«Ellos son lo más vivo que he visto nunca», dice Luis, de Puerto Rico, cuando habla de los amigos que conoció en la facultad. En este número, recogemos testimonios de universitarios en varias partes del mundo que reviven, como ellos mismos cuentan, «el origen del cristianismo dos mil años después». La suya es una vida que brota en las relaciones con sus compañeros, afrontando un examen, cuando llegan las elecciones estudiantiles o juzgando lo que pasa en el mundo. Aprenden a mirarse a sí mismos y a los demás con el mismo afecto que han recibido y son una presencia, sencillamente viviendo.
Ahora que acaba el curso, las aulas se vacían, empiezan las vacaciones y queda el mismo compromiso de siempre, el más importante de todos, con la vida y con la propia humanidad. Por eso abrimos estas páginas con unas notas de don Giussani sobre «el tiempo de la libertad», cuyo texto integral está publicado en clonline.org.
«Lo que de verdad quiere una persona, sea joven o adulta, se comprende no por cómo trabaja o estudia –que es lo que está obligada a hacer–, no cuando se mueve determinada por conveniencias o deberes sociales, sino por cómo emplea su tiempo libre. Si un chico o una persona madura desperdicia su tiempo libre, no ama la vida: es un necio. Y las vacaciones suelen ser el momento en el que casi todos nos volvemos necios. Por el contrario, el tiempo de vacaciones es el más noble del año, porque uno se compromete como quiere con el valor que reconoce más relevante en su vida; o bien, no se compromete con nada, pero entonces es un necio.
(...) El valor más grande del hombre, la virtud, el coraje, su energía, aquello por lo que merece la pena vivir, reside en la gratuidad, en la capacidad de gratuidad. Y es precisamente en el tiempo libre donde emerge la gratuidad y se afirma de un modo sorprendente. Cómo se reza, la fidelidad a la oración, la verdad de las relaciones, la entrega de uno mismo, el gusto por las cosas, la modestia en el uso de la realidad, la conmoción y la compasión hacia las cosas, todo esto se ve mucho más en vacaciones que durante el año. En vacaciones uno es libre y, si es libre, hace lo que más quiere.
Esto implica que las vacaciones son algo muy importante. Lo que supone, en primer lugar, valorar la elección de la compañía y del lugar pero, sobre todo, un cierto modo de vivir: si las vacaciones no te hacen recordar lo que más querrías recordar; si no te hacen más bueno hacia los otros porque te vuelven más instintivo; si no te enseñan a mirar la naturaleza en su profundidad; si no te hacen vivir un sacrificio con alegría, el tiempo de descanso no alcanza su objetivo. Las vacaciones deben ser lo más libres posible. El criterio es el de respirar, si puede ser a pleno pulmón».
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