¿Quién era Pedro? Los Evangelios, los Hechos de los Apóstoles, las Cartas de Pablo, las del mismo Pedro, son pródigos en detalles acerca de él, mucho más que acerca de los otros protagonistas. Sabemos mucho de Pedro: seguramente era un hombre de constitución robusta, ya que siempre que se trataba de demostrar la fuerza él estaba en primera fila. Tenía un carácter impulsivo, violento y sin duda generoso. Su edad era similar a la de Jesús, provenía de Betsaida, una ciudad en la margen oriental del lago de Tiberiades, en Galilea. Era hijo de una familia de pescadores y su padre se llamaba Juan. Como su hermano Andrés, tenía un nombre de origen griego, signo de que la región de la que provenían era una tierra cosmopolita: «la Galilea de los gentiles» la definen Isaías y Mateo, y éste es un dato importante para comprender toda la historia humana de Simón. Cruzando las cuatro fuentes evangélicas se puede reconstruir el encuentro de Pedro con Jesús (Peter Thiede es el autor de esta reconstrucción): Jesús le vio por primera vez en Betania, a orillas del Jordán. El hombre de Nazaret había llamado ya a Juan y a Andrés, discípulos del Bautista. Y fue Andrés quien llevó a Pedro ante Jesús. Era el tiempo de la Pascua judía. La cita definitiva, y decisiva para Pedro, se da en Cafarnaúm, una localidad de la margen occidental del lago de Tiberiades. En ese lugar desarrollaban su hermano y él su actividad de pescadores. Jesús les ve, sale con la barca de los dos hermanos y pide que se alejen un poco de la orilla para que la muchedumbre que le seguía pudiera escucharle mejor. Después, concluida la predicación, Jesús les pide un gesto que siendo ellos pescadores profesionales parecía del todo irracional: echar las redes en pleno día cuando, en las condiciones más favorables, es decir, durante la noche, no habían conseguido sacar ni un solo pez. En este punto Lucas nos cuenta las primeras palabras en directo de Pedro. Y son palabras que fotografían su carácter: al principio un amago de protesta por lo absurdo del requerimiento, después inclina la cabeza y obedece. La pesca milagrosa constituye el verdadero cambio de rumbo en la vida de Pedro. Lucas escribe de modo sintético que él y sus compañeros «cuando llegó la barca a la orilla, dejaron todo y le siguieron».
En casa de Pedro
El siguiente escenario es la casa de Pedro en Cafarnaúm. Allí vivía con su familia; la suegra, el hermano Andrés y la mujer (de la que los Evangelios no dicen casi nada, pero que, según Eusebio y Clemente, murió mártir en Corinto antes de la llegada de Pedro a Roma en el año 42). Una casa que no debía ser pequeña, de una sola planta, que se convierte en la base para Jesús y sus discípulos: Marcos testimonia que dormían aquí. La curación de la suegra (quien, como nos cuenta Lucas, que era médico, permanecía postrada a causa de las fiebres) despertó tal curiosidad que «se agolparon tantas personas que ni siquiera ante la puerta había ya sitio» (Mc 2,2). Cafarnaúm está llena de restos arqueológicos que confirman la verdad del relato evangélico. La tradición que reconoce los restos de la cas de Pedro es antiquísima (se remonta al 381, cuando la peregrina Egeria habló de una iglesia que había incorporado los muros de la casa del apóstol); los restos de pavimento de basalto confirman la ubicación de la sinagoga, frecuentada por Jesús («Cuando salió de la sinagoga se fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés», Mc 1,29). Pero ante todo se encontraron los restos de los edificios de la guarnición romana, la del centurión de Cafarnaúm que le pidió a Jesús que curara a su siervo paralizado y doliente. El episodio fue ciertamente crucial para la formación de Pedro. Le mostró cómo Jesús estaba abierto a todos, también a los romanos, enemigos y paganos, que para colmo habitaban a unos metros de su casa. Y Pedro mismo lo recordaría unos años después cuando, sembrando el desconcierto en la comunidad de Jerusalén, se fue a casa del centurión de Cesarea Marítima que le había llamado («a mí me ha mostrado Dios que no hay que llamar profano o impuro a ningún hombre. Por eso al ser llamado he venido sin dudar», Hch 10,28).
Liberación milagrosa
El episodio del centurión y de la relación con los gentiles liga los dos polos decisivos en la vida de Pedro: por una parte, Cafarnaúm, donde el pescador lo deja todo y sigue a Jesús; por otra, Roma, donde el expescador vive tantos años y encuentra el martirio. Es un Pedro muy cambiado el que describen los Hechos de los Apóstoles: la mirada de Jesús, que se posó sobre él al cantar el gallo en el patio del sumo Sacerdote, le hizo percibir la potencia y la libertad de la misericordia de Dios. Es un Pedro maduro, que sabe solventar las situaciones más complicadas, que sabe ser astuto, que descubre una virtud tan poco congénita en él: la paciencia. Dos veces encarcelado, dos veces liberado de modo milagroso. Tras el segundo cautiverio se aloja en Jerusalén en casa de la madre de Marcos, el discípulo fiel que escribiría su evangelio a partir de los relatos de Pedro. Lucas cuenta el asombro de quien se encontraba con él y después escribe que Pedro, que era perseguido, se dirigió a «otro lugar». ¿Cuál era ese «otro lugar»? Con toda probabilidad era ya Roma, aunque ninguna fuente del Nuevo Testamento lo confirma directamente. Sin embargo, hay dos confirmaciones indirectas. Una en la primera carta de Pedro, donde el apóstol dice escribir desde la «iglesia elegida que está en Babilonia»: y Babilonia, igual que en el Apocalipsis, era un criptograma que indicaba a Roma. La otra referencia se encuentra en la Carta de Pablo a los Romanos, en la que Saulo justifica su ausencia de Roma con el hecho de no querer «construir sobre le fundamento de otro». Llegado en el año 42, partió por primera vez en torno al 46 para volver a Jerusalén, donde, con la muerte de Herodes Agripa, tenía menos que temer.
La relación con Pablo
En el año 48 participa en el primer Concilio, defendiendo junto a Pablo la libertad de los gentiles convertidos de no someterse a la circuncisión. De cualquier forma la relación entre ellos no iba como la seda, como muestra el célebre episodio de Antioquía. Pedro, en la fortaleza de Pablo, acepta una invitación a cenar de un grupo de gentiles convertidos. Pero al saber de la llegada de emisarios de Santiago (que era el paladín de los judeo-cristianos) procedentes de Jerusalén, «comenzó a evitarles y a mantenerse al margen». Para Pablo era una actitud hipócrita y es difícil no darle la razón. Sin embargo, tenemos sólo su versión del episodio, y ciertamente Pedro, el más abierto a los paganos, tenía buenos motivos para comportarse así, tratando de no exponerse y de no implicar a los neoconversos.
Aún le esperaba Roma, donde de casa en casa la comunidad crecía a ojos vista. Regresó en torno al 57. Ciertamente se ganó más de un enemigo dentro de la comunidad si bien es cierto lo que escribe Clemente, el tercer papa, quien cuenta que a causa de los celos de algunos fue capturado y condenado a muerte. Era probablemente el año 67, último reinado de Nerón. Pedro fue crucificado, en los Huertos de Nerón, con la cabeza hacia abajo por su voluntad explícita, porque se consideraba indigno de morir como su maestro y Señor.
Fue sepultado a unas decenas de metros, en el lugar donde hoy se alza el altar de la Confesión de la Basílica de San Pedro.
SEÑAS DE IDENTIDAD
Nombre: Pedro, hijo de Juan
Procedencia: Betsaida, Galilea
Datos particulares: robusto, con barba, probablemente trilingüe (habla griego, hebreo y arameo), pero con un acento relevante que declaraba su procedencia galilea (ver el episodio de la negación).
Fiesta: 29 de junio junto a san Pablo
Lugar de culto: San Pedro en Roma; San Sebastián, en la vía Appia, donde sus restos fueron custodiados probablemente durante la persecución de Valeriano, en el 258; la iglesita del Quo Vadis, al comienzo de la vía Appia; la cárcel Mamertino, donde fue encerrado en Roma; San Pedro in Grado, a las afueras de Pisa, a los pies del Arno, donde según la tradición habría desembarcado Pedro para dirigirse a Roma.
Hablan de él: los Evangelios, los Hechos de los Apóstoles, las Cartas de Pablo, en particular la de los Gálatas, las Cartas de Pedro. A éstas se unen muchas fuentes antiguas, entre las que destaca la carta a los cortintios de Clemente Romano, tercer papa, en torno al año 80.
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