Va al contenido

Huellas N.10, Noviembre 2022

PRIMER PLANO

Una compañía vital

Paola Bergamini

El agradecimiento a Giussani y la misión del movimiento en la Iglesia. Una conversación con el cardenal Angelo Scola

Su primer encuentro con don Giussani tuvo lugar por una decisión tomada en el último momento: entrar en la basílica de San Nicolò en Lecco para escuchar una meditación. Era el año 1958. «En aquella época vivía una pertenencia cansada a la vida eclesial», cuenta el cardenal Angelo Scola, que iba entonces al instituto. «El tema, “La juventud como tensión”, ya me pareció curioso. Giussani nos habló de la libertad en acto, de las evidencias y exigencias que cada hombre lleva en el corazón». Ese fue el inicio de una amistad y de una pertenencia que el 15 de octubre le llevó a la plaza de San Pedro para la audiencia con el papa Francisco.

¿Por qué ha decidido estar presente en Roma?
En primer lugar, por la gratitud que debo a don Giussani, porque ha sido decisivo en mi vida y en mi vocación. En segundo lugar, por la estima que tengo por el movimiento.

¿Qué ha suscitado en usted ver a tanta gente en la plaza?
Ver que no solo estaba llena la parte central de la plaza de San Pedro, sino hasta el primer cuarto de la Via de la Conciliazione, me causó alegría y gratitud. Más allá de los vericuetos que atravesamos, es signo de que al pueblo de CL en su inmensa mayoría le importa la unidad y la comunión viva para dar testimonio en favor de Jesús y de la Iglesia.

Había muchos jóvenes, algunos viajaron de noche.
La presencia de los jóvenes ha sido muy importante, sobre todo si tenemos en cuenta el sacrificio que han hecho. Eso significa, como dijo el Papa al principio de su discurso, que el movimiento no pierde su capacidad «de reunir y movilizar». Expresa la vitalidad del carisma de don Giussani, incluso en quienes nunca lo conocieron personalmente. Esta es la fuerza del carisma y, como horizonte, también de la santidad dentro de la Iglesia. La decisión del Papa de conceder esta audiencia interviniendo personalmente en la parte central del gesto y destacando los tres aspectos fundamentales de la figura de Giussani, es una confirmación más de su importancia para la misión de la Iglesia, de lo que él fue, de lo que hizo y de lo que puede seguir haciendo acompañándonos desde el cielo.

Recordando su primer encuentro en 1958, cuando estaba en el instituto, y la relación preferencial que tuvieron, ¿qué suscita en usted la manera con la que Francisco nos ha devuelto a Giussani?
Me suscita gratitud al Papa y me demuestra su realismo pastoral. En efecto, ha sido capaz de intervenir mediante el Dicasterio en ciertas dificultades que atravesaba el movimiento, pero siempre con un espíritu de valoración. También estos aspectos fatigosos podrán superarse y el movimiento podrá seguir creciendo en su tarea y en su misión. Hubo un momento en que Francisco dijo: «Espero más» del movimiento. Nos ha confiado una importante responsabilidad. La manera en que ha vuelto a proponer la figura de Giussani hablando de su carisma, de él como educador y sobre todo como hijo de la Iglesia, abre un camino para cada uno de sus hijos. De esta manera el movimiento puede crecer e interpretar bien los cambios profundos que se están dando en la realidad. El Papa habló de su sintonía con Giussani, cuando contó que había leído sus libros, pero el dato fundamental y constitutivo del carisma –palabra que por otro lado no hay que enfatizar más de lo necesario– es el encuentro personal con Jesús que el propio Giussani tuvo a los 15 años y nos comunicó a todos nosotros. Un encuentro que necesita la comunión como experiencia real: este es el punto en el que me parece que el movimiento y quien lo guía debe trabajar ahora, superando ciertas tensiones, si aún existen. El principio de que un acontecimiento, como es el encuentro personal con el Señor, solo se puede comunicar mediante otro acontecimiento implica que la comunión entre los que han tenido el don de recibir el carisma de don Giussani debe manifestarse de manera visible y atractiva en todos los ámbitos de la vida personal, eclesial y social.

¿Es un atractivo que permanece?
Sí, esa es la cuestión. El hecho del cristianismo, por su naturaleza, se dirige a la libertad y la libertad solo se mueve cuando encuentra respuesta al deseo que la constituye. El factor del atractivo es muy significativo. Desde el principio, nunca hemos afrontado en términos puramente asociativos nuestro estar juntos. Giussani nunca nos pidió carnets, cada uno iba y venía según se movía su libertad. La fuerza del movimiento reside justamente en la evidencia imponente de que Giussani era alguien que creía en lo que decía. El don de suscitar ese atractivo le permitía mantener unidas a personalidades muy distintas. Por ejemplo, en los años 80 había temperamentos muy diferentes entre los que éramos responsables, nos habríamos peleado mucho y no habríamos sido capaces de alcanzar la consonancia necesaria para vivir esa responsabilidad si Giussani no hubiera despertado siempre ese atractivo, generando así comunión entre personas muy distintas. Este también es un criterio para el futuro.

Retomando las palabras del Papa, ¿qué significa para usted esta frase: «No os olvidéis nunca de esa primera Galilea del encuentro»?
Es fundamental. En las diversas realidades pastorales que se me han encomendado, siempre he reclamado, sobre todo, a mis sacerdotes la importancia de volver al encuentro inicial. He citado muchas veces una frase de Von Balthasar, ya octogenario: «Hoy podría volver a encontrar, en aquella vereda intrincada de la Selva Negra, el árbol junto al cual fui fulminado como por un relámpago… Fui tomado a servicio». Siempre he recomendado a todos los sacerdotes, a los jóvenes, a todos, que vuelvan constantemente al encuentro inicial porque es la actualización del Bautismo que recibimos de pequeños. Este retorno al encuentro personal es decisivo.

Para usted, ¿«volver a esa primera Galilea» es su encuentro con Giussani en 1958?
Ese fue el inicio, que luego se consolidó en el verano, participando en un campamento con chavales de Lecco, Varese y Milán. Entonces vino a hablarnos Pigi Bernareggi. Todavía lo recuerdo vivamente. Estábamos sentados en una sala con las paredes agrietadas, con bombillas colgando del techo que estaban llenas de moscas, y él empezó diciendo: «Si Jesucristo no tuviera que ver incluso con esa bombilla, yo no sería cristiano». Nos mostró la capacidad omnicomprensiva del acontecimiento del Señor, que no es una parte de la vida –como entonces corríamos el riesgo de concebir el cristianismo, dejando a la moral su realización–, sino que constituye su núcleo, la razón profunda del vivir.

¿Qué cree que está pidiendo Francisco al movimiento con sus palabras?
Es necesario que cada uno deje a un lado la percepción que tiene de lo que el Papa nos está pidiendo, que corre el riesgo de convertirse en prejuicio, para favorecer una auténtica comunión. De tal manera que se asuma la dimensión misionera a la que Francisco nos ha reclamado, atenta a los ambientes que nos rodean, un factor que siempre ha caracterizado al movimiento. Hay que ayudar a quienes están llamados a guiarlo, porque la comunión está antes de todo lo demás, también de mi opinión. Comunión quiere decir acoger hasta el fondo la experiencia que todos estos años nos ha comunicado Giussani, acudiendo, como él mismo decía, más allá del testimonio de su vida, a sus textos, a la Escuela de comunidad y a la belleza de la amistad entre nosotros. Tratando de vivir esta experiencia y dando crédito a la unidad como manifestación decisiva de la comunión.

¿Qué significa para usted la palabra “inquietud” al terminar el discurso de Francisco?
Recuerdo la conclusión de una intervención de don Giussani en el Meeting: «Deseo para mí y os deseo a vosotros que nunca estemos tranquilos, ¡jamás tranquilos!». Se percibe el eco de san Agustín: «Nos creaste para ti, Señor, y nuestro corazón estará inquieto mientras no descanse en ti». La vida tiene una dimensión dramática, que no quiere decir trágica, constituida por una libertad que se pone en juego continuamente, que debe arriesgar continuamente, está hecha de luces y sombras, basta con pensar en nuestras fragilidades. Aquel que vive de Cristo, como sentido de su vida, no puede dejar de estar siempre inquieto. La inquietud es imprescindible en nuestra vida. El Papa la retoma porque es una dimensión constitutiva de la vida libre de cada uno.

Hay otras dos palabras del discurso de Francisco que llaman la atención: “pasión” (por el hombre y educativa) y “compañía”.
“Pasión” es la apertura, mediante el deseo, de la libertad hacia el cumplimiento de uno mismo. Va ligada estructuralmente al atractivo que despiertan las personas que viven el sentido de la vida partiendo del encuentro con Cristo. “Compañía” es la condición que Jesús pone para seguirlo. La cuestión es que la compañía sea vital, que ella misma sea un acontecimiento y no una asociación mecánica. Es importante que esto se mantenga vivo. El encuentro personal con Jesús, el atractivo que despierta, la pasión que genera y una compañía donde se encarna son los factores necesarios para vivir.

¿Esa es la misión a la que nos invita el Papa?
La misión es la expresión coesencial de la adhesión a Jesús. Dios ha querido quedarse en medio de nosotros y ser el factor que permite una vida plena, que permite mirarse uno mismo y a los demás de una manera que haga la vida hermosa, a pesar de las sombras que siempre acechan. Pienso, por ejemplo, en la enfermedad, en la vejez, en las muchas fragilidades inevitables.



 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

Vuelve al inicio de página