Incorporamos una nueva sección a Nueva Tierra con el fin de guiar de un modo sistemático la
lectura de aquellos autores y obras que nos han ayudado en nuestra historia a comprender más lúcidamente
el fondo del problema humano y la naturaleza de la respuesta que Cristo da al mismo.
Recordaba don Giussani que «enseguida nos sentimos acompañados por escritores como Péguy o
Claudel, Dostoyevski y Thomas Mann, Leopardi o Rilke. Porque una postura cultural correcta no
tiene miedo de nada, abraza lo humano y extrae lo que considera justo sin dejarse desviar por la
ideología... Y así nuestra gente ha navegado por las páginas de Shakespeare o de Pavese
compartiendo a fondo su espesor humano y descubriendo en ellas la riqueza de ese interrogante
humano cuya única respuesta adecuada es Cristo».
Se trata aquí de dar una pauta, una ayuda para empezar la lectura de grandes obras, que de otro
modo podríamos dejar en el olvido o leer de un modo superficial. Os invitamos a recorrer este
camino apasionante de lectura, y a debatir juntos todo lo que nos sugiera y proponga cada obra.
«La razón-medida-de-todas-lascosas ha llevado al hombre hasta el miedo de perder no sólo la propia vida, sino incluso la propia humanidad. El extravío que se ha producido no tiene fondo ante el enigma del destino de la humanidad y de la persona. Quisiera recordar una novela particularmente representativa de este momento histórico, resumen simbólico de esta crisis. Se trata de Barrabás, de Par F. Lagerkvist». Es así como L. Giussani ( en su libro «La conciencia religiosa en el hombre moderno», pp. 37-38, Ed. Encuentro, Madrid, 1986) introduce a una lectura de esta extraordinaria novela con la que el escritor sueco en 1951 obtuvo el premio Nóbel de Literatura; la motivación de ese galardón la consideró como «emblema del hombre europeo». Efectivamente Barrabás es el símbolo del hombre moderno, expresión de una cultura que lo concibe como un ser totalmente autónomo, que puede llegar incluso a reconocer en el cristianismo la fuente de los valores que han moldeado al mundo occidental en su cultura, pero que no logra ya creer en Cristo, y esto le hace terriblemente incompleto. El mismo autor de Barrabás dice en sus versos al Amigo desconocido: «Un desconocido es mi amigo / uno que yo no conozco, / un desconocido lejano, lejano. / Por él mi corazón está lleno de nostalgia, / porque él no está cerca de mí. / ¿Quizá porque él no exista en absoluto? / ¿ Quién eres tú que llenas / mi corazón de tu ausencia, / que llenas toda la tierra de tu ausencia?».
El libro narra la historia del bandido que se ve liberado precisamente por causa de un desconocido, Jesús de Nazaret, al cual queda ligada por esto su vida: «su» vida, tan independiente, tan violenta, tan «anarquista» y tan libre. Si Barrabás vive y continúa siendo poderoso y capaz de llevar a cabo las empresas que le han hecho famoso, lo debe al hecho de que ese «otro» ha muerto en su lugar. Es espectador de todos los sorprendentes y fascinantes cambios que venían de aquel «otro»: la mujer del labio leporino, el hombre de la barba rojiza (Pedro) y los pobres. Todo esto que ve y que oye, todo lo que tiene ahora, lo tiene gracias a ese «otro», y sin embargo no consigue creer en él.
Cuando los romanos consiguen atraparlo otra vez -porque el tiempo es inexorable- es condenado ad metalla (a las minas) y encadenado con otro esclavo, un hombre magro y desmadejado, un armenio que se llamaba Sahak. Este esclavo era un hombre común; que no había hecho nada especial en su vida; sin embargo Barrabás percibe que este camarada, por el cual sentía una repugnancia infinita, tenía una fuerza que él mismo -el rey de la fuerza, el que había experimentado todo tipo de violencia- no conocía. Era una fuerza, y por esto la quería, pero era un «tipo» de fuerza totalmente distinta de la suya, y por esto le repugnaba. Hasta el momento en que se descubrió qué tipo de fuerza era aquella. Después de tanta insistencia-¡él, Bárrabás, doblegado a pedir a ese hombrecito tan insignificantel- en preguntarle cómo era posible que aquél fuera tan libre, se descubrió el porqué: aquel hombre era esclavo sólo de Cristo y le pertenecía. Tenía al cuello la placa del emperador, pero en el reverso había escrito Christos Jesus.
En este punto el drama de la vida de Barrabás se agudiza: él quisiera entender, quisiera comprender, quisiera creer, y el esclavo no sabe resignarse al saber que Barrabás había sido salvado por Cristo y no cree en él. Al fin Barrabás, en un gesto de humanidad profunda, para complacer al esclavo, le dice que él también cree. Un espía oye esta conversación y denuncia a los dos, que son condenados a muerte por ser cristianos. En el proceso, sin embargo, Barrabás afirma: «No tengo que renunciar a nada ( el procurador romano quería obligarle a que renunciase a Cristo) porque yo no creo en Cristo. Yo quisiera creer».
Entonces Barrabás ya no tiene un lugar en la tierra -aquel que ha estado cerca de Cristo ya no puede ser como antes-, deambula por Roma con el desierto en el corazón y desesperado. Una noche ve el incendio de Roma: le dicen que han sido los cristianos. Barrabás cree que ha llegado el momento más bello de su vida («¡Si los cristianos son esto, si son violentos e incendiarios, yo soy cristiano!»). Todos los cristianos, acusados de haber desencadenado el incendio, están encerrados en la prisión y entre ellos se encuentra Barrabás, pero él en un lado de la celda y los cristianos en el otro (¡siempre en su vida está junto a ellos, a veces confundido con ellos, pero nunca logra entrar en la raíz de aquel hecho!).
Al final Barrabás ve a todo el grupo de los cristianos morir -él es el más fuerte y resiste más que todos- y cuando la muerte ya se le acerca, recogiendo sus últimas energías, repite aquel grito que había oído un día, bajo aquella cruz, pronunciar por «aquél» que había salvado su vida: «En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu».
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón