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Huellas N.10, Febrero 1988

REVISIÓN CULTURAL

La conversión al cristianismo: en los primeros siglos, igual que hoy

Mauro Vandelli

Ante una nueva sección: REVISIÓN CULTURAL
Entre los aspectos de la vida que deben ser objeto de nuestro compromiso con la existencia entera quiero resaltar uno esencial: es la tradición. ( ... ) Cada uno de nosotros nace en una tradición. La naturaleza nos arroja dentro de la dinámica de la existencia pertrechándonos con un instrumento completo para afrontar el ambiente. ( ... ) No para que nos fosilicemos en ella (en la tradición), sino para que desarrollemos -hasta incluso cambiarlo, y profundamente­ aquello que se nos ha dado. Pero para cambiar lo que se hos ha dado debemos en principio obrar «con» eso mismo que se nos ha dado, debemos usarlo. Sólo en base a los valores y en la riqueza que he recibido puedo, a mi vez, llegar a ser creativo.
(L. Giussani, El Sentido Religioso, pp. 52-53).

La historia tiene un valor y una importancia fundamental para la existencia: una persona que no tiene historia, que no es «rico» en historia, está condenado a vivir determinado por la circunstancia particular, como un niño que cuando tiene un juguete está contento y, cuando no lo tiene, llora. Para nosotros, conocer la historia de la Iglesia es mucho más que el conocimiento científico de un sector importante de la historia occidental: es conocer algo de lo que somos parte para comprender más a fondo lo que somos y lo que vivimos.
Para comprender el hecho cristiano la historia de los tres primeros siglos es la más importante.


l. Quiero hacer una compara­ción entre la cultura dominante de entonces y la de hoy, pues hay una analogía notable entre ambas. Nuestra cultura también hoy es pagana, aunque no haya dioses como Júpiter, Minerva, A polo, etc El poeta Eliot, en los «Coros de La Piedra», afirma que los dioses de hoy son la Usura, la Lujuria y el Poder. Y en efecto, dinero, guerra, sexo, producción, son los dioses de hoy (dios = realidad en la que uno confía incondicionalmente su pro­pia verdad y salvación). Hoy todo el mundo sirve a estos dioses. Pro­poned a un compañero vuestro del instituto o de la universidad que haga algo gratuitamente: ¡os mi­rará como si estuviérais locos!
Quiero poner un ejemplo. La cultura de hoy usa normalmente como paradigma negativo -cuan­do quiere denigrar una acción o un suceso- el apelativo de «bárbaro» o «medieval». Recuerdo que hace algunos años, cuando murieron aplastados muchos italianos es­pectadores de un partido de fútbol en el estadio de Heisel, la prensa y la opinión pública calificaron aquel hecho de «acto de barbarie»
o de «cosas de la Edad Media». Sin embargo, debemos recordar que los bárbaros mataban para defen­der su vida y su tierra, mientras que, en Bruselas, hubo una apues­ta por la muerte, exactamente como hacían los paganos hace dos mil años en los circos. Tanto la cultura de hoy como la pagana (y no la de los bárbaros), deben ex­citar continuamente la psicología de la gente, y lo que proporciona más excitación es la muerte. Esto no es sino el placer como lógica del vivir: es paganismo de «pura cepa».

2. Hoy todos creen ya saber lo que es el cristianismo, Cristo, la Iglesia, etc. ¡No hay nada peor que hablar con uno que cree saberlo ya todo:¡no aprenderá nunca!
Hace dos mil años no era así: el cristianismo era una realidad nueva, pero nueva porque era irre­ductible a cualquier otra realidad humana. El acontecimiento cris­tiano entró en la Historia, no como una realidad «en contra» de algo, sino como una realidad ori­ginal; luego, frente a un aconteci­miento nuevo, o uno se adhiere, o uno se pone en contra de ello (y el primero en ponerse en contra fue el rey Herodes).
En esta época, como hace dos mil años, el cristiano está llamado a ser «precursor»: debe construir un lenguaje nuevo y una civiliza­ción nueva.

3. ¿Cómo era la cultura gre­corromana? Estaba totalmente planteada sobre la religión (la vida, la ciudad, la política, las cos­tumbres, etc.). Toda la existencia estaba relacionada con la divini­dad. La función de Roma fue la de acoger y ampliar -en dimensio­nes mundiales- el planteamiento griego del hombre y del Estado; sus presupuestos eran la diviniza­ción del orden y de su representante, el Emperador. Los cristia­nos -los únicos que se negaban a aceptar estos presupuestos- eran acusados por el Estado de:
-Ateísmo. Todos creían en los dioses; sin embargo, los cristianos decían tener una relación directa e inmediata con Dios en Jesucristo. Se les atacaba porque no acepta­ban a los dioses y, en consecuen­cia, a la sociedad en sus fundamen­tos (Estado y Emperador).
-Eran perseguidos con moti­vo de su rechazo a ofrecer sacrifi­cio al emperador. El Imperio Ro­mano toleraba cualquier ideología, opinión, religión, con tal de que se aceptase el ofrecimiento de sacri­ficios al emperador. Los cristianos eran gente que abiertamente se oponía a esto: tenían un único cristo. Hoy la luche contra el poder se presenta en los mos términos, aunque tal vez de forma más enmascarada.
Por otro lado, también el pue­blo bajo, para desprestigiar social­mente a una persona, la tachaba de «ser cristiano». Además, acusa­ba a los cristianos de: -Ser causa de todas las cala­midades y plagas sociales (epide­mias, terremotos, incendios, etc.).
-Devorar a los niños, porque habían oído decir que, cuando los cristianos se reunían, comían el cuerpo y bebían la sangre (era la Eucaristía) de un hombre vivo.
-Cometer incesto, porque los cristianos se amaban como «her­mano y hermana».
Al final, la cultura absolutista grecorromana, después de haber perseguido el desarrollo de aquel hecho nuevo, y no pudiendo hacer nada en contra de ello, intentará instrumenralizarlo ( «edicto de to­lerancia» y proclamación del cris­tianismo como «religión del Es­tado»).
4. ¿Dónde está la diferencia fundamental entre la cultura gre­corromana y el cristianismo?
La cultura grecorromana era una cultura de hombres religiosos. La religión es el intento humano de alcanzar el misterio último de la vida, el fondo último del propio destino: a través de dogmas, ritos y leyes morales.
El cristianismo, de por sí, no es una religión en ese sentido (inclu­so durante tres siglos no hubo iglesias, etc.). El cristianismo dice: «Vuestro intento (religioso) no os salva, porque es un esfuerzo vues­tro -aunque bueno, digno y generoso-, es una proyección vues­tra. Sin embargo, lo que te salva es un gesto de Dios hacia ti: Cris­to».
El punto de choque, la diferen­cia fundamental, no estaba en un cierto tipo de experiencia religio­sa, sino en una experiencia de fe. El problema fundamental es la fe, es decir, reconocer la iniciativa de Dios.

5. Es sólo a partir de este re­conocimiento de la iniciativa de Dios en Jesucristo, cuando la per­sona adquiere todo su valor, por­que en Jesucristo es posible, para cada hombre que viene al mundo un acceso real al fondo de la exis­tencia: los demás tendrán que em­plear tres siglos para comprender el alcance revolucionario de esta afirmación, pero quien se adhería al cristianismo estaba introducien­do en la Historia una dimensión desconocida. A nosotros nos pare­ce una observación de poca impor­tancia; sin embargo, es muy signi­ficativo el hecho de que solo los documentos cristianos hayan transmitido el nombre de algún tipo de personas del que ningún escritor pagano habló nunca: personas humildes, esclavos que ni siquiera estaban apuntados en las oficinas de empadronamiento porque no era «ciudadanos» (cives). Y este discurso llegará a tales consecuencias que, cuando en la mitad del siglo II llegue a ser papa un liberto (esclavo liberado) y más tarde un extranjero (un sirio), nadie tendrá impedimentos para obedecerlos, pues el valor está en la persona en tanto que implicada en el aconte­cimiento cristiano.
La historia de los cristianos de los tres primeros siglos fue, en la sociedad de entonces, una cohe­rente petición y un testimonio de libertad, esto es, de la afirmación de que el hombre no puede ser en­cerrado en ningún esquema por­que adquiere de Cristo, que ha muerto por su liberación, su valor auténtico y total (cfr. «Carta a Diogneto»).
6. El factor existencial de la vida cristiana, aquel factor que manifestaba la presencia de la fe como madurez y plenitud huma­na, era (y es) la conversión, un cambio profundo del pensar y del actuar de la persona. Este cambio es un acontecimiento, algo que su­cede en la vida (como, por ejem­plo, cuando una mujer, en un de­terminado instante, se da cuenta de que es madre; o como el ena­morarse de una persona). No es una coherencia con determinadas leyes. El cambio no es una reali­dad que se pueda medir en térmi­nos cuantitativos, un hacer más cosas o hacer cosas distintas: al fin y al cabo, sería siempre la proyec­ción de lo que tú eres. Es más bien algo que, cuando se da, se da en términos análogos a los términos artísticos (como una música, o una obra de arte), es una calidad de vida distinta.
Lo que ha cambiado el Imperio Romano, su cultura y, por exten­sión, toda la faz de la tierra, ha sido la presencia de hombres nue­vos, gente «tocada» por aquel acontecimiento y no simplemente gente «religiosa».

Bibliografía esencial:
- G. Bardy, La conversión al cristianismo en los primeros si­glos.
- Cochrane, Cristianismo y cultura clásica.
- H. Rahaner, Iglesia y Estado en el cristianismo primitivo.
- Menoud, La vida de las igle­sias primitivas.
- Daniel Rops, Historia de la Iglesia de Cristo.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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