía existente.
El fin de la segunda Guerra Mundial significaría el regreso de muchos de estos armenios. Traje­ron numerosas experiencias occi­dentales, que contribuyeron a dife­renciar aún más a Armenia de su vecino musulmán. Desde enton­ces, la matanza de 1915-16 y la vecindad con Azerbaiyán son una misma cosa. Que el pasado no se olvida lo recuerdan periódicamen­te los atentados armenios en las embajadas turcas de todo el mun­do.
Tras la primera Guerra Mun­dial y la revolución soviética, Le­nin se reordenó la configuración de los territorios que integrarían la Unión Soviética. Los turcos su­pieron plantear sus demandas so­bre una extensa parte de Armenia, el Nagorno-Karabaj, como la ga­rantía necesaria para evitar una posible revancha armenia por los sucesos de 1915-16. A la ideología internacionalista del partido so­viético no le repugnaba esta con­cesión si significaba la «paz» y, por otra parte, a Stalin le conve­nía demostrar buena voluntad con respecto a Turquía que, caído el Imperio Otomano, mostraba afa­nes expansionistas. Así pues, en 1923, Nagorno­-Karabaj, con sus 160.000 habitan­tes y su próspera economía agrí­cola, pasó a depender de Azerbai­yán. Inmediatamente se inició el intento turco de hacerse con las ri­quezas de la región, acompañado por una intensa represión cultural, que incluyó el entorpecimiento de la lengua y enseñanza armenias o de la conexión televisiva o radiofónica con Armenia. Se obstaculi­zó el desarrollo económico, con el propósito de provocar la emigra­ción de los habitantes. A pesar de todo ello, Nagorno-Karabaj con­serva hoy un 80 por 100 de pobla­ción armenia.
Si la férrea política estalinista impidió toda protesta en Armenia y, posteriormente, los años de Breznev sumieron a la URSS en un letargo donde corruptelas y componendas «apañaban» el fluir «pacífico» de los años, la palabra perestroika ha hecho renacer las esperanzas armenias en la actuali­dad. Con Gorbachov, pensaban, hasta la espina de Nagorno-kara­baj podría extraerse.
Es difícil definir el tipo de rei­vindicación que mueve a los arme­nios. En los casos de Lituania o Ucrania, Moscú se enfrenta a una identidad cultural que no pone sólo en cuestión la relación políti­ca de estos territorios con la URSS, sino los principios soviéti­cos mismos. En ambos casos, si­glos de tradición cristiana han configurado pueblos cuyos concep­tos de libertad o dignidad humana son incompatibles con el materia­lismo soviético. Y de ahí la rela­ción causa-efecto entre la reaviva­ción de la fe y la protesta política. Pero en el caso armenio, curiosa­mente, no existe un enfrenta­miento cultural directo con el par­tido.

«NACIONALISMO BURGUÉS»
Armenia sólo desea Nagorno­-Karabaj. Como lo desea un pueblo vejado y dolido, consciente de que sus vecinos, enemigos seculares, tienen en su poder una parte de la historia y la identidad armenias, pero no ha presentado signo algu­no de duda con respecto a su pro­pio vínculo con Moscú.
Aunque la Iglesia ha sido el pi­lar de la identidad armenia y el fa­natismo fundamentalista musul­mán ha dejado su tremenda mar­ca de identidad en los recientes en­frentamientos, no se da un conflic­to con el partido mismo. La pro­testa nacionalista parece ser pura cuestión de fronteras. Una vez Nagorno volviese a ser armenia, el que tuviese que seguir siendo soviética, como el resto de la re­pública, no plantea problemas. Partiendo de todo este substra­to, sorprende la dura respuesta de Moscú, que se ha cerrado en ban­da a toda concesión. Al anunciar un Pleno del Comité Central que tratará de las protestas nacionalis­tas, Gorbachov se ha encargado de dispensar toda esperanza, al pre­cisar que, en el mismo, habría que combatir las muestras de «chovi­nismo» y «nacionalismo burgués» emergentes. Los líderes del partido, tanta en Armenia como en Azerbaiyán, han sido sustituidos, y dos pesos pesados de la política soviética, Yakolev y el ortodoxo Igor Ligachov, acérrimo enemigo de la perestroika y segundo en el Kremlin, han viajado a Armenia y Azerbaiyán, respectivamente, para intentar tomar el control de la situación.

NADA DE «PERESTROIKA»
Sin duda, el patrón que guía los movimientos de Gorbachov en la cuestión armenia viene determinado por dos factores clave. En primer lugar, la conciencia de la delicadeza de su propia situación, en un momento en que sus ene­migos esperan cualquier fallo para descalificar su política. Gorbachov recuerda el «caso Kruchov» y no desea seguir el mismo derrotero. En segundo lugar, el saber que cualquier concesión nacionalista, sería el detonante para un recru­decimiento de las reivindicaciones nacionalistas en la URSS que, como fusión artificial y contra-na­tura de tantas identidades, amena­za con estallar por infinidad de flancos. Por sólo enunciar algu­nos: Kazajstán, Moldavia, Crimea y los Países Bálticos son regiones cuya continua conflictividad confi­gura la actualidad internacional. Desgraciadamente, todo indica que el interés de Gorbachov no re­side tanto en canalizar los deseos del inmenso pueblo que dirige, con todas sus matices, en un régi­men de libertad, sino en estable­cer su propio proyecto político ayudándose de modo astuto precisamente de las corrientes oposito­ras. Desproveyéndolas de su peli­gro potencial, en la medida en que las reduce a aliados. Un juego arriesgado en el que el marketing y la imagen, en un interesantísi­mo paralelismo con Occidente, son fundamentales. La estrategia se deja ver claramente, por ejem­plo, en su acercamiento a la Igle­sia, que tan vergonzosamente con­vive, en el caso de la jerarquía or­todoxa, con el régimen: no permi­te que la Iglesia se afirme como al­ternativa cultural, lo que la con­vertiría en competidor directo del materialismo pragmático propi­ciado por el partido, pero amplía los espacios en los que ésta, reali­zando tareas laterales, como la ayuda a los marginados o la difu­sión de valores éticos, puede ser útil a los intereses del PCUS. Ilya Glazunov, pintor soviético cristia­no, lo expresaba de este modo en una visita en septiembre a Espa­ña: «El milenario ha supuesto un acercamiento entre el Estado y la Iglesia. Ya hubo un acercamiento durante la segunda Guerra Mun­dial: los alemanes invadían Rusia y la gente no quería morir por Marx o por Lenin. Stalin se dio cuenta, sacó de la cárcel a los ar­zobispos, renació la idea de la pa­tria rusa. Pero al acabar la guerra todo volvió a ser como era. Hoy asistimos a un segundo acerca­miento que ha llegado hasta el punto de permitir la transmisión de los oficios religiosos de Pascua por la televisión soviética. No po­día creerlo cuando lo supe».
Nada hay del caso armenio que aconseje un acercamiento del PCUS a la Armenia que reclama Nagorno-Karabaj. Cualquier con­cesión sería el comienzo de un polvorín nacional y, lo que es de­finitivo, nada pueden ofrecer a cambio los armenios al proyecto de Gorbachov. Que en este proyec­to, al menos en las declaraciones del líder en Europa, desempeñen en teoría un importante papel los derechos humanos, no es sino una ironía más. Allí donde los dere­chos humanos son molestos, el partido soviético desenmascara, una vez más, un rostro duro y terrible. Demasiado conocido.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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